viernes, 11 de mayo de 2012

                CLARA ZETKIN: RECUERDOS SOBRE LENIN (II)



               
Lenin sonrió burlonamente :

—Tal vez escriba o hable algún día acerca de estas
cuestiones. Más adelante; ahora no. Ahora, hay que concentrar
toda la fuerza y todo el tiempo en otras cosas. Tenemos
cuidados mayores y más graves. La lucha por afirmar
y consolidar el Estado soviético no ha terminado todavía,
ni mucho menos. Tenemos que digerir las consecuencias
de la guerra con Polonia y procurar sacar lo mejor que podamos
de su terminación. En el Sur está todavía Wrangel.
Claro está que tengo la firme convicción de que terminaremos
con él. Esto dará también que pensar a los imperialistas
ingleses y franceses y a sus pequeños vasallos. Pero
tenemos todavía delante de nosotros la parte más difícil de
nuestra tarea: la edificación. Esta pondrá también de relieve,
como problemas actuales, los problemas de las relaciones
sexuales, del matrimonio y la familia. Mientras tanto,
tendrán ustedes que arreglárselas como puedan, cuando y
donde esos problemas se planteen. Impidiendo que se traten
de un modo antimarxista y que sirvan para alimentar
desviaciones sordas y manejos ocultos.

Y con esto, pasamos
a hablar, por fin, de su labor —Lenin miró el reloj—. El
tiempo de que dispongo para usted va ya promediado —
dijo—. He charlado más de la cuenta. Debe usted redactar
líneas directrices para la labor comunista entre las masas
femeninas. Como conozco la posición de principio de usted y
su experiencia práctica, nuestra conversación acerca de esto
puede ser breve. Vamos, pues, allá. ¿Cómo concibe usted
esas líneas directrices?
Tracé un resumen rápido de ellas. Lenin asentía constantemente
con la cabeza. sin interrumpirme. Cuando hube
terminado, le miré como interrogándole.
—De acuerdo —manifestó—. Trate usted, además, del
asunto con Zinovief. Convendría también que informase
usted y discutiese acerca de esto en una sesión de los camaradas
dirigentes. Es lástima, de veras es lástima, que no
esté aquí la camarada Inessa. Ha tenido que irse enferma al
Cáucaso. Después de la discusión, escriba usted las líneas
directrices. Una comisión las estudiará y la Ejecutiva decidirá
en último término. Yo sólo me manifestaré acerca de
algunos puntos principales, en los que comparto en absoluto
su criterio. Estos puntos los juzgo también de importancia
para nuestra labor corriente de agitación y propaganda, si
esta labor ha de preparar y hacer triunfar la acción y la lucha.
"Las líneas directrices deberán expresar nítidamente
que la verdadera emancipación de la mujer sólo es posible
mediante el comunismo. Hay que hacer resaltar con toda
fuerza la relación indisoluble que existe entre la posición
social y humana de la mujer y la propiedad privada sobre
los medios de producción. Con esto, trazaremos una divisoria
firme e imborrable entre nuestro movimiento y el movimiento
feminista. Además, de este modo echaremos las
bases para enfocar el problema de la mujer como una parte
del problema social, del problema obrero, firmemente unida,
por tanto, a la lucha proletaria de clases y a la revolución.
Hay que conseguir que el movimiento femenino comunista
sea también un movimiento de masas, una parte del
movimiento general de las masas. No sólo de los proletarios,
sino de los explotados y oprimidos de toda clase, de
todas las víctimas del capitalismo y de cualquier otro poder.
En eso estriba también su importancia para la lucha de clases
del proletariado y para su creación histórica : la socie66
dad comunista. Podemos sentirnos legítimamente orgullosos
de tener dentro del partido, dentro de la Internacional Comunista
una "elite" de mujeres revolucionarias. Pero esto no
es decisivo. De lo que se trata es de ganar para nuestra
causa a los millones de mujeres trabajadoras de la ciudad y
del campo. Para nuestras luchas, y muy especialmente para
la transformación comunista de la sociedad. Sin atraer a la
mujer, no conseguiremos un verdadero movimiento de masas.
"De nuestro punto de vista ideológico se deriva el criterio
de organización. Nada de organizaciones especiales de
mujeres comunistas. La que sea comunista, tiene su puesto
en el partido, lo mismo que el hombre. Con los derechos y
deberes comunistas. Acerca de esto, no puede haber discrepancias.
Sin embargo, hay que reconocer un hecho. El partido debe poseer órganos,
 grupos de trabajo, comisiones, comités, secciones, o como quieran llamarse,
 cuya misión especial sea despertar a las grandes masas femeninas,
ponerlas en contacto con el partido y mantenerlas de un
modo constante bajo su influencia. Para esto, es necesario,
naturalmente, que laboremos de una manera sistemática
entre esas masas femeninas, que disciplinemos a las mujeres
más despiertas y las reclutemos y pertrechemos para
las luchas proletarias de clase bajo la dirección del partido
comunista. Y al decir esto, no pienso solamente en las proletarias,
las que trabajan en la fábrica o las que atienden al
fogón. Pienso también en las campesinas humildes, en las
pequeñas burguesas de los diversos sectores sociales. También
ellas son víctimas del capitalismo, y desde la guerra
más que nunca. La psicología apolítica, asocial, rezagada de
estas masas femeninas; su círculo aislado de acción, el corte
todo de su vida son hechos que sería necio, absolutamente
necio desdeñar. Para trabajar en este campo, necesitamos
órganos especiales de trabajo, métodos de agitación
y formas de organización especiales. Y esto no es feminismo:
es eficacia práctica revolucionaria".
Le dije que sus palabras eran para mí un valioso estímulo,
pues muchos camaradas, camaradas muy buenos, combatían
de la manera más enérgica el que el partido crease
órganos especiales para trabajar sistemáticamente entre las
masas femeninas. Según ellos, esto era feminismo y reincidencia
en las tradiciones socialdemócratas. Daban como
razón el que los partidos comunistas; al reconocer que la
mujer era en un todo igual al hombre, lógicamente tenían
que actuar entre las masas trabajadoras sin admitir diferencia
alguna, tratándose de mujeres. Estas debían atraerse a
la par que los hombres y bajo las mismas condiciones. Y
todo lo que fuese reconocer en el terreno de la agitación y
de la organización las circunstancias apuntadas por Lenin,
era calificado por los defensores de la opinión contraria de
oportunismo, de deserción y traición a los principios.
—Esto no es nada nuevo, ni prueba nada —dijo Lenin—.
No se deje usted sugestionar por esos argumentos. Vamos
a ver, ¿por qué en ninguna parte —ni siquiera aquí en la
Rusia soviética— militan en el partido tantas mujeres como
hombres? ¿Por qué es tan insignificante la cifra de las obreras
organizadas sindicalmente? Los hechos dan qué pensar.
La resistencia a admitir estos órganos especiales indispensables
para trabajar entre las grandes masas femeninas es
un indicio de las concepciones muy de principio también,
muy radicales, de nuestros queridos amigos del Partido Comunista
Obrero. Según ellos, sólo puede haber una forma
de organización: la unión obrera. En no pocas cabezas de
mentalidad revolucionaria, pero confusa, se invocan los
principios siempre que "faltan los conceptos", es decir,
cuando la conciencia se cierra a los hechos reales y , objetivos,
que no hay más remedio que reconocer. ¿Cómo se
avienen esos guardianes de los "principios puros" a las necesidades
imperativas, que la historia nos impone, de nuestra política revolucionaria?
Ante la necesidad inexorable,
fallan todos los discursos. Sin tener a nuestro lado a millones
de mujeres, no podremos ejercer la dictadura, ni podremos
edificar la sociedad comunista. A todo trance tenemos
que encontrar el camino que nos lleve a ellas, estudiar,
ensayar, para encontrar ese camino. Por eso estamos también
en lo cierto cuando planteamos reivindicaciones a favor
de la mujer. No se trata de ningún programa mínimo ni reformista,
como los de la socialdemocracia, los de la II Internacional.
Con esto no hacemos ninguna profesión de fe en
la eternidad, ni siquiera en la larga duración de las maravillas
de la burguesía y de su Estado. No intentamos domesticar
con reformas a las masas femeninas ni desviarlas de la
lucha revolucionaria. No se trata de nada de esto ni de ninguna
otra maniobra reformista. Nuestras reivindicaciones
son otras tantas deducciones prácticas derivadas de las irritantes
penalidades y humillaciones vergonzosas de la mujer,
de su posición como ser débil y privado de derechos
dentro de la sociedad burguesa. Al plantearlas, demostramos
conocer todas estas miserias, sentir como una injusticia
las humillaciones de la mujer y los privilegios del hombre.
Que odiamos todo eso, sí ; que odiamos y queremos
suprimir todo lo que oprime y atormenta a la obrera, a la
mujer del obrero, a la campesina, a la mujer del hombre
humilde y, hasta en ciertos respectos, a la mujer de las clases
acomodadas. Los derechos y las medidas sociales que
reclamamos para las mujeres de la sociedad burguesa son
una prueba de que comprendemos y de que, bajo la dictadura
del proletariado, reconoceremos la situación y los intereses
de la mujer. Naturalmente que no como reformistas
adormecedores y tutelares. No; nada de eso. Como revolucionarios,
que llaman a la mujer a colaborar, como igual en
derechos al hombre, en la transformación de la Economía y
de la superestructura ideológica de la sociedad.
Yo le aseguré que compartía sus ideas, pero que éstas
chocarían con la resistencia de muchos, que los espíritus
inseguros y miedosos las rechazarían como sospechosas de
oportunismo. Y que tampoco podía negarse que nuestras
actuales reivindicaciones, en punto a la mujer, eran susceptibles
de ser concebidas e interpretadas de un modo falso.
—¿Cómo? —exclamó Lenin, un poco bruscamente—. A
ese peligro está expuesto todo cuanto digamos y hagamos.
Y si, por miedo a incurrir en él, nos abstenemos de hacer lo
que creamos conveniente y necesario, nos convertimos en
los santos indios de las columnas. iNo moverse, no tocar,
pues podríamos caer desde lo alto de la columna de nuestros
principios! Por lo demás, en nuestro caso no hay que
mirar solamente a lo que pedimos, sino a cómo lo pedimos.
Creo haber apuntado bastante claramente a esto. Ya se sabe
que nosotros no vamos a rezar propagandistamente
nuestras reivindicaciones por la mujer como las cuentas de
un rosario, sino que debemos luchar tan pronto por unas
como por otras, a medida que lo requieran las circunstancias.
Y siempre, naturalmente, en relación con los intereses
generales del proletariado. Cada una de estas batallas nos
coloca enfrente de la honorable hermandad burguesa y de
sus no menos honorables lacayos reformistas. Obliga a
éstos a una de dos cosas: o a luchar bajo nuestras banderas
—cosa que no quieren—, o a desenmascararse. Por tanto,
estas luchas deslindan nuestro campo y presentan a la luz
del día nuestra faz comunista. Con ellas, ganamos la confianza
de las grandes masas femeninas que se sienten explotadas,
esclavizadas y pisoteadas por la supremacía del
hombre, por la fuerza del patrono, por la sociedad burguesa
entera. Traicionadas, abandonadas por todos, las mujeres
trabajadoras reconocen que tienen que luchar a nuestro
lado. Y no necesito jurarle ni hacerle jurar a usted que las
luchas por las reivindicaciones femeninas deben ir asociadas
también a la meta de la conquista del Poder, de la implantación
de la dictadura proletaria. Esto es, en los momentos
presentes, el alfa y el omega de nuestro movimiento. La
cosa es clara, perfecta mente clara. Pero las grandes masas
femeninas del pueblo trabajador no se sentirán irresistiblemente
arrastradas a compartir nuestras luchas por el Poder,
si nos limitamos a soplar una y otra vez este solo grito,
aunque lo soplemos con las trompetas de Jericó. ¡No y no!
Nuestras reivindicaciones deben ir políticamente asociadas
también en la conciencia de las masas femeninas a las penalidades,
a las necesidades y a los deseos de las mujeres
trabajadoras. Estas deben saber que, para ellas, la dictadura
proletaria significa la plena equiparación con el hombre
ante la ley y en la práctica, dentro de la familia, en el Estado
y en la sociedad, así como también el estrangulamiento
del poder de la burguesía.
—El ejemplo de la Rusia soviética —exclamé yo, interrumpiéndole—
lo prueba, y ese será nuestro gran modelo.
Lenin prosiguió :
—La Rusia soviética presenta nuestras reivindicaciones
femeninas bajo un ángulo visual nuevo. Bajó la dictadura
del proletariado, ya no son objeto de lucha entre el proletariado
y la burguesía. Implantadas, se convierten en piedras
para el edificio de la sociedad comunista. Esto demostrará a
las mujeres de otros países la importancia decisiva que tiene
la conquista del Poder por el proletariado. Hay que subrayar
claramente la diferencia, si queremos atraernos a las
masas femeninas para las luchas revolucionarias de clase
del proletariado. La movilización de la mujer, realizada con
una conciencia clara de los principios y sobre una base firme
de organización, es una cuestión vital para los partidos comunistas
y para su triunfo. Pero no nos engañemos. Nues71
tras secciones nacionales no ven todavía claro esto. Se
comportan de un modo pasivo, indolente, ante el problema
de organizar el movimiento de masas de las mujeres trabajadoras
bajo la dirección comunista. No comprenden que el
desarrollo y el encauzamiento de este movimiento de masas
es una parte importante de las actividades globales del partido,
más aún, el cincuenta por ciento de labor general del
partido. Y si de vez en cuando reconocen la necesidad y el
valor de organizar un movimiento femenino enérgico, con
una clara meta comunista, no es más que un reconocimiento
platónico de labios afuera, al que no corresponden un
desvelo constante y la conciencia del deber de laborar día
tras día.
"Se considera la actuación agitadora y propagandista
entre las masas femeninas, la obra de despertar y revolucionar
a la mujer, como algo secundario, como incumbencia
de las camaradas solamente. Y se las reprocha, a ellas, el
que las cosas no vayan más de prisa y se desarrollen con
más fuerza. ¡Eso es falso, rematadamente falso! Verdadero
separatismo y feminismo rebours, como dicen los franceses,
¡feminismo a contrapelo! ¿Qué hay. en el fondo de esta manera
falsa de plantearse el problema nuestras secciones
nacionales? No hay, en última instancia, más que un desdén
hacia la mujer y hacia la obra que ésta puede realizar. Sí,
señor. Desgraciadamente, también de muchos de nuestros
camaradas se puede decir aquello de "escarbad en el comunista
y aparecerá el filisteo". Escarbando, naturalmente, en
el punto sensible, en su mentalidad acerca de la mujer. ¿Se
quiere prueba más palmaria de esto que la tranquilidad con
que los hombres contemplan cómo la mujer degenera en
ese trabajo mezquino, monótono, de la casa; trabajo que
dispersa y consume sus fuerzas y su tiempo, y sumisión al
hombre? Se le facilita, con arreglo a sus dotes y a su vocación,
plena intervención dentro de la sociedad. Los niños
obtienen de este modo condiciones más favorables para su
desarrollo que dentro de la familia. Poseemos las leyes más
avanzadas del mundo en materia de protección a las obreras,
y los mandatarios de los obreros organizados las ejecutan.
Creamos establecimientos de maternidad, asilos para
madres y niños de pecho, organizamos centros técnicos
para aconsejar a las madres, cursos para la crianza de los
niños de pecho y de edad temprana, etc. Hacemos los mayores
esfuerzos posibles por aliviar las penalidades de las
mujeres abandonadas y sin trabajo.
"Sabemos perfectamente que todo esto no es mucho,
comparado con las necesidades de las masas femeninas
trabajadoras, que dista muchos de ser todavía su emancipación
completa y efectiva. Pero, comparado con lo que
ocurría en la Rusia zarista y capitalista, representa un progreso
enorme. Y puede incluso compararse sin miedo con la
realidad de aquellos países en los que todavía impera sin
traba ni cortapisa el capitalismo. Es un buen principio de la
dirección acertada. Principio que hemos de seguir desarrollando
consecuentemente con toda energía; pueden ustedes,
en el extranjero, estar seguros de ello. Pues cada día
que pasa y se mantiene la existencia del Estado soviético
viene a demostrar todavía más claramente que no podremos
salir adelante sin contar con los millones de mujeres.
Imagínese usted lo que esto representa en un país en que
más de un ochenta por ciento de la población son campesinos.
La pequeña explotación campesina es inseparable de la
economía doméstica y de la esclavitud familiar de la mujer.
En este respecto, ustedes tendrán que luchar con menos
dificultades que nosotros. Siempre y cuando, naturalmente,
que los proletarios de sus países acaben por comprender de
una vez que las cosas están maduras para la conquista del
Poder, para la revolución. Sin embargo, nosotros, a pesar
de las grandes dificultades que se nos oponen, no desesperamos.
Conforme crecen las dificultades, crecen también
nuestras fuerzas. Las necesidades prácticas nos trazarán
también nuevos caminos para la emancipación de las masas
femeninas. El cooperativismo prestará en este punto gran73
des servicios, aliado al Estado soviético. Naturalmente, un
cooperativismo comunista, no ese cooperativismo burgués
que predican los reformistas, cuyo antiguo entusiasmo revolucionario
se ha convertido en vinagre barato. A la par con
el cooperativismo, deberá desarrollarse la iniciativa personal,
convertida en actuación colectiva y fundida con ella.
Bajo la dictadura proletaria, la emancipación de la mujer
avanzará también en la aldea, conforme se vaya realizando
el comunismo. En este punto, yo cifro las mejores esperanzas
en la electrificación de nuestra industria y de nuestra
agricultura. ¡Grandiosa obra, ésta! Grandes, inmensas son
las dificultades con que tropieza su realización. Para resolverlas,
será necesario desplegar, educar las más gigantescas
fuerzas de las masas. En esta obra deberán colaborar
millones de fuerzas femeninas".
Durante los últimos diez minutos, habían llamado por
dos veces a la puerta. Lenin siguió hablando. Al terminar,
abrió la puerta y dijo:
—Voy en seguida:
Luego se volvió a mí y añadió riéndose :
—Ahora me aprovecharé de haber estado reunido con
una mujer. Excusaré, naturalmente, mi tardanza con la consabida
elocuencia femenina, aunque la verdad es que esta
vez no ha sido precisamente la mujer, sino el hombre, el
que se ha excedido hablando. Por lo demás, puedo certificar
que sabe usted escuchar de un modo admirable. Tal vez
haya sido eso precisamente lo que me haya tentado a
hablar tanto.
Mientras pronunciaba estas palabras en broma, Lenin
me ayudaba a ponerme el abrigo:
—Abríguese usted bien —me dijo cariñosamente—.
Moscú no es Stuttgart. Ya la atenderán a usted. No se vaya
a enfriar. Hasta la vista.
Hacia unas dos semanas más tarde volví a sostener otra
conversación con Lenin acerca del movimiento femenino.
Vino a visitarme. Su visita fue, como era casi siempre, inesperada,
una improvisación en medio del gigantesco agobio
de trabajo que pesaba sobre el guía de la revolución triunfante.
Lenin parecía estar muy fatigado y preocupado. La
derrota de Wrangel no era un hecho todavía y el aprovisionamiento
de víveres de las grandes ciudades tenía sus ojos
clavados en el gobierno soviético como una esfinge inexorable.
Me preguntó en qué estado se hallaban las líneas directrices
o las tesis. Le dije que se había reunido una gran comisión
en la que habían intervenido y expuesto su criterio
todas las camaradas presentes en Moscú, y que las directrices
estaban terminadas y serían pronto discutidas en una
comisión menos numerosa. Me dijo que debíamos procurar
que el tercer Congreso mundial tratase de este asunto a
fondo, como la cosa lo requería. Con este solo hecho se
vencerían muchos de los prejuicios de los camaradas.
Aparte de esto, era necesario que las camaradas se destacasen
atacando, de firme.
—Nada de cuchichear, como buenas comadres, sino
hablar alto y claro, como luchadoras —exclamó Lenin, con
energía—. Un Congreso no es ningún salón en el que las
mujeres hayan de brillar por sus gracias, como en las novelas.
Es un campo de batalla, en el que cada cual tiene que
luchar por ideas claras paró la actuación revolucionaria.
Prueben ustedes que saben luchar. Con el enemigo, ante
todo, naturalmente ; pero también dentro del partido,
cuando haga falta. No hay que olvidar que se trata de las
grandes masas femeninas. Nuestro partido ruso apoyará
todas ha proposiciones y todas las medidas que ayuden a
conquistarlas. Si estas masas no vienen a nosotros; los contrarrevolucionarios
pueden conseguir llevárselas con ellos.
No hay que perder de vista esto.
—Sí, hay que conquistar a las masas femeninas, aunque,
como se decía de Stralsund, estén atadas con cadenas al
cielo —intervine yo, recogiendo el pensamiento de Lenin—.
Aquí, en el ambiente de la revolución, con su plétora de vida
y sus rápidas y fuertes pulsaciones, he concebido el plan de
una gran acción internacional entre las masas femeninas
trabajadoras. Este plan me lo han sugerido, muy especialmente,
los grandes congresos y conferencias de mujeres sin
partido que aquí se celebran. Hay que intentar trasplantar
estos métodos del campo nacional al campo internacional.
Es innegable que la guerra mundial, con sus estragos, han
conmovido en lo más profundo a grandes masas de mujeres
de las más diversas clases y sectores sociales. Las ha agitado,
ha sembrado en ellas la inquietud. En forma de las más
angustiosas preocupaciones por el sustento y el contenido
de su vida, se alzan hoy ante la mujer problemas que la
mayoría de ellas apenas sospechaban y que muy pocas enfocaban
claramente. La sociedad burguesa es incapaz de
dar una solución satisfactoria a estos problemas. Esto sólo
puede hacerlo el comunismo. Y esto es lo que tenemos nosotros
que llevar a la conciencia de las grandes masas femeninas
de los países capitalistas, organizando con este
objeto un gran Congreso internacional de mujeres sin partido.
Lenin no me contestó inmediatamente. Con la mirada
como vuelta hacia adentro, la boca apretada y el labio inferior
un poco saliente, meditaba.
—Sí —dijo al cabo de un rato—, habrá que ha= cerio. El
plan es bueno. Pero el mejor plan, el más excelente, no sirve
de nada si no se lo sabe manejar. ¿ Ha pensado usted ya
acerca de su ejecución? ¿Cómo concibe usted ésta?
Le expuse minuciosamente mis ideas acerca de esto. Le
dije que lo primero era formar un Comité integrado por
unas cuantas camaradas de distintos países y que, manteniéndose
en constante y estrecho contacto con nuestras
secciones nacionales, se encargase de preparar, ejecutar y
utilizar el Congreso. Si este Comité podía comenzar a actuar
inmediatamente de un modo oficial y público o no, era una
cuestión de oportunidad que habría que meditar. En todo
caso, la primera tarea de sus miembros en cada país raería
establecer contacto con las dirigentes de las obreras sindicalmente
organizadas, con las dirigentes del movimiento
político proletario de la mujer, y de organizaciones femeninas
burguesas de todas las clases y tendencias, como médicas,
profesoras, escritoras, etc., de prestigio, y formar un
Comité nacional y sin partido de trabajo y de preparación
del Congreso. Con miembros de estos Comités nacionales se
formaría un organismo internacional, cuya misión sería preparar
y convocar el Congreso internacional, fijar su orden
del día y sitio y fecha para su celebración.
El Congreso debería tratar en primer término, a mi juicio,
el derecho de la mujer al trabajo profesional. En relación
con esto, podían plantearse los problemas del paro, del
salario y del sueldo iguales para rendimiento igual; de la
jornada legal de ocho horas y de las leyes de protección
para las obreras, de la organización sindical y profesional,
de la asistencia social para la madre y el niño, de las instituciones
sociales para aliviar de sus labores a las mujeres
de casa y a las madres, etc. En el orden del día deberían
figurar, además, el problema de la posición de la mujer ante
el derecho matrimonial de familia y ante el derecho público.
Razoné estas proposiciones y seguí exponiendo cómo los
comités nacionales habrían de preparar concienzudamente
el Congreso en cada país, por medio de una campaña sistemática
de mítines y en la prensa. Dije que esta campaña
tenía una importancia especial para poner en pie a las grandes
masas de mujeres, para impulsarlas a que se ocupasen
seriamente de los problemas puestos a discusión y para
encauzar su atención hacia el Congreso y, por tanto, hacia
el comunismo y hacia los partidos de la Tercera Internacional.
Que esta campaña debía orientarse hacia las mujeres
trabajadoras de todas las capas sociales, asegurando la
asistencia y la colaboración en el Congreso de representantes
de todas las organizaciones femeninas invitadas y de
delegadas de todos los mítines de mujeres que se organizasen.
Y el Congreso debía ser una verdadera "representación
popular , aunque en un sentido muy distinto al de los parlamentos
burgueses.
Que, indudablemente, los comunistas debían ser, no sólo
la fuerza propulsora, sino también, y sobre todo, la fuerza
dirigente del trabajo de preparación. Que para ello debían
contar con el apoyo más enérgico de nuestras secciones. Y
que esto se refería también, naturalmente, a la actuación
del Comité internacional, a los mismos trabajos del Congreso
y al modo de utilizar en gran escala los resultados de
éste. Que en el Congreso se debían presentar tesis o bien
proposiciones comunistas a todos los problemas, nítidamente
perfiladas, en cuanto a los principios, y procurando,
además, que estuviesen objetivamente, razonadas y con un
dominio científico de los hechos sociales. Que estas tesis
debían ser previamente discutidas y aprobadas por la Ejecutiva
de la Internacional Comunista. Que las soluciones y
consignas comunistas debían ser el eje de los trabajos del
Congreso, haciendo girar en torno a ellas la atención pública.
Que, una vez celebrado el Congreso, estas consignas
debían difundirse por medio de la agitación y la propaganda
entre las más amplias masas femeninas y presidir las acciones
internacionales de masas de la mujer. Que una condición
inexcusable vara ello era, evidentemente, que las comunistas
actuasen en todos los comités y en el mismo'
Congreso como una unidad cerrada y firme, que colaborasen
de un modo fundamentalmente claro y sistemáticamente
inconmovible, sin permitir que nadie danzase por su
cuenta.
Durante la exposición de mis ideas, Lenin había asentido
varias veces con la cabeza y hecho varias interrupciones
breves de conformidad, con lo que yo decía.
—Creo, querida camarada —dijo cuando hube terminado—,
que ha enfocado usted la cosa muy bien en el aspecto
político y también en lo fundamental, por lo que se refiere a
la organización. Yo opino en absoluto que en las circunstancias
actuales, ese Congreso podría tener una gran importancia.
Podría ponernos en contacto con grandes masas de
mujeres, y, muy especialmente, con masas de mujeres de
todas las profesiones, obreras industriales, obreras domiciliarias,
y también con las maestras y otras empleadas públicas.
¡Sería magnífico, magnífico! No hay más que pensar en
la situación que se plantearía en las grandes luchas económicas,
e incluso en las huelgas políticas. ¡Qué incremento
más enorme de fuerza significarían para el proletariado revolucionario
esas masas de mujeres puestas conscientemente
en rebeldía! Siempre, naturalmente, que consiguiésemos
atraérnoslas y supiésemos retenerlas a nuestro lado.
Saldríamos ganando con ello mucho, muchísimo. Pero, vamos
a ver, ¿qué criterio tiene usted acerca de algunos puntos
concretos? Es muy probable que los gobiernos no viesen
con buenos ojos la obra del Congreso, que pretendiesen
impedirlo. Claro está que difícilmente se atreverían a reprimirlo
brutalmente. Ya sé que a usted esto no la intimida.
Pero, ¿no teme usted que en los comités y en el mismo
Congreso las comunistas podrían verse arrolladas por la
preponderancia numérica de las mujeres burguesas y reformistas
y por su rutina? Y además, y sobre todo, ¿confía
usted realmente en la formación marxista de nuestras camaradas,
cree usted que podría reclutarse entre ellas una
tropa de Choque capaz de sostener la lucha con honor?
Le contesté que las autoridades difícilmente procederían
contra el Congreso por la violencia y que las mortificaciones
y las brutalidades que se cometiesen contra él no conseguirían
más que hacer campaña en su favor y en el nuestro.
Que al número y a los métodos rutinarios de los elementos
no comunistas, nosotras, las comunistas, opondríamos la
superioridad científica del materialismo histórico en el modo
de concebir y esclarecer los problemas sociales y en la consecuencia
de nuestras medidas para resolverlos, y, por
último, el triunfo de la revolución proletaria en Rusia y la
obra fundamental de ésta por la emancipación de la mujer.
Que los flacos y las faltas que hubiese en cuanto a la formación
y a la capacidad de algunas camaradas se podían compensar
con una preparación y una colaboración sistemáticas.
Que en este respecto, cifraba mis mejores esperanzas
en las camaradas rusas, que serían el núcleo de hierro de
nuestra falange. Que del brazo de ellas yo me lanzaría con
toda tranquilidad a batallas mayores que las de un Congreso.
Y que, además, si nos derrotaban por votos, esta batalla
haría pasar a primer plano la causa del comunismo y tendría
una importancia propagandista enorme, procurándonos
puntos de contacto y elementos para seguir trabajando.
Lenin se echó a reír con todas sus ganas :
—¡Siempre la misma entusiasta defensora de las revolucionarias
rusas! Sí, sí, acero viejo no se oxida. En el fondo,
creo que tiene usted razón. También la derrota después
de una dura lucha sería un avance, una preparación para
futuras conquistas entre las masas de mujeres trabajadoras.
Bien mirado todo, se trata de una empresa digna de
todo lo que en ella se aventure. La derrota nunca podría ser
completa. Y, naturalmente, yo confío en el triunfo, deseo el
triunfo de todo corazón. Este triunfo reforzaría enormemente
nuestro poder, extendería y consolidaría en grandes proporciones
nuestro frente de lucha, traería a nuestras filas
vida, movimiento, actividad. Y esto siempre está bien.
Además, ese Congreso sembrarla y avivaría en el campo de
la burguesía y de sus amigos reformistas la inquietud, la
inseguridad, los antagonismos, los conflictos. ¡Hay que imaginarse
todos los elementos que se reunirían en el Congreso
bajo un mismo techo con las "hienas de la revolución", y, si
las cosas viniesen bien dadas, bajo su dirección: las buenas
y sumisas socialdemócratas que acatan la alta jefatura de
Scheidemann, Dittmann y Legien; las piadosas cristianas,
bendecidas por el Papa o arrodilladas ante Lutero; respetables
hijas de altos consejeros y consejeras de gobierno recién
salidas del horno; pacifistas inglesas con porte de "ladies",
y apasionadas feministas francesas! ¡Qué estampa de
caos, de decadencia, de mundo burgués, sería este Congreso!
¡Qué magnífico reflejo de su incapacidad para encontrar
un camino y una solución! Los efectos de este Congreso
acentuarían la descomposición y debilitarían con ello las
fuerzas de la contrarrevolución. Todo lo que sea debilitar la
potencia del enemigo, es robustecer nuestra propia fuerza.
Yo soy partidario de ese Congreso; hable usted de ello con
Grigory. Ya verá usted cómo comprende en todo su alcance
la importancia del asunto. Nosotros lo apoyaremos enérgicamente.
¡Manos, pues, a la obra, y mucha suerte!
Todavía hablamos un rato acerca de la situación en Alemania
y principalmente acerca del próximo "Congreso de unificación" de los viejos "espartaquistas", con el ala de izquierda de los independientes.
Luego, Lenin se fue corriendo, y, al pasar por una habitación,
en la que estaban trabajando algunos camaradas,
los saludó cordialmente. Mi plan encontró también la aprobación
del camarada Zinovief. Me entregué llena de esperanza
a los trabajos preparatorios. Desgraciadamente, la
idea del Congreso se estrelló contra la intransigencia de las
camaradas alemanas y búlgaras, que, por aquel entonces,
eran las que, fuera de la Rusia soviética, acaudillaban el
mejor movimiento femenino comunista. Cuando se lo conté
a Lenin, este exclamó:
—¡Qué lástima, qué lástima !Estas camaradas han desperdiciado
una magnífica ocasión para abrir a grandes masas
de mujeres una perspectiva de esperanza y atraerlas así
a las luchas revolucionarias del proletariado. ¡Quién sabe si
esa ocasión propicia volverá a presentarse tan pronto! El
hierro hay que machacarlo cuando está al rojo. Pero el problema
queda en pie. Deben ustedes buscar el camino de
llegar a las masas de mujeres, lanzadas por el capitalismo a
la miseria más espantosa. ¡Tienen ustedes que buscarlo,
cueste lo que cueste! Ante este imperativo, no hay escapatoria
posible. Sin un movimiento organizado de masas bajo
la dirección de los comunistas no podremos triunfar sobre el
capitalismo ni edificar el comunismo. Por eso el Aquerón de
las masas femeninas no tiene más remedio que moverse,
más tarde o más temprano.
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El primer año del proletariado revolucionario sin Lenin. Este
año ha venido a comprobar la firmeza de su obra, la descollante
genialidad del guía y del maestro. Nos ha hecho sentir
cuán grande y cuán insustituible es la pérdida sufrida. Los
cañonazos sordos anuncian la hora sombría, en que hoy
hace un año Lenin cerró para siempre aquellos ojos que
sabían mirar tan lejos y tan hondo. Veo las filas interminables
de hombres y mujeres del pueblo trabajador que marchan,
envueltos en tristeza, hacia la tumba de Lenin. Su
duelo es mi duelo, es el duelo de millones de seres. Pero del
dolor reavivado se alza con fuerza arrolladora el recuerdo,
que es una realidad ante la que el presente angustioso se
derrumba. Me parece estar escuchando cada palabra pronunciada
por Lenin ante mí. Me parece estar viendo todos
los gestos de su cara... Miles de banderas se inclinan ante
su tumba; son banderas teñidas con la sangre de las luchas
revolucionarias. Miles de coronas de laurel se depositan sobre
ella. Todo es poco. A ello uno yo estas modestísimas
páginas.
 

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