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sábado, 24 de marzo de 2018

LA REVOLUCIÓN Y LAS MUJERES: C. ZETKIN


Clara Zetkin (1921)

Tras la derrota de Alemania en la I Guerra Mudial, en 1918 estalla la Revolución de Noviembre. El 7 de noviembre se proclaman dos repúblicas: Philipp Scheidemann, exministro del II Reich, proclama la República desde el Reichstag mientras Karl Liebknecht proclamaba la República Libre y Socialista de Alemania.

El 9 de noviembre abdica el kaiser Guillermo II. El 10 de noviembre se forma un gobierno provisional, dirigido por la socialdemocracia, y finalmente, en el Congreso Pan-aleman de Consejos, donde la socialdemocracia, Partido Socialdemócrata Aleman (SPD) y los socialistas independientes (USPD), era mayoría y opuesta a la dictadura del proletariado, aprueba su disolución y la convocatoria de unas elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de redactar una Constitución republicana, con un único objetivo: salvar el viejo Estado, pasando de una monarquía a una república democrático-burguesa.

Comprendiendo que la columna vertebral del viejo Estado es el ejército, desde el inicio de la Revolución de Noviembre el SPD trabaja para formar tanto sus propias fuerzas de choque, como  para reforzar al ejército reaccionario. Frente a las milicias espartaquistas (Fuerzas Republicanas de soldados) el SPD organiza las Fuerzas de Defensa Republicanas, leales al gobierno provisional y al viejo Estado. Después intentó neutralizar a la milicia comunista tratando de integrárla dentro de una nueva fuerza de choque contrarrevolucionaria llamada la Fuerza de Voluntarios del Pueblo, sin éxito. Los espartaquistas mantienen la independencia de su milicia de obreros y soldados. El apuntalamiento del ejército reaccionario comienza con la creación de los “Cuerpos Libres”, grupos paramilitares formados por veteranos soldados y oficiales del derrotado Ejército Imperial, el primero de ellos nace en Kiel, creado por el alcalde de la ciudad, Gustav Noske del SPD, donde se agruparon oficiales y marineros leales al viejo Estado en una unidad que se llamó "Brigada de Hierro". Los "Cuerpos Libres" se extendieron por toda Alemania.

El 30 de diciembre de 1918 los espartaquistas fundan el KPD (Partido Comunista Alemán) y en enero de 1919 el Partido Comunista encabeza la insurrección contra el  Estado reaccionario y su gobierno "socialista", por la instauración de la dictadura del proletariado. La revolución fue derrotada por el ejército reaccionario que actuó conjuntamente con los "Cuerpos Libres", bajo la dirección del gobierno del SPD. El 15 de enero, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht son asesinados. El camino que siguió la República de Weimar no fue el "socialismo" por vía pacífica anunciado por Kautsky, sino el fascismo y la guerra.

El texto que presentamos está escrito tras la Revolución de Noviembre y antes del aplalstamiento de la isurrección de enero de 1919 por el gobierno socialdemócrata del SPD. Este es el contexto en el que Clara Zetkin hace su llamamiento a la movilización de la mujer obrera en función de la toma del Poder y la destrucción del viejo Estado.

Cuestión fundamental del maoísmo: el Poder para el proletariado, que separa al feminismo proletario, no solamente del feminismo burgués liberal, sino también del feminismo burgués revisionista.



                        LA REVOLUCIÓN Y LAS MUJERES
                                       Clara Zetkin


                                        22 de noviembre de 1918

Hasta ayer mismo en el Reichstag y en los Landtag de los Estados federales se juraba solemnemente que nosotras, las mujeres, todavía no estábamos «maduras» para asumir nuestra tarea de ciudadanas equiparadas al lado de los hombres. Hasta ayer mismo «inmaduras» para poder decidir la nómina de un guardia nocturno en Buxtehude, hoy, declaradas «maduras», electoras y elegibles con derechos iguales, ya somos capaces de pronunciarnos sobre las decisiones más importantes de la vida política del país, y sobre su ordenación económica.

En realidad, también las mujeres deben participar, mediante el derecho de voto democrático, a la elaboración de las leyes fundamentales que conciernen a la forma de gobierno y a las instituciones del Estado. Esta debe ser la tarea de las anunciadas asambleas nacionales constituyentes que tendrán lugar en la «gran» y en la «pequeña» patria; sin embargo, la tarea principal de estas asambleas debería ser, según el deseo de las clases poseedoras, el de arrancar el poder político de las manos proletarias en nombre de la engañosa consigna «salvaguarda de la democracia», bloqueando con ello la vía para la construcción de una auténtica democracia integral.

También las mujeres deben poderse pronunciar sobre esta alternativa: república burguesa o república socialista o, en otras palabras: dominio de clase político-formal moderado por parte de los usurpadores de la riqueza social, o bien el poder político en manos de los productores de la riqueza social. La política socialista radical que remodele completamente «la antigua, decrépita hacienda», es decir, el Estado opresor capitalista y la economía de explotación capitalista y la transforme en un sistema socialista, en una sociedad de libres e iguales; o bien una política de concesiones, de armonía entre burgueses y proletarios, una política sin principios que recurre a remiendos políticos y económicos con el fin de preservar la sociedad capitalista. ¡También las mujeres debemos decidir respecto a estas alternativas vitales para el pueblo alemán y en su decisión quedará demostrada la madurez política de la mujer!

Las mujeres alemanas no debemos olvidar nunca que nuestra equiparación política no es el premio a una lucha victoriosa, sino el regalo de una revolución que han soportado las masas proletarias, y que llevaba escrito en su estandarte: ¡democracia integral y todos los derechos para el pueblo! ¡Plenos derechos también para las mujeres! ¿Acaso nosotras, mujeres, no somos pueblo, la mitad del pueblo, y por tanto la mitad del sacrificio de millones de hombres al imperialismo, y nunca como ahora la mitad más grande del pueblo alemán? ¿Y acaso no somos nosotras, las mujeres, en aplastante mayoría, el pueblo trabajador que acrecienta la riqueza material y cultural de la sociedad? Al pueblo trabajador pertenece la obrera de la fábrica, la empleada y la maestra, la pequeña campesina, pero también el ama de casa que, mediante sus cuidados y su trabajo, prepara y cuida la casa para sus pequeños huéspedes; al pueblo trabajador pertenece sobre todo la madre cuya contribución tiene el mayor de los valores: una descendencia sana y fuerte de cuerpo y espíritu, cuya obra enriquece el tesoro de la humanidad. Al margen de esta gran comunidad de hermanas solamente se encuentran aquellas señoras que viven a costa de la explotación del trabajo de los demás y que carecen de actividad autónoma; estas señoras no participan en aumento del patrimonio social, sino sólo en su consumo.

La revolución ha dado a las mujeres trabajadoras sus derechos civiles sin preguntar antes si la mayoría los había reivindicado, sin averiguar si habíamos luchado para conseguirlos. La revolución ha hecho posible también que la valiente lucha de sus vanguardias garantice la capacidad, la voluntad de todas para asumir sus deberes de ciudadanas.

Ahora se trata de que las mujeres paguen esta deuda de reconocimiento hacia la revolución y demuestren que la confianza que en ellas había puesto es perfectamente correspondida. ¡Demostremos nuestro orgullo y nuestra valentía!  No recibamos sin dar nada a cambio; no nos dejemos asustar por los espectros del pasado; por el contrario, enfrentémonos al futuro con ímpetu y decisión. La revolución está amenazada. Por todo el Reich las fuerzas de la reacción y de la contrarrevolución están intentando salir del escondrijo en el que la revuelta de las masas les ha obligado a refugiarse.

Las clases poseedoras empiezan a organizarse y armarse para arrancar al pueblo trabajador el poder político apenas conquistado. Sus agentes en la prensa, en la administración pública, en los parlamentos tomados por la revolución, empiezan a entrar en escena. Los conservadores están descubriendo que tienen un corazón democrático y los demócratas burgueses se dan cuenta de que su acción debe ser de tipo conservador, que más allá del límite que determinan los intereses de clase burgueses, el principio democrático debe abdicar en favor de la praxis capitalista. Los enemigos ocultos del poder revolucionario del proletariado son más peligrosos que los enemigos desenmascarados. La democracia burguesa, esta árida fórmula jurídica, se prepara para estrangular la viva democracia proletaria de la cual la revolución ha sido su primer paso.

La reivindicación de asambleas nacionales constituyentes para el Reich y para los Estados federales es la sábana que debe encubrir el intento, por parte de las clases poseedoras, de reconquistar el poder político. Reparto del poder político entre todos los estratos y clases de la población: ¡qué bien suena, cómo suena a justo y democrático! Y sin embargo, la piel de cordero disfraza al lobo. Sólo existen dos posibilidades: o el proletariado detenta todo el poder político para la realización de su objetivo final: la superación del capitalismo por el socialismo, o bien el proletariado no detenta ningún poder, sino sólo una parte mínima del mismo para poder realizar reformas que no amenacen el sistema capitalista, sino que por el contrario lo refuercen. Un reparto de poder entre la clase obrera y la burguesía siempre acaba desembocando en un dominio de la clase burguesa, siempre acaba siendo una moderada dictadura de la clase poseedora y explotadora.

El campo de escombros en el que la guerra mundial ha convertido el sistema capitalista exige de inmediato, si el pueblo trabajador no quiere verse en la ruina, la reconstrucción de la sociedad sobre bases socialistas. El socialismo, no en tanto que teoría social, sino como praxis social, es el imperativo del momento. Las tareas impuestas por la adquisición de bienes alimenticios y materias primas, por la desmovilización, por la reconstrucción de la economía completamente disgregada, solamente pueden ser realizada mediante soluciones socialistas si se quiere que las masas populares no se conviertan en las víctimas de una situación insostenible. El apoyo de la lucha por el poder político está representado en la lucha por la ordenación económica de la sociedad. Quien desee el fin del capitalismo y la llegada del socialismo no debe permitir que el poder político del pueblo trabajador quede paralizado por el poder político de los poseedores, y debe exigir todo el poder para el proletariado. El terremoto político que ha derrumbado el trono y los sillones de los burócratas debe embestir también la economía y dar muerte al capitalismo. ¡La revolución debe continuar avanzando !

viernes, 11 de mayo de 2012

                CLARA ZETKIN: RECUERDOS SOBRE LENIN (II)



               
Lenin sonrió burlonamente :

—Tal vez escriba o hable algún día acerca de estas
cuestiones. Más adelante; ahora no. Ahora, hay que concentrar
toda la fuerza y todo el tiempo en otras cosas. Tenemos
cuidados mayores y más graves. La lucha por afirmar
y consolidar el Estado soviético no ha terminado todavía,
ni mucho menos. Tenemos que digerir las consecuencias
de la guerra con Polonia y procurar sacar lo mejor que podamos
de su terminación. En el Sur está todavía Wrangel.
Claro está que tengo la firme convicción de que terminaremos
con él. Esto dará también que pensar a los imperialistas
ingleses y franceses y a sus pequeños vasallos. Pero
tenemos todavía delante de nosotros la parte más difícil de
nuestra tarea: la edificación. Esta pondrá también de relieve,
como problemas actuales, los problemas de las relaciones
sexuales, del matrimonio y la familia. Mientras tanto,
tendrán ustedes que arreglárselas como puedan, cuando y
donde esos problemas se planteen. Impidiendo que se traten
de un modo antimarxista y que sirvan para alimentar
desviaciones sordas y manejos ocultos.

Y con esto, pasamos
a hablar, por fin, de su labor —Lenin miró el reloj—. El
tiempo de que dispongo para usted va ya promediado —
dijo—. He charlado más de la cuenta. Debe usted redactar
líneas directrices para la labor comunista entre las masas
femeninas. Como conozco la posición de principio de usted y
su experiencia práctica, nuestra conversación acerca de esto
puede ser breve. Vamos, pues, allá. ¿Cómo concibe usted
esas líneas directrices?
Tracé un resumen rápido de ellas. Lenin asentía constantemente
con la cabeza. sin interrumpirme. Cuando hube
terminado, le miré como interrogándole.
—De acuerdo —manifestó—. Trate usted, además, del
asunto con Zinovief. Convendría también que informase
usted y discutiese acerca de esto en una sesión de los camaradas
dirigentes. Es lástima, de veras es lástima, que no
esté aquí la camarada Inessa. Ha tenido que irse enferma al
Cáucaso. Después de la discusión, escriba usted las líneas
directrices. Una comisión las estudiará y la Ejecutiva decidirá
en último término. Yo sólo me manifestaré acerca de
algunos puntos principales, en los que comparto en absoluto
su criterio. Estos puntos los juzgo también de importancia
para nuestra labor corriente de agitación y propaganda, si
esta labor ha de preparar y hacer triunfar la acción y la lucha.
"Las líneas directrices deberán expresar nítidamente
que la verdadera emancipación de la mujer sólo es posible
mediante el comunismo. Hay que hacer resaltar con toda
fuerza la relación indisoluble que existe entre la posición
social y humana de la mujer y la propiedad privada sobre
los medios de producción. Con esto, trazaremos una divisoria
firme e imborrable entre nuestro movimiento y el movimiento
feminista. Además, de este modo echaremos las
bases para enfocar el problema de la mujer como una parte
del problema social, del problema obrero, firmemente unida,
por tanto, a la lucha proletaria de clases y a la revolución.
Hay que conseguir que el movimiento femenino comunista
sea también un movimiento de masas, una parte del
movimiento general de las masas. No sólo de los proletarios,
sino de los explotados y oprimidos de toda clase, de
todas las víctimas del capitalismo y de cualquier otro poder.
En eso estriba también su importancia para la lucha de clases
del proletariado y para su creación histórica : la socie66
dad comunista. Podemos sentirnos legítimamente orgullosos
de tener dentro del partido, dentro de la Internacional Comunista
una "elite" de mujeres revolucionarias. Pero esto no
es decisivo. De lo que se trata es de ganar para nuestra
causa a los millones de mujeres trabajadoras de la ciudad y
del campo. Para nuestras luchas, y muy especialmente para
la transformación comunista de la sociedad. Sin atraer a la
mujer, no conseguiremos un verdadero movimiento de masas.
"De nuestro punto de vista ideológico se deriva el criterio
de organización. Nada de organizaciones especiales de
mujeres comunistas. La que sea comunista, tiene su puesto
en el partido, lo mismo que el hombre. Con los derechos y
deberes comunistas. Acerca de esto, no puede haber discrepancias.
Sin embargo, hay que reconocer un hecho. El partido debe poseer órganos,
 grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones, o como quieran llamarse,
 cuya misión especial sea despertar a las grandes masas femeninas,
ponerlas en contacto con el partido y mantenerlas de un
modo constante bajo su influencia. Para esto, es necesario,
naturalmente, que laboremos de una manera sistemática
entre esas masas femeninas, que disciplinemos a las mujeres
más despiertas y las reclutemos y pertrechemos para
las luchas proletarias de clase bajo la dirección del partido
comunista. Y al decir esto, no pienso solamente en las proletarias,
las que trabajan en la fábrica o las que atienden al
fogón. Pienso también en las campesinas humildes, en las
pequeñas burguesas de los diversos sectores sociales. También
ellas son víctimas del capitalismo, y desde la guerra
más que nunca. La psicología apolítica, asocial, rezagada de
estas masas femeninas; su círculo aislado de acción, el corte
todo de su vida son hechos que sería necio, absolutamente
necio desdeñar. Para trabajar en este campo, necesitamos
órganos especiales de trabajo, métodos de agitación
y formas de organización especiales. Y esto no es feminismo:
es eficacia práctica revolucionaria".
Le dije que sus palabras eran para mí un valioso estímulo,
pues muchos camaradas, camaradas muy buenos, combatían
de la manera más enérgica el que el partido crease
órganos especiales para trabajar sistemáticamente entre las
masas femeninas. Según ellos, esto era feminismo y reincidencia
en las tradiciones socialdemócratas. Daban como
razón el que los partidos comunistas; al reconocer que la
mujer era en un todo igual al hombre, lógicamente tenían
que actuar entre las masas trabajadoras sin admitir diferencia
alguna, tratándose de mujeres. Estas debían atraerse a
la par que los hombres y bajo las mismas condiciones. Y
todo lo que fuese reconocer en el terreno de la agitación y
de la organización las circunstancias apuntadas por Lenin,
era calificado por los defensores de la opinión contraria de
oportunismo, de deserción y traición a los principios.
—Esto no es nada nuevo, ni prueba nada —dijo Lenin—.
No se deje usted sugestionar por esos argumentos. Vamos
a ver, ¿por qué en ninguna parte —ni siquiera aquí en la
Rusia soviética— militan en el partido tantas mujeres como
hombres? ¿Por qué es tan insignificante la cifra de las obreras
organizadas sindicalmente? Los hechos dan qué pensar.
La resistencia a admitir estos órganos especiales indispensables
para trabajar entre las grandes masas femeninas es
un indicio de las concepciones muy de principio también,
muy radicales, de nuestros queridos amigos del Partido Comunista
Obrero. Según ellos, sólo puede haber una forma
de organización: la unión obrera. En no pocas cabezas de
mentalidad revolucionaria, pero confusa, se invocan los
principios siempre que "faltan los conceptos", es decir,
cuando la conciencia se cierra a los hechos reales y , objetivos,
que no hay más remedio que reconocer. ¿Cómo se
avienen esos guardianes de los "principios puros" a las necesidades
imperativas, que la historia nos impone, de nuestra política revolucionaria?
Ante la necesidad inexorable,
fallan todos los discursos. Sin tener a nuestro lado a millones
de mujeres, no podremos ejercer la dictadura, ni podremos
edificar la sociedad comunista. A todo trance tenemos
que encontrar el camino que nos lleve a ellas, estudiar,
ensayar, para encontrar ese camino. Por eso estamos también
en lo cierto cuando planteamos reivindicaciones a favor
de la mujer. No se trata de ningún programa mínimo ni reformista,
como los de la socialdemocracia, los de la II Internacional.
Con esto no hacemos ninguna profesión de fe en
la eternidad, ni siquiera en la larga duración de las maravillas
de la burguesía y de su Estado. No intentamos domesticar
con reformas a las masas femeninas ni desviarlas de la
lucha revolucionaria. No se trata de nada de esto ni de ninguna
otra maniobra reformista. Nuestras reivindicaciones
son otras tantas deducciones prácticas derivadas de las irritantes
penalidades y humillaciones vergonzosas de la mujer,
de su posición como ser débil y privado de derechos
dentro de la sociedad burguesa. Al plantearlas, demostramos
conocer todas estas miserias, sentir como una injusticia
las humillaciones de la mujer y los privilegios del hombre.
Que odiamos todo eso, sí ; que odiamos y queremos
suprimir todo lo que oprime y atormenta a la obrera, a la
mujer del obrero, a la campesina, a la mujer del hombre
humilde y, hasta en ciertos respectos, a la mujer de las clases
acomodadas. Los derechos y las medidas sociales que
reclamamos para las mujeres de la sociedad burguesa son
una prueba de que comprendemos y de que, bajo la dictadura
del proletariado, reconoceremos la situación y los intereses
de la mujer. Naturalmente que no como reformistas
adormecedores y tutelares. No; nada de eso. Como revolucionarios,
que llaman a la mujer a colaborar, como igual en
derechos al hombre, en la transformación de la Economía y
de la superestructura ideológica de la sociedad.
Yo le aseguré que compartía sus ideas, pero que éstas
chocarían con la resistencia de muchos, que los espíritus
inseguros y miedosos las rechazarían como sospechosas de
oportunismo. Y que tampoco podía negarse que nuestras
actuales reivindicaciones, en punto a la mujer, eran susceptibles
de ser concebidas e interpretadas de un modo falso.
—¿Cómo? —exclamó Lenin, un poco bruscamente—. A
ese peligro está expuesto todo cuanto digamos y hagamos.
Y si, por miedo a incurrir en él, nos abstenemos de hacer lo
que creamos conveniente y necesario, nos convertimos en
los santos indios de las columnas. iNo moverse, no tocar,
pues podríamos caer desde lo alto de la columna de nuestros
principios! Por lo demás, en nuestro caso no hay que
mirar solamente a lo que pedimos, sino a cómo lo pedimos.
Creo haber apuntado bastante claramente a esto. Ya se sabe
que nosotros no vamos a rezar propagandistamente
nuestras reivindicaciones por la mujer como las cuentas de
un rosario, sino que debemos luchar tan pronto por unas
como por otras, a medida que lo requieran las circunstancias.
Y siempre, naturalmente, en relación con los intereses
generales del proletariado. Cada una de estas batallas nos
coloca enfrente de la honorable hermandad burguesa y de
sus no menos honorables lacayos reformistas. Obliga a
éstos a una de dos cosas: o a luchar bajo nuestras banderas
—cosa que no quieren—, o a desenmascararse. Por tanto,
estas luchas deslindan nuestro campo y presentan a la luz
del día nuestra faz comunista. Con ellas, ganamos la confianza
de las grandes masas femeninas que se sienten explotadas,
esclavizadas y pisoteadas por la supremacía del
hombre, por la fuerza del patrono, por la sociedad burguesa
entera. Traicionadas, abandonadas por todos, las mujeres
trabajadoras reconocen que tienen que luchar a nuestro
lado. Y no necesito jurarle ni hacerle jurar a usted que las
luchas por las reivindicaciones femeninas deben ir asociadas
también a la meta de la conquista del Poder, de la implantación
de la dictadura proletaria. Esto es, en los momentos
presentes, el alfa y el omega de nuestro movimiento. La
cosa es clara, perfecta mente clara. Pero las grandes masas
femeninas del pueblo trabajador no se sentirán irresistiblemente
arrastradas a compartir nuestras luchas por el Poder,
si nos limitamos a soplar una y otra vez este solo grito,
aunque lo soplemos con las trompetas de Jericó. ¡No y no!
Nuestras reivindicaciones deben ir políticamente asociadas
también en la conciencia de las masas femeninas a las penalidades,
a las necesidades y a los deseos de las mujeres
trabajadoras. Estas deben saber que, para ellas, la dictadura
proletaria significa la plena equiparación con el hombre
ante la ley y en la práctica, dentro de la familia, en el Estado
y en la sociedad, así como también el estrangulamiento
del poder de la burguesía.
—El ejemplo de la Rusia soviética —exclamé yo, interrumpiéndole—
lo prueba, y ese será nuestro gran modelo.
Lenin prosiguió :
—La Rusia soviética presenta nuestras reivindicaciones
femeninas bajo un ángulo visual nuevo. Bajó la dictadura
del proletariado, ya no son objeto de lucha entre el proletariado
y la burguesía. Implantadas, se convierten en piedras
para el edificio de la sociedad comunista. Esto demostrará a
las mujeres de otros países la importancia decisiva que tiene
la conquista del Poder por el proletariado. Hay que subrayar
claramente la diferencia, si queremos atraernos a las
masas femeninas para las luchas revolucionarias de clase
del proletariado. La movilización de la mujer, realizada con
una conciencia clara de los principios y sobre una base firme
de organización, es una cuestión vital para los partidos comunistas
y para su triunfo. Pero no nos engañemos. Nues71
tras secciones nacionales no ven todavía claro esto. Se
comportan de un modo pasivo, indolente, ante el problema
de organizar el movimiento de masas de las mujeres trabajadoras
bajo la dirección comunista. No comprenden que el
desarrollo y el encauzamiento de este movimiento de masas
es una parte importante de las actividades globales del partido,
más aún, el cincuenta por ciento de labor general del
partido. Y si de vez en cuando reconocen la necesidad y el
valor de organizar un movimiento femenino enérgico, con
una clara meta comunista, no es más que un reconocimiento
platónico de labios afuera, al que no corresponden un
desvelo constante y la conciencia del deber de laborar día
tras día.
"Se considera la actuación agitadora y propagandista
entre las masas femeninas, la obra de despertar y revolucionar
a la mujer, como algo secundario, como incumbencia
de las camaradas solamente. Y se las reprocha, a ellas, el
que las cosas no vayan más de prisa y se desarrollen con
más fuerza. ¡Eso es falso, rematadamente falso! Verdadero
separatismo y feminismo rebours, como dicen los franceses,
¡feminismo a contrapelo! ¿Qué hay. en el fondo de esta manera
falsa de plantearse el problema nuestras secciones
nacionales? No hay, en última instancia, más que un desdén
hacia la mujer y hacia la obra que ésta puede realizar. Sí,
señor. Desgraciadamente, también de muchos de nuestros
camaradas se puede decir aquello de "escarbad en el comunista
y aparecerá el filisteo". Escarbando, naturalmente, en
el punto sensible, en su mentalidad acerca de la mujer. ¿Se
quiere prueba más palmaria de esto que la tranquilidad con
que los hombres contemplan cómo la mujer degenera en
ese trabajo mezquino, monótono, de la casa; trabajo que
dispersa y consume sus fuerzas y su tiempo, y sumisión al
hombre? Se le facilita, con arreglo a sus dotes y a su vocación,
plena intervención dentro de la sociedad. Los niños
obtienen de este modo condiciones más favorables para su
desarrollo que dentro de la familia. Poseemos las leyes más
avanzadas del mundo en materia de protección a las obreras,
y los mandatarios de los obreros organizados las ejecutan.
Creamos establecimientos de maternidad, asilos para
madres y niños de pecho, organizamos centros técnicos
para aconsejar a las madres, cursos para la crianza de los
niños de pecho y de edad temprana, etc. Hacemos los mayores
esfuerzos posibles por aliviar las penalidades de las
mujeres abandonadas y sin trabajo.
"Sabemos perfectamente que todo esto no es mucho,
comparado con las necesidades de las masas femeninas
trabajadoras, que dista muchos de ser todavía su emancipación
completa y efectiva. Pero, comparado con lo que
ocurría en la Rusia zarista y capitalista, representa un progreso
enorme. Y puede incluso compararse sin miedo con la
realidad de aquellos países en los que todavía impera sin
traba ni cortapisa el capitalismo. Es un buen principio de la
dirección acertada. Principio que hemos de seguir desarrollando
consecuentemente con toda energía; pueden ustedes,
en el extranjero, estar seguros de ello. Pues cada día
que pasa y se mantiene la existencia del Estado soviético
viene a demostrar todavía más claramente que no podremos
salir adelante sin contar con los millones de mujeres.
Imagínese usted lo que esto representa en un país en que
más de un ochenta por ciento de la población son campesinos.
La pequeña explotación campesina es inseparable de la
economía doméstica y de la esclavitud familiar de la mujer.
En este respecto, ustedes tendrán que luchar con menos
dificultades que nosotros. Siempre y cuando, naturalmente,
que los proletarios de sus países acaben por comprender de
una vez que las cosas están maduras para la conquista del
Poder, para la revolución. Sin embargo, nosotros, a pesar
de las grandes dificultades que se nos oponen, no desesperamos.
Conforme crecen las dificultades, crecen también
nuestras fuerzas. Las necesidades prácticas nos trazarán
también nuevos caminos para la emancipación de las masas
femeninas. El cooperativismo prestará en este punto gran73
des servicios, aliado al Estado soviético. Naturalmente, un
cooperativismo comunista, no ese cooperativismo burgués
que predican los reformistas, cuyo antiguo entusiasmo revolucionario
se ha convertido en vinagre barato. A la par con
el cooperativismo, deberá desarrollarse la iniciativa personal,
convertida en actuación colectiva y fundida con ella.
Bajo la dictadura proletaria, la emancipación de la mujer
avanzará también en la aldea, conforme se vaya realizando
el comunismo. En este punto, yo cifro las mejores esperanzas
en la electrificación de nuestra industria y de nuestra
agricultura. ¡Grandiosa obra, ésta! Grandes, inmensas son
las dificultades con que tropieza su realización. Para resolverlas,
será necesario desplegar, educar las más gigantescas
fuerzas de las masas. En esta obra deberán colaborar
millones de fuerzas femeninas".
Durante los últimos diez minutos, habían llamado por
dos veces a la puerta. Lenin siguió hablando. Al terminar,
abrió la puerta y dijo:
—Voy en seguida:
Luego se volvió a mí y añadió riéndose :
—Ahora me aprovecharé de haber estado reunido con
una mujer. Excusaré, naturalmente, mi tardanza con la consabida
elocuencia femenina, aunque la verdad es que esta
vez no ha sido precisamente la mujer, sino el hombre, el
que se ha excedido hablando. Por lo demás, puedo certificar
que sabe usted escuchar de un modo admirable. Tal vez
haya sido eso precisamente lo que me haya tentado a
hablar tanto.
Mientras pronunciaba estas palabras en broma, Lenin
me ayudaba a ponerme el abrigo:
—Abríguese usted bien —me dijo cariñosamente—.
Moscú no es Stuttgart. Ya la atenderán a usted. No se vaya
a enfriar. Hasta la vista.
Hacia unas dos semanas más tarde volví a sostener otra
conversación con Lenin acerca del movimiento femenino.
Vino a visitarme. Su visita fue, como era casi siempre, inesperada,
una improvisación en medio del gigantesco agobio
de trabajo que pesaba sobre el guía de la revolución triunfante.
Lenin parecía estar muy fatigado y preocupado. La
derrota de Wrangel no era un hecho todavía y el aprovisionamiento
de víveres de las grandes ciudades tenía sus ojos
clavados en el gobierno soviético como una esfinge inexorable.
Me preguntó en qué estado se hallaban las líneas directrices
o las tesis. Le dije que se había reunido una gran comisión
en la que habían intervenido y expuesto su criterio
todas las camaradas presentes en Moscú, y que las directrices
estaban terminadas y serían pronto discutidas en una
comisión menos numerosa. Me dijo que debíamos procurar
que el tercer Congreso mundial tratase de este asunto a
fondo, como la cosa lo requería. Con este solo hecho se
vencerían muchos de los prejuicios de los camaradas.
Aparte de esto, era necesario que las camaradas se destacasen
atacando, de firme.
—Nada de cuchichear, como buenas comadres, sino
hablar alto y claro, como luchadoras —exclamó Lenin, con
energía—. Un Congreso no es ningún salón en el que las
mujeres hayan de brillar por sus gracias, como en las novelas.
Es un campo de batalla, en el que cada cual tiene que
luchar por ideas claras paró la actuación revolucionaria.
Prueben ustedes que saben luchar. Con el enemigo, ante
todo, naturalmente ; pero también dentro del partido,
cuando haga falta. No hay que olvidar que se trata de las
grandes masas femeninas. Nuestro partido ruso apoyará
todas ha proposiciones y todas las medidas que ayuden a
conquistarlas. Si estas masas no vienen a nosotros; los contrarrevolucionarios
pueden conseguir llevárselas con ellos.
No hay que perder de vista esto.
—Sí, hay que conquistar a las masas femeninas, aunque,
como se decía de Stralsund, estén atadas con cadenas al
cielo —intervine yo, recogiendo el pensamiento de Lenin—.
Aquí, en el ambiente de la revolución, con su plétora de vida
y sus rápidas y fuertes pulsaciones, he concebido el plan de
una gran acción internacional entre las masas femeninas
trabajadoras. Este plan me lo han sugerido, muy especialmente,
los grandes congresos y conferencias de mujeres sin
partido que aquí se celebran. Hay que intentar trasplantar
estos métodos del campo nacional al campo internacional.
Es innegable que la guerra mundial, con sus estragos, han
conmovido en lo más profundo a grandes masas de mujeres
de las más diversas clases y sectores sociales. Las ha agitado,
ha sembrado en ellas la inquietud. En forma de las más
angustiosas preocupaciones por el sustento y el contenido
de su vida, se alzan hoy ante la mujer problemas que la
mayoría de ellas apenas sospechaban y que muy pocas enfocaban
claramente. La sociedad burguesa es incapaz de
dar una solución satisfactoria a estos problemas. Esto sólo
puede hacerlo el comunismo. Y esto es lo que tenemos nosotros
que llevar a la conciencia de las grandes masas femeninas
de los países capitalistas, organizando con este
objeto un gran Congreso internacional de mujeres sin partido.
Lenin no me contestó inmediatamente. Con la mirada
como vuelta hacia adentro, la boca apretada y el labio inferior
un poco saliente, meditaba.
—Sí —dijo al cabo de un rato—, habrá que ha= cerio. El
plan es bueno. Pero el mejor plan, el más excelente, no sirve
de nada si no se lo sabe manejar. ¿ Ha pensado usted ya
acerca de su ejecución? ¿Cómo concibe usted ésta?
Le expuse minuciosamente mis ideas acerca de esto. Le
dije que lo primero era formar un Comité integrado por
unas cuantas camaradas de distintos países y que, manteniéndose
en constante y estrecho contacto con nuestras
secciones nacionales, se encargase de preparar, ejecutar y
utilizar el Congreso. Si este Comité podía comenzar a actuar
inmediatamente de un modo oficial y público o no, era una
cuestión de oportunidad que habría que meditar. En todo
caso, la primera tarea de sus miembros en cada país raería
establecer contacto con las dirigentes de las obreras sindicalmente
organizadas, con las dirigentes del movimiento
político proletario de la mujer, y de organizaciones femeninas
burguesas de todas las clases y tendencias, como médicas,
profesoras, escritoras, etc., de prestigio, y formar un
Comité nacional y sin partido de trabajo y de preparación
del Congreso. Con miembros de estos Comités nacionales se
formaría un organismo internacional, cuya misión sería preparar
y convocar el Congreso internacional, fijar su orden
del día y sitio y fecha para su celebración.
El Congreso debería tratar en primer término, a mi juicio,
el derecho de la mujer al trabajo profesional. En relación
con esto, podían plantearse los problemas del paro, del
salario y del sueldo iguales para rendimiento igual; de la
jornada legal de ocho horas y de las leyes de protección
para las obreras, de la organización sindical y profesional,
de la asistencia social para la madre y el niño, de las instituciones
sociales para aliviar de sus labores a las mujeres
de casa y a las madres, etc. En el orden del día deberían
figurar, además, el problema de la posición de la mujer ante
el derecho matrimonial de familia y ante el derecho público.
Razoné estas proposiciones y seguí exponiendo cómo los
comités nacionales habrían de preparar concienzudamente
el Congreso en cada país, por medio de una campaña sistemática
de mítines y en la prensa. Dije que esta campaña
tenía una importancia especial para poner en pie a las grandes
masas de mujeres, para impulsarlas a que se ocupasen
seriamente de los problemas puestos a discusión y para
encauzar su atención hacia el Congreso y, por tanto, hacia
el comunismo y hacia los partidos de la Tercera Internacional.
Que esta campaña debía orientarse hacia las mujeres
trabajadoras de todas las capas sociales, asegurando la
asistencia y la colaboración en el Congreso de representantes
de todas las organizaciones femeninas invitadas y de
delegadas de todos los mítines de mujeres que se organizasen.
Y el Congreso debía ser una verdadera "representación
popular , aunque en un sentido muy distinto al de los parlamentos
burgueses.
Que, indudablemente, los comunistas debían ser, no sólo
la fuerza propulsora, sino también, y sobre todo, la fuerza
dirigente del trabajo de preparación. Que para ello debían
contar con el apoyo más enérgico de nuestras secciones. Y
que esto se refería también, naturalmente, a la actuación
del Comité internacional, a los mismos trabajos del Congreso
y al modo de utilizar en gran escala los resultados de
éste. Que en el Congreso se debían presentar tesis o bien
proposiciones comunistas a todos los problemas, nítidamente
perfiladas, en cuanto a los principios, y procurando,
además, que estuviesen objetivamente, razonadas y con un
dominio científico de los hechos sociales. Que estas tesis
debían ser previamente discutidas y aprobadas por la Ejecutiva
de la Internacional Comunista. Que las soluciones y
consignas comunistas debían ser el eje de los trabajos del
Congreso, haciendo girar en torno a ellas la atención pública.
Que, una vez celebrado el Congreso, estas consignas
debían difundirse por medio de la agitación y la propaganda
entre las más amplias masas femeninas y presidir las acciones
internacionales de masas de la mujer. Que una condición
inexcusable vara ello era, evidentemente, que las comunistas
actuasen en todos los comités y en el mismo'
Congreso como una unidad cerrada y firme, que colaborasen
de un modo fundamentalmente claro y sistemáticamente
inconmovible, sin permitir que nadie danzase por su
cuenta.
Durante la exposición de mis ideas, Lenin había asentido
varias veces con la cabeza y hecho varias interrupciones
breves de conformidad, con lo que yo decía.
—Creo, querida camarada —dijo cuando hube terminado—,
que ha enfocado usted la cosa muy bien en el aspecto
político y también en lo fundamental, por lo que se refiere a
la organización. Yo opino en absoluto que en las circunstancias
actuales, ese Congreso podría tener una gran importancia.
Podría ponernos en contacto con grandes masas de
mujeres, y, muy especialmente, con masas de mujeres de
todas las profesiones, obreras industriales, obreras domiciliarias,
y también con las maestras y otras empleadas públicas.
¡Sería magnífico, magnífico! No hay más que pensar en
la situación que se plantearía en las grandes luchas económicas,
e incluso en las huelgas políticas. ¡Qué incremento
más enorme de fuerza significarían para el proletariado revolucionario
esas masas de mujeres puestas conscientemente
en rebeldía! Siempre, naturalmente, que consiguiésemos
atraérnoslas y supiésemos retenerlas a nuestro lado.
Saldríamos ganando con ello mucho, muchísimo. Pero, vamos
a ver, ¿qué criterio tiene usted acerca de algunos puntos
concretos? Es muy probable que los gobiernos no viesen
con buenos ojos la obra del Congreso, que pretendiesen
impedirlo. Claro está que difícilmente se atreverían a reprimirlo
brutalmente. Ya sé que a usted esto no la intimida.
Pero, ¿no teme usted que en los comités y en el mismo
Congreso las comunistas podrían verse arrolladas por la
preponderancia numérica de las mujeres burguesas y reformistas
y por su rutina? Y además, y sobre todo, ¿confía
usted realmente en la formación marxista de nuestras camaradas,
cree usted que podría reclutarse entre ellas una
tropa de Choque capaz de sostener la lucha con honor?
Le contesté que las autoridades difícilmente procederían
contra el Congreso por la violencia y que las mortificaciones
y las brutalidades que se cometiesen contra él no conseguirían
más que hacer campaña en su favor y en el nuestro.
Que al número y a los métodos rutinarios de los elementos
no comunistas, nosotras, las comunistas, opondríamos la
superioridad científica del materialismo histórico en el modo
de concebir y esclarecer los problemas sociales y en la consecuencia
de nuestras medidas para resolverlos, y, por
último, el triunfo de la revolución proletaria en Rusia y la
obra fundamental de ésta por la emancipación de la mujer.
Que los flacos y las faltas que hubiese en cuanto a la formación
y a la capacidad de algunas camaradas se podían compensar
con una preparación y una colaboración sistemáticas.
Que en este respecto, cifraba mis mejores esperanzas
en las camaradas rusas, que serían el núcleo de hierro de
nuestra falange. Que del brazo de ellas yo me lanzaría con
toda tranquilidad a batallas mayores que las de un Congreso.
Y que, además, si nos derrotaban por votos, esta batalla
haría pasar a primer plano la causa del comunismo y tendría
una importancia propagandista enorme, procurándonos
puntos de contacto y elementos para seguir trabajando.
Lenin se echó a reír con todas sus ganas :
—¡Siempre la misma entusiasta defensora de las revolucionarias
rusas! Sí, sí, acero viejo no se oxida. En el fondo,
creo que tiene usted razón. También la derrota después
de una dura lucha sería un avance, una preparación para
futuras conquistas entre las masas de mujeres trabajadoras.
Bien mirado todo, se trata de una empresa digna de
todo lo que en ella se aventure. La derrota nunca podría ser
completa. Y, naturalmente, yo confío en el triunfo, deseo el
triunfo de todo corazón. Este triunfo reforzaría enormemente
nuestro poder, extendería y consolidaría en grandes proporciones
nuestro frente de lucha, traería a nuestras filas
vida, movimiento, actividad. Y esto siempre está bien.
Además, ese Congreso sembrarla y avivaría en el campo de
la burguesía y de sus amigos reformistas la inquietud, la
inseguridad, los antagonismos, los conflictos. ¡Hay que imaginarse
todos los elementos que se reunirían en el Congreso
bajo un mismo techo con las "hienas de la revolución", y, si
las cosas viniesen bien dadas, bajo su dirección: las buenas
y sumisas socialdemócratas que acatan la alta jefatura de
Scheidemann, Dittmann y Legien; las piadosas cristianas,
bendecidas por el Papa o arrodilladas ante Lutero; respetables
hijas de altos consejeros y consejeras de gobierno recién
salidas del horno; pacifistas inglesas con porte de "ladies",
y apasionadas feministas francesas! ¡Qué estampa de
caos, de decadencia, de mundo burgués, sería este Congreso!
¡Qué magnífico reflejo de su incapacidad para encontrar
un camino y una solución! Los efectos de este Congreso
acentuarían la descomposición y debilitarían con ello las
fuerzas de la contrarrevolución. Todo lo que sea debilitar la
potencia del enemigo, es robustecer nuestra propia fuerza.
Yo soy partidario de ese Congreso; hable usted de ello con
Grigory. Ya verá usted cómo comprende en todo su alcance
la importancia del asunto. Nosotros lo apoyaremos enérgicamente.
¡Manos, pues, a la obra, y mucha suerte!
Todavía hablamos un rato acerca de la situación en Alemania
y principalmente acerca del próximo "Congreso de unificación" de los viejos "espartaquistas", con el ala de izquierda de los independientes.
Luego, Lenin se fue corriendo, y, al pasar por una habitación,
en la que estaban trabajando algunos camaradas,
los saludó cordialmente. Mi plan encontró también la aprobación
del camarada Zinovief. Me entregué llena de esperanza
a los trabajos preparatorios. Desgraciadamente, la
idea del Congreso se estrelló contra la intransigencia de las
camaradas alemanas y búlgaras, que, por aquel entonces,
eran las que, fuera de la Rusia soviética, acaudillaban el
mejor movimiento femenino comunista. Cuando se lo conté
a Lenin, este exclamó:
—¡Qué lástima, qué lástima !Estas camaradas han desperdiciado
una magnífica ocasión para abrir a grandes masas
de mujeres una perspectiva de esperanza y atraerlas así
a las luchas revolucionarias del proletariado. ¡Quién sabe si
esa ocasión propicia volverá a presentarse tan pronto! El
hierro hay que machacarlo cuando está al rojo. Pero el problema
queda en pie. Deben ustedes buscar el camino de
llegar a las masas de mujeres, lanzadas por el capitalismo a
la miseria más espantosa. ¡Tienen ustedes que buscarlo,
cueste lo que cueste! Ante este imperativo, no hay escapatoria
posible. Sin un movimiento organizado de masas bajo
la dirección de los comunistas no podremos triunfar sobre el
capitalismo ni edificar el comunismo. Por eso el Aquerón de
las masas femeninas no tiene más remedio que moverse,
más tarde o más temprano.
----------------
El primer año del proletariado revolucionario sin Lenin. Este
año ha venido a comprobar la firmeza de su obra, la descollante
genialidad del guía y del maestro. Nos ha hecho sentir
cuán grande y cuán insustituible es la pérdida sufrida. Los
cañonazos sordos anuncian la hora sombría, en que hoy
hace un año Lenin cerró para siempre aquellos ojos que
sabían mirar tan lejos y tan hondo. Veo las filas interminables
de hombres y mujeres del pueblo trabajador que marchan,
envueltos en tristeza, hacia la tumba de Lenin. Su
duelo es mi duelo, es el duelo de millones de seres. Pero del
dolor reavivado se alza con fuerza arrolladora el recuerdo,
que es una realidad ante la que el presente angustioso se
derrumba. Me parece estar escuchando cada palabra pronunciada
por Lenin ante mí. Me parece estar viendo todos
los gestos de su cara... Miles de banderas se inclinan ante
su tumba; son banderas teñidas con la sangre de las luchas
revolucionarias. Miles de coronas de laurel se depositan sobre
ella. Todo es poco. A ello uno yo estas modestísimas
páginas.
 

lunes, 16 de abril de 2012



          CLARA ZETKIN: RECUERDOS SOBRE LENIN (I)
                                              (1924)



Lenin me había hablado muchas veces del problema de
la mujer. Se veía que atribuía una importancia muy grande
al movimiento femenino, como parte esencial, en ocasiones
incluso decisiva, del movimiento de las masas. Huelga decir
que, para él, la plena equiparación social de la mujer con el
hombre era un principio inconmovible, y que ningún comunista
podía ni siquiera discutir. Fue en el gran despacho de
Lenin en el Kremlin donde, en el otoño de 1920, tuvimos la
primera conversación un poco larga acerca de este tema.
Lenin estaba sentado en su mesa de escribir, que, cubierta
de papeles y de libros, hablaba de estudio y de trabajo, sin
que reinase en ella ningún "desorden genial".

—Tenemos que crear a todo trance un fuerte movimiento
femenino internacional sobre una base teórica clara —dijo
Lenin, encauzando la conversación después de las palabras
de saludo—. Sin teoría marxista no puede haber una buena
actuación práctica, esto es evidente. Nosotros, los comunistas,
necesitamos también de una gran pureza de principios
en esta cuestión. Tenemos que distinguirnos nítidamente de
todos los demás partidos. Desgraciadamente, nuestro segundo
congreso internacional ha fallado en el modo de plantear
el problema de la mujer. Planteó el problema, pero sin
llegar a tomar una posición ante él. El asunto se halla todavía
en poder de una comisión. Esta se encargará de redactar
una proposición, tesis, líneas directrices. Sin embargo,
hasta hoy no ha hecho gran cosa. Es necesario que usted
eche una mano.

Lo que Lenin me decía lo había oído ya por otro conducto,
manifestando mi asombro ante ello. Estaba entusiasmada
de todo lo que las mujeres rusas habían aportado a la
revolución y de lo que todavía aportaban para defenderla y
sacarla adelante. El partido bolchevique me parecía también
un partido modelo, el partido modelo por excelencia, en lo
tocante a la posición y actuación de la mujer dentro de él.
Este partido aportaba, por sí solo, elementos valiosos, disciplinados
y expertos y un gran ejemplo histórico al movimiento
femenino comunista internacional.

—Sí; eso es cierto, y es magnífico y está muy bien —dijo
Lenin, con una sonrisa silenciosa, apenas esbozada—. En
Petrogrado, aquí, en Moscú, en las ciudades y centros industriales
y en el campo, las proletarias se han portado maravillosamente
en la revolución. Sin ellas, no habríamos triunfado.
 O habríamos triunfado a duras penas. Yo lo creo
así. No puede usted imaginarse lo valientes que fueron y lo
valientes que están siendo todavía. Represéntese usted todas
las penalidades y privaciones que soportan estas mujeres.
"Y las soportan porque quieren que los Soviets salgan
adelante, porque quieren la libertad, el comunismo. Sí;
nuestras proletarias son unas magníficas luchadoras de clase.
Merecen que se las admire y se las quiera. Por lo demás,
hay que reconocer que también las damas de la "democracia
constitucional" demostraron en Petrogrado mucha más
valentía contra nosotros que los hombrecillos terratenientes.
Eso es verdad. En el partido, tenemos camaradas de confianza,
inteligentes e incansables para la acción. Con ellas,
hemos podido cubrir no pocos puestos importantes en los
Soviets y Comités ejecutivos, en los comisariados del pueblo
y en las oficinas públicas. Algunas trabajan día y noche en
el partido o entre las masas de los proletarios y los campesinos
y en el Ejército rojo. Esto, para nosotros, tiene mucha
importancia. Y lo tiene también para las mujeres del mundo
entero, pues demuestra la capacidad de la mujer, la gran
importancia que tiene su valor para la sociedad. La primera
dictadura del proletariado está siendo su verdadero campeón
en la lucha por la plena equiparación social de la mujer.
Desarraiga más prejuicios que muchos volúmenes de
literatura feminista. Pero, a pesar de todo y con todo, todavía
no existe un movimiento femenino comunista internacional,
y es necesario crearlo a todo trance. Es necesario
entregarse inmediatamente a esta tarea. Sin esto, la labor
de nuestra Internacional y de sus partidos no es ni será
nunca lo que debe ser. Y hay que conseguir que lo sea,
pues lo exige la revolución. Cuénteme usted en qué situación
está la labor comunista en el extranjero".

Le informé acerca de esto, todo lo bien que podía hacerlo,
dada la mala e irregular articulación que por aquel entonces
existía en los partidos afiliados a la III Internacional.
Lenin escuchaba mis palabras atentamente, con el cuerpo
un poco inclinado hacia adelante, sin asomo de cansancio,
de impaciencia o de hastío, siguiendo con reconcentrado
interés hasta los detalles más secundarios. No he conocido
a nadie que escuchase mejor que él ni que mejor ordenase
lo escuchado, sacando de ello las conclusiones generales.
Así lo denotaban las preguntas rápidas y siempre muy concretas
con que interrumpía de vez en cuando los informes y
el modo certero con que volvía después sobre este o aquel
detalle de la conversación. Lenin tomaba algunas notas
rápidas.

Como era natural, analicé con especial detenimiento la
situación alemana. Expuse a Lenin la insistencia con que
Rosa Luxemburgo planteaba la necesidad de ganar para las
luchas revolucionarias a las grandes masas femeninas. Al
fundarse. el partido comunista, acuciaba porque se lanzase
un periódico para la mujer. Cuando Leo Jogisches, en la
última entrevista que tuvimos —dos días antes de que le
asesinasen— discutió conmigo las tareas inmediatas del
partido y me encomendó algunos trabajos, figuraba entre
éstos un plan para la organización de la labor entre las mujeres
trabajadoras. En su primera conferencia clandestina,
el partido se había ocupado de este asunto. Las agitadoras y
dirigentes que antes de la guerra y durante ésta se Habían
destacado como mujeres disciplinadas y expertas dentro del
movimiento, se habían quedado casi sin excepción dentro
de la socialdemocracia, reteniendo con ellas a las proletarias
más inquietas. No obstante, se había logrado reunir ya un
pequeño núcleo de camaradas muy enérgicas y dispuestas a
todos los sacrificios, tomaban parte en todos los trabajos y
en todas las luchas del partido. Este núcleo de mujeres se
había puesto ya a organizar la actuación sistemática entre
las proletarias. Naturalmente, estaba todo en sus comienzos
todavía; pero eran ya, desde luego, comienzos muy prometedores.
—No está mal, nada mal —dijo Lenin—. La energía, la
capacidad de sacrificio y el entusiasmo de las camaradas, su
valentía y su habilidad en tiempos clandestinos abren una
buena perspectiva sobre la labor futura. Son elementos muy
valiosos para el desarrollo del partido y su robustecimiento,
para su capacidad de atracción sobre las masas y para planear
y desarrollar acciones. Pero, ¿qué tal andan las camaradas
y los camaradas en punto a claridad y a disciplina en
cuanto a principios? Esto tiene una importancia fundamental
para el trabajo entre las masas. Influye enormemente sobre
lo que pasa entre las masas, saber lo que las atrae y entusiasma.

De momento, no recuerdo quién fue el que dijo que
"para hacer grandes cosas hay que entusiasmarse". Nosotros
y los trabajadores del mundo entero tenemos todavía,
realmente, grandes cosas que hacer. Veamos, pues, ¿qué
es lo que entusiasma a esas camaradas, a las mujeres proletarias
de Alemania? ¿Cómo andan de conciencia proletaria
de clase? ¿Concentran su interés, su actuación, en las reivindicaciones
políticas de la hora? ¿Cuál es el eje de sus pensamientos?
"Acerca de esto, he oído contar cosas muy curiosas a
algunos camaradas rusos y alemanes. Voy a decirle a usted
una. Me han contado, por ejemplo, que una comunista muy
inteligente de Hamburgo edita un periódico para las prostitutas,
y quiere organizar a éstas en la lucha revolucionaria.

Rosa sentía y obraba humanamente como comunista cuando,
en un artículo, salió en defensa de unas prostitutas a
quienes no sé qué trasgresión cometida contra las ordenanzas
de Policía por las que se rige el ejercicio de su triste
profesión, había llevado a la cárcel. Estos seres son víctimas
de la sociedad burguesa, dignas de lástima por dos conceptos.
Son víctimas de su maldito régimen de propiedad y son
además víctimas de su maldita hipocresía moral. Esto es
evidente, y sólo un hombre zafio y miope puede no verlo.
Pero una cosa es comprender esto y otra cosa muy distinta
querer organizar a las prostitutas —¿cómo diré yo?— gremialmente
como una tropa revolucionaria aparte, editando
para ellas un periódico industrial. ¿Es que en Alemania no
quedan ya obreras industriales que organizar, para quienes
editar un periódico, a quienes atraer a nuestras luchas? Se
trata, evidentemente, de un brote enfermizo. Esto me recuerda
demasiado aquella moda literaria que convertía poéticamente
a cada prostituta en una santa de los altares.

También aquí era sana la raíz: un sentimiento de solidaridad
social, de rebeldía contra la hipocresía virtuosa de los honorables
burgueses. Pero este sentimiento sano degeneraba y
se corrompía en manifestaciones burguesas. Por lo demás,
también a nosotros nos va a plantear más de un problema
difícil el asunto de la prostitución. Hay que tender a incorporar
a las prostitutas al trabajo productivo, a la economía
social. Pero esto es difícil y complicado de conseguir en el
estado actual de nuestra economía y bajo todo el conjunto
de circunstancias actuales. Ahí tiene usted un fragmento del
problema de la mujer que se presenta ante nosotros después
de la conquista del Poder por el proletariado y que
reclama una solución práctica. En la Rusia soviética, esto
nos dará todavía mucho que hacer. Pero, volvamos al caso
especial de Alemania, El partido no puede, ni mucho menos,
cruzarse de brazos ante esos desaguisados que cometen
sus individuos. Esto crea confusión y dispersa fuerza. Y usted,
vamos a ver, ¿qué ha hecho por impedir estas cosas?
Antes de que pudiese contestar, Lenin prosiguió:
—En su "Debe", Clara, hay más cosas apuntadas. Me
han contado que en las veladas de lectura y discusión que
se organizan para las camaradas son objeto preferente de
atención el problema sexual y el problema del matrimonio,
y que sobre estos temas versa principalmente el interés y la
labor de enseñanza y de cultura políticas. Cuando me lo
dijeron, no quería dar crédito a mis oídos. El primer Estado
de la dictadura proletaria lucha con los contrarrevolucionarios
del mundo entero. La misma situación de Alemania reclama
la más intensa concentración de todas las fuerzas
proletarias, revolucionarias, para cortar los avances cada
vez mayores de la contrarrevolución. ¡Y he aquí que las camaradas
activas se ponen a discutir el problema sexual y el
problema de las formas del matrimonio "en el pasado, en el
presente y en el porvenir"! Creen que su deber más apremiante
en esta hora es ilustrar a las proletarias acerca de
esto. Se me dice que la publicación más leída es un folleto
de una joven camarada vienesa sobre la cuestión sexual.
¡Valiente mamarrachada! Lo que interesa de estas cuestiones
a los obreros hace ya mucho tiempo que lo han leído en
Bebel... Pero no en un estilo aburrido, pétreo, esquemático
como el del folleto, sino en un estilo recio de agitación, de
agresividad contra la sociedad burguesa. Querer ampliar eso
con las hipótesis freudianas, podrá parecer "culto" y hasta
pasar por ciencia, pero no es más que una estupidez de
profanos. La teoría freudiana es también, hoy, una de esas
tonterías de la moda. Yo desconfío de las teorías sexuales
expuestas en artículos, ensayos, folletos, etc., en una palabra,
de esa literatura específica que crece exuberante en los
estercoleros de la sociedad burguesa. Desconfío de esos que
sólo saben mirar al problema sexual como el santo indio a
su ombligo. Me parece que esa exuberancia de teorías
sexuales, que en su mayor parte, no son más que hipótesis,
y no pocas veces hipótesis arbitrarias, brota de una necesidad
personal, de la necesidad de justificar ante la moral
burguesa, implorando tolerancia, las aberraciones de la propia
vida sexual anómala o hipertrofiada. A mí me repugna
por igual ese respeto hipócrita a la moral burguesa y ese
constante hociquear en la cuestión sexual. Por mucho que
se las dé de rebelde y de revolucionaria, esta actitud, es, en
el fondo, perfectamente burguesa. Es, en realidad, una tendencia
favorita de los intelectuales y de los sectores afines a
ellos. En nuestro Partido, en el seno del proletariado militante,
con conciencia de clase, no tienen nada que hacer
estas cuestiones.

Yo objeté que, bajo el régimen de la propiedad privada y
el orden burgués, el problema sexual y el problema del matrimonio
envolvían múltiples preocupaciones, conflictos y
penalidades para las mujeres de todas las clases y sectores
sociales. Que la guerra y sus consecuencias habían venido
precisamente a agudizar para la mujer los conflictos y las
penalidades que las relaciones sexuales llevan consigo, poniendo
al desnudo problemas que antes quedaban ocultos.
La atmósfera de la revolución en marcha se prestaba
magníficamente para esto. El viejo mundo de sentimientos y
de ideas comenzaba a vacilar. Los antiguos vínculos sociales
se aflojaban y se rompían, descubriéndose atisbos de nuevas
relaciones y actitudes humanas. Dije que el interés por
estas cuestiones era un signo de la necesidad que se sentía
de claridad y de nuevas orientaciones. Que en esto se revelaba
también una reacción contra la falsedad y la hipocresía
de la sociedad burguesa. Que el tránsito de las formas del
matrimonio y de la familia a lo largo de la historia, bajo la
dependencia de la economía, se prestaba para destruir en la
conciencia de las proletarias la fe supersticiosa en la eternidad
de la sociedad burguesa. Que una actitud de crítica
histórica ante estos problemas tenía necesariamente que
conducir a un análisis despiadado del régimen burgués, a
poner al desnudo sus raíces y sus efectos, a marcar con el
hierro candente la hipocresía de la moralidad sexual. Que
todos los caminos llevaban a Roma. Que todo lo que fuere
analizar con un criterio verdaderamente marxista una parte
importante de la superestructura ideológica de la sociedad,
un fenómeno social destacado, tenía que conducir necesariamente
al análisis de la sociedad burguesa y del régimen
básico de la propiedad, tenía forzosamente que desembocar
¡en el Carthiginem est delendam!
Lenin asentía sonriendo :
—Acaso lo tenemos. ¡Defiende usted como un verdadero
abogado a sus camaradas y a su partido! Claro está que
lo que usted dice es cierto. Pero, en el mejor de los casos,
eso no hace más que disculpar, y no justificar el error cometido
en Alemania. Esa conducta es y sigue siendo un
error. ¿Podría usted asegurar seriamente que en aquellas
lecturas y discusiones se estudian el problema sexual y el
problema del matrimonio, desde el punto de vista del
marxismo maduro, del materialismo histórico vivo y real?
Esto exige una cultura amplísima y profunda, el dominio
completo de un enorme material. ¿Dónde tienen ustedes los
elementos para eso? Si los tuviesen, no se daría el caso de
tomar por norma de enseñanza en esas lecturas y discusiones
un folleto como el que he citado. En vez de criticarlo, se
le recomienda y se le difunde. ¿Y adónde conduce esa manera
superficial y antimarxista de tratar el problema? A que
el problema sexual y el del matrimonio no se enfoquen como
una parte del gran problema social, sino, por el contrario,
éste, el gran problema social, como una parte, como un
apéndice de los problemas sexuales. Lo principal se convierte
en lo accesorio. Y esto no sólo siembra la confusión en
estos problemas, sino que empeña los pensamientos, la
conciencia de clase de las proletarias, en general.
"Además, y no es esto lo menos importante, ya el sabio
Salomón decía que todo requería su tiempo. Y dígame usted,
¿ acaso es este el momento de entretener meses y meses
a proletarias explicándoles cómo se ama y se hace el
amor, cómo se corteja y se dejan las mujeres cortejar? Claro
está que todo es "en el pasado, en el presente y en el
porvenir" y en los más diversos .pueblos. ¡Y luego dicen,
muy orgullosas, que esto es materialismo histórico! No; en
estos momentos, todos los pensamientos de las camaradas,
de las mujeres del pueblo trabajador, deben concentrarse
en la revolución proletaria. Esta echará también las bases
para la necesaria renovación del matrimonio y de las relaciones
sexuales. Hoy, son, en verdad, otros los problemas
que están en primer plano, y no precisamente el de las formas
matrimoniales de los negros australianos y el matrimonio
entre hermanos en la antigüedad. El problema primario
para los proletarios alemanes siguen siendo los Soviets. El
Tratado de Versalles y sus efectos en la vida de las masas
femeninas, el paro, la baja de salarios, los impuestos y muchas
otras cuestiones: éstos son los problemas que hoy
están a la orden del día. En una palabra, me sostengo en mi
idea de que esa clase de cultura política social, que se da a
las proletarias es falsa, completamente falsa. ¿Cómo pudo
usted callarse ante estos hechos? Usted debió interponer su
autoridad para evitarlo".

Expliqué al indignado amigo que, por falta de críticas y
de reproches a las camaradas dirigentes de distintos sitios
no había quedado, pero que ya sabía que nadie era profeta
en su tierra ni entre su gente. Que mis críticas habían hecho
recaer sobre mí la sospecha de que conservaba todavía
"fuertes resabios de prejuicios socialdemócratas y de concepciones
pequeñoburguesas pasadas de moda". Pero que,
en fin de cuentas, la crítica no había sido en balde, pues el
problema sexual y el del matrimonio no eran ya el eje de los
cursos y de las discusiones. Pero Lenin siguió desarrollando
la idea tratada.

—Ya sé, ya sé —dijo—; también a mí se me acusa en este
respecto de filisteo por ciertas gentecillas, a pesar de lo
que el filisteísmo me repugna, por lo que encierra de hipocresía
y de estrechez. Pero, yo soporto pacientemente todo
eso. Esos pajarillos de pico amarillo, salidos apenas del cascarón
de los prejuicios burgueses, son siempre terriblemente
listos. Pero, ¡qué se va a hacer! Hay que resignarse a
eso, y no corregirse. También el movimiento juvenil adolece
de modernismo en su actitud ante el problema sexual y en
su exceso de preocupación por él —Lenin ponía en la palabra
"modernismo" un acento irónico, haciendo al pronunciarla
un gesto desdeñoso Según me han informado muchos
—continuó—, el problema sexual es también tema favorito
de estudio en las organizaciones juveniles alemanas. Los
conferenciantes no dan abasto, al parecer, a la apetencia
del público. Y en el movimiento juvenil, este estrago es especialmente
nocivo, especialmente peligroso. Fácilmente
puede conducir, en no pocos jóvenes, a la exaltación y a la
sobreexcitación de la vida sexual, destruyendo la salud y la
fuerza juveniles. Es necesario que luchen ustedes también
contra esto. No en vano el movimiento femenino y juvenil
tienen muchos puntos de contacto. Nuestras camaradas
debieran colaborar sistemáticamente en todos los países
con la juventud. Esto sería una continuación y una exaltación
de la maternidad de lo individual a lo social. Y hay que
fomentar en la mujer todo lo que en ella apunte de vida y
de actuación social, para ayudarla a vencer la estrechez de
su psicología individual y pequeñoburguesa de hogar y de
familia. Pero esto es una consideración incidental.

"También aquí una gran parte de la juventud se entrega
apasionadamente a "revisar" las "concepciones burguesas y
de la moral" en los problemas sexuales. Y debo añadir que
se trata precisamente de una gran parte de nuestros mejores
jóvenes, de los que realmente prometen. Es como usted
decía antes. En la atmósfera de los estragos de la guerra y
de la revolución en marcha, los viejos valores ideológicos se
disuelven, al estremecerse las bases económicas de la sociedad,
y pierden su fuerza coactiva. Y los nuevos valores
cristalizan lentamente, a fuerza de luchas. También en punto
a las relaciones humanas, a las relaciones entre hombre
y mujer, se revolucionan los sentimientos y las ideas. Se
trazan nuevos linderos entre el derecho del individuo y el
derecho de la colectividad y, por tanto, el deber individual.
Las cosas se hallan todavía en plena fermentación caótica.
La orientación en la fuerza evolutiva de las diversas tendencias
encontradas, no se destaca todavía con absoluta claridad.
Es un proceso lento, y no pocas veces doloroso, de
destrucción y de creación. Donde más se nota esto es precisamente
en las relaciones sexuales, en el matrimonio y la
familia. La decadencia, la podredumbre, la suciedad del matrimonio
burgués, con su difícil disolubilidad, con su libertad
para el hombre y su esclavitud para la mujer, la hipocresía
repugnante de la moral y de las relaciones sexuales, llenan
de profundo asco a los seres espiritualmente más sensibles
y mejores.

"La coacción del matrimonio burgués y de las leyes por
que se rige la familia de los Estados burgueses, agudiza los
males y los conflictos. Es la coacción de la "santa propiedad",
que santifica la venalidad, la vileza y la porquería. La
hipocresía convencional de la honesta sociedad burguesa se
encarga del resto. La gente busca satisfacción a sus legítimos
anhelos contra el orden repugnante y antinatural que
impera. En tiempos como éstos, en que se derrumban reinos
poderosos, en que se vienen a tierra instituciones antiquísimas
y en que todo un mundo social amenaza con hundirse,
los sentimientos individuales se transforman rápidamente,
la apetencia y el anhelo de cambios en el goce se
desbocan con harta facilidad.

"No basta con reformar las relaciones sexuales y el matrimonio
en un sentido burgués. Es una revolución sexual y
matrimonial la que se prepara, como corresponde a la revolución
proletaria. Es lógico que este intrincado complejo de
problemas que aquí se plantea interese muy especialmente
a las mujeres y a la juventud, puesto que ambas son las
primeras víctimas del falso régimen sexual imperante. La
juventud se rebela contra este abuso con todo el ímpetu de
sus años. Y se comprende. Nada sería más falso que predicar
a la juventud un ascetismo monacal y la santidad moral
burguesa. Pero es peligroso que en esos años se convierta
en eje de la vida la cuestión sexual, ya bastante fuerte de
suyo por imperativo fisiológico. Las consecuencias de esto
son fatales. Infórmese usted acerca de esto por nuestra
camarada Lilina. Esta mujer ha podido recoger grandes experiencias
en su larga labor en establecimientos de enseñanza
de toda clase y usted sabe que se trata de una comunista
de cuerpo entero y sin prejuicios.

"El cambio de actitud de los jóvenes ante los problemas
de la vida sexual es, por supuesto, una cuestión "de principio",
y pretende apoyarse en una teoría. Muchos llaman a
su actitud "revolucionaria" y "comunista". Y creen honrada60
mente que lo es. A mi, que soy viejo, eso no me impone. Y
aunque no tengo nada de asceta sombrío, me parece que lo
que llaman "nueva vida sexual" de los jóvenes —y a veces
también de hombres maduros-- no es, con harta frecuencia,
más que una vida sexual puramente burguesa, una prolongación
del prostíbulo burgués. Todo eso no tiene nada que
ver con la libertad amorosa, tal como la concebimos los comunistas.
Seguramente conoce usted la famosa teoría de
que, en la sociedad comunista, la satisfacción del impulso
sexual, de la necesidad amorosa, es algo tan sencillo y tan
sin importancia como "el beberse un vaso de agua". Esta
teoría del vaso de agua ha vuelto loca, completamente loca
a una parte de nuestra juventud, y ha sido fatal para muchos
chicos y mucha muchachas. Sus defensores afirman
que es una teoría marxista. Yo no doy tres perras chicas por
ese marxismo que quiere derivar todos los fenómenos y
todas las transformaciones operadas en la superestructura
ideológica de la sociedad directamente y en línea recta de
su base económica. No; la cosa no es tan sencilla, ni mucho
menos. Ya lo puso de manifiesto hace mucho tiempo, por lo
que se refiere al materialismo histórico, un tal Federico Engels.
"La famosa teoría del vaso de agua es, a mi juicio, completamente
antimarxista y, además, antisocial. En la vida
sexual, no sólo se refleja la obra de la naturaleza, sino también
la obra de la cultura, sea de nivel elevado o inferior. En
su obra sobre los "orígenes de la familia", Engels ha demostrado
la importancia que tiene el que el instinto sexual fisiológico
se haya desarrollado y refinado hasta convertirse
en amor sexual individual. Las relaciones entre los sexos no
son un simple reflejo del intercambio entre la Economía social
y una sociedad física aislada mentalmente por la consideración
fisiológica. El querer reducir directamente a las
bases económicas de la sociedad la transformación de estas
relaciones, aislándolas y desglosándolas de su entronque
con la ideología general, no sería marxismo, sino raciona61
lismo. Es evidente que quien tiene sed debe saciarla. Pero,
¿es que el hombre normal y en condiciones normales, se
dobla sobre el barro de la calle para beber en un charco?
¿O, simplemente, de un vaso cuyos bordes conservan las
huellas grasientas de muchos labios? Pero, todavía más importante
que todo esto es el aspecto social. Pues el acto de
beber agua es, en realidad, un acto individual, y en el amor
intervienen dos seres y puede nacer un tercero, una nueva
vida. En este acto reside un interés social, un deber hacia la
colectividad.

"Como comunista, yo no tengo la menor simpatía por la
teoría del vaso de agua, aunque se presente con la vistosa
etiqueta de "emancipación del amor". Por lo demás, esta
pretendida emancipación del amor no es ni comunista ni
nueva. Como usted recordará, es una teoría que se predicó,
principalmente, a mediados del siglo pasado en la literatura
con el nombre de "libertad del corazón". Luego, la realidad
burguesa demostró que de lo que se trataba era de libertar
no al corazón, sino a la carne. Por lo menos, la predicación
de aquel entonces denotaba más talento que la de hoy; por
lo que se refiere a la realidad práctica, no puedo juzgar. Y
no es que yo, con mi crítica, quiera predicar el ascetismo.
Nada de eso. El comunismo no tiene por qué aspirar a una
vida ascética, sino, por el contrario, a una vida gozosa y
plena de fuerza, colmada, aun en lo que se refiere al amor.
Pero, a mi parecer, esa hipertrofia de lo sexual que hoy se
observa a cada paso, lejos de infundir goce y fuerza a la
vida, se los quita. Y en momentos revolucionarios, esto es
grave, muy grave.

"La juventud, sobre todo, necesita alegría y fuerza vital.
Deportes sanos, gimnasia, natación, marchas, ejercicios
físicos de todo género, variedad de intereses espirituales.
¡Aprender, estudiar, investigar, haciéndolo, siempre que sea
posible, colectivamente!

"Todo esto dará a la juventud más que las eternas conferencias
y discusiones sobre problemas sexuales y sobre el
dichoso derecho a "vivir su vida". ¡Cuerpo sano, espíritu
sano! Ni monje ni don Juan, pero tampoco ese término medio
del filisteo alemán. Seguramente, conoce usted a nuestro
joven camarada X. I. Z., un muchacho magnífico, inteligentísimo.
Pues, a pesar de todo, temo que no saldrá nada
de él. No hace más que saltar de aventura en aventura femenina.
Eso no sirve para la lucha política, ni sirve para la
revolución. Yo me fío muy poco de la solidez, de la perseverancia
en la lucha de esas mujeres en quienes la novela
personal se entreteje con la política. Y tampoco me fío de
los hombres que corren detrás de cada falda y se dejan
pescar por la primera mujercita joven. Eso no se concilia
con la revolución" —Lenin se puso en pie, golpeó la mesa
con la mano y dio unos cuantos pasos por la habitación.
"La revolución exige concentración, exaltación de fuerzas.
De las masas y de los individuos. No tolera esas vidas
orgiásticas propias de los héroes y las heroínas decadentes
de un D'Annuzio. El desenfreno de la vida sexual es un
fenómeno burgués, un signo de decadencia. El proletariado
es una clase ascensional. No necesita embriagarse, ni como
narcótico ni como estímulo. Ni la embriaguez de la exaltación
sexual ni la embriaguez por el alcohol. No debe ni puede
olvidarse, ni olvidar lo abominable, lo sucio, lo salvaje
que es el capitalismo. Su situación de clase y el ideal comunista
son los mejores estímulos que pueden impulsarle a la
lucha. Necesita claridad, claridad y siempre claridad. Por
tanto, lo repito, nada de debilitarse, de derrochar, de destruir
sus fuerzas. El que sabe dominarse y disciplinarse no
es un esclavo, ni aun en amor. Pero, perdone usted, Clara.
Me he desviado considerablemente del punto de partida de
nuestra conversación. ¿ Por qué no me ha llamado usted al
orden? Las preocupaciones me han soltado la lengua. Me
inquieta mucho el porvenir de la juventud. Es un fragmento
de la revolución. Y si apuntan fenómenos nocivos que entran
al mundo de la revolución arrastrándose desde el mundo
de la sociedad burguesa —como las raíces de esas plantas
parásitas, que se arrastran y se extienden a grandes
distancias—, es mejor darles la batalla cuanto antes. Por lo
demás, estos problemas forman también parte de los problemas
de la mujer".

Lenin había hablado con gran vivacidad y una gran
energía. Se veía que cada palabra le salía del alma, y la
expresión de su cara lo confirmaba así. De vez en cuando,
un enérgico movimiento hecho con la mano subrayaba un
pensamiento. A mí me asombraba que Lenin no se preocupase
solamente de los grandes problemas políticos, sino que
dedicase también gran atención a las manifestaciones concretas
y aisladas, ocupándose de ellas. Y no sólo en la Rusia
soviética, sino también en los Estados gobernados todavía
por el capitalismo. Como gran marxista que era, enfocaba lo
concreto, dondequiera y bajo la forma que se presentase,
en conexión con lo general, con los grandes problemas, y en
cuanto a su importancia respecto a éstos. Su voluntad, la
meta de su vida, se encaminaban en bloque, inconmovibles
como una fuerza natural irrefrenable, a un solo fin: acelerar
la revolución como obra de las masas. Por eso lo valoraba y
lo enjuiciaba todo por la reacción que pudiera producir sobre
las fuerzas conscientes propulsoras de la revolución. De
la revolución nacional e internacional, pues ante. sus ojos se
alzaba siempre, abarcando en su integridad la realidad
histórica concreta de los diversos países y las diversas etapas
de la evolución, la revolución proletaria mundial, una e
indivisible.

—¡Cómo siento, camarada Lenin —exclamé—, que no
hayan oído sus palabras cientos, miles de personas ! A mí,
ya sabe usted que no necesita convencerme. Pero hubiera
sido conveniente que los amigos y los enemigos escuchasen
su opinión.