(J.STALIN)
Discurso pronunciado en una velada de los alumnos de la escuela militar
del Kremlin.
(23 de enero de 1924)
(...)
UN ÁGUILA DE LAS MONTAÑAS
Llegué a
conocer a Lenin en 1903. Por cierto, este conocimiento no fue personal. Nos
conocimos por correspondencia. Pero ello me produjo una impresión indeleble,
que no se ha desvanecido en todo el tiempo que llevo trabajando en el Partido.
Me encontraba
entonces en Siberia, deportado. Al conocer la actuación revolucionaria de Lenin
en los últimos años de la década del 90 del siglo XIX y, sobre todo, después de
1901, después de la publicación de lskra, me convencí de que teníamos en
él a un hombre extraordinario. No era entonces a mis ojos un simple jefe del
Partido; era su verdadero creador, porque solo él comprendía la naturaleza
interna y las necesidades imperiosas de nuestro Partido. Cuando lo comparaba
con los demás dirigentes de nuestro Partido, me parecía siempre que los
compañeros de Iucha de Lenin - Plejánov, Mártov, Axelrod y otros - estaban a
cien codos por debajo de él; que Lenin, en comparación con ellos, no era
simplemente un dirigente, sino un dirigente de tipo superior, un águila de las
montañas, al que era ajeno el miedo en la lucha y que llevaba audazmente el
Partido hacia adelante, por los caminos inexplorados del movimiento
revolucionario ruso. Esta impresión había calado tan hondo en mi alma, que
sentí la necesidad de escribir de ello a un amigo íntimo, emigrado entonces en
el extranjero, pidiéndole su opinión. Al cabo de algún tiempo, cuando ya me
encontraba deportado en Siberia - era a fines de 1903 -, recibí una
contestación entusiasta de mi amigo y, acompañándola, una carta sencilla, pero
de profundo contenido, escrita por Lenin, a quien mi amigo había dado a conocer
mi carta. La esquela de Lenin era relativamente corta, pero contenía una
crítica audaz, una crítica valiente de la labor practica de nuestro Partido,
así como una exposición magníficamente clara y concisa de todo el plan de
trabajo del Partido para el periodo próximo. Sólo Lenin sabía escribir sobre
las cosas mas complejas con tanta sencillez y claridad, con tanta concisión y
audacia; en él, cada palabra, más que palabra, es un disparo. Esta esquela
sencilla y audaz me reafirmó en el convencimiento de que en Lenin tenía nuestro
Partido un águila de las montañas.
(...)
LA FIDELIDAD A LOS PRINCIPIOS
Los jefes de un
partido no pueden menospreciar la opinión de la mayoría de su partido. La
mayoría es una fuerza que un jefe no puede dejar de tener en cuenta. Lenin lo
comprendia tan bien como cualquier otro dirigente del Partido. Pero Lenin nunca
fue prisionero de la mayoría, sobre todo cuando la mayoría no se apoyaba en una
base de principios. Hubo momentos en la historia de nuestro Partido en los que
la opinión de la mayoría o los intereses momentáneos del Partido chocaban con
los intereses fundamentales del proletariado. En tales casos, Lenin, sin
vacilar, se ponía resueltamente al lado de los principios, en contra de la
mayoría del Partido. Es más; en tales casos no temía luchar, literalmente, solo
contra todos, estimando, como decía a menudo, que “una política de principios
es la única política acertada".
(...)
EL GENIO DE LA REVOLUCIÓN
Lenin había
nacido para la revolución. Fue realmente el genio de los estallidos revolucionarios
y el supremo maestro en el arte de la dirección revolucionaria. Nunca se sentía
tan a gusto, tan contento, como en la época de las conmociones revolucionarias.
Con esto no quiero decir, de ninguna manera, que Lenin aprobaba toda conmoción
revolucionaria o que se pronunciara siempre y en cualquier circunstancia a
favor de los estallidos revolucionarios. De ningún modo. Quiero decir solamente
que nunca la clarividencia genial de Lenin se manifestaba con tanta plenitud,
con tanta precisión, como durante los estallidos revolucionarios. En los dias
de virajes revolucionarios, literalmente se embellecía, se convertía en un
vidente, intuía el movimiento de las clases y los zigzags probables de la
revolución, como si los leyese en la palma de la mano. Con razón se decía en el
Partido: "Ilích sabe nadar entre las olas de la revolución como el pez en
el agua".
De aquí la
“asombrosa" claridad de las consignas tácticas de Lenin y la
“vertiginosa" audacia de sus planes revolucionarios.
Me vienen a la
memoria dos hechos que subrayan particularmente esta peculiaridad de Lenin.
Primer hecho.
Período en vísperas de la Revolución de Octubre, cuando millones de obreros,
campesinos y soldados, empujados por la crisis en la retaguardia y en el
frente, exigían la paz y Ia libertad; cuando el generalato y la burguesía
preparaban una dictadura militar para hacer la "guerra hasta el fin";
cuando toda la sedicente “opinión pública" y todos los sedicentes
"partidos socialistas" estaban contra los bolcheviques y los calificaban
de "espías alemanes"; cuando Kerenski intentaba hundir al Partido
Bolchevique en la clandestinidad y ya lo había conseguido en parte; cuando los
ejércitos, todavía poderosos y disciplinados, de la coalición austro-alemana se alzaban frente a nuestros
ejércitos cansados y en estado de descomposición, y los «socialistas» de la
Europa Occidental seguían, tranquilamente, en bloque con sus gobiernos, para
hacer «la guerra hasta la victoria completa» ...
¿Qué significaba
desencadenar una insurrección en aquel momento? Desencadenar una insurrección
en tales condiciones, era jugárselo todo. Pero Lenin no temía el riesgo, porque
sabía y veía con su mirada clarividente que la insurrección era inevitable, que
la insurrección vencería, que la insurrección en Rusia prepararía el final de
la guerra imperialista, que la insurrección en Rusia agitaría a las masas
exhaustas del Occidente, que la insurrección en Rusia transformaría la guerra
imperialista en guerra civil, que de esta insurrección nacería la República de
los Soviets, que la República de los Soviets serviría de baluarte al movimiento
revolucionario en el mundo entero.
Sabido es que
aquella previsión revolucionaria de Lenin había de cumplirse con una exactitud
sin igual.
Segundo hecho.
Primeros días después de la Revolución de Octubre, cuando el Consejo de
Comisarios del Pueblo intentaba obligar al faccioso general Dujonin, el comandante
en jefe, a suspender las hostilidades y entablar negociaciones con los alemanes
a fin de concertar un armisticio. Recuerdo como Lenin, Krilenko (el futuro
comandante en jefe) y yo fuimos al Estado Mayor Central, en Petrogrado, para
ponernos en comunicación con Dujonin por cable directo. Era un momento
angustioso. Dujonin y el Cuartel General se habían negado categóricamente a
cumplir la orden del Consejo de Comisarios del Pueblo. Los mandos del ejército
se encontraban enteramente en manos del Cuartel General. En Cuanto a los
soldados, se ignoraba lo que diría aquel ejército de catorce millones de
hombres, subordinado a las llamadas organizaciones del ejército, que eran
hostiles al poder de los Soviets. En el mismo Petrogrado, como es sabido, se
gestaba entonces la insurrección de los cadetes. Además, Kerenski avanzaba en
tren de guerra sobre Petrogrado. Recuerdo que, después de un momento de
silencio junto al aparato, el rostro de Lenin se iluminó con una luz
extraordinaria. Se veía que Lenin había tomado ya una decisión. “Vamos a la
emisora de radio ― dijo Lenin ―; nos prestará un buen servicio: destituiremos,
por orden especial, al general Dujonin, nombraremos comandante en jefe al
camarada Krilenko y nos dirigiremos a los soldados por encima de los mandos,
exhortándoles a aislar a los generales, a cesar las hostilidades, a entrar en
contacto con los soldados austro-alemanes y a tomar la causa de la paz en sus
propias manos".
Era un «salto a
lo desconocido». Pero Lenin no tenía miedo a aquel «salto»; al contrario, iba
derecho a él, porque sabía que el ejército quería la paz y que la conquistaría
barriendo todos los obstáculos puestos en su camino, porque sabía que aquel
modo de establecer la paz impresionaría, sin duda alguna, a los soldados
austro-alemanes y daría rienda suelta al anhelo de paz en todos los frentes,
sin excepción.
Es sabido que
también esta previsión revolucionaria de Lenin había de cumplirse con toda
exactitud.
Clarividencia
genial, capacidad de aprehender y adivinar rápidamente el sentido interno de los
acontecimientos que se avecinaban: éste
era el rasgo peculiar de Lenin que le permitía elaborar una estrategia acertada
y una línea de conducta clara en los virajes del movimiento revolucionario.
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