Vivimos tiempos revolucionarios,
la crisis general y última del imperialismo está agudizando todas las
contradicciones, y exige la toma de posición clara y nítida entre los campos
del proletariado y del imperialismo. El reformismo y el revisionismo, nuevo y
viejo, cumplen su labor reaccionaria cada vez de forma más clara y evidente para
las masas. En el Perú la LOD se empeña en ir contra el curso de la historia, en contener la revolución y trabaja,
principalmente para la potencia hegemónica yanqui. En otros lugares el
revisionismo trabaja para las potencias imperialistas china y rusa, u otros
imperialismos. El nacionalismo, el chovinismo, las esferas de influencia de una
u otra potencia imperialista son levantadas como las banderas del socialismo. La crisis
general del imperialismo muestra la decadencia del orden capitalista, las masas
se levantan en todo el mundo y es una necesidad histórica la constitución o
reconstitución de Partidos Comunistas en todo el mundo. Partidos que pongan al
orden del día la guerra popular y la dictadura del proletariado. La III Internacional
es un ejemplo para todos los comunistas, por su
firmeza en los principios comunistas y por su combate a muerte contra el
fascismo y todo reformismo, mostrando que lo fundamental es el poder, qué clase
tiene el poder, quién ejerce la dictadura:
“la creación del
gobierno laborista no es un fenómeno particular de Inglaterra. Es un producto
particular del periodo de desintegración capitalista, en el que las viejas
formas de gobierno capitalista se vuelven incapaces de resolver los problemas
engendrados por el capitalismo en el terreno nacional e internacional, social,
político y económico. En este periodo la clase capitalista echa mano a
diferentes medios de defensa, desde el laborismo (ministerialismo socialista),
con su pacifismo social, hasta el fascismo en todas sus formas, según la
agudeza de los antagonismos de clase y las relaciones que estos problemas han creado
entre las clases sociales. El gobierno laborista y el gobierno fascista son los
dos polos del método empleado por la burguesía para prolongar su dictadura”
(IX. Sobre el Gobierno Laborista Inglés.V Congreso de la
Internacional Comunista, 1924
En este contexto, además del
deslinde con el reformismo y el revisionismo el apoyo a la guerra popular en el
Perú dirigida por CC del PCP se ha convertido en tarea fundamental de todos los Partidos Comunista y
de los comunistas y revolucionarios del mundo.
Hoy iniciamos la publicación de
una serie de materiales como arma de combate que sirvan tanto al debate
internacional dentro del MCI, como para deslindar campos con el nuevo y el
viejo revisionismo.
INFORME SOBRE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL Y LAS TAREAS
FUNDAMENTALES DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA.
V. I. Lenin
19
de julio de 1920
Publicado
el 24 de julio de 1920 en el núm. 162 de "Pravda".
(Clamorosa ovación.
Todos se ponen en pie y aplauden. El orador intenta hablar, pero siguen los
aplausos y las exclamaciones en todas las lenguas. La ovación dura mucho.)
Camaradas: Las tesis
sobre los problemas relativos a las tareas fundamentales de la Internacional
Comunista han sido publicadas en todos los idiomas, y no representan algo
sustancialmente nuevo (en particular para los camaradas rusos), ya que en grado
considerable hacen extensivos a una serie de países occidentales, a Europa
Occidental, ciertos rasgos básicos de nuestra experiencia revolucionaria y las
enseñanzas de nuestro movimiento revolucionario. Por eso, en mi informe me
detendré con algo más de detalle, aunque brevemente, en la primera parte del
tema que me ha sido asignado: la situación internacional.
Las relaciones
económicas del imperialismo constituyen la base de la situación internacional
hoy existente. A lo largo de todo el siglo XX se ha definido por completo esta
fase del capitalismo, su fase superior y última. Todos vosotros sabéis, claro
está, que el rasgo más característico y esencial del imperialismo consiste en
que el capital ha alcanzado proporciones inmensas. La libre competencia ha sido
sustituida por un monopolio gigantesco. Un numero insignificante de
capitalistas ha podido, a veces, concentrar en sus manos ramas industriales
enteras, las cuales han pasado a las alianzas, cártels, consorcios y trusts con
frecuencia de carácter internacional. De este modo, los monopolistas se han
apoderado de ramas enteras de la industria en el aspecto financiero, en el
aspecto del derecho de propiedad y, en parte, en el aspecto de la producción,
no sólo en algunos países, sino en el mundo entero. Sobre esta base se ha
desarrollado el dominio, antes desconocido, de un número insignificante de los
mayores bancos, reyes financieros y magnates de las finanzas, que en la
práctica, han transformado incluso las repúblicas más libres en monarquías
financieras. Antes de la guerra, esto era reconocido públicamente por
escritores que no tienen nada de revolucionarios, como, por ejemplo, Lysis en
Francia.
Este dominio de un
puñado de capitalistas alcanzó su pleno desarrollo cuando todo el globo
terráqueo quedó repartido no sólo en el sentido de conquista de las distintas
fuentes de materias primas y de medios de producción por los capitalistas más
fuertes, sino también en el sentido de haber terminado el reparto preliminar de
las colonias. Hace unos cuarenta años, apenas pasaba dé 250 millones de seres
la población de las colonias sometidas por seis potencias capitalistas. En
vísperas de la guerra de 1914, en las colonias había ya cerca de 600 millones
de habitantes, y si agregamos países como Persia, Turquía y China, que entonces
eran ya semicolonias, resultará, en cifras redondas, una población de mil
millones, que era oprimida mediante la dependencia colonial por los países más
ricos, civilizados y libres. Y vosotros sabéis que, además de la dependencia
jurídica directa de carácter estatal, la dependencia colonial presupone toda
una serie de relaciones de dependencia financiera y económica, presupone toda
una serie de guerras, que no eran consideradas como tales porque consistían,
con frecuencia, en que las tropas imperialistas europeas y norteamericanas,
pertrechadas con las más perfectas armas de exterminio, reprimían a los
habitantes inermes e indefensos de las colonias.
De este reparto de
toda la tierra, de este dominio del monopolio capitalista, de este poder
omnímodo de un insignificante puñado de los mayores bancos -dos, tres, cuatro
o, a lo sumo, cinco por Estado- nació, de modo ineluctable, la primera guerra
imperialista de 1914-1918. Esa guerra se hizo para repartir de nuevo el mundo
entero. Se hizo para determinar cuál de los dos grupos insignificantes de los
mayores Estados- el inglés o el alemán- recibiría la posibilidad y el derecho
de saquear, oprimir y explotar toda la Tierra. Como sabéis, la guerra decidió
la cuestión a favor del grupo inglés. Y como resultado de esa guerra, nos
encontramos ante una exacerbación incomparablemente mayor de todas las
contradicciones capitalistas. La guerra lanzó de golpe a unos 250 millones de
habitantes de la Tierra a una situación equivalente a la de las colonias. Lanzó
a esa situación a Rusia, en la que deben contarse cerca de 130 millones, a
Austria-Hungría, Alemania y Bulgaria, que suman en total no menos de 120
millones. Doscientos cincuenta millones de habitantes de países que, en parte,
figuran entre los más avanzados, entre los más cultos e instruidos, como
Alemania, y que en aspecto técnico se encuentran al nivel del progreso
contemporáneo. Por medio del Tratado de Versalles, la guerra impuso a esos
países condiciones tales, que pueblos avanzados se vieron reducidos a la
dependencia colonial, a la miseria, el hambre, la ruina y la falta de derechos,
pues en virtud del tratado están maniatados y, para muchas generaciones,
puestos en condiciones que no ha conocido ningún pueblo civilizado. He aquí el
cuadro que ofrece el mundo: nada más acabada la guerra, no menos de 1.250
millones de seres son víctimas de la opresión colonial, víctimas de la explotación
del capitalismo feroz, que se jactaba de su amor a la paz y que tenía cierto derecho
a jactarse de ello hace cincuenta años, cuando la Tierra no estaba repartida
todavía, cuando el monopolio no dominaba aún, cuando el capitalismo podía
desarrollarse de modo relativamente pacífico, sin conflictos bélicos colosales.
En la actualidad,
después de esa época "pacífica", asistimos a una monstruosa exacerbación
de la opresión, vemos el retorno a una opresión colonial y militar mucho peor
que la anterior. El Tratado de Versalles ha colocado a Alemania, y a toda una
serie de Estados vencidos, en una situación que hace materialmente imposible su
existencia a económica, en una situación de plena carencia de derechos y de
humillación.
¿Qué número de
naciones se ha aprovechado de ello? Para poder responder a esta pregunta
debemos recordar que la población de los Estados Unidos de América -los cuales
son los únicos que han ganado en la guerra de modo pleno y se han transformado
por completo de un país con gran cantidad de deudas en un país al que todos le
deben- no pasa de 100 millones de almas. El Japón, que ha ganado muchísimo al
permanecer al margen del conflicto europeo-norteamericano y apoderarse del
inmenso continente asiático, tiene 50 millones de habitantes, Inglaterra, que
después de esos países ha ganado más que nadie, cuenta con una población de 50
millones. Y si agregamos los Estados neutrales, cuya población es muy pequeña y
que se han enriquecido durante la conflagración, obtendremos, en cifras
redondas, 250 millones.
Ahí tenéis, pues,
trazado en líneas generales, el cuadro del mundo después de la guerra
imperialista. Colonias oprimidas con una población de 1.250 millones de seres:
países que son despedazados vivos, como Persia, Turquía y China; países que,
derrotados, han sido reducidos a la situación de colonias. No más de 250
millones en países que han mantenido su vieja situación, pero que han caído,
todos ellos, bajo la dependencia económica de Norteamérica y que durante toda
la guerra dependieron en el aspecto militar, pues la contienda abarcó al mundo
entero y no permitió ni a un solo Estado permanecer neutral de verdad. Y, por
último, no más de 250 millones de habitantes en países en los que, por supuesto,
se han aprovechado del reparto de la Tierra únicamente las altas esferas, únicamente
los capitalistas. En total, cerca de 1.750 millones de personas -que forman
toda la población del globo. Quisiera recordaros este cuadro del mundo porque
todas las contradicciones fundamentales del capitalismo, del imperialismo, que
conducen a la revolución, todas las contradicciones fundamentales en el
movimiento obrero, que condujeron a la lucha más encarnizada con la II
Internacional, y de lo cual ha hablado el camarada presidente, todo eso está
vinculado al reparto de la población de la Tierra.
Es claro que las
cifras citadas ilustran en rasgos generales, fundamentales, el cuadro económico
del mundo. Y es natural, camaradas, que sobre la base de ese reparto de la
población de toda la Tierra haya aumentado en muchas veces la explotación del
capital financiero, de los monopolios capitalistas.
No sólo las colonias
y los países vencidos se ven reducidos a un estado de dependencia; en el
interior mismo de cada país victorioso se han desarrollado las contradicciones
más agudas, se han agravado todas las contradicciones capitalistas. Lo mostraré
en rasgos concisos con algunos ejemplos.
Tomad las deudas de
Estado. Sabemos que las deudas de los principales Estados europeos han
aumentado, de 1914 a 1920, no menos de siete veces. Citaré una fuente económica
más, que adquiere una importancia muy grande: es Keynes, diplomático inglés y
autor del libro Las consecuencias económicas de la paz, quien, por encargo de
su gobierno, participó en las negociaciones de paz de Versalles, las siguió
sobre el lugar desde un punto de vista puramente burgués, estudió el asunto
paso a paso, en detalle, y, como economista, tomó parte en las conferencias. Ha
llegado a conclusiones que son más tajantes, más evidentes y más edificantes
que cualquiera otra de un revolucionario comunista, porque estas conclusiones
las hace un burgués auténtico, un enemigo implacable del bolchevismo, del cual
él, como filisteo inglés, se hace un cuadro monstruoso, bestial y feroz. Keynes
ha llegado a la conclusión de que con el Tratado de Versalles, Europa y el
mundo entero van a la bancarrota. Keynes ha dimitido; ha arrojado su libro a la
cara del gobierno y ha dicho: Hacéis una locura. Os citaré sus cifras que, en
conjunto, se reducen a lo siguiente:
¿Cuáles son las
relaciones de deudores y acreedores que o establecido entre las principales
potencias? Convierto las libras esterlinas en rublos oro, al cambio de 10
rublos oro por libra esterlina. He aquí lo que resulta: los Estados Unidos
tienen un activo de 19.000 millones; su es nulo. Hasta la guerra eran deudores
de Inglaterra. En el último Congreso del Partido Comunista de Alemania, el 14
de abril de 1920, el camarada Levi señalaba con razón en su informe que no
quedaban más que dos potencias que actúan hoy independientes en el mundo:
Inglaterra y Norteamérica. Pero sólo Norteamérica ha quedado absolutamente
independiente desde el punto de vista financiero. Antes de la guerra era
deudora; hoy es sólo acreedora. Todas las demás potencias del mundo han
contraído deudas. Inglaterra se ve reducida a la siguiente situación: activo
17.000 millones, pasivo 8.000 millones, es ya mitad deudora. Además, en su
activo figuran cerca de 6.000 millones que le debe Rusia. Los stocks militares
que Rusia compró durante la guerra forman parte de los créditos ingleses. No
hace mucho, cuando, en su calidad representante del Gobierno soviético de
Rusia, Krasin tuvo la oportunidad de conversar con Lloyd George sobre los
convenios relativos a las deudas, explicó claramente a los científicos y
políticos, dirigentes del Gobierno inglés, que si pensaban cobrar estas deudas,
se equivocaban de manera inexplicable. Y el diplomático inglés Keynes les había
ya revelado este error.
Por supuesto, la
cuestión no depende sólo del hecho, y ni siquiera la cosa es ésa, de que el
Gobierno revolucionario ruso no quiere pagar sus deudas. Ningún gobierno se
avendría a liquidarlas, por la sencilla razón de que estas deudas no
representan más que los intereses usurarios de lo que ha sido ya pagado una
veintena de veces, y este mismo burgués Keynes, que no siente ninguna simpatía
por el movimiento revolucionario ruso dice: "Está claro que no se pueden
tener en cuenta estas deudas".
Por lo que se
refiere a Francia, Keynes aduce cifras como éstas: su activo es de tres mil millones
y medio, su pasivo, ¡de 10.000 millones y medio! Y éste es el país del cual los
franceses mismos decían que era el usurero de todo el mundo, porque sus
"ahorros" eran colosales y el saqueo colonial y financiero, que le
había proporcionado un capital gigantesco, le permitía otorgar préstamos de
miles y miles de millones, en particular a Rusia. De estos préstamos Francia
obtenía enormes beneficios. Y a pesar de ello, a pesar de la victoria, Francia
ha ido a parar a la situación de deudora.
Una fuente burguesa
norteamericana, citada por el camarada Braun, comunista, en su libro ¿Quién
debe pagar las deudas de guerra? (Leipzig, 1920), define de la manera siguiente
la relación que existe entre las deudas y el patrimonio nacional: en los países
victoriosos, en Inglaterra y Francia, las deudas representan más del 50% del
patrimonio nacional. En lo que atañe a Italia, este porcentaje es de 60 a 70,
en cuanto a Rusia, de 90, pero, como sabéis, estas deudas no nos inquietan, ya
que poco antes de que apareciese el libro de Keynes, habíamos seguido su
excelente consejo: habíamos anulado todas nuestras deudas.
(Clamorosos
aplausos.)
Keynes no hace más
que revelar en este caso su habitual rareza de filisteo: al aconsejar anular
todas las deudas, declara que, por supuesto, Francia no hará más que ganar,
que, desde luego, Inglaterra no perderá gran cosa, porque, de todos modos, no
se podría sacar nada de Rusia; Norteamérica perderá mucho, pero Keynes cuenta
con ¡la "generosidad" norteamericana! A este respecto, no compartimos
las concepciones de Keynes ni de los demás pacifistas pequeñoburgueses. Creemos
que para conseguir la anulación de las deudas tendrán que esperar otra cosa y
trabajar en una dirección un tanto diferente, y no en la de contar con la
"generosidad" de los señores capitalistas.
De estas cifras muy
concisas se infiere que la guerra imperialista ha creado también para los países
victoriosos una situación imposible. La enorme desproporción entre los salarios
y la subida de precios lo indica igualmente. El 8 de marzo de este año, el
Consejo Superior Económico, institución encargada de defender el orden burgués
del mundo entero contra la revolución creciente, adoptó una resolución que
termina con un llamamiento al orden, a la Laboriosidad y al ahorro, con la
condición, claro está, de que los obreros sigan siendo esclavos del capital.
Este Consejo Superior Económico, órgano de la Entente, órgano de los
capitalistas de todo el mundo, hizo el siguiente balance.
En los Estados
Unidos, los precios de los productos alimenticios han subido en un promedio de
120%, mientras que los salarios han aumentado sólo en un 100%. En Inglaterra,
los productos alimenticios han subido en 170%, los salarios, en 130%. En
Francia, los precios de los víveres han aumentado en 300%, los salarios, en
200. En el Japón, los precios han subido en 130%, los salarios, en 60%
(confronto las cifras indicadas por el camarada Braun en su folleto precitado y
las del Consejo Superior Económico dadas por el Times del 10 de marzo de 1920).
Está claro que en
semejante situación el crecimiento de la indignación de los obreros, el
desarrollo de las ideas y del estado de ánimo revolucionarios y el aumento de
las huelgas espontáneas de masas son inevitables. Porque la situación de los
obreros se hace insoportable. Estos se convencen por su propia experiencia de
que los capitalistas se han enriquecido inmensamente con la guerra, cuyos
gastos y deudas cargan sobre las espaldas de los obreros. Recientemente, un
telegrama nos comunicaba que Norteámerica quiere repatriar a Rusia a 500
comunistas más, para desembarazarse de estos "peligrosos agitadores".
Pero aunque
Norteamérica nos enviase no 500, sino 500.000 "agitadores" rusos,
norteamericanos, japoneses, franceses, la cosa no cambiaría, puesto que
subsistiría la desproporción de los precios, contra la cual no pueden hacer
nada Y no pueden hacer nada porque la propiedad privada se protege allí
rigurosamente, porque para ellos es "sagrada". No hay que olvidar que
la propiedad privada de los explotadores ha sido abolida sólo en Rusia. Los
capitalistas no pueden hacer nada contra esa desproporción de los precios, y
los obreros no pueden vivir con los antiguos salarios. Contra esta calamidad,
ningún viejo método sirve, ninguna huelga aislada, ni la lucha parlamentaria ni
la votación pueden hacer nada, porque la "propiedad privada es
sagrada", y los capitalistas han acumulado ales deudas que el mundo entero
está avasallado por un puñado de personas; por otra parte, las condiciones de
existencia de los obreros se hacen más y más insoportables. No hay más salida
que la abolición de la "propiedad privada" de los explotadores.
En su folleto
Inglaterra y la revolución mundial, del cual nuestro Noticiero del Comisariado
del Pueblo de Negocios Extranjeros de febrero de 1920 ha publicado valiosos
extractos, el camarada Lapinski indica que en Inglaterra los precios del carbón
de exportación han sido dos veces más elevados que los previstos por los medios
industriales oficiales.
En Lancashire se ha
llegado a una alza del valor de las acciones de un 40%. Los beneficios de los
bancos constituyen del 40 al 50% como mínimo, además se debe señalar que,
cuando se trata de determinar sus beneficios, todos los banqueros saben
encubrir la parte leonina no llamándola beneficios, sino disimulándola bajo la
forma de primas, bonificaciones, etc. Así es que también en este caso, los
hechos económicos indiscutibles muestran que la riqueza de un puñado ínfimo de
personas ha crecido de manera increíble, que un lujo inaudito rebasa todos los
límites, mientras que la miseria de la clase obrera no cesa de agravarse. En
particular, hay que señalar, además, una circunstancia que el camarada Levi ha
subrayado con extraordinaria claridad en su informe precitado: la modificación
del valor del dinero. Como consecuencia de las deudas, de la emisión de papel
moneda, etc., el dinero se ha desvalorizado en todas partes. La misma fuente
burguesa, que ya he citado, es decir, la declaración del Consejo Superior
Económico del 8 de marzo de 1920, estima que en Inglaterra la depreciación de
la moneda en relaci6n al dólar es aproximadamente de un tercio; en Francia, de
dos tercios, en cuanto a Alemania, llega hasta el 96%.
Este hecho muestra
que el "mecanismo" de la economía mundial se está descomponiendo por
entero. No es posible continuar las relaciones comerciales de las cuales
dependen, bajo el régimen capitalista, la obtención de materias primas y la
venta de los productos manufacturados; no pueden continuar precisamente por el
hecho de que toda una serie de países se hallan sometidos a uno solo, debido a
la depreciación monetaria. Ninguno de los países ricos puede vivir ni
comerciar, porque no puede vender sus productos ni recibir materias primas.
Así, pues, resulta
que Norteamérica misma, el país más rico, al que están sometidos todos los
demás países, no puede comprar ni vender. Y ese mismo Keynes, que ha conocido
todos los recovecos y peripecias de las negociaciones de Versalles, está
obligado a reconocer esta imposibilidad, pese a su firme decisión de defender
el capitalismo y a despecho de todo su odio al bolchevismo. Dicho sea de paso,
no creo que ningún manifiesto comunista, o, en general, revolucionario, pueda
compararse, en cuanto a su vigor, a las páginas en las que Keynes pinta a
Wilson y el "wilsonismo" en acción. Wilson fue el ídolo de los
pequeños burgueses y de los pacifistas tipo Keynes y de ciertos héroes de la II
Internacional (e incluso de la Internacional "II y media") que han
exaltado sus "14 puntos" y escrito hasta libros "sabios"
sobre las "raíces" de la política wilsoniana, esperando que Wilson
salvaría la "paz social", reconciliaría a los explotadores con los
explotados y realizaría reformas sociales. Keynes ha mostrado con toda
evidencia que Wilson ha resultado ser un tonto y que todas estas ilusiones se
han esfumado al primer contacto con la política práctica, mercantil y
traficante del capital, encarnada por los señores Clemenceau y Lloyd George.
Las masas obreras ven ahora cada vez más claramente por su experiencia vivida,
y los sabios pedantes podrían verlo a la sola lectura del libro de Keynes, que
las "raíces" de la política de Wilson estribaban sólo la necedad
clerical, la fraseología pequeño-burguesa y la total incomprensión de la lucha
de clases.
De todo eso dimanan
de modo completamente inevitable y natural dos condiciones, dos situaciones
fundamentales. De una parte, la miseria y la ruina de las masas se han acrecentado
de manera inaudita, y sobre todo en que concierne a 1.250 millones de seres
humanos, o sea, al 70% de la población del globo. Se trata de las colonias y
países dependientes, cuya población está privada de todo derecho jurídico de
países colocados "bajo el mandato" de los bandidos de las finanzas.
Y, además, la esclavitud de los países vencidos ha quedado sancionada por el
Tratado de Versalles y los acuerdos secretos relativos a Rusia, que a veces
tienen -es verdad- tanto valor como los papeluchos en los que se ha escrito que
debemos tantos y cuantos miles de millones. Presenciamos en la historia mundial
el primer caso de sanción jurídica de la expoliación, de la esclavitud, de la dependencia,
de la miseria y del hambre de 1.250 millones de seres humanos.
De otra parte, en
cada país que se ha vuelto acreedor, la situación de los obreros se ha hecho
insoportable. La guerra ha agravado al máximo todas las contradicciones
capitalistas, y en ello está el origen de esa profunda efervescencia
revolucionaria que no hace más que crecer, porque durante la guerra los hombres
se hallaban bajo el régimen de la disciplina militar, eran lanzados a la muerte
o amenazados de una represión militar inmediata. Las condiciones impuestas por
la guerra no dejaban ver la realidad económica. Los escritores, los poetas, los
popes y toda la prensa no hacían más que glorificar la guerra. Ahora que la
guerra ha terminado, las cosas han comenzado a desenmascararse. Está
desenmascarado el imperialismo alemán con su paz de Brest-Litovsk. Está
desenmascarada la paz de Versalles que debía ser la victoria del imperialismo y
ha resultado ser su derrota. El ejemplo de Keynes muestra, entre otras cosas,
cómo decenas y centenares de miles de pequeños burgueses, de intelectuales o
simplemente de personas un tanto desarrolladas y cultas de Europa y América han
tenido que emprender la misma senda que él, que ha presentado su dimisión y
arrojado a la cara de su gobierno el libro que desenmascaraba a éste. Keynes ha
mostrado lo que pasa y pasara en la conciencia de millares y centenares de
miles de personas cuando comprendan que todos los discursos sobre la "guerra
por la libertad", etc. no han sido más que puro engaño y que como
consecuencia de la guerra se ha enriquecido sólo una ínfima minoría, mientras
que los demás se han arruinado y han quedado reducidos a la esclavitud. En
efecto, el burgués Keynes declara que los ingleses, para proteger su vida, para
salvar la economía inglesa, deben conseguir ¡que entre Alemania y Rusia se
reanuden las relaciones comerciales libres! Pero ¿cómo conseguirlo? ¡Anulando
todas las deudas, como lo propone él! Esta es una idea que no pertenece sólo al
científico economista Keynes. Millones de personas llegan y llegarán a esta
idea. Y millones de personas oyen declarar a los economistas burgueses que no
hay más salida que la anulación de las deudas, que por consiguiente "¡malditos
sean los bolcheviques!" (que las han anulado, y ¡¡hagamos un llamamiento a
la "generosidad" de Norteamérica!!) Pienso que se debería enviar en
nombre del Congreso de la Internacional Comunista un mensaje de agradecimiento
a estos economistas que hacen agitación en favor del bolchevismo.
Si, de una parte, la
situación económica de las masas se ha hecho insoportable; si, de otra parte,
en el seno de la ínfima minoría de los países vencedores omnipotentes se ha
iniciado y se acelera la descomposición ilustrada por Keynes. Realmente
presenciamos la maduración de las dos condiciones de la revolución mundial.
Tenemos ahora ante
los ojos un cuadro algo más completo del mundo. Sabemos lo que significa esta
dependencia de un puñado de ricachones a la que están sujetos los 1.250
millones de seres colocados en condiciones de existencia inaguantables. De otro
lado, cuando se ofreció a los pueblos el Pacto de la Sociedad de Naciones, en
virtud del cual ésta declara que ha puesto fin a las guerras y que en adelante
no permitirá a nadie quebrantar la paz, cuando este pacto -última esperanza de
las masas trabajadoras del mundo entero- entró en vigor, eso fue para nosotros
la victoria más grande. Cuando aún no estaba en vigor, decían: es imposible no
imponer a un país como Alemania condiciones especiales; cuando haya un tratado,
ya verán cómo todo marchará bien. Pero cuando este pacto se publicó ¡los
enemigos furibundos del bolchevismo han tenido que renegar de él! Tan pronto
como el pacto empezó a entrar en vigor resulto que el grupito de países más
ricos, ¡este "cuarteto de gente gorda"! --Clemenceau, Lloyd George,
Orlando y Wilson-- quedó encargado de arreglar las nuevas relaciones. ¡Y cuando
pusieron en marcha la máquina del pacto, ésta llevó a la ruina total!
Lo hemos visto en
las guerras contra Rusia. Débil, arruinada, abatida, Rusia, el país más
atrasado, lucha contra todas las naciones, contra la alianza de Estados ricos y
poderosos que dominan al mundo, y sale vencedora de esta lucha. No podíamos
oponer fuerzas un tanto equivalentes y, sin embargo, fuimos los vencedores.
¿Por qué? Porque no había ni sombra de unidad entre ellos, porque cada potencia
actuaba contra otra. Francia quería que Rusia le pagase las deudas y se
convirtiese en una fuerza temible contra Alemania; Inglaterra deseaba el
reparto de Rusia, intentaba apoderarse del petróleo de Bakú y firmar un tratado
con los países limítrofes de Rusia. Entre los documentos oficiales ingleses figura
un libro que enumera con extraordinaria escrupulosidad todos los Estados (se
cuentan 14) que, hace medio año, en diciembre de 1919, prometían tomar Moscú y
Petrogrado. Inglaterra fundaba en estos Estados su política y les daba a
préstamo millones y millones. Pero hoy todos estos cálculos han fracasado y
todos los empréstitos se han perdido.
Esta es la situación
que ha creado la Sociedad de Naciones. Cada día de existencia de este pacto
constituye la mejor agitación en favor del bolchevismo. Porque los partidarios
más poderosos del "orden" capitalista nos muestran que, en cada
cuestión, se echan la zancadilla unos a otros. Por el reparto de Turquía,
Persia, Mesopotamia, China se arman querellas feroces entre el Japón, la Gran
Bretaña, Norteamérica y Francia. La prensa burguesa de estos países está llena
de los más violentos ataques y de las invectivas más acerbas contra sus
"colegas" porque les quitan ante sus propias narices el botín. Somos
testigos del total desacuerdo que reina en las alturas, entre este puñado
ínfimo de países más ricos. Es imposible que 1.250 millones de seres, que
representan el 70% de la población de la Tierra, vivan en las condiciones de
avasallamiento que quiere imponerles el capitalismo "avanzado" y
civilizado. En cuanto al puñado ínfimo de potencias riquísimas, Inglaterra,
Norteamérica, el Japón (que tuvo la posibilidad de saquear a los países de
Oriente, los países de Asia, pero no puede poseer ninguna fuerza independiente,
ni financiera ni militar, sin la ayuda de otro país), estos dos o tres países
no están en condiciones de organizar las relaciones económicas y orientan su
política a hacer fracasar la de sus asociados y "partenaires" de la
Sociedad de Naciones. De aquí se deriva la crisis mundial. Y estas raíces
económicas de la crisis constituyen la razón esencial del hecho de que la
Internacional Comunista consiga brillantes éxitos.
Camaradas: Ahora
vamos a abordar la cuestión de la Crisis revolucionaria como base de nuestra
acción revolucionaria. Y en ello necesitamos, ante todo, señalar dos errores extendidos.
De un lado, los economistas burgueses presentan esta crisis como una simple
"molestia", según la elegante expresión de los ingleses. De otro
lado, los revolucionarios procuran demostrar a veces que la crisis no tiene
absolutamente salida.
Esto es un error.
Situaciones absolutamente sin salida no existen. La burguesía se comporta como
una fiera insolentada que ha perdido la cabeza, hace una tontería tras otra,
empeorando la situación y acelerando su muerte. Todo eso es así. Pero no se
puede "demostrar" que no hay absolutamente posibilidad alguna de que
adormezca a cierta minoría de explotados con determinadas concesiones, de que
aplaste cierto movimiento o sublevación de Una parte determinada de oprimidos y
explotados. Intentar "demostrar" con antelación la falta
"absoluta" de salida sería vana pedantería o juego de conceptos y
palabras. En esta cuestión y otras parecidas, la verdadera "demostración"
puede ser únicamente la práctica. El régimen burgués atraviesa en todo el mundo
una grandísima crisis revolucionaria. Ahora hay que "demostrar" con
la práctica que los partidos revolucionarios que tienen suficiente grado de
conciencia, organización, ligazón con las masas explotadas, decisión y
habilidad a fin de aprovechar esta crisis para llevar a cabo con éxito la revolución
victoriosa.
Para preparar esa
"demostración" nos hemos reunido precisa y principalmente en el presente
Congreso de la Internacional Comunista.
Citaré como ejemplo
del grado en que aún domina el oportunismo entre los partidos que desean
adherirse a la III Internacional, del grado en que la labor de ciertos partidos
aún está lejos de la preparación de la clase revolucionaria para aprovechar la
crisis revolucionaria, a Ramsay MacDonald, jefe del "Partido Laborista
Independiente" inglés. En su libro El Parlamento y la Revolución, dedicado
precisamente a las cuestiones cardinales que ahora nos tienen ocupados también
a nosotros, MacDonald describe el estado de las cosas, poco más o menos en el
espíritu de los pacifistas burgueses. Reconoce que hay crisis revolucionaria, que
aumentan los sentimientos revolucionarios, que las masas obreras simpatizan con
el Poder soviético y la dictadura del proletariado (adviertan que se trata de
Inglaterra) que la dictadura del proletariado es mejor que la actual dictadura
de la burguesía inglesa.
Pero MacDonald no
deja de ser un pacifista y conciliador burgués hasta la médula, un pequeño
burgués que sueña con un gobierno que esté por encima de las clases. Reconoce
la lucha de clases sólo como "hecho descriptivo", como todos los
embusteros, sofistas y pedantes de la burguesía. Silencia la experiencia de
Kerenski, los mencheviques y los eseristas en Rusia, la experiencia homóloga de
Hungría, Alemania, etc., sobre la formación de un gobierno
"democrático", y, aparentemente, fuera de las clases. Adormece a su
partido y a los obreros que tienen la desgracia de tomar a este burgués por un
socialista, de tomar a este filisteo por un líder con las palabras:
"Sabemos que esto (o sea, la crisis revolucionaria, la efervescencia
revolucionaria) pasará, se calmará". La guerra originó inevitablemente la
crisis, pero después de la guerra, aunque no sea de golpe, "todo se
calmará".
Así escribe una
persona que es el jefe de un partido que desea adherirse a la III Internacional.
En ello vemos una denuncia de excepcional franqueza y tanto más valiosa de lo
que se observa con no menos frecuencia en las capas superiores del Partido
Socialista Francés y del Partido Socialdemócrata Independiente Alemán: no sólo
el no saber, sino también el no querer aprovechar la crisis revolucionaria en
sentido revolucionario, o, dicho de otro modo, el no saber y el no querer
llevar a cabo una verdadera preparación revolucionaria del partido y de la
clase para la dictadura del proletariado.
Ese es el mal
fundamental de numerosísimos partidos que hoy se apartan de la II Internacional.
Y precisamente por eso me detengo más en las tesis que propuse al presente
Congreso, en la determinación, de la manera más concreta y exacta posible, de
las tareas de preparación para la dictadura del proletariado.
Aduciré un ejemplo
más. Recientemente se ha publicado un nuevo libro contra el bolchevismo. Ahora
se publican en Europa y América muchísimos libros de ese género, y cuantos más
libros se publican contra el bolchevismo, tanto mayores son la fuerza y rapidez
con que crecen en las masas las simpatías por él. Me refiero al libro de Otto
Bauer ¿Bolchevismo o socialdemocracia? En él se muestra de modo evidente a los
alemanes qué es el mechenchevismo, cuyo ignominioso papel en la revolución rusa
ha sido suficientemente comprendido por obreros de todos los países. Otto Bauer
ha dado un panfleto menchevique de cabo a cabo, pese a haber ocultado su
simpatía por el menchevismo. Mas en Europa y América hace falta difundir ahora
nociones más exactas de lo que es el menchevismo pues éste es un concepto
genérico para todas las tendencias pretendidamente socialistas,
socialdemocrátas, etc., hostiles al bolchevismo. A nosotros, los rusos, nos aburriría
escribir para Europa qué es el menchevismo. Otto Bauer lo ha demostrado de
hecho en su libro, y agradecemos por anticipado a los editores burgueses y
oportunistas que lo publiquen y traduzcan a diferentes idiomas. El libro de
Bauer será un complemento útil, aunque original, para los manuales de
comunismo. Tomad cualquier párrafo, cualquier razonamiento de Otto Bauer y
demostrad dónde está ahí el menchevismo, donde las raíces de las concepciones
que llevan al proceder de los traidores al socialismo, de los amigos de
Kerenski, Scheidemann, etc.: tal será el problema que se podrá proponer con provecho
y éxito en los "exámenes" para comprobar si el comunismo ha sido
asimilado. Si uno no puede resolver este problema, no será aún comunista y
valdrá más que no ingrese en el Partido Comunista. (Aplausos.)
Otto Bauer ha expresado
magníficamente la esencia de las opiniones del oportunismo internacional en una
frase, por la que -si pudiéramos mandar libremente en Viena- deberíamos
erigirle un monumento en vida. El empleo de la violencia en la lucha de clases
de las democracias contemporáneas -ha dicho O. Bauer- sería una "violencia
sobre los factores sociales de la fuerza".
Probablemente os
parezca esto extraño e incomprensible. Es un modelo del grado a que han llevado
el marxismo, del grado de banalidad y defensa de los explotadores a que se
puede llevar la teoría más revolucionaria. Hace falta la variante alemana de
espíritu pequeñoburgués para obtener la "teoría" de que los
"factores sociales fuerza" son el número, la organización, el lugar
en proceso de producción y distribución, la actividad y la instrucción. Si un
obrero agrícola en el campo y un obrero industrial en la ciudad ejercen violencia
revolucionaria sobre el terrateniente y el capitalista, eso no es, ni mucho
menos, dictadura del proletariado, no es, ni mucho menos, violencia sobre los
explotadores y opresores del pueblo. Nada de eso. Es "violencia sobre los
factores sociales de la fuerza".
Quizás el ejemplo
que he puesto haya salido algo humorístico. Pero es tal la naturaleza del
oportunismo contemporáneo que su lucha contra el bolchevismo se convierte en un
chiste. Para Europa y América es de lo más útil y apremiante incorporar a la
clase obrera, a cuanto hay de pensante en ella, a la lucha del menchevismo
internacional (de los MacDonald, O. Bauer y Cía.) contra el bolchevismo. Aquí
debemos plantear la cuestión de cómo se explica la solidez de semejantes
tendencias en Europa y por qué ese oportunismo es más vigoroso en Europa
Occidental que en nuestro país. Pues porque los países adelantados han creado y
siguen creando su cultura con la posibilidad de vivir a expensas de mil
millones de habitantes oprimidos. Porque los capitalistas de estos paises
reciben mucho por encima de lo que podrían recibir como ganancia por el expolio
de los obreros de su país.
Antes de la guerra
se consideraba que tres países riquísimos: Inglaterra, Francia y Alemania
tenían unos ingresos de ocho mil millones a diez mil millones de francos
anuales, sin contar otros ingresos, sólo debido a la exportación de capital al
extranjero.
Es claro que de esta
respetable suma se pueden tirar quinientos millones, al menos, como migajas a
los dirigentes obreros, a la aristocracia obrera, como sobornos de todo género.
Y todo se reduce precisamente al soborno. Eso se hace por mil vías distintas:
elevando la cultura en los mayores centros, creando establecimientos de
enseñanza, fundando miles de cargos para dirigentes de cooperativas, para
líderes tradeunionistas y parlamentarios. Pero eso se hace por dondequiera que
existen relaciones capitalistas civilizadas contemporáneas. Y esos miles de
millones de superganancias son la base económica en que se apoya el oportunismo
en el movimiento obrero. En América, Inglaterra y Francia se observa una
obstinación mucho más tenaz de los dirigentes oportunistas, de la capa superior
de la clase obrera, de la aristocracia de los obreros; oponen una resistencia
mucho mayor al movimiento comunista. Y por eso debemos estar dispuestos a que
la curación de esta enfermedad de los partidos obreros europeos y americanos
transcurra con más dificultad que en estro país. Sabemos que desde la fundación
de la III Internacional se han obtenido enormes éxitos en el tratamiento de
esta enfermedad, pero aún no hemos llegado a extirparla definitivamente: la
obra de depurar en todo el mundo a los partidos obreros, a los partidos
revolucionarios del proletariado, de la influencia burguesa y oportunistas en
su propio medio aún está muy lejos de acabarse.
No me detendré en la
manera concreta cómo debemos realizar eso. De ello se habla en mis tesis, que
están publicadas. Aquí me incumbe señalar las profundas raíces económicas de
este fenómeno. Esta enfermedad se ha prolongado y su tratamiento se ha dilatado
más de lo que optimistas pudieran esperar. Nuestro enemigo principal es el
oportunismo. El oportunismo en la capa superior del movimiento obrero no es
socialismo proletario, sino burgués. Se ha demostrado en la práctica que los
políticos del movimiento obrero pertenecientes a la tendencia oportunista son
mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses. La burguesía no
podría mantenerse si ellos no dirigieran a los obreros. Eso lo demuestra no
sólo la historia del régimen de Kerenski en Rusia, sino la república
democrática en Alemania con su gobierno socialdemócrata al frente, lo demuestra
la actitud de Albert Thomas ante su gobierno burgués. Lo demuestra la
experiencia análoga de Inglaterra y los Estados Unidos. Ahí está nuestro
enemigo principal, y debemos vencerlo. Tenemos que salir del Congreso con la
firme resolución de llevar hasta el fin esa lucha en todos los partidos. Esa es
la tarea principal.
En comparación con
esa tarea, la corrección de los de la tendencia "izquierdista" en el
comunismo será una tarea fácil. En toda una serie de países se observa el
antiparlamentarismo, aportado no tanto por gente de la pequeña burguesía como
apoyado por algunos destacamentos avanzados del proletariado debido al odio que
tienen al viejo parlamentarismo, odio lógico, justo y necesario a la conducta
de los miembros de los parlamentos en Inglaterra, Francia, Italia y en todos
los países. Hay que dar indicaciones directrices de la Internacional Comunista,
dar a conocer mejor, más a fondo, a los camaradas, la experiencia rusa, el
alcance del verdadero partido político proletario. Nuestra labor consistirá en
cumplir esta tarea. Y la lucha contra estos errores del movimiento proletario,
contra estas faltas, será mil veces más fácil que la lucha contra la burguesía
que penetra balo el manto de reformistas en los viejos partidos de la II
Internacional y orienta toda su labor no en el espíritu proletario, sino en el
espíritu burgués.
Camaradas: Para concluir, me detendré a examinar otro
aspecto de la cuestión. El camarada presidente ha dicho aquí que esta asamblea
merece el calificativo de Congreso Mundial. Creo que tiene razón, sobre todo
porque se encuentran aquí no pocos representantes del movimiento revolucionario
de las colonias y de los países atrasados. Esto no es más que un modesto
comienzo, pero lo importante es que ya se ha dado el primer paso. La unión de
los proletarios revolucionarios de los países capitalistas, de los países avanzados,
con las masas revolucionarias de los países que carecen o casi carecen de proletariado,
con las masas oprimidas de las colonias, de los países de Oriente, se está produciendo
en este Congreso. La consolidación de esa unión depende de nosotros, yo estoy
seguro de que lo conseguiremos. El imperialismo mundial debe caer cuando el
empuje revolucionario de los obreros explotados y oprimidos de cada país,
venciendo la resistencia de los elementos pequeñoburgueses y la influencia de
la insignificante élite constituida por la aristocracia obrera, se funda con el
empuje revolucionario de centenares de millones de seres que hasta ahora habían
permanecido al margen de la historia y eran considerados sólo como objeto de
ésta.
La guerra
imperialista ayudó a la revolución. La burguesía sacó soldados de las colonias,
de los países atrasados, para hacerlos participar en esa guerra imperialista,
haciéndolos salir del estado de abandono en que se encontraban. La burguesía
inglesa inculcaba a los soldados de la India la idea de que los campesinos
hindúes debían defender a la Gran Bretaña de Alemania; la burguesía francesa
inculcaba a los soldados de las colonias francesas la idea de que los negros
debían defender a Francia. Y les enseñaron el manejo de las armas. Este
aprendizaje es extraordinariamente útil, y por ello podríamos expresarle a la
burguesía nuestro profundo agradecimiento, en nombre de todos los obreros y
campesinos rusos y sobre todo en nombre de todo el Ejército Rojo ruso. La
guerra imperialista ha hecho que los pueblos dependientes se incorporaren a la
historia universal. Y una de nuestras principales tareas del momento actual es
pensar el modo de colocar la primera piedra de la organización del movimiento
soviético en los países no capitalistas. Los Soviets son posibles en esos
países; no serán Soviets obreros, sino Soviets campesinos o Soviets de los
trabajadores.
Habrá que realizar
un gran trabajo, los errores serán inevitables y muchos serán los obstáculos
con que se tropezará en ese camino. La tarea fundamental del II Congreso
consiste en elaborar o trazar los principios de carácter práctico, a fin de que
el trabajo realizado hasta ahora en forma no organizada entre centenares de
millones de hombres, transcurra en forma organizada, cohesionada y sistemática.
Ha pasado poco más
de un año desde que se celebró el I Congreso de la Internacional Comunista y ya
aparecemos como vencedores de la II Internacional. Las ideas soviéticas no sólo
se difunden ahora entre los obreros de los países civilizados y no son sólo
ellos los que las conocen y comprenden. Los obreros de todos los países se ríen
de esos sabihondos -muchos de los cuales se llaman socialistas- que con aire
doctoral o casi doctoral se lanzan a disquisiciones sobre el
"sistema" soviético, como suelen expresarse los sistemáticos
alemanes, o sobre la "idea" soviética, término empleado por los
socialistas "gremiales" ingleses. Tales disquisiciones sobre el
"sistema" soviético o la "idea" soviética suelen enturbiar
a menudo los ojos y la conciencia de los obreros. Pero los obreros desechan han
esa basura pedantesca y empuñan el arma proporcionada por los Soviets. En los
países de Oriente se va comprendiendo también el papel y la importancia de los
Soviets.
El movimiento
soviético se ha iniciado en todo el Oriente, en toda Asía, en los pueblos de
todas las colonias.
La tesis de que los
explotados deben rebelarse contra los explotadores y crear sus Soviets no es demasiado
complicada. Después de nuestra experiencia, después de dos años y medio de
República Soviética en Rusia, después del I Congreso de la III Internacional,
la comprensión de esa tesis está al alcance de centenares de millones de seres
oprimidos por los explotadores en el mundo entero. Y si ahora, en Rusia, nos
vemos obligados con frecuencia a concertar compromisos y a dar tiempo al
tiempo, pues somos más débiles que los imperialistas internacionales, sabemos,
en cambio, que 1.250 millones de seres de la población del globo constituyen
esa masa cuyos intereses defendemos nosotros. Por ahora tropezamos con los
obstáculos, los prejuicios y la ignorancia, que con cada hora que pasa van
siendo relegados al pasado; pero cuanto más tiempo pasa, más nos vamos
convirtiendo en los representantes y los defensores efectivos de ese 70% de la
población del globo, de esa masa de trabajadores y explotados. Podemos decir
con orgullo que en el I Congreso éramos, en el fondo, tan sólo unos
propagandistas, que nos limitábamos a lanzar al proletariado de todo el mundo
unas ideas fundamentales, un llamamiento a la lucha, y preguntábamos: ¿dónde
están los hombres capaces de seguir ese camino? Ahora tenemos en todas partes
un proletariado de vanguardia. En todas partes hay un ejército proletario,
aunque en ocasiones esté mal organizado y exija una reorganización, y si
nuestros camaradas internacionales nos ayudan ahora a organizar un ejército
único, no habrá fallas que nos impidan realizar nuestra obra. Esa obra es la
revolución proletaria mundial, es la creación de la República Soviética
universal.
(Prolongados
aplausos.)