miércoles, 22 de enero de 2014

STALIN (SOBRE JEFATURA VIII)





LENIN
(J.STALIN)

Discurso pronunciado en una velada de los alumnos de la escuela militar del Kremlin.

(23 de enero de 1924)

(...)

UN ÁGUILA DE LAS MONTAÑAS


Llegué a conocer a Lenin en 1903. Por cierto, este conocimiento no fue personal. Nos conocimos por correspondencia. Pero ello me produjo una impresión indeleble, que no se ha desvanecido en todo el tiempo que llevo trabajando en el Partido.

Me encontraba entonces en Siberia, deportado. Al conocer la actuación revolucionaria de Lenin en los últimos años de la década del 90 del siglo XIX y, sobre todo, después de 1901, después de la publicación de lskra, me convencí de que teníamos en él a un hombre extraordinario. No era entonces a mis ojos un simple jefe del Partido; era su verdadero creador, porque solo él comprendía la naturaleza interna y las necesidades imperiosas de nuestro Partido. Cuando lo comparaba con los demás dirigentes de nuestro Partido, me parecía siempre que los compañeros de Iucha de Lenin - Plejánov, Mártov, Axelrod y otros - estaban a cien codos por debajo de él; que Lenin, en comparación con ellos, no era simplemente un dirigente, sino un dirigente de tipo superior, un águila de las montañas, al que era ajeno el miedo en la lucha y que llevaba audazmente el Partido hacia adelante, por los caminos inexplorados del movimiento revolucionario ruso. Esta impresión había calado tan hondo en mi alma, que sentí la necesidad de escribir de ello a un amigo íntimo, emigrado entonces en el extranjero, pidiéndole su opinión. Al cabo de algún tiempo, cuando ya me encontraba deportado en Siberia - era a fines de 1903 -, recibí una contestación entusiasta de mi amigo y, acompañándola, una carta sencilla, pero de profundo contenido, escrita por Lenin, a quien mi amigo había dado a conocer mi carta. La esquela de Lenin era relativamente corta, pero contenía una crítica audaz, una crítica valiente de la labor practica de nuestro Partido, así como una exposición magníficamente clara y concisa de todo el plan de trabajo del Partido para el periodo próximo. Sólo Lenin sabía escribir sobre las cosas mas complejas con tanta sencillez y claridad, con tanta concisión y audacia; en él, cada palabra, más que palabra, es un disparo. Esta esquela sencilla y audaz me reafirmó en el convencimiento de que en Lenin tenía nuestro Partido un águila de las montañas.


(...)

LA FIDELIDAD A LOS PRINCIPIOS

Los jefes de un partido no pueden menospreciar la opinión de la mayoría de su partido. La mayoría es una fuerza que un jefe no puede dejar de tener en cuenta. Lenin lo comprendia tan bien como cualquier otro dirigente del Partido. Pero Lenin nunca fue prisionero de la mayoría, sobre todo cuando la mayoría no se apoyaba en una base de principios. Hubo momentos en la historia de nuestro Partido en los que la opinión de la mayoría o los intereses momentáneos del Partido chocaban con los intereses fundamentales del proletariado. En tales casos, Lenin, sin vacilar, se ponía resueltamente al lado de los principios, en contra de la mayoría del Partido. Es más; en tales casos no temía luchar, literalmente, solo contra todos, estimando, como decía a menudo, que “una política de principios es la única política acertada".

(...)


EL GENIO DE LA REVOLUCIÓN


Lenin había nacido para la revolución. Fue realmente el genio de los estallidos revolucionarios y el supremo maestro en el arte de la dirección revolucionaria. Nunca se sentía tan a gusto, tan contento, como en la época de las conmociones revolucionarias. Con esto no quiero decir, de ninguna manera, que Lenin aprobaba toda conmoción revolucionaria o que se pronunciara siempre y en cualquier circunstancia a favor de los estallidos revolucionarios. De ningún modo. Quiero decir solamente que nunca la clarividencia genial de Lenin se manifestaba con tanta plenitud, con tanta precisión, como durante los estallidos revolucionarios. En los dias de virajes revolucionarios, literalmente se embellecía, se convertía en un vidente, intuía el movimiento de las clases y los zigzags probables de la revolución, como si los leyese en la palma de la mano. Con razón se decía en el Partido: "Ilích sabe nadar entre las olas de la revolución como el pez en el agua".

De aquí la “asombrosa" claridad de las consignas tácticas de Lenin y la “vertiginosa" audacia de sus planes revolucionarios.

Me vienen a la memoria dos hechos que subrayan particularmente esta peculiaridad de Lenin.

Primer hecho. Período en vísperas de la Revolución de Octubre, cuando millones de obreros, campesinos y soldados, empujados por la crisis en la retaguardia y en el frente, exigían la paz y Ia libertad; cuando el generalato y la burguesía preparaban una dictadura militar para hacer la "guerra hasta el fin"; cuando toda la sedicente “opinión pública" y todos los sedicentes "partidos socialistas" estaban contra los bolcheviques y los calificaban de "espías alemanes"; cuando Kerenski intentaba hundir al Partido Bolchevique en la clandestinidad y ya lo había conseguido en parte; cuando los ejércitos, todavía poderosos y disciplinados, de la coalición  austro-alemana se alzaban frente a nuestros ejércitos cansados y en estado de descomposición, y los «socialistas» de la Europa Occidental seguían, tranquilamente, en bloque con sus gobiernos, para hacer «la guerra hasta la victoria completa» ...

¿Qué significaba desencadenar una insurrección en aquel momento? Desencadenar una insurrección en tales condiciones, era jugárselo todo. Pero Lenin no temía el riesgo, porque sabía y veía con su mirada clarividente que la insurrección era inevitable, que la insurrección vencería, que la insurrección en Rusia prepararía el final de la guerra imperialista, que la insurrección en Rusia agitaría a las masas exhaustas del Occidente, que la insurrección en Rusia transformaría la guerra imperialista en guerra civil, que de esta insurrección nacería la República de los Soviets, que la República de los Soviets serviría de baluarte al movimiento revolucionario en el mundo entero.

Sabido es que aquella previsión revolucionaria de Lenin había de cumplirse con una exactitud sin igual.

Segundo hecho. Primeros días después de la Revolución de Octubre, cuando el Consejo de Comisarios del Pueblo intentaba obligar al faccioso general Dujonin, el comandante en jefe, a suspender las hostilidades y entablar negociaciones con los alemanes a fin de concertar un armisticio. Recuerdo como Lenin, Krilenko (el futuro comandante en jefe) y yo fuimos al Estado Mayor Central, en Petrogrado, para ponernos en comunicación con Dujonin por cable directo. Era un momento angustioso. Dujonin y el Cuartel General se habían negado categóricamente a cumplir la orden del Consejo de Comisarios del Pueblo. Los mandos del ejército se encontraban enteramente en manos del Cuartel General. En Cuanto a los soldados, se ignoraba lo que diría aquel ejército de catorce millones de hombres, subordinado a las llamadas organizaciones del ejército, que eran hostiles al poder de los Soviets. En el mismo Petrogrado, como es sabido, se gestaba entonces la insurrección de los cadetes. Además, Kerenski avanzaba en tren de guerra sobre Petrogrado. Recuerdo que, después de un momento de silencio junto al aparato, el rostro de Lenin se iluminó con una luz extraordinaria. Se veía que Lenin había tomado ya una decisión. “Vamos a la emisora de radio ― dijo Lenin ―; nos prestará un buen servicio: destituiremos, por orden especial, al general Dujonin, nombraremos comandante en jefe al camarada Krilenko y nos dirigiremos a los soldados por encima de los mandos, exhortándoles a aislar a los generales, a cesar las hostilidades, a entrar en contacto con los soldados austro-alemanes y a tomar la causa de la paz en sus propias manos".

Era un «salto a lo desconocido». Pero Lenin no tenía miedo a aquel «salto»; al contrario, iba derecho a él, porque sabía que el ejército quería la paz y que la conquistaría barriendo todos los obstáculos puestos en su camino, porque sabía que aquel modo de establecer la paz impresionaría, sin duda alguna, a los soldados austro-alemanes y daría rienda suelta al anhelo de paz en todos los frentes, sin excepción.

Es sabido que también esta previsión revolucionaria de Lenin había de cumplirse con toda exactitud.

Clarividencia genial, capacidad de aprehender y adivinar rápidamente el sentido interno de los acontecimientos que se avecinaban:  éste era el rasgo peculiar de Lenin que le permitía elaborar una estrategia acertada y una línea de conducta clara en los virajes del movimiento revolucionario.






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