Clara Zetkin (1921)
Tras la derrota de Alemania en la I Guerra Mudial, en 1918 estalla la Revolución de Noviembre. El 7 de noviembre se proclaman dos repúblicas: Philipp Scheidemann, exministro del II Reich, proclama la República desde el Reichstag mientras Karl Liebknecht proclamaba la República Libre y Socialista de Alemania.
El 9 de noviembre abdica el kaiser Guillermo II. El 10 de noviembre se forma un gobierno provisional, dirigido por la socialdemocracia, y finalmente, en el Congreso Pan-aleman de Consejos, donde la socialdemocracia, Partido Socialdemócrata Aleman (SPD) y los socialistas independientes (USPD), era mayoría y opuesta a la dictadura del proletariado, aprueba su disolución y la convocatoria de unas elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de redactar una Constitución republicana, con un único objetivo: salvar el viejo Estado, pasando de una monarquía a una república democrático-burguesa.
Comprendiendo que la columna vertebral del viejo Estado es el ejército, desde el inicio de la Revolución de Noviembre el SPD trabaja para formar tanto sus propias fuerzas de choque, como para reforzar al ejército reaccionario. Frente a las milicias espartaquistas (Fuerzas Republicanas de soldados) el SPD organiza las Fuerzas de Defensa Republicanas, leales al gobierno provisional y al viejo Estado. Después intentó neutralizar a la milicia comunista tratando de integrárla dentro de una nueva fuerza de choque contrarrevolucionaria llamada la Fuerza de Voluntarios del Pueblo, sin éxito. Los espartaquistas mantienen la independencia de su milicia de obreros y soldados. El apuntalamiento del ejército reaccionario comienza con la creación de los “Cuerpos Libres”, grupos paramilitares formados por veteranos soldados y oficiales del derrotado Ejército Imperial, el primero de ellos nace en Kiel, creado por el alcalde de la ciudad, Gustav Noske del SPD, donde se agruparon oficiales y marineros leales al viejo Estado en una unidad que se llamó "Brigada de Hierro". Los "Cuerpos Libres" se extendieron por toda Alemania.
El 30 de diciembre de 1918 los espartaquistas fundan el KPD (Partido Comunista Alemán) y en enero de 1919 el Partido Comunista encabeza la insurrección contra el Estado reaccionario y su gobierno "socialista", por la instauración de la dictadura del proletariado. La revolución fue derrotada por el ejército reaccionario que actuó conjuntamente con los "Cuerpos Libres", bajo la dirección del gobierno del SPD. El 15 de enero, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht son asesinados. El camino que siguió la República de Weimar no fue el "socialismo" por vía pacífica anunciado por Kautsky, sino el fascismo y la guerra.
El texto que presentamos está escrito tras la Revolución de Noviembre y antes del aplalstamiento de la isurrección de enero de 1919 por el gobierno socialdemócrata del SPD. Este es el contexto en el que Clara Zetkin hace su llamamiento a la movilización de la mujer obrera en función de la toma del Poder y la destrucción del viejo Estado.
Cuestión fundamental del maoísmo: el Poder para el proletariado, que separa al feminismo proletario, no solamente del feminismo burgués liberal, sino también del feminismo burgués revisionista.
LA REVOLUCIÓN Y LAS MUJERES
Clara Zetkin
22 de noviembre de 1918
Hasta ayer mismo en el Reichstag y en los Landtag de los Estados federales se juraba solemnemente que nosotras, las mujeres, todavía no estábamos «maduras» para asumir nuestra tarea de ciudadanas equiparadas al lado de los hombres. Hasta ayer mismo «inmaduras» para poder decidir la nómina de un guardia nocturno en Buxtehude, hoy, declaradas «maduras», electoras y elegibles con derechos iguales, ya somos capaces de pronunciarnos sobre las decisiones más importantes de la vida política del país, y sobre su ordenación económica.
En realidad, también las mujeres deben participar, mediante el derecho de voto democrático, a la elaboración de las leyes fundamentales que conciernen a la forma de gobierno y a las instituciones del Estado. Esta debe ser la tarea de las anunciadas asambleas nacionales constituyentes que tendrán lugar en la «gran» y en la «pequeña» patria; sin embargo, la tarea principal de estas asambleas debería ser, según el deseo de las clases poseedoras, el de arrancar el poder político de las manos proletarias en nombre de la engañosa consigna «salvaguarda de la democracia», bloqueando con ello la vía para la construcción de una auténtica democracia integral.
También las mujeres deben poderse pronunciar sobre esta alternativa: república burguesa o república socialista o, en otras palabras: dominio de clase político-formal moderado por parte de los usurpadores de la riqueza social, o bien el poder político en manos de los productores de la riqueza social. La política socialista radical que remodele completamente «la antigua, decrépita hacienda», es decir, el Estado opresor capitalista y la economía de explotación capitalista y la transforme en un sistema socialista, en una sociedad de libres e iguales; o bien una política de concesiones, de armonía entre burgueses y proletarios, una política sin principios que recurre a remiendos políticos y económicos con el fin de preservar la sociedad capitalista. ¡También las mujeres debemos decidir respecto a estas alternativas vitales para el pueblo alemán y en su decisión quedará demostrada la madurez política de la mujer!
Las mujeres alemanas no debemos olvidar nunca que nuestra equiparación política no es el premio a una lucha victoriosa, sino el regalo de una revolución que han soportado las masas proletarias, y que llevaba escrito en su estandarte: ¡democracia integral y todos los derechos para el pueblo! ¡Plenos derechos también para las mujeres! ¿Acaso nosotras, mujeres, no somos pueblo, la mitad del pueblo, y por tanto la mitad del sacrificio de millones de hombres al imperialismo, y nunca como ahora la mitad más grande del pueblo alemán? ¿Y acaso no somos nosotras, las mujeres, en aplastante mayoría, el pueblo trabajador que acrecienta la riqueza material y cultural de la sociedad? Al pueblo trabajador pertenece la obrera de la fábrica, la empleada y la maestra, la pequeña campesina, pero también el ama de casa que, mediante sus cuidados y su trabajo, prepara y cuida la casa para sus pequeños huéspedes; al pueblo trabajador pertenece sobre todo la madre cuya contribución tiene el mayor de los valores: una descendencia sana y fuerte de cuerpo y espíritu, cuya obra enriquece el tesoro de la humanidad. Al margen de esta gran comunidad de hermanas solamente se encuentran aquellas señoras que viven a costa de la explotación del trabajo de los demás y que carecen de actividad autónoma; estas señoras no participan en aumento del patrimonio social, sino sólo en su consumo.
La revolución ha dado a las mujeres trabajadoras sus derechos civiles sin preguntar antes si la mayoría los había reivindicado, sin averiguar si habíamos luchado para conseguirlos. La revolución ha hecho posible también que la valiente lucha de sus vanguardias garantice la capacidad, la voluntad de todas para asumir sus deberes de ciudadanas.
Ahora se trata de que las mujeres paguen esta deuda de reconocimiento hacia la revolución y demuestren que la confianza que en ellas había puesto es perfectamente correspondida. ¡Demostremos nuestro orgullo y nuestra valentía! No recibamos sin dar nada a cambio; no nos dejemos asustar por los espectros del pasado; por el contrario, enfrentémonos al futuro con ímpetu y decisión. La revolución está amenazada. Por todo el Reich las fuerzas de la reacción y de la contrarrevolución están intentando salir del escondrijo en el que la revuelta de las masas les ha obligado a refugiarse.
Las clases poseedoras empiezan a organizarse y armarse para arrancar al pueblo trabajador el poder político apenas conquistado. Sus agentes en la prensa, en la administración pública, en los parlamentos tomados por la revolución, empiezan a entrar en escena. Los conservadores están descubriendo que tienen un corazón democrático y los demócratas burgueses se dan cuenta de que su acción debe ser de tipo conservador, que más allá del límite que determinan los intereses de clase burgueses, el principio democrático debe abdicar en favor de la praxis capitalista. Los enemigos ocultos del poder revolucionario del proletariado son más peligrosos que los enemigos desenmascarados. La democracia burguesa, esta árida fórmula jurídica, se prepara para estrangular la viva democracia proletaria de la cual la revolución ha sido su primer paso.
La reivindicación de asambleas nacionales constituyentes para el Reich y para los Estados federales es la sábana que debe encubrir el intento, por parte de las clases poseedoras, de reconquistar el poder político. Reparto del poder político entre todos los estratos y clases de la población: ¡qué bien suena, cómo suena a justo y democrático! Y sin embargo, la piel de cordero disfraza al lobo. Sólo existen dos posibilidades: o el proletariado detenta todo el poder político para la realización de su objetivo final: la superación del capitalismo por el socialismo, o bien el proletariado no detenta ningún poder, sino sólo una parte mínima del mismo para poder realizar reformas que no amenacen el sistema capitalista, sino que por el contrario lo refuercen. Un reparto de poder entre la clase obrera y la burguesía siempre acaba desembocando en un dominio de la clase burguesa, siempre acaba siendo una moderada dictadura de la clase poseedora y explotadora.
El campo de escombros en el que la guerra mundial ha convertido el sistema capitalista exige de inmediato, si el pueblo trabajador no quiere verse en la ruina, la reconstrucción de la sociedad sobre bases socialistas. El socialismo, no en tanto que teoría social, sino como praxis social, es el imperativo del momento. Las tareas impuestas por la adquisición de bienes alimenticios y materias primas, por la desmovilización, por la reconstrucción de la economía completamente disgregada, solamente pueden ser realizada mediante soluciones socialistas si se quiere que las masas populares no se conviertan en las víctimas de una situación insostenible. El apoyo de la lucha por el poder político está representado en la lucha por la ordenación económica de la sociedad. Quien desee el fin del capitalismo y la llegada del socialismo no debe permitir que el poder político del pueblo trabajador quede paralizado por el poder político de los poseedores, y debe exigir todo el poder para el proletariado. El terremoto político que ha derrumbado el trono y los sillones de los burócratas debe embestir también la economía y dar muerte al capitalismo. ¡La revolución debe continuar avanzando !
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