SOL ROJO:
!VIVA
EL DÍA DE LA MUJER!
¡LAS MUJERES LLEVAN SOBRE SUS ESPALDAS LA MITAD DEL CIELO Y DEBEN CONQUISTARLA!
¡LAS MUJERES LLEVAN SOBRE SUS ESPALDAS LA MITAD DEL CIELO Y DEBEN CONQUISTARLA!
Con motivo del día de la mujer publicamos aquí un
extracto del libro "La mitad del cielo", que nos da ejemplos
brillantes de los enormes avances del movimiento femenino proletario en la
revolución china, principalmente durante la Gran Revolución Cultural
Proletaria. Son ejemplos concretos de cómo el feminismo proletario y toda la
lucha por la emancipación de las mujeres necesariamente tiene que ser una lucha
contra el revisionismo y el oportunismo dentro y fuera de nuestras filas, y que
esa lucha inevitablemente es parte de la lucha del proletariado en su conjunto
para aplastar y barrer al imperialismo y la reacción, continuar la lucha de clases
bajo la dictadura del proletariado y marchar hasta nuestra meta final el
Comunismo. Publicamos el extracto junto con una introducción al libro, hecha
por el blog "Mar armado de masas". El libro completo se puede
descargar aquí.
/Sol Rojo, 8 de marzo de 2015
"LA MITAD DEL CIELO" -
COMENTARIO DEL BLOG "MAR ARMADO DE MASAS":
"La mitad del Cielo» es el
testimonio de un grupo de mujeres en su viaje por la República Popular China
durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, en plena campaña contra Lin
Piao. Entre estas 12 mujeres había estudiantes, empleadas de oficina, la mujer
de un obrero, todas militantes por la liberación de la mujer. Este testimonio
es sintetizado por Claudie Broyelle, que lamentablemente capituló poco después
y se pasó a las filas de Teng, el imperialismo y la reacción. Ahora ya
conocemos el resultado de la restauración del capitalismo en China. A ojos del
feminismo burgués China es un país adelantado en cuanto a la situación de la
mujer. Hay mujeres empresarias, políticas, escritoras, científicas, etc., pero
el problema de la mujer no está resuelto. La situación de la mujer en el campo
ha retrocedido en décadas. La vida de las niñas recién nacidas no tiene ningún
valor. En la ciudad la mayor parte de las mujeres viven en condiciones de
miseria y explotación. La inevitable crisis del capitalismo en China muestra un
porvenir todavía mucho más negro para la mujer obrera y campesina.
Durante la Revolución en China millones
de mujeres se movilizaron dirigidas por el PCCH. La participación de la mujer
en la guerra contra la invasión japonesa aplastó la idea reaccionaria de que
las mujeres «sólo sirven para el trabajo doméstico». La reforma agraria, donde
también millones de mujeres participaron de forma activa, tuvo como resultado
la demolición del sistema patriarcal-feudal. Las campesinas conquistaron
títulos de propiedad personales sobre la tierra, dejaron de ser la “esposa
de...”. La Revolución de Nueva Democracia demolió la antigua estructura
familiar, la mujer dejó su minoría de edad respecto al hombre y pasó a estar en
la vanguardia de las transformaciones revolucionarias. Hizo más por la mujer la
reforma agraria: “¡la tierra para quien la trabaja!”, que los millones de
discursos sobre la igualdad con que bombardea a la mujer obrera y pobre el
imperialismo, la reacción y el revisionismo.
Durante la Gran Revolución Cultural
Proletaria más de 300 millones de mujeres se movilizaron contra el revisionismo
de Liu, Teng y Lin Piao, lucha entre el camino comunista y el camino
capitalista. Se crearon talleres colectivos de trabajo doméstico, comedores
colectivos, se apuntaba a que la sociedad fuera responsable de los hijos y que
éstos no fueran responsabilidad de la familia (propiedad de...) ni del Estado.
El objetivo fue acabar con el carácter privado de la familia y de las tareas
domésticas liberando a la mujer totalmente del mundo del hogar. Chian Ching es
la mejor expresión de la incorporación de millones de mujeres dirigidas por el
Partido de la clase obrera, el PCCH, a la transformación revolucionaria de la
sociedad y al combate contra la restauración del capitalismo.
Este es el valor de este libro, presentar
la experiencia más avanzada de la lucha de la mujer por su emancipación en una
sociedad socialista. El Movimiento Femenino en la República Popular China
combatió tanto las posiciones de Liu Shao Chi, que defendía el papel
tradicional de la mujer sometida al poder marital, como las de Lin Piao, que
afirmaba que la revolución ya estaba concluida, impidiendo la lucha consecuente
por su emancipación y la transformación revolucionaria de la sociedad dirigida
por el Partido Comunista Chino hasta el comunismo.
Hoy, la base de masas de la revolución
proletaria mundial está en el Tercer Mundo y son millones de proletarias y
campesinas pobres las que se han incorporado para combatir al imperialismo, la
reacción y al revisionismo. Combate que va unido al de su emancipación. Es
fácil comprobar la incorporación de la mujer bajo la bandera del maoísmo a las
guerras populares en el Perú, India, Turquía, etc., pues su liberación está
unida al triunfo de la clase obrera. En el Perú la guerra popular dirigida por
el PCP no sólo ha movilizado a la mujer en el campo y la ciudad, desde la lucha
reivindicativa hasta la guerra popular, sino que en el Nuevo Poder ha
conquistado el papel que la vieja sociedad le niega. Como fruto de su
participación en la guerra popular muchas mujeres han llegado a ser y son
cuadros dirigentes del Partido.
Por todo esto, millones de mujeres se han incorporado a las filas de la revolución proletaria de forma consciente y dirigidas por verdaderos partidos comunistas como en el Perú, el PCP, partido marxista-leninista-maoísta-pensamiento gonzalo, principalmente pensamiento gonzalo, aplastan el cretinismo parlamentario, destruyen la vieja sociedad a la vez que van construyendo la nueva, demostrando que su presente y futuro está unido a la transformación revolucionaria del mundo.
Por todo esto, millones de mujeres se han incorporado a las filas de la revolución proletaria de forma consciente y dirigidas por verdaderos partidos comunistas como en el Perú, el PCP, partido marxista-leninista-maoísta-pensamiento gonzalo, principalmente pensamiento gonzalo, aplastan el cretinismo parlamentario, destruyen la vieja sociedad a la vez que van construyendo la nueva, demostrando que su presente y futuro está unido a la transformación revolucionaria del mundo.
Claudie Broyelle capituló a la par que la
burguesía tomaba el poder en China, y no ha sido la única que ha capitulado,
abandonando las filas del proletariado y de la revolución.
Hoy podemos ver también cómo los vacilantes, los pusilánimes, los elementos más atrasados abandonan las banderas del maoísmo. Sólo fueron compañeros de viaje mientras pudieron sacar beneficio personal de las noticias que daba la prensa burguesa de la guerra popular en el Perú o, en su momento, de Nepal. Hoy forman parte del basurero de la Historia.
Hoy podemos ver también cómo los vacilantes, los pusilánimes, los elementos más atrasados abandonan las banderas del maoísmo. Sólo fueron compañeros de viaje mientras pudieron sacar beneficio personal de las noticias que daba la prensa burguesa de la guerra popular en el Perú o, en su momento, de Nepal. Hoy forman parte del basurero de la Historia.
Sin embargo, qué es lo que debemos tener
en cuenta nosotros, como comunistas, al leer este libro: que la construcción de
una nueva Sociedad es posible. El carácter testimonial de este libro nos
demuestra que llegar al dorado comunismo no es una mera frase de cliché, sino
una maravillosa y tangible realidad.
Para esto sirve este libro: para armar
nuestras cabezas de roja ideología de clase, y para henchir nuestros corazones
plenos de optimismo revolucionario.
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PRIMERA PARTE
EL TRABAJO
TRASFORMA A LAS MUJERES, QUIENES TRASFORMAN EL TRABAJO
Al día siguiente de la liberación, en 1949, China
se topaba con este problema: ¿cómo hacer entrar a la producción social a
millones y millones de mujeres confinadas desde siempre a las estrechas tareas
domésticas? Para operar este desquiciamiento, China poseía triunfos muy
favorables. En particular la victoria de la revolución, coronando veinte años
de guerra nacional y civil, había trasformado profundamente la antigua
sociedad, destruido caras completas de la vieja ideología de la inferioridad de
las mujeres. Éstas, por millones, habían participado activamente en la guerra
antijaponesa, en las regiones liberadas, habían ejercido el poder directamente,
y con frecuencia de manera preponderante; habían tomado a su cargo en
numerosos lugares las tareas de producción agrícola. En el contexto de esta
rica experiencia es donde se situaba la cuestión de proseguir su emancipación.
Había ahí una adquisición extremadamente importante sobre la cual el movimiento
femenino podía apoyarse para abordar la nueva etapa.
EL TRABAJO NO SIEMPRE ES LIBERADOR
No obstante, si China es hoy en día prácticamente
el único país del mundo en donde la inmensa mayoría de las mujeres participan
en la producción social, esto no se ha hecho sin tropiezos. Algunas cifras
hacen reflexionar. Por ejemplo, en Shanghai, en 1966, en vísperas de la
Revolución Cultural, más de la mitad de las mujeres habían abandonado su
trabajo y regresado a sus hogares. Esto se explica en parte por la política
del Partido Comunista Chino, política impulsada por Liu Shao-chi1, que hacía una intensa propaganda para
ese regreso al hogar. Por otra parte, esto tomaba formas muy diversas. Aquí se
alababan las cualidades “irremplazables” de la madre para educar a los hijos;
allá se afirmaba sin ambages que las mujeres no eran buenas para nada,
demasiado limitadas intelectualmente para aprender un oficio; más allá se
lanzaba el argumento del insuficiente número de guarderías, de comedores, para
impedir trabajar a las mujeres. En cuanto a las que trabajaban, se trataba de
dar como significación a su trabajo: un salario de segunda, ¡para mejorar su situación!
(“trabajen para nutrir y vestir mejor a su familia”)2. Sin duda en ese concierto reaccionario
había con qué desalentar buenas voluntades; pero eso sólo no era suficiente
para explicar el carácter relativamente masivo del regreso al hogar. Hay que investigar
las razones de fondo en el trabajo mismo, en su organización. Si no, no se
comprende cómo, mujeres que estuvieran tratando de conseguir su liberación
ejerciendo un oficio, se dejaran convencer por teorías retrógradas. Es que en
realidad ellas no conquistaban, o por lo menos no en todas partes, su
liberación. Y por otra parte, ahí donde existía un tipo de trabajo realmente
liberador, no se asistía a tal reflujo de mujeres fuera de las fábricas. En la
fábrica de Chau Yan, que nosotras visitamos, solamente unas diez mujeres
“regresarían tras la puerta de su casa”, como dicen los chinos.
Ya nadie puede ahora estar satisfecho con el esquema
soviético: “He aquí una fábrica del Estado, y el Estado es el partido, y el
partido son las masas, por lo tanto esta fábrica es tuya obrero, q.e.d."No,
esto ya no pasa. Si se me dice: “Esta fábrica es tuya, es del pueblo”, pero que
obedezca ciegamente las órdenes de los directores, que no comprenda nada de mi
máquina y todavía menos del resto de la fábrica, si no sé en lo que se
convierte mi producto ya terminado ni por qué se ha producido, si
trabajo rápidamente, muy rápidamente por el sueldo, si me aburro a morir
esperando toda la semana el domingo, y la salida durante toda la jomada, si soy
todavía más inculta que al principio después de años de trabajo, entonces es
que esta fábrica no es mía, ¡no es del pueblo! Si la producción continúa
funcionando según una organización de tipo capitalista, es decir respetando y
profundizando la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual
según criterios de utilidades y de rentabilidad, si la producción marcha a
golpes de reglamentos burgueses, disciplina ciega y estímulos materiales, por
un lado los que piensan y por el otro los que ejecutan, entonces los que son menos
instruidos, y en particular las mujeres, son también los más oprimidos.
Si finalmente un número importante de mujeres
había podido dejarse convencer de los beneficios del regreso al fogón, es en
primer lugar porque en ciertas fábricas la lucha de clase entre la burguesía y
el proletariado no había permitido todavía vencer a la burguesía en ese
terreno. El trabajo, por ese hecho, permanecía sometido a criterios burgueses.
No, la producción capitalista no puede “liberar” a las mujeres porque, por otra
parte, jamás ha liberado a los hombres. Nosotras, que todas habíamos trabajado
en fábricas, recordábamos las eternas discusiones con las otras mujeres al
respecto: “Si mi marido ganara lo suficiente yo me quedarla en casa”, “Cuando
yo me case ya no trabajaré”, esto volvía constantemente. Aun si las mismas
afirmaban al día siguiente que “Por nada del mundo quisieran quedarse en casa
porque se aburrirían demasiado”. Ese estado de espíritu vacilante no hace más
que traducir la situación especialmente ambigua de las obreras de un país
capitalista. Una experiencia del trabajo social suficiente para hacemos medir
la “mezquindad” del trabajo doméstico, pero un trabajo social suficientemente
vacío de sentido como para hacer que se reflejara como un “lujo” la vida en la
casa, momentáneamente inaccesible. En una fábrica de televisores, Chantal, una
soldadora, me había dicho: “El lunes en la mañana, al ver toda la semana ante
mí, envidio a las que pueden quedarse en casa; el domingo en la noche, después
de una jornada de ‘limpieza’, las compadezco,”
Empero si la participación de las mujeres en el
trabajo social no las ha liberado, sin embargo ha constituido un factor
decisivo de toma de conciencia de su opresión, de la socialización de su
revuelta. Ha entrañado una toma de conciencia masiva de nuestra opresión: la
“feminitud”, o la desgracia de ser mujer.
CAPÍTULO 1
LA VÍA DE
INDUSTRIALIZACIÓN CHINA Y LA LIBERACIÓN DE LAS MUJERES
NI TRABAJO, NI SALARIO, ¡Y ELLAS
PERMANECIERON EN LA FÁBRICA!
La fábrica de material médico Chau Yan en Pekín
tiene mal aspecto. Algunas edificaciones de ladrillo de un sólo piso, en un
patio que parece el de una escuela. Sin embargo, ahí suceden, discretamente,
cosas decisivas para el porvenir de las mujeres. Fuimos recibidas ahí dos o
tres días después de nuestra llegada, en una salita blanca, alrededor de una
gran mesa, apretando con los dedos fríos las tazas hirvientes; Ma Yu Yin, una
obrera de unos cincuenta años, nos cuenta la historia de esta fábrica:
En este barrio, hasta 1958, la mayoría de las
mujeres permanecían todavía en sus casas al servicio de su familia, sus
quehaceres, el cuidado de los hijos... Fue entonces cuando el país entero se
levantó para realizar “el gran salto adelante”, es decir que todas las energías
se movilizaron para franquear una nueva etapa de trasformación de la sociedad.
En los campos, los campesinos reagrupaban las cooperativas de formación
superior para crear comunas populares; la industria se descentralizaba
ampliamente, en los lugares más apartados uno veía desarrollarse pequeñas
unidades de producción industrial. Y nosotras, las mujeres, ¿debíamos
permanecer en casa, al margen de la tempestad? El presidente Mao nos excitó a “contar
con nuestras propias fuerzas, desligarnos de las tareas domésticas y participar
en las actividades productivas y sociales’. Nosotras queríamos responder
a esa excitativa, dar también el gran salto adelante. Pero ¿cómo
arreglárnoslas? Fue entonces cuando en este distrito una veintena de mujeres se
decidieron a “franquear la puerta de la familia” para crear una fábrica de
barrio. Para tal efecto, el comité de manzana nos prestó dos hangares vacíos.
Viendo las cosas desde cierto ángulo se puede decir que teníamos todo en
contra: éramos pocas, sin ningún equipo, sin guarderías ni comedores, sin
ninguna experiencia en producción (todas éramos amas de casa), ni siquiera
sabíamos qué producir. Pero por otro lado teníamos grandes triunfos en la mano:
no era para aportar un poco más de comodidad a nuestra familia por lo que
habíamos decidido trabajar: queríamos trasformar la sociedad, trasformar la
condición femenina. ¡Que las mujeres abrieran la puerta de la casa que les
obstruía la vista! No queríamos ya servir a nuestra familia, queríamos servir
al pueblo.
Finalmente, después de una encuesta entre los
habitantes del barrio, decidimos producir artículos de primera necesidad que
les hacían falta: ollas, tubos para estufa, cacerolas, etc. Llevamos de
nuestras casas nuestras propias herramientas: martillos, pinzas, algunos
destornilladores, clavos, etc. No teníamos más. Fuimos a las fábricas a recoger
placas de metal, tubos de hierro, y nos pusimos a trabajar. A veces venían
obreras después de su trabajo a mostramos cómo emplear tales o cuales medios.
Otro problema grave era el cuidado de los niños.
Por ejemplo, esta camarada que está aquí tenía
cinco. Nos las arreglábamos como podíamos; los mayores cuidaban de los más
pequeños; algunas, apoyadas por sus madres o suegras, podían confiárselos a
ellas. También había vecinas que aprobaban lo que hacíamos y que nos daban una
mano. Se puede decir que ese problema se resolvió por la ayuda mutua en esa
época. Durante todo ese período, no recibimos ningún salario. Con frecuencia
nos quedábamos en la fábrica hasta tarde en la noche para terminar algún
trabajo que nos habíamos fijado.
Aumentar la producción y profundizar los
conocimientos
Finalmente, después de andar a tientas, logramos
producir con nuestras manos ollas y tubos para estufas. Esta producción fue
aceptada por el Estado. Fue nuestra primera victoria. ¡Cómo! ¿Simples amas de
casa sin calificación habían logrado, ayudándose mutuamente, a fuerza de
energía y obstinación, fabricar utensilios domésticos de suficiente calidad
como para que el Estado los comprara? Aumentó nuestro empeño. Se decidió
entonces diversificar esa producción de acuerdo a las necesidades del pueblo;
según una encuesta que nos permitió conocer nuevas necesidades locales,
comenzamos la fabricación de dispositivos médicos: placas de protección contra
rayos X, armarios aislantes. Utilizamos para eso máquinas viejas que ya no
servían; las desmontamos, reparamos y trasformamos nosotras mismas para
aumentar nuestra productividad y facilitar nuestro trabajo. Esto era más
complejo y requería más conocimientos que la fabricación de ollas.
Habíamos fijado en el taller un cartel con esta
frase del presidente Mao: Hoy los tiempos han cambiado, lo que puede hacer
un hombre, también lo puede hacer una mujer. En el fondo no había ninguna
razón para que las mujeres no pudiéramos construir aquellos dispositivos. A
veces, ante las dificultades, el desaliento se abatía sobre algunas de
nosotras. Decían: “Para qué todos estos esfuerzos, no triunfaremos. No tenemos
instrucción, los dispositivos médicos son demasiado difíciles de producir,
valdría más dedicarse a las ollas.” Discutíamos entre nosotras. “No estamos
aquí para enriquecernos, mucho menos para enriquecer a algún ‘amo’. El pueblo
tiene necesidad de esos dispositivos ¡y nosotras, las mujeres, bajaremos los brazos
ante los fracasos! Durante siglos y siglos las mujeres climas han sido
consideradas como bestias. Nosotras formamos parte de la clase obrera, ¿cómo
podrá ésta dirigir el país si la mitad de sus miembros permanece inculta,
incapaz de asimilar técnicas nuevas? ¡No sabemos nada! Muy bien, ¡aprendamos!
¡En páginas blancas es en donde se escriben las más bellas historias!” Y nos
volvíamos a entregar a la tarea, recuperada nuestra confianza. Con la ayuda de
otras fábricas que nos enviaron gente experimentada para asesoramos, logramos
producir no solamente placas de protección y almarios aislantes, sino también
grandes esterilizadores de alta temperatura y lámparas infrarrojas. Después del
examen, el Estado nos confió esta labor de producción y nuestra fábrica tomó su
nombre actual de “Fábrica de material médico de Chau Yan”. En ese momento,
nuestras filas se habían engrosado, éramos un poco más de trescientas, entre
las cuales había una veintena de hombres. En 1960, construimos otros cuatro
talleres en el patio sin pedir ni un centavo al Estado, simplemente
recolectando ladrillos provenientes de antiguas construcciones. Construimos ese
mismo año un comedor y una guardería en el recinto de la fábrica. Todo ello con
nuestras manos; nosotras podemos construir el socialismo con nuestras manos.
Un ejemplo de resistencia femenina que
triunfa
En la fábrica había un ambiente de solidaridad,
de dinamismo y de abnegación. No era raro ver a las obreras quedarse después
de su jomada de trabajo para terminar una tarea, o para entrenarse en una
técnica difícil. Por supuesto que no estábamos obligadas a hacerlo ni tampoco
se nos pagaba por ese “suplemento”. ¿Debe una recibir primas por hacer la
revolución? Pues estaba bien de lo que se trataba. Por otra parte, nuestra
experiencia no a todo el mundo le agradaba. En 1961, una parte de la dirección
de la fábrica, completamente cegada por las órdenes de la municipalidad de
Pekín3 decidió “racionalizar”
la producción; decidió que éramos demasiado numerosas para el trabajo que había
que hacer, que debíamos dejar de fabricar ollas puesto que en adelante seríamos
una fábrica de material médico. ¡Con qué desprecio hablaba de nuestras ollas!
Según esta “reorganización” una buena parte de nosotras debía regresar a casa.
Creían convencemos diciendo que “los salarios de los hombres serían aumentados
a fin de que pudiéramos quedamos en casa para ocupamos de la familia”. ¿No era
todo más simple de esta manera? Pero esos proyectos chocaron con una viva
resistencia de las mujeres que declararon: “¡No regresaremos a nuestros
fogones, no abandonaremos nuestro lugar!” La vida en la fábrica se volvió muy
tensa. Hubo una lucha encarnizada entre esa parte de la dirección que quería
hacer marchar la fábrica en función de utilidades inmediatas, que, sobre todo,
no quería qué las obreras se liberaran, y la gran mayoría de las obreras que
querían continuar en la misma vía.
Esa lucha se llevó conscientemente. Comprendíamos
lo que se arriesgaba. En la mayoría de los casos, nuestros maridos y los demás
hombres nos apoyaban. Esto se explica; lo que pasaba en Chau Yan no era un
hecho aislado. En todas las fábricas había una ofensiva reaccionaria orquestada
por Liu Shao-chi enfocada ya a restablecer las normas capitalistas de
producción, ya a impedir que las masas las destruyeran. Eso explica que los
hombres que también tenían que enfrentar esta ofensiva burguesa comprendieran y
apoyaran generalmente la resistencia de las mujeres. Como para muchas de
nosotras ya no había trabajo, tampoco había salario. Pero eso no importó. ¿No
nos dan trabajo? ¡Nos lo inventaremos nosotras mismas! ¿No tenemos salario?
¡Nos mantendremos ayudándonos mutuamente! Pedimos a otras fábricas que nos
confiaran trabajos que veníamos a realizar en “nuestra fábrica”; algunas
obreras llevaban a la fábrica materiales de demolición (ladrillos, láminas de
acero, etc.) que nosotras recuperábamos, limpiábamos y que así podían ser
vueltos a utilizar. El trabajo de las obreras era útil, aunque no
fuera “rentable”; lo habíamos probado. No obstante, no todas fueron capaces de
superar esas pruebas, pero eran raras, apenas unas quince. Se fueron a trabajar
a grandes fábricas, o bien volvieron a sus casas. Durante la Revolución
Cultural comprendimos todavía mejor la naturaleza profunda de esa política reaccionaria.
Realizamos campañas de denuncia del método de la pretendida “racionalización”.
La mayoría de los que habían apoyado las posiciones de Liu Shao-chi
descubrieron a qué intereses habían servido; ahora trabajan entre nosotras codo
con codo. De las mujeres que habían dejado la fábrica, casi todas han regresado
a trabajar aquí. Recientemente, las obreras de esta fábrica han logrado la
fabricación de silicio. Anteriormente, las obreras de aquí eran todas antiguas
amas de casa, en general relativamente mayores, de cuarenta a cincuenta años.
Ahora hay también jóvenes diplomadas de las escuelas que enseñan sus
conocimientos a las mayores, al mismo tiempo que aprenden de ellas las
cualidades de rebeldía revolucionaria y de firmeza proletaria de las antiguas amas
de casa. En el barrio, prácticamente ya no hay mujeres que permanezcan en casa,
salvo las que son demasiado viejas o que tienen mala salud, pero hasta para
ellas la vida ha cambiado. Se ayudan mutuamente y toman a su cargo ciertas
tareas domésticas para aligerar a las que trabajan fuera; organizan la vida
política y cultural de los barrios; no están ya aisladas como antes. Este
cambio es el resultado de la “partida” de millares de mujeres hacia las
actividades productivas y sociales. En cuanto a nosotras, por supuesto que
somos asalariadas, y es importante haber conquistado nuestra independencia
económica; pero hay que comprender que lo que es todavía más importante es
estar al mismo nivel en el mundo, preocuparse de los asuntos colectivos en
lugar de estar preocupadas por los solos problemas familiares. Hemos hecho de
la producción un arma para liberamos, para servir mejor al pueblo chino y a la
revolución mundial.
_________________________________
1 Liu Shao-chi, ex
presidente de la República Popular China.
2 Cf. boletín de Chine nouvelle núm. 61, de marzo de
1968, p. 8, núm. 031406, “los chinos estigmatizan la línea revisionista en el movimiento de las mujeres”.
3 La municipalidad de Pekín era un bastión de los partidarios de Liu Shao-chi. Intervenía con frecuencia en las direcciones de las fábricas para que éstas “racionalizaran” el trabajo, como entre nosotros; intentaba reducir el poder de los obreros.
2 Cf. boletín de Chine nouvelle núm. 61, de marzo de
1968, p. 8, núm. 031406, “los chinos estigmatizan la línea revisionista en el movimiento de las mujeres”.
3 La municipalidad de Pekín era un bastión de los partidarios de Liu Shao-chi. Intervenía con frecuencia en las direcciones de las fábricas para que éstas “racionalizaran” el trabajo, como entre nosotros; intentaba reducir el poder de los obreros.