LA MUJER EN EL DESARROLLO SOCIAL
Aleksándra Kolontái
En este período terrible de
la posguerra luchan rabiosamente las mujeres de los países capitalistas contra
su doble explotación: el trabajo asalariado al servicio del capital y la
maternidad. Por el contrario, en nuestro Estado de trabajadores hemos abolido
las costumbres de vida tradicionales que habían convertido a la mujer en una esclava.
Sólo la colaboración de las mujeres en el Partido Comunista ruso ha hecho
posible la creación de una vida nueva totalmente. Pero las cuestiones tan
decisivas para la vida de las mujeres sólo se resolverán definitivamente cuando
la mujer se integre completamente en nuestra economía popular. Por el
contrario, en la sociedad capitalista no hay salida para ese dilema, pues el
trabajo en el hogar cerrado unifamiliar complementa el sistema de economía
capitalista.
La liberación de la mujer puede convertirse en realidad sólo después
de una revolución radical de las normas tradicionales de comportamiento. Pero
este proceso presupone un cambio profundo de la forma de producción; por
consiguiente, la implantación de una economía comunista. Nosotras mismas somos
testigos, hoy día, de este amplio proceso revolucionario de las normas de
conducta. Por eso, también en nuestra rutina, la liberación de la mujer es
parte integrante natural de nuestra vida.
13. La
dictadura del proletariado: la revolución de las costumbres de vida
Hablamos durante la última lección de la revolución en las
costumbres de vida bajo la dictadura del proletariado. Naturalmente, este
proceso no se limita sólo a la instalación de cantinas populares públicas y casas
de maternidad, a la introducción de la protección legal a la madre y al sistema
estatal de educación. Las transformaciones sociales hasta el momento son más
amplias y sustancialmente más radicales y abarcan casi todas las
manifestaciones de la vida. Este proceso se manifiesta con especial claridad en
la modificación de costumbres y formas de pensar tradicionales. Las
generaciones de futuros científicos de la historia estudiarán por eso nuestra
época actual con un gran interés, ya que vivimos en un tiempo en el que hemos
roto consecuentemente con lo heredado de antiguo. Construimos un nuevo
ordenamiento social y económico y surgen relaciones nuevas entre los seres
humanos; y además todo esto se desarrolla con una rapidez enorme.
Por eso en este momento no nos encontramos en situación de juzgar
hasta qué punto nuestra sociedad ha desarrollado ya proyecciones para un futuro
de esperanza. Porque sencillamente estamos ciegos ante los brotes jóvenes pero
ya capaces de vida, que han madurado en los campos de batalla de la guerra
civil. Por eso todavía no podemos contemplar bien esos brotes porque están
cubiertos por las ruinas del pasado y porque nuestros propios ojos están
cegados por las lágrimas y la sangre. Pero también incluso allí donde quedaron
enterrados bajo el polvo de los últimos siglos los sedimentos fueron al
principio fustigados y luego derribados finalmente por el violento huracán que
se desató por la lucha rabiosa de dos mundos. Y aunque nuestra grandiosa
iniciativa ha tenido el caro precio de la sangre derramada, hemos emprendido la
iniciación. Hemos hecho saltar el hielo de tantos siglos y el sol caliente de
la primavera sonríe a la tierra liberada. Los vivaces arroyos primaverales
se llevan los témpanos de hielo y dejan la tierra limpia. Echad un vistazo alrededor
de Rusia. ¿Es éste quizá el mismo país que hace cinco años? ¿Son éstos los
mismos obreros, campesinos o incluso «pequeños burgueses» que conocimos durante
la dictadura zarista? Su forma de pensar, sus sentimientos, el contenido de su
trabajo, todo ha cambiado. En una palabra, en la república reina hoy una
atmósfera completamente distinta a la de antes. Siempre que uno de nosotros
viaja hoy a un país
capitalista tiene allí la sensación de volver a vivir de nuevo en
otro siglo diferente, porque nosotros juzgamos el presente de esos pueblos que
han quedado rezagados desde la atalaya del futuro. Por nuestras propias experiencias
hemos aprendido a conocer concretamente el futuro que nuestros hermanos y
hermanas de los países capitalistas sólo comprenden todavía teóricamente, pero
no por su propia práctica. A veces nos estremecemos cuando nos hacemos cargo de
qué «listos» somos ya, en realidad, y qué tesoro de experiencias nos ha
proporcionado la revolución. Es decir, que precisamente esas experiencias, por
un lado, nos han despegado de nuestro propio pasado, que de hecho no queda muy
lejos en el tiempo y que como antes es extraordinariamente actual, y, por el
otro lado, nos ha acercado simultáneamente al futuro. Por eso nos es más fácil
mirar al futuro que al pasado. En comparación con nuestros contemporáneos
poseemos una gran ventaja a causa de nuestros febriles experimentos y de nuestra
búsqueda del «camino más corto» para el comunismo comprendemos ahora los
problemas más rápidamente que antes de la revolución. Aunque hemos cometido
muchos errores, nuestro experimento revolucionario es un intento audaz e
importante para cambiar las condiciones de vida de tal manera que una
colectividad que abarca muchos millones llegue a controlar las fuerzas ciegas
de la economía capitalista por medio de un esfuerzo de voluntad organizado. Con
la revolución de los trabajadores en Rusia comienza un nuevo capítulo en la
historia de la humanidad, aunque el camino para el comunismo sea todavía muy
largo y fatigoso: por lo menos hemos puesto la base para la ordenación de la
sociedad comunista y se ha convertido el proletariado de su propia capacidad y
con esa conciencia de su papel histórico lucha sin vacilar por su objetivo
final, ya que ese objetivo final desde hace tiempo no es ya una mera ilusión
futura; la clase trabajadora puede hoy mismo, si alarga las manos tanteando el
futuro, tocar la realidad comunista con las puntas de sus dedos.
Las transformaciones sociales que se han desatado a consecuencia de
la revolución de octubre se reflejan con peculiar claridad en el pensamiento
subjetivo de los trabajadores y en su
concepto de la vida. Hablad con los trabajadores: ¿piensan como antes de la
revolución? Antes de la revolución no tenían ninguna confianza en sí mismos.
Esos trabajadores parecían con frecuencia esclavos sumisos, estaban amargados, empobrecidos,
atemorizados y aislados. En la conciencia de estos trabajadores se hallaban las
normas de derecho del injusto ordenamiento social por el que se encontraban
constantemente oprimidos, fuera de época y sin posibilidad de cambio. Si
entonces alguno hubiera dicho a los trabajadores: «Vosotros podéis adueñaros
del mando en cuanto se lo proponga el ejército de millones de proletarios», los
trabajadores habrían movido la cabeza con recelo.
¿Y hoy? Naturalmente, el proletariado sufre mucho, de momento, por
la falta de alimentos, artículos textiles y calzados. Es claro que la clase
trabajadora, en estos días, tiene que sacrificarse, pero a pesar de todo ha
adquirido una conciencia propia y es hoy una fuerza social. Pero de todos los
cambios es con mucho el más importante la convicción del proletariado de que la
sociedad podrá modificarse de raíz si la clase trabajadora no se da por
satisfecha con la reforma de la legislación o de las relaciones interhumanas,
sino que quiere cambiar toda la sociedad bajo su dirección. La dictadura de los
zares, industriales y grandes propietarios se diferencia totalmente en su
contenido de la dictadura del proletariado, y hoy día la clase trabajadora es el
director de obra de una nueva sociedad. Bien puede ser que la clase trabajadora
no sea siempre el director de obra más hábil, pero es decisivo, de momento, que
haya tomado posesión del poder del Estado. El triunfo más grande, hasta ahora,
en la historia de la humanidad trabajadora es que el desarrollo legítimo de la
acumulación derivada en el período de transición sea regida por la
colectividad. Aclararemos este proceso por medio del papel que desempeñan hoy
las mujeres, pues su conciencia ha cambiado de forma aún más perceptible que la
de los varones. Para la mayoría de las mujeres es ya totalmente normal que el trabajo
en colectividad ha producido una «conciencia social» y una solidaridad
interhumana. Estas mujeres se sienten responsables ante la sociedad. Si
recordamos que las mujeres han sido educadas durante siglos a centrar en la
familia particular el contenido más importante de su vida, este hecho es algo
revolucionario.
Tanto la que trabaja en la industria como la esposa del obrero que
no actúa profesionalmente están completamente convencidas de que son ciudadanos
del Estado con plenitud de derechos. Incluso cuando la mujer no realiza ningún
trabajo social tiene necesidad de ratificarse a sí misma. Esas mujeres nos
hacen indicaciones sobre el trabajo en su hogar y sobre la educación de sus
hijos y critican que nosotros no dispongamos todavía de suficientes
instalaciones para los niños y que la comida de las cantinas populares públicas
sea en realidad detestable. Cuando todo esto se ponga de una vez en orden
tendrán también la posibilidad de ejercer actividades políticas en la sección
femenina del partido o en los sindicatos. Por tanto la revolución no sólo ha
liberado a la mujer de la atmósfera cerrada y asfixiante de la familia aislada
y le ha facilitado por fin el acceso a la sociedad, sino que le ha
proporcionado con rapidez increíble un sentimiento de solidaridad con la
colectividad. El gran éxito del movimiento «subbótnico» (bajo este nombre se
comprende el «sábado comunista»: un día de trabajo voluntario dedicado a tareas
no pagadas, pero útiles socialmente para la reconstrucción) es un ejemplo
impresionante de esa tendencia. Tanto trabajadoras que pertenecen a la
organización del partido, como las que no pertenecen, esposas -que no trabajan-
de familias obreras y campesinas han colaborado voluntariamente en nuestros
sábados comunistas. Por ejemplo, en 1920 tomaron parte en 16 distritos un total
de 150.000 mujeres activas profesionalmente. Claro que esto es señal de que las
mujeres van adquiriendo una conciencia social y comprenden que, en el barullo
general de la guerra civil, únicamente con los esfuerzos comunes de la
colectividad pueden combatirse y vencer definitivamente las enfermedades, el
hambre y el frío. Este movimiento sabático voluntario complementa el trabajo
general obligatorio y el trabajo forzoso, y ya no se le considera como opresivo
como antes, cuando los trabajadores eran todavía esclavos asalariados. El
trabajo se ha convertido en un deber social, solo comparable con aquel que
realizaba para la colectividad, durante la prehistoria humana, todo miembro de
la tribu. Observad las brigadas de mujeres que no pertenecen al partido que
abandonan sus hogares y acuden puntualmente al comienzo de su «subbotnik». Esas
mujeres barren las calles, quitan la nieve, cosen uniformes para los soldados
de nuestro ejército rojo, limpian los hospitales y los cuarteles, etc. Muchas
de estas mujeres tienen familia y cuando vuelven a casa les esperan allí unas
tareas que las tienen que realizar irremisiblemente. Pero a pesar de esto se ha
formado en nuestras mujeres una conciencia de que para ellas es muy ventajoso
desatender algo su propio pequeño hogar aislado y colaborar en la economía del
pueblo. Por eso dejan sus labores domésticas a medio hacer en su casa y
realizan dentro del movimiento «subbótnico» trabajos útiles y urgentes
socialmente.
Pero probablemente algunas de vosotras dirá ahora: «Bueno, pero eso
en realidad se refiere sólo a una minoría de obreras y campesinas no afiliadas
al partido.» Naturalmente que tenéis toda la razón al opinar así. Pero cada vez
son más las mujeres y no menos, y además es muy importante que no sean
únicamente comunistas, sino también no afiliados al partido. Esta minoría educa
con su ejemplo a la mayoría. Hablad sino con una trabajadora que no haya
participado nunca en un «subbotnik». Con qué pasión y violencia defiende su
derecho a desatender ese trabajo voluntario. Tiene a su disposición un número
increíble de argumentos, ya que moralmente tiene derecho a rehuir ese trabajo.
Pero los últimos cuatro años han agudizado de tal manera la conciencia de
nuestras mujeres sobre la conexión entre la reconstrucción de nuestra economía
popular y la satisfacción de sus necesidades personales que todas reaccionan de
forma muy parecida ante esta cuestión. Pues, por un lado, no hay combustible,
y, por el otro, están sin embargo sin hacer nada una serie de vagones de
mercancías en la estación local. A un «subbotnik» se le ocurre que esos vagones
deben descargarse. Otro ejemplo: una epidemia contagiosa invade la ciudad; por
lo tanto la población tiene que organizar un «subbotnik» para limpiar como es
debido las calles de la ciudad. En una situación tan apurada la clase
trabajadora condena, como es lógico, a quien no está dispuesto a aportar su
contribución, insignificante en sí misma, a ese trabajo voluntario pero muy
útil socialmente. Y precisamente esa misma gente exige del soviet local que
provea a sus necesidades. A causa de estos hechos surge un Nuevo código moral
entre los trabajadores y cada vez se impone más un nuevo concepto: el de
«desertor de la producción».
En la sociedad burguesa el trabajador flojo y vago es censurado ciertamente,
por un lado, pero, por el otro, la burguesía defiende la idea de que el trabajo es cuestión
privada. Pero si tú no tienes ganas de trabajar, o te mueres de hambre o tienes
que hacer que otro trabaje para ti. Este último supuesto, el llamado «espíritu
de empresa», goza de estima especial en los países capitalistas y la burguesía
condena a una calavera solo cuando no trabaja por su propia cuenta sino por la
de un empresario capitalista. Si, por ejemplo, un obrero vende su fuerza de
trabajo a un empresario, pero únicamente emplea en parte esa fuerza de trabajo
en el proceso laboral, entonces el empresario defiende el punto de vista de que
ha sido engañado porque su plusvalía ha disminuido. Claro está que la burguesía
condena tal actitud negligente del obrero. Pero, por otro lado, el hijo de un
burgués o aristócrata a quien han concedido su puesto de trabajo por la mera
razón de su apellido y categoría social, puede ser el mayor maula y vago sin que
la burguesía desapruebe su deserción dela producción. Pues «la misma persona
debe decidir si trabaja o no. Es un asunto personal y totalmente privado». Este
es el concepto de la burguesía. Por favor, observad también en este argumento
que, por ejemplo, un labrador independiente que dirige o administra mal sus cultivos
o un pequeño empresario cuyo negocio se arruina no son criticados porque
producen perjuicios económicos, sino porque no fueron capaces de darse cuenta
mejor de sus intereses económicos propios. La forma de producción de nuestra
república de trabajadores se diferencia fundamentalmente de la de las
sociedades burguesas. En la práctica del proceso de producción socialista, los
que realizan actividades laborales son educados en un espíritu totalmente
nuevo, piensan y sienten de forma muy diferente a la de antes y naturalmente
esta concepción del trabajo exige una gran autodisciplina. Por lo demás esta
conciencia ha creado relaciones radicalmente nuevas de las personas entre sí,
que también regulan de forma original la conexión entre la colectividad y el individuo.
Por el contrario, las normas de comportamiento interhumano de las sociedades
burguesas casi siempre regulan únicamente las relaciones mutuas de los
individuos particulares, mientras que la conexión del particular con la
sociedad en conjunto sólo alcanza una importancia de segundo rango. En el
imperio zarista existían muy pocas normas de comportamiento que regularan los
deberes del individuo para con la sociedad y en mucho menos número de las
normas análogas que establecían las relaciones de los hombres entre sí. Entre
los deberes del particular para con la sociedad burguesa se encontraban en la
Rusia zarista especialmente el deber de defender a la patria y de servir
fielmente al zar. El mandamiento «no matarás» se relativizaba en la práctica en
circunstancias coyunturales. Entonces tenía excepcional importancia,
naturalmente, la larga lista de leyes y disposiciones que garantizaban el
derecho a la propiedad privada y a otras prerrogativas: «no robarás», «no seas
perezoso», «no pretendas a la mujer casada», «no engañes en los negocios; debes
ser ahorrador».Por el contrario, en nuestra sociedad proletaria las normas de
conducta ponen en claro los intereses de la comunidad. Si tus acciones no
perjudican a la colectividad, no afectan tampoco a ningún ciudadano. Pero,por
otra parte, se han abolido en nuestra república de trabajadores muchas formas
de comportamiento que en la sociedad burguesa se consideraban respetables. ¿Qué
concepto tenía, por ejemplo, la sociedad burguesa del hombre de negocios?
Mientras llevaba los libros conforme a los reglamentos, no se declaraba en
quiebra fraudulenta, no se dejaba atrapar en alguna estafa, o engañara de una u
otra forma a la clientela, el hombre de negocios recibía en la sociedad
burguesa el título honorífico de «ciudadano irreprochable» o «señor decente».
Durante la revolución nos vimos obligados a cambiar radicalmente de criterio
sobre estos hombres de negocios porque el «ciudadano intachable» de antaño se
metamorfoseó en especulador. No concedimos a estos ciudadanos precisamente
títulos honoríficos; todo lo contrario, pues entregamos esos señores a «checa»
que luego los instaló en campamentos de trabajo. ¿Y por qué hicimos eso? Porque
sabíamos perfectamente que sólo podemos construir el comunismo si todos los
adultos, ciudadanos del Estado, realizan un trabajo productivo. Pero quien, en
lugar de trabajar él mismo, quiere vivir a costa ajena es un perjuicio para el
Estado y la sociedad y por eso persigue la política a todos los accionistas,
comerciantes, acaparadores, es decir, a todos los individuos que sin trabajar
ellos mismos viven del trabajo de los demás.
Estas personas son condenadas por nosotros de la forma más dura. Pero
a causa del nuevo sistema de producción nacen nuevos modos de conducta.
Naturalmente es imposible que podamos convertir a todas las personas dentro de
tres, cuatro o diez años en fanáticos comunistas. Pero, por otro lado, vemos
que en la mayor parte surge una nueva conciencia. Este proceso es muy
importante y en realidad deberíamos estar sorprendidos de la rapidez con que
nuestro modo de pensar y nuestros sentimientos se han adaptado a la nueva
evolución social y de que surjan ya nuevas formas de conducta. Esta evolución
la notamos más claramente si estudiamos la relación entre hombre y mujer. Ha cedido
la resistencia de la familia particular durante la guerra civil y este hecho lo
podemos estudiar no solamente en Rusia, sino en todos los países que
participaron en la guerra. Al principio creció la participación del trabajo
femenino en la producción y este fenómeno produjo una mayor independencia económica
de la mujer y además un aumento en el número de hijos habidos fuera del
matrimonio. Personas que se amaban se unían ahora sin preocuparse ya de
prejuicios de la sociedad burguesa o de la Iglesia. Incluso el Estado burgués
se vio obligado a tratar a los hijos ilegítimos en las familias de los soldados
como a los legítimos, al menos económicamente. En la república soviética el
matrimonio perdió cada vez más su importancia. Ya en los primeros meses después
de la revolución se abolió el matrimonio canónico y se derogaron todas las
diferencias legales existentes entonces entre los hijos legítimos y los
ilegítimos. (La secularización consecuente del matrimonio fue asegurada
legalmente por el decreto «del matrimonio civil», de 18 de diciembre de 1917, y
«del divorcio», de 19 de diciembre. Otro paso importante en esa dirección fue el
decreto sobre «separación de la Iglesia y el Estado», de 23 de enero de 1918.
En el párrafo 107 del código burgués zarista se consideraba al marido «tutor»
de su esposa. Esta no podía tener carnet de identidad personal, su nombre iba
incluido en el de su marido. Hasta la revolución de octubre la mujer casada
estuvo obligada legalmente a «obedecer al marido» como jefe de la familia, a
permanecer en su amor, respeto y acatamiento y a mostrarle como ama de casa
toda atención y adhesión. En el párrafo 108 del mismo código se decía: «La
esposa debe someterse a la voluntad del marido.»)
La implantación del trabajo obligatorio, que acompañó a esas
medidas, contribuyó asimismo a que la mujer fuera reconocida como un factor
independiente en nuestra sociedad. En los países burgueses el matrimonio es un contrato bilateral, acreditado por los padrinos de
boda y declarado inviolable e indisoluble por la bendición divina. Por un
lado, se obligaba el marido a sustentar a su mujer, y, por el otro, se
obligaba a la esposa a proteger la propiedad de su marido y a cuidada, a servir al
marido y a sus hijos -por consiguiente, a los herederos de su hacienda-, a ser
siempre fiel a su marido y a no recargar la familia con hijos extramatrimoniales,
pues por el adulterio de la mujer se podría alterar el equilibrio del hogar
familiar. Por eso es también perfectamente lógico que la adúltera sea
perseguida sin indulgencia por la ley burguesa, mientras que al mismo tiempo
procede frente al adúltero con lenidad, porque las extralimitaciones del marido
no ponen en peligro la existencia del hogar privado. ¿Habéis pensado alguna vez
por qué discrimina a la madre soltera la ordenación social burguesa? La
contestación es muy sencilla: ¿quién debe responder del niño si la relación
amorosa no está legalizada? O deben cuidar del niño los padres de la «muchacha
caída», lo que naturalmente no va en interés de la familia de la chica, o los
establecimientos estatales o locales deben sufragar los gastos, y esto tampoco
va en interés del Estado burgués, al que asusta la financiación de las tareas
sociales.
Por otro lado, debéis tener en consideración, naturalmente, que
desde mediados del último siglo la mujer se ha ido independizando del hombre
cada vez más financiera y económicamente, porque ella se sustenta con su propio
trabajo. Precisamente desde ese momento ha cambiado algo la postura de la
sociedad burguesa respecto al niño nacido fuera del matrimonio. En una serie de
novelas y estudios científicos se trata ahora del «derecho» de la mujer y madre
y se defiende el derecho a la existencia de la madre soltera. Hoy existe en nuestra
república de trabajadores (al menos en las ciudades) la tendencia a sustituir
el hogar particular privado por nuevas formas sociales de vida y consumo
colectivas -es decir, por creación de casas-comuna, cantinas populares
públicas, etc. La mujer con actividad profesional recibe su propia cartilla de abastecimiento
y está surgiendo una tupida red de instituciones sociales estatales. Por eso se
ha modificado el carácter del matrimonio y la sociedad conyugal descansa ya en
la mutua simpatía y no en cálculos económicos. (Naturalmente todavía se dan
excepciones a esta regla, de las que trataremos más tarde.) Por eso ya no es
necesario que los que se aman se casen porque cada uno de ellos tiene una
opción a vivienda, combustible, alimentos y ropa que están garantizados por sus
tickets y por gratificaciones especiales de la propia empresa. Y la cuantía de
la retribución depende del rendimiento del trabajador. Casándose no mejora la
situación material de cada uno. En los distritos del campo, donde nuestra
república de trabajadores a causa de su gran penuria no está en condiciones de
cumplir estas obligaciones sociales y de conseguir los objetivos de producción
planeados, la gente tiene que acudir a la oferta de artículos en el mercado
negro y esto tiene como consecuencia que siga existiendo el hogar familiar
privado, que los mismos miembros de la familia organicen el suministro de
combustible, etc. A causa de estos hechos el matrimonio continúa siendo una institución
económica y, por ejemplo, una mujer puede llegar a una situación en la que
tenga que recurrir avivir con un hombre no porque le ame, sino porque dispone
de una habitación en una casa-comuna. O también a que un hombre se case con una
mujer porque sencillamente con doble ración de leña puede calentar mejor su
piso. Tales fenómenos son indignos y repugnantes. Pero no superaremos estos
residuos de nuestro pasado mientras no consigamos que desaparezca el caos
económico general en nuestra república de trabajadores. A pesar de todo, la
tendencia evolutiva que domina en general indica que el contrato oficial
dematrimonio en la actual república soviética apenas lleva consigo ventajas
materiales y que también por eso aumentan constantemente las relaciones
amorosas libres.
Ciertamente prevé el decreto «sobre el matrimonio civil que ambos
cónyuges están obligados a cuidar el uno del otro si uno de ellos no puede
trabajar; sin embargo esta disposición tiene en cuenta el carácterespecial del
período de transición en el que la república de trabajadores no está todavía en
situación de crearlas necesarias instituciones sociales, de elevar el nivel
colectivo de la vida y de alimentar a los ciudadanos inhábiles para el trabajo.
Pero las circunstancias actuales desaparecerán por sí solas en el futuro tan
pronto como la economía del pueblo se ponga en marcha. Entonces organizaremos
inmediatamente las instituciones sociales y la disposición que hemos citado ya
no desempeñará en la práctica ningún papel. ¿Pues qué significa exactamente esa
disposición «cuidar del cónyuge incapaz de trabajar», si cada uno de los
esposos tiene asignada por su trabajo su propia ración? No significa nada más
que uno de los esposos tiene que repartir su ración con el otro. Y en realidad
pocas personas habrá dispuestas a hacerlo. Además ambos consortes se
dirigirían, en una situación estabilizada, a las organizaciones estatales que
normalmente sean responsables de la asistencia a los ciudadanos enfermos. Y los
enfermos serán enviados a un hospital o sanatorio o a asilos para los inválidos
de guerra o por ancianidad. Ninguna persona reprocharía por eso a su cónyuge sano,
aunque la disposición arriba citada sigue disponiendo en efecto que no la
sociedad, sino el otro cónyuge, debe tomar a su cargo la asistencia económica
del esposo incapacitado para el trabajo. Además me parece a mí totalmente
correcto que en una situación semejante el esposo -aunque las dos personas se sigan
amando- se libere de las obligaciones para con su cónyuge que el citado decreto
prescribe. En estos casos es misión de toda la sociedad tomar a su cuenta la
carga de esa asistencia, pues toda la colectividadestá obligada a atender
materialmente a sus miembros mientras estén incapacitados para el trabajo. Es
decir, que esa persona mientras pudo trabajar produjo por medio de su actividad
los bienes de consumo que hoy distribuye la sociedad también a los ciudadanos
enfermos, ancianos o inválidos. Por lo tanto él mismo ha producido las
provisiones para las raciones necesarias.
Ante nuestros ojos se está produciendo un fuerte cambio en las
costumbres matrimoniales. Pero es particularmente digno de mención que esta
nueva conciencia y las modernas formas de comportamiento que se van dibujando
se imponen también en muchas familias burguesas. Pues desde el momento que las
mujeres burguesas -esos antiguos parásitos- colaboran en las instituciones
sociales de los soviets locales y muchas se ganan el propio pan por primera
vez, consiguen también una posición de independencia ante sus maridos. Y más de
una vez llega a ganar la mujer más que su esposo y en esa situación se
transforma en jefe de familia la que en otro tiempo estaba sumisa y humillada;
ella va a trabajar y su marido se queda en casa, hace astillas, enciende la
estufa y va al mercado de compra. Antes, éstas, que hace unos años eran damas elegantes,
sufrían un ataque de histeria si su esposo no quería comprarles un sombrero
nuevo para la primavera o un par de zapatos; hoy, esas mujeres saben muy bien
que ya no tienen nada que esperar de su marido; por eso reservan sus ataques
histéricos para el director de sección de su autoridad estatal o para el jefe de
su oficina para conseguir así una asignación especial o una ración
extraordinaria.
Pero, en justicia, también tenemos que reconocer que muchas mujeres
que antes pertenecían a los círculos más elevados han superado los grandes
esfuerzos del periodo de transición mucho mejor que sus esposos intelectuales
languidecientes. Porque estas mujeres han aprendido a combinar, por un lado, su
hogar, y, por el otro, su profesión, y han luchado valientemente por la vida a
pesar de todas las dificultades y fracasos. Por eso es muy corriente que podamos
encontrar incluso en las familias de la alta burguesía iniciativas para
la racionalización de los trabajos domésticos. Además también existe en esas
familias, con mucha frecuencia, una inclinación a hacer uso del consumo colectivo
y a enviar asimismo a sus hijos a los jardines de la infancia públicos. En una
palabra, que por lo tanto también aquí se comprueba un aflojamiento de los
lazos familiares. Y esa tendencia momentánea se hará aún más fuerte en el
futuro y la familia burguesa se extinguirá. En su lugar llegará un nuevo tipo
de familia -la colectividad trabajadora-. En esa nueva forma fundamental
conviven las personas unidas no por vínculos de sangre, sino ligadas
solidariamente por el trabajo, sus intereses y sus deberes comunes y se educan
mutuamente. Nuestro nuevo sistema económico y las actuales condiciones de
producción crean una nueva conciencia.
Esta nueva forma de sociedad creará también un nuevo ser humano: una
persona que piense y sienta realmente en comunista. Tan pronto como el
matrimonio no constituya ninguna ventaja material para los interesados, ese
matrimonio se hace inestable. Observad, por favor, que el número de divorcios
es hoy ya mucho mayor que antes pues cuando el amor y la inclinación han dejado
de existir ya no intentan los interesados, como antes era normal, continuar a
cualquier precio la vida conyugal para salvar las apariencias. La comunidad ya
no consiste en un hogar o en los deberes comunes del padre y de la madre
respecto al hijo. Y también se pone cada vez más en discusión el ritual de la
ceremonia religiosa. Naturalmente este nuevo criterio no se ha impuesto todavía
en todos los lugares; pero sin duda ya lo defienden muchas personas y terminará
por prevalecer entre la masa de nuestra sociedad cuando se desarrollen las
nuevas formas de comportamiento comunista y sean aceptadas generalmente. En el
comunismo la vida en el matrimonio quedará limpia de toda reliquia material.
Por eso, por ejemplo, en nuestra república de trabajadores hemos separado
también de la vida matrimonial la cocina sustituyéndola por las cantinas
populares públicas. La intensidad de la relación entre dos personas depende en
realidad no solamente de la posibilidad de fundar un «hogar». Antes, cuando un
hombre se quería casar, tenía que calcular primero si en definitiva se
podía permitir ese lujo. Si para él era ventajoso sustentar a su esposa, y esto
dependía de si la novia recibía de sus padres una dote interesante. Sobre estos
supuestos intentaban luego los miembros de la pareja «construir su propio
nido». Los que tenían dinero se compraban una vivienda propia; los que carecían
de él adquirían un «samovar» (aparato para hacer té). Pero en todo caso las
parejas fundaban su hogar familiar y vivían juntos como era su deber. Si la pareja
se resquebrajaba, se iban distanciando, pero, a pesar de ello, seguían viviendo
juntos la mayoría de las veces. Por el contrario, hay hoy muchas parejas que se
aman y sin embargo no viven juntos. Con bastante frecuencia, una de estas
parejas acude a la administración local y de acuerdo con el decreto de 18 de
diciembre de 1917 se inscriben como matrimonio, aunque no vivan juntos en
absoluto. Quizá la mujer habite en un extremo de la ciudad y el marido en el
opuesto. Y es posible que ella viva en Moscú y él en Taschkent. Registran su
matrimonio sólo para manifestarse mutuamente que su relación la «toman
enserio», pues estando enamorados el uno del otro quieren declarar en seguida
que su amor es eterno. Pero, por otro lado, apenas se ven porque ambos trabajan
y sus tareas y otros deberes sociales tienen preferencia ante la vida privada.
Este tipo de matrimonio se da con frecuencia particularmente entre los miembros
del partido, pues entre los comunistas está muy desarrollado el sentido del
deber. Por favor, no olvidéis que antes ,especialmente las mujeres, aspiraban a
un «hogar propio», ya que no podían imaginarse la vida conyugal sin un fogón
exclusivo; de otra manera les parecía que quedaba incompleto su matrimonio.
Hoy, por el contrario, es el hombre quien habla de qué sensato sería poder
denominar propiedad del matrimonio a una vivienda propia con cocina propia y
qué bonito sería si su mujer pudiera estar día y noche junto a él. Las mujeres,
y muy especialmente el creciente número de las trabajadoras de la industria que
ejercen su actividad en las fábricas de la república de trabajadores, no quieren
ni oír hablar ya del «hogar propio»; «Antes de meterme en la vida familiar con
sus menudencias inherentes, prefiero separarme. Porque ahora puedo por fin trabajar
por la revolución. Si me metiera en esa historia, la pringaría. No. En ese caso
es mejor que me separe.» Los hombres tienen que someterse a esa decisión. Como
es natural, no todos aceptan voluntariamente esta nueva conciencia de sus
mujeres e incluso ha ocurrido que el marido ha arrojado al fuego el carnet del
partido perteneciente a su mujer porque le indignaba que ésta se preocupara más
por su trabajo y por la sección femenina que por él y el hogar familiar. Pero
las mujeres no deben dejarse impresionar por estos casos especiales, que deben
interpretarse en su conjunto total: hay en nuestra república de trabajadores
una tendencia en evolución hacia la disolución del matrimonio. Si analizamos la
evolución social y económica entre nosotros está completamente claro que «la
colectivización del trabajo descompondrá y por fin hará desaparecer más tarde o
más temprano la familia individual burguesa tradicional». La postura de la
sociedad que ha cambiado respecto a la madre soltera es otro indicio de esa evolución
que debemos exclusivamente a las condiciones económicas transformadas y
naturalmente al hecho de que se reconozca a la mujer en la actualidad como una
fuerza de trabajo independiente. Mostradme el hombre que se niegue todavía hoy a
casarse con una mujer a la que quiere sólo porque no sea «virgen». La «pureza»
en la sociedad burguesa constituía una condición necesaria para la boda porque
sólo así se podia proteger la propiedad privada. Quiero decir que el origen del
niño era importante en aquella sociedad por dos motivos: primero, para asegurar
la sucesión hereditaria, pues únicamente los hijos propios debían heredar, y, en
segundo lugar, para garantizar el cuidado del niño por el padre. Por el
contrario, en nuestra república de trabajadores la propiedad privada ya no
juega ningún papel; es decir, que los padres no pueden transmitir su fortuna a
sus hijos. Por eso es también totalmente indiferente en qué familia llega al
mundo el niño, pues lo importante es sólo ese niño, por lo tanto el trabajador
futuro.
Nuestra república de trabajadores se ha obligado a cuidar de los
niños independientemente de que procedan de un matrimonio inscrito legalmente o
de una relación libre. De esta evolución ha nacido una nueva imagen de mujer y
madre. En nuestra república de trabajadores atendemos a toda madre exactamente igual
si está casada como si no lo está, y también con independencia de que el padre
haya reconocido o no al hijo como propio. Pero, como es natural, seguimos
tropezando en la práctica con residuos del pasado; por ejemplo, al llenar
formularios se nos hace esta pregunta anticuada: ¿es usted casada o soltera? En
la milicia incluso se exigen certificados matrimoniales. Estos ejemplos, como
es lógico, sólo manifiestan que todavía sigue siendo la influencia del pasado y
que la clase trabajadora no ha podido liberarse de la noche a la mañana de
todos los prejuicios del pretérito burgués. Sin embargo, por otro lado, vemos
también progresos inequívocos. Por ejemplo, ¿qué muchacha o mujer soltera se
suicida en la actualidad? Sencillamente ya nadie se atreve a afirmar que un
hijo fuera del matrimonio sea una «deshonra». Por lo tanto, en nuestra
sociedad, el matrimonio se convierte cada vez más en asunto privado de los
interesados, mientras la maternidad, y ciertamente con independencia del
matrimonio, es una misión social de extraordinaria importancia. Por el contrario,
la sociedad sólo puede y debe intervenir en las relaciones matrimoniales cuando
ambos cónyuges o uno de ellos se encuentran enfermos. Pero este problema constituye
un capítulo especial y las autoridades sanitarias deben preparar las
disposiciones pertinentes.
Pero no solamente ha cambiado nuestra relación respecto al
matrimonio y a la familia, sino también nuestro criterio frente a la
prostitución. Las distintas formas del fenómeno de la prostitución que existen
en las ociedad burguesa, y van en aumento, retroceden cada vez más en nuestra
república de trabajadores. Esa prostitución es consecuencia de la situación
social insegura de la mujer y de su dependencia del hombre. Desde que nos
preocupamos de que la implantación del trabajo general obligatorio se extienda
a todo trabajo, naturalmente ha retrocedido también la prostitución
profesional. En los lugares donde sigue existiendo esa prostitución en nuestra
república de trabajadores es combatida por las autoridades. Pero la combatimos
no porque la consideremos un delito contra las buenas costumbres, sino porque
se trata de una forma del fenómeno de «deserción de la producción», ya que una
prostituta profesional no aumenta con su trabajo la riqueza de la sociedad,
sino que en realidad vive de la ración de otros. Por eso condenamos la
prostitución y la combatimos como una forma de negarse a trabajar. Las
prostitutas no son ante nuestros ojos una categoría de seres especialmente
reprobables, y en definitiva en nuestra república de trabajadores no juega
ningún papel si ahora una mujer vende su cuerpo a muchos hombres o solamente a
uno; por consiguiente, si se mantiene a costa de un marido o como prostituta
profesional a costa de muchos hombres. Pues en ambos casos las mujeres no se
alimentan con su propio trabajo productivo. Por eso todas las mujeres que no
acuden al trabajo general obligatorio, y no tienen en su familia niños pequeños
a quienes atender, son castigadas a trabajos forzosos exactamente como las
prostitutas. Y no le sirve de nada a la esposa el estar casada con un comisario
político, porque nosotros juzgamos igual a todos los desertores de la
producción. La sociedad en conjunto no reprocha a una mujer el que se acueste
con muchos hombres, sino porque como la esposa casada legalmente, pero que no
ejercita ninguna actividad profesional, escurre el bulto al trabajo productivo.
El criterio de nuestra sociedad ante este problema constituye una forma
totalmente original de contemplarlo, porque se trata por primera vez esta
cuestión bajo el aspecto de las relaciones sociales en conjunto.
Entre nosotros, la prostitución está condenada a desaparecer y en
nuestras grandes ciudades, por ejemplo, en Moscú y Petrogrado, ya no existen en
la actualidad, en contraste con otros tiempos, 10.000 prostitutas, sino
solamente, a lo más, unos cientos. Esto significa un gran progreso, pero sin
embargo no podemos hacemos ninguna ilusión sobre este problema ni afirmar de
antemano que se haya solucionado definitivamente entre nosotros. Los actuales
salarios laborales de las mujeres no garantizan una seguridad social
suficiente. Pero mientras la mujer siga todavía dependiendo del hombre a causa
de las circunstancias económicas caóticas y embarulladas, seguirá produciéndose
también entre nosotros la prostitución pública y encubierta. ¿No es quizá una
forma de prostitución que una secretaria del soviet local entable relaciones
con su jefe, aunque no le ame, sólo porque quiere progresar o porque necesita
una ración suplementaria? ¿O si una mujer se acuesta con un hombre para
conseguir un par de botas altas y a veces únicamente por un poco de azúcar o de
harina? ¿O cuando una mujer se casa con un hombre nada más que porque posee una
habitación propia en una casa-comuna? ¿No se trata de una forma encubierta de
prostitución cuando una obrera o campesina, que va con el saco vacío en busca
de provisiones, se entrega al revisor para que le proporcione un asiento en el
vagón del ferrocarril? ¿O cuando una mujer cohabita con el jefe de un puesto
de control para que le permita pasar un saco de harina?
Naturalmente todo eso es una forma de prostitución y para las
mujeres muy degradante, detestable yamarga, y que además perjudica a la conciencia social. Y a esto se
añade que esta clase de prostitución pone en peligro la salud del pueblo por
medio de la propagación de enfermedades venéreas y mina la moral de la población.
A pesar de ello debemos comprender que existe una notable diferencia entre la
forma clásica de prostitución y estas nuevas manifestaciones que ahora
aparecen. Por que las mujeres que vendían antes su cuerpo eran expulsadas de la
sociedad y estampilladas como rameras. Los hombres que abusaban de esas mujeres
se creían además con perfecto derecho a ofenderlas. Estas mujeres no se
atrevían ni siquiera a protestar de que estampillaran su «carnet amarillo» como
rameras. Desde que la mujer tiene su propia carta de trabajo, ya no está sujeta
a la ley de la «oferta y la demanda». Si hoy una mujer entabla relaciones con
un hombre por consideraciones estrictamente materiales, a pesar de todo busca
uno que le agrade; porque el motivo económico -que también en nueve de diez
matrimonios burgueses juega un papel importante- hoy ya no tiene tanta
preponderancia; y además ese hombre se porta de manera muy distinta que
respecto a una «chica de la calle» con la mujer con la que entra en relaciones
a base de tal convenio. El hombre intentará imponerse a la mujer, pero ésta no
lo aguantará y cuando se canse le despedirá y con mucha más rapidez que lo haría
una esposa legítima. Mientras las mujeres trabajen, como antes, en los oficios
peor pagados, seguirá existiendo la forma encubierta de prostitución, pues por
lo pronto necesita una fuente complementaria de ingresos para poder subsistir.
Mientras esto siga así es de todo punto indiferente si una se casa por motivos
económicos o se entrega ocasionalmente a la prostitución.
Desde luego, el rumbo momentáneo de la economía amenaza otra vez a
las mujeres con el fantasma de la falta de trabajo. (Lenin exigió en el X
Congreso del Partido Comunista ruso la implantación inmediata de la «Nueva
Economía Política» -N. E. P.- para crear por fin una relación más estrecha
entre el proletariado y los campesinos.) Esta tendencia ya se nota ahora
respecto a las mujeres y originará como última consecuencia un aumento de la
prostitución profesional; el curso momentáneo de nuestra política económica
frena asimismo el desarrollo de una nueva conciencia y podemos observar día
tras día cómo este proceso impide también el nacimiento de una nueva relación
realmente comunista entre el hombre y la mujer. Pero no es éste el lugar adecuado
para analizar esta nueva tendencia política, aunque ella podría provocar un
renacimiento de las condiciones pasadas. Pero la actuación de la clase
trabajadora está dirigida al futuro y para el proletariado internacional es
posiblemente menos importante, en la construcción del comunismo, cómo nos
volvemos a adaptar hoya condiciones económicas ya sobrepasadas. Por eso es de
más trascendencia para el proletariado internacional lo que ya hemos conseguido
en el tiempo de esplendor de la dictadura del proletariado. Debéis asumir
reflexivamente la tentativa de crear una nueva conciencia y utilizarla para
vosotras. A pesar de todo es un hecho que el carácter del matrimonio se ha
modificado. Los lazos tradicionales de la familia se hacen más débiles y la
maternidad es hoy un deber social. Como es natural, en la lección de hoy no
hemos tratado, ni mucho menos, de todos los intentos que hemos iniciado bajo la
dictadura del proletariado para transformarlas tradiciones y las costumbres. En
la próxima lección volveremos sobre este tema. Pero otra vez recalcaré expresamente:
las experiencias prácticas en los años de revolución depende sólo de su
posición en la producción, por lo tanto, de que la mujer participe en el trabajo
de la sociedad, pues el trabajo de la familia individual privada convierte a la
mujer en esclava. Únicamente puede liberar a la mujer el trabajo socialmente
útil.