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sábado, 26 de mayo de 2012
MUSSOLINI Y EL FASCISMO
MUSSOLINI Y EL FASCISMO
José Carlos Mariátegui. La Escena Contemporánea (1925)
FASCISMO y Mussolini son dos palabras consustanciales y solidarias. Mussolini es el animador, el líder, el duce (1) máximo del fascismo. El fascismo es la plataforma, la tribuna y el carro de Mussolini. Para explicarnos una parte de este episodio de la crisis europea, recorramos rápidamente la historia de los fasci (2) y de su caudillo.
Mussolini, como es sabido, es un político de procedencia socialista. No tuvo dentro del socialismo una posición centrista ni templada sino una posición extremista e incandescente. Tuvo un rol consonante con su temperamento. Porque Mussolini es, espiritual y orgánicamente, un extremista. Su puesto está en la extrema izquierda o en la extrema derecha. De 1910 a 1911 fue uno de los líderes de la izquierda socialista. En 1912 dirigió la expulsión del hogar socialista de cuatro diputados partidarios de la colaboración ministerial: Bonomi, Bissolati, Cabrini y Podrecca. Y ocupó entonces la dirección del Avanti (3) Vinieron 1914 y la Guerra. El socialismo italiano reclamó la neutralidad de Italia. Mussolini, invariablemente inquieto y beligerante, se rebeló contra el pacifismo de sus correligionarios. Propugnó la intervención de Italia en la guerra. Dio, inicialmente, a su intervencionismo un punto de vista revolucionario. Sostuvo que extender y exasperar la guerra era apresurar la revolución europea. Pero, en realidad, en su intervencionismo latía su psicología guerrera que no podía avenirse con una actitud tolstoyana (4) y pasiva de neutralidad. En noviembre de 1914. Mussolini abandonó la dirección del Avanti y fundó en Milán Il Popolo d'Italia para preconizar el ataque a Austria. Italia se unió a la Entente. (5) Y Mussolini, propagandista de la intervención, fue también un soldado de la intervención.
Llegaron la victoria, el armisticio, la desmovilización. Y, con estas cosas, llegó un período de desocupación para los intervencionistas. D'Annunzio nostálgico de gesta y de epopeya, acometió la aventura de Fiume. Mussolini creó los fasci di combetimento: haces o fajos de combatientes. Pero en Italia el instante era revolucionario y socialista. Para Italia la guerra había sido un mal negocio. La Entente le había asignado una magra participación en el botín. Olvidadiza de la contribución de las armas italianas a la victoria, le habla regateado tercamente la posesión de Fiume. Italia, en suma, había salido de la guerra con una sensación de descontento y de desencanto. Se realizaron, bajo esta influencia, las elecciones. Y los socialistas conquistaron 155 puestos en el parlamento. Mussolini, candidato por Milán, fue estruendosamente batido por los votos socialistas.
Pero esos sentimientos de decepción y de depresión nacionales eran propicios a una violenta reacción nacionalista. Y fueron la raíz del fascismo. La clase media es peculiarmente accesible a los más exaltados mitos patrióticos. Y la clase media italiana, además, se sentía distante y adversaria de la clase proletaria socialista. No le perdonaba su neutralismo. No le perdonaba los altos salarios, los subsidios del Estado, las leyes sociales que durante la guerra y después de ella había conseguido del miedo a la revolución. La clase media se dolía y sufría de que el proletariado neutralista y hasta derrotista, resultase usufructuario de una guerra que no había querido. Y cuyos resultados desvalorizaba, empequeñecía y desdeñaba. Estos malos humores de la clase media encontraron un hogar en el fascismo. Mussolini atrajo, así la clase media a sus fasci di combatimento.
Algunos disidentes del socialismo y del sindicalismo se enrolaron en los fasci aportándoles su experiencia y su destreza en la organización y captación de masas. No era todavía el fascismo una secta programática y conscientemente reaccionaria y conservadora. El fascismo, antes bien, se creía revolucionario, Su propaganda tenía matices subversivos y demagógicos. El fascismo, por ejemplo, ululaba contra los nuevos ricos. Sus principios —tendencialmente republicanos y anticlericales— estaban impregnados del confusionismo mental de la clase media que, instintivamente descontenta y disgustada de la burguesía, es vagamente hostil al proletariado. Los socialistas italianos cometieron el error de no usar sagaces armas políticas para modificar la actitud espiritual de la clase media. Más aún. Acentuaron la enemistad entre el proletariado y la piccola borghesia. (6) Desdeñosamente tratada y motejada por algunos hieráticos teóricos de la ortodoxia revolucionaria.
Italia entró en un período de guerra civil. Asustada por las chances de la revolución, la burguesía armó, abasteció y, estimuló solícitamente al fascismo. Y lo empujó a la persecución truculenta del socialismo, a la destrucción de los sindicatos y cooperativas revolucionarias, al quebrantamiento de huelgas e insurrecciones, El fascismo se convirtió así en una milicia numerosa y aguerrida. Acabó por ser más fuerte que el Estado mismo. Y entonces reclamó el poder. Las brigadas fascistas conquistaron Roma. Mussolini, en "camisa negra", (7) ascendió al gobierno, constriñó a la mayoría del parlamento a obedecerle, inauguró un régimen y una era fascista.
Acerca de Mussolini se ha hecho mucha novela y poca historia. A causa de su beligerancia politice, casi no es posible una definición objetiva y nítida de su personalidad y su figura. Unas definiciones son ditirámbicas y cortesanas; otras definiciones son rencorosas y panfletarias. A Mussolini se le conoce, episódicamente, a través de anécdotas e instantáneas. Se dice, por ejemplo, que Mussolini es el artífice del fascismo. Se cree que Mussolini ha "hecho" el fascismo. Ahora bien, Mussolini es un agitador avezado, un organizador experto, un tipo vertiginosamente activo. Su actividad, su dinamismo, su tensión, influyeron vastamente en el fenómeno fascista. Mussolini, durante la campaña fascista, hablaba un mismo día en tres o cuatro ciudades. Usaba el aeroplano para saltar de Roma a Pisa, de Pisa a Bolonia, de Bolonia a Milán. Mussolini es un tipo volitivo, dinámico, verboso, italianisimo, singularmente dotado para agitar masas y excitar muchedumbres. Y fue el organizador, el animador, el condottiere (8) del fascismo. Pero no fue su creador, no fue su artífice. Extrajo de un estado de ánimo un movimiento político; pero no modeló este movimiento a su imagen y semejanza. Mussolini no dio un espíritu, un programa, al fascismo. Al contrario, el fascismo dio su espíritu a Mussolini. Su consustanciación, su identificación ideológica con los fascistas, obligó a Mussolini a exonerarse, a purgarse de sus últimos residuos socialistas. Mussolini necesitó asimilar, absorber el antisocialismo, el chauvinismo de la clase media para encuadrar y organizar a ésta en las filas de los fasci di combattimento. Y tuvo que definir su política como una política reaccionaria, anti-socialista, anti-revolucionaria. El caso de Mussolini se distingue en esto del caso de Bonomi, de Briand y otros ex-socialistas. (9) Bonomi, Briand, no se han visto nunca forzados a romper explícitamente con su origen socialista. Se han atribuido, antes bien, un socialismo mínimo, un socialismo homeopático. Mussolini, en cambio, ha llegado a decir que se ruboriza de su pasado socialista como se ruboriza un hombre maduro de sus cartas de amor de adolescente. Y ha saltado del socialismo más extremo al conservatismo más extremo. No ha atenuado, no ha reducido su socialismo; lo ha abandonado total e integralmente. Sus rumbos económicos, por ejemplo, son adversos a una política de intervencionismo, de estadismo, de fiscalismo. No aceptan el tipo transaccional de Estado capitalista y empresario: tienden a restaurar el tipo clásico de Estado recaudador y gendarme. Sus puntos de vista de hoy son diametralmente opuestos a sus puntos de vista de ayer. Mussolini era un convencido ayer como es un convencido hoy. ¿Cuál ha sido el mecanismo a proceso de su conversión de una doctrina a otra? No se trata de un fenómeno cerebral; se trata de un fenómeno irracional. El motor de este cambio de actitud ideológica no ha sido la idea; ha sido el sentimiento. Mussolini no se ha desembarazado de su socialismo, intelectual ni conceptualmente. El socialismo no era en él un concepto sino una emoción, del mismo modo que el fascismo tampoco es en él un concepto sino también una emoción. Observemos un dato psicológico y fisonómico: Mussolini no ha sido nunca un cerebral, sino más bien un sentimental, En la política, en la prensa, no ha sido un teórico ni un filósofo sino un retórico y un conductor. Su lenguaje no ha sido programática, principista, ni científico, sino pasional, sentimental. Los más flacos discursos de Mussolini han sido aquéllos en que ha intentado definir la filiación, la ideología del fascismo. El programa del fascismo es confuso, contradictorio, heterogéneo: contiene, mezclados péle-méle, (10) conceptos liberales y conceptos sindicalistas. Mejor dicho, Mussolini no le ha dictado al fascismo un verdadero programa; le ha dictado un plan de acción.
Mussolini ha pasado del socialismo al fascismo, de la revolución a la reacción, por una vía sentimental, no por una vía conceptual. Todas las apostasías históricas han sido, probablemente, un fenómeno espiritual. Mussolini, extremista de la revolución, ayer, extremista de la reacción hoy, no recuerda a Juliano. Como este Emperador, personaje del Ibsen y de Merezkovskij, Mussolini es un Ser inquieto, teatral, alucinado, supersticioso y misterioso que se ha sentido elegido por el Destino para decretar la persecución del dios nuevo y reponer en su retablo los moribundos dioses antiguos.
NOTAS:
1 Duce, voz italiana de origen latino, de dux, Jefe en la República medieval de Venecia. Este nombre se arrogó Mussolini para significar su pretensión de conductor del fascismo.
2 Fasci, del latin fax, haz. Se refiere aquí a la agrupación política.
3 Avanti, nombre del diario socialista italiano.
4 Referencia al novelista ruso León Nikolayevich, Conde de Tostoy, quien predicaba un tipo de cristianismo de no resistencia al mal y aceptación del dolor del hombre.
5 La Entente es el nombre que adoptó la alianza de Inglaterra, Francia y Rusia zarista contra Alemania.
6 Piccola burghesia, estrato social que comprende a los individuos situados entre el proletariado y la burguesía: pequeña burguesia.
7 La camisa negra era el uniforme fascista.
8 En italiano moderno condottiero, caudillo.
9 colaboracionistas con los ministerios burgueses. Briand representó, en Francia, esta tendencia.
10 Confusamente.
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viernes, 30 de marzo de 2012
SOBRE LA MORAL COMUNISTA
DEL REALISMO PROLETARIO
(JOSE CARLOS MARIÁTEGUI, 1929)
El Cemento de Fedor Gladkov y Manhattan Transfer de John Dos Pasos. Un libro ruso y un libro yanqui. La vida de la U.R.S.S. frente a la vida de la U.S.A. (Los dos super Estados de la historia actual se parecen y se oponen hasta en que, como las grandes empresas industriales, —de excesivo contenido para una palabra—, usan un nombre abreviado: sus iniciales). (Véase L'autre Europe de Luc Durtain). El Cemento y Manhattan Transfer aparecen fuera del panorama pequeño-burgués de los que en Hispanoamérica, y recitando cotidianamente un credo de vanguardia, reducen la literatura nueva a un escenario europeo occidental, cuyos confines son los de Cocteau, Morand, Gómez de la Serna, Bontempelli, etc. Esto mismo confirma, contra toda duda, que proceden de los polos del mundo moderno.
España e Hispanoamérica no obedecen al gusto de sus pequeños burgueses vanguardistas. Entre sus predilecciones instintivas está la de la nueva literatura rusa. Y, desde ahora, se puede predecir que El Cemento alcanzará pronto la misma difusión de Tolstoy, Dostoyevsky, Gorky.
La novela de Gladkov supera a las que la han precedido en la traducción, en que nos revela, como ninguna otra, la revolución misma. Algunos novelistas de la revolución se mueven en un mundo externo a ella. Conocen sus reflejos, pero no su conciencia. Pilniak, Zotschenko, aun Leonov y Fedin, describen la revolución desde fuera, extraña a su pasión, ajena a su impulso. Otros, como Ivanov y Babel, descubren elementos de la épica revolucionaria, pero sus relatos se contraen al aspecto guerrero, militar; de la Rusia Bolchevique. La Caballería Roja y El Tren Blindado pertenecen a la crónica de la campaña. Se podría decir que en la mayor parte de estas obras está el drama de los que sufren la revolución, no el de los que la hacen. En El Cemento los personajes, el decorado, el sentimiento, son los de la revolución misma, sentida y escrita desde dentro. Hay novelas próximas a, ésta entre las que ya conocemos, pero en ninguna se juntan, tan natural y admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del bólchevismo.
La biografía de Gladkov, nos ayuda a explicarnos su novela. (Era necesaria una formación intelectual y espiritual como la de este artista; para escribir El Cemento), Julio Alvarez del Vayo la cuenta en el prólogo de la versión española en concisos renglones, que, por ser la más ilustrativa presentación de Gladkov, me parece útil copiar.
"Nacido en 1883 de familia pobre, la adolescencia de Gladkov es un documento más para los que quieran orientarse sobre la situación del campo ruso a fines del Siglo XIX. Continuo vagar por las regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. "Salir de un infierno para entrar en otro". Así hasta los doce años. Como sola nota tierna, el recuerdo de su madre que anda leguas y leguas a su encuentro cuando la marea contraria lo arroja de nuevo al villorio natal. "Es duro comenzar a odiar tan joven, pero también es dura la desilusión del niño al caer en las garras del amo". Palizas, noches de insomnio, hambre —su primera obra de teatro Cuadrilla de Pescadores evoca esta época de su vida. "Mi idea fija era estudiar. Ya a los doce años al lado de mi padre, que en Kurban se acababa de incorporar al movimiento obrero, leía yo ávidamente a Lermontov y Dostoyevsky". Escribe versos sentimentales, un "diario que movía a compasión" y que registra su mayor desengaño de entonces: en el Instituto le han negado la entrada por pobre. Consigue que lo admitan de balde en la escuela municipal. El hogar paterno se resiste de un brazo menos. Con ser bien modesto el presupuesto casero —cinco kopecks de gasto por cabeza— la agravación de la crisis del trabajo pone en peligro la única comida diaria. De ese tiempo son sus mejores descripciones del bajo proletariado. Entre los amigos del padre, dos obreros "semi-intelectuales" le han dejado un recuerdo inolvidable. "Fueron los primeros de quienes escuché palabras cuyo encanto todavía no ha muerto en mi alma. Sabios por naturaleza y corazón. Ellos me acostumbraron a mirar conscientemente el mundo y a tener fe en un día mejor para la humanidad". Al fin una gran alegría. Gorky, por quien Gladkov siente de joven una admiración sin límites, al acusarle recibo del pequeño cuento enviado, le anima a continuar. Va a Siberia, describe la vida de los forzados, alcanza rápidamente sólida reputación de cuentista. La revolución de 1905 interrumpe su carrera literaria. Se entrega por entero a la causa. Tres años de destierro en Verjolesk. Período de auto-educación y de aprendizaje. Cumplida la condena se retira a Novorosisk, en la costa del Mar Negro, donde escribe la novela Los Desterrados, cuyo manuscrito somete a Korolenko, quien se lo devuelve con frases de elogio para el autor, pero de horror hacia el tema: "Siberia un manicomio suelto". Hasta el 1917 maestro en la región de Kuban. Toma parte activa en la revolución de octubre, para dedicarse luego otra vez de lleno a la literatura. El Cemento es la obra que le ha dado a conocer en el extranjero".
Gladkov, pues, no ha sido sólo un testigo del trabajo revolucionario realizado en Rusia, entre 1905 y 1917. Durante este período, su arte ha madurado en un clima de esfuerzo y esperanza heroicos. Luego las jornadas de octubre lo han contado entre sus autores. Y, más tarde, ninguna de las peripecias íntimas del bolchevismo ha podido escarparle. Por esto, en Gladkov la épica revolucionaria, más que por las emociones de la lucha armada está representada por los sentimientos de la reconstrucción económica, las vicisitudes y las fatigas de la creación de una nueva vida.
Tchumalov, el protagonista de El Cemento, regresa a su pueblo después de combatir tres años en el Ejército Rojo. Y su batalla Más difícil, más tremenda, es la que le aguarda ahora a su pueblo, donde los años de peligro guerrero, han desordenado todas las cosas. Tchumalov encuentra paralizada la gran fábrica de cemento en la que, hasta su huida, —la represión lo había elegido entre sus víctimas—, había trabajado como obrero. Las cabras, los cerdos, la maleza, invaden los patios; las máquinas inertes se anquilosan, los funiculares por los cuales bajaba la piedra de las canteras yacen inmóviles desde que cesó el movimiento en esta fábrica donde se agitaban antes millares de trabajadores. Sólo los Diesel, por el cuidado de un obrero que se ha mantenido en su puesto, relucen prontos para reanimar esta mole que se desmorona. Tchumalov no reconoce su hogar. Dacha, su mujer, en estos tres años se ha hecho una militante, la animadora de la Sección Femenina, la trabajadora más infatigable del Soviet local. Tres años de lucha —primero acosada por la represión implacable, después entregada íntegramente a la revolución— han hecho de Dacha una mujer nueva. Niurka, su hija, no está con ella. Dacha ha tenido que ponerla en la Casa de los Niños, a cuya organización contribuye empeñosamente. El Partido ha ganado una militante dura, enérgica, inteligente; pero Tchumalov ha perdido su esposa. No hay ya en la vida de Dacha lugar para un pasado conyugal y maternal sacrificado enteramente a. la revolución. Dacha tiene una existencia y una personalidad autónomas; no es ya una cosa de propiedad de Tchumalov ni volverá a serlo. En la ausencia de Tchumalov, ha conocido bajo el apremio de un destino inexorable, a otros hombres. Se ha conservado íntimamente honrada; pero entre ella y Tchumalov se interpone esta sombra, esta obscura presencia que atormenta al instinto del macho celoso. Tchumalov sufre; pero férreamente cogido a su vez por la revolución, su drama individual no puede acapararlo. Se echa a cuestas el deber de reanimar la fábrica. Para ganar esta batalla tiene que vencer el sabotaje de los especialistas, la resistencia de la burocracia, la resaca sorda de la contra-revolución. Hay un instante en que Dacha parece volver a él. Mas es sólo un instante en que sus destinos se juntan para separarse de nuevo. Niurka muere. Y se rompe con ella el último lazo sentimental que aún los sujetaba. Después de una lucha en la cual se refleja todo el proceso de la reorganización de Rusia, todo el trabajo reconstructivo de la revolución, Tchumalov reanima la fábrica. Es un día de victoria para él y para los obreros; pero es también el día en que siente lejana, extraña, perdida para siempre a Dacha, rabiosos y brutales sus celos.
En la novela, el conflicto de estos seres se entrecruza y confunde con el de una multitud de otros seres en terrible tensión, en furiosa agonía. El drama de Tchumalov no es sino un fragmento del drama de Rusia revolucionaria. Todas las pasiones, todos los impulsos, todos los dolores de la revolución están en esta novela. Todos los destinos, los más opuestos, los más íntimos, los más distintos, están justificados. Gladkov logra expresar, en páginas de potente y ruda belleza, la fuerza nueva, la energía creadora, la riqueza humana del más grande acontecimiento contemporáneo.
DEL REALISMO PROLETARIO
(JOSE CARLOS MARIÁTEGUI, 1929)
El Cemento de Fedor Gladkov y Manhattan Transfer de John Dos Pasos. Un libro ruso y un libro yanqui. La vida de la U.R.S.S. frente a la vida de la U.S.A. (Los dos super Estados de la historia actual se parecen y se oponen hasta en que, como las grandes empresas industriales, —de excesivo contenido para una palabra—, usan un nombre abreviado: sus iniciales). (Véase L'autre Europe de Luc Durtain). El Cemento y Manhattan Transfer aparecen fuera del panorama pequeño-burgués de los que en Hispanoamérica, y recitando cotidianamente un credo de vanguardia, reducen la literatura nueva a un escenario europeo occidental, cuyos confines son los de Cocteau, Morand, Gómez de la Serna, Bontempelli, etc. Esto mismo confirma, contra toda duda, que proceden de los polos del mundo moderno.
España e Hispanoamérica no obedecen al gusto de sus pequeños burgueses vanguardistas. Entre sus predilecciones instintivas está la de la nueva literatura rusa. Y, desde ahora, se puede predecir que El Cemento alcanzará pronto la misma difusión de Tolstoy, Dostoyevsky, Gorky.
La novela de Gladkov supera a las que la han precedido en la traducción, en que nos revela, como ninguna otra, la revolución misma. Algunos novelistas de la revolución se mueven en un mundo externo a ella. Conocen sus reflejos, pero no su conciencia. Pilniak, Zotschenko, aun Leonov y Fedin, describen la revolución desde fuera, extraña a su pasión, ajena a su impulso. Otros, como Ivanov y Babel, descubren elementos de la épica revolucionaria, pero sus relatos se contraen al aspecto guerrero, militar; de la Rusia Bolchevique. La Caballería Roja y El Tren Blindado pertenecen a la crónica de la campaña. Se podría decir que en la mayor parte de estas obras está el drama de los que sufren la revolución, no el de los que la hacen. En El Cemento los personajes, el decorado, el sentimiento, son los de la revolución misma, sentida y escrita desde dentro. Hay novelas próximas a, ésta entre las que ya conocemos, pero en ninguna se juntan, tan natural y admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del bólchevismo.
La biografía de Gladkov, nos ayuda a explicarnos su novela. (Era necesaria una formación intelectual y espiritual como la de este artista; para escribir El Cemento), Julio Alvarez del Vayo la cuenta en el prólogo de la versión española en concisos renglones, que, por ser la más ilustrativa presentación de Gladkov, me parece útil copiar.
"Nacido en 1883 de familia pobre, la adolescencia de Gladkov es un documento más para los que quieran orientarse sobre la situación del campo ruso a fines del Siglo XIX. Continuo vagar por las regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. "Salir de un infierno para entrar en otro". Así hasta los doce años. Como sola nota tierna, el recuerdo de su madre que anda leguas y leguas a su encuentro cuando la marea contraria lo arroja de nuevo al villorio natal. "Es duro comenzar a odiar tan joven, pero también es dura la desilusión del niño al caer en las garras del amo". Palizas, noches de insomnio, hambre —su primera obra de teatro Cuadrilla de Pescadores evoca esta época de su vida. "Mi idea fija era estudiar. Ya a los doce años al lado de mi padre, que en Kurban se acababa de incorporar al movimiento obrero, leía yo ávidamente a Lermontov y Dostoyevsky". Escribe versos sentimentales, un "diario que movía a compasión" y que registra su mayor desengaño de entonces: en el Instituto le han negado la entrada por pobre. Consigue que lo admitan de balde en la escuela municipal. El hogar paterno se resiste de un brazo menos. Con ser bien modesto el presupuesto casero —cinco kopecks de gasto por cabeza— la agravación de la crisis del trabajo pone en peligro la única comida diaria. De ese tiempo son sus mejores descripciones del bajo proletariado. Entre los amigos del padre, dos obreros "semi-intelectuales" le han dejado un recuerdo inolvidable. "Fueron los primeros de quienes escuché palabras cuyo encanto todavía no ha muerto en mi alma. Sabios por naturaleza y corazón. Ellos me acostumbraron a mirar conscientemente el mundo y a tener fe en un día mejor para la humanidad". Al fin una gran alegría. Gorky, por quien Gladkov siente de joven una admiración sin límites, al acusarle recibo del pequeño cuento enviado, le anima a continuar. Va a Siberia, describe la vida de los forzados, alcanza rápidamente sólida reputación de cuentista. La revolución de 1905 interrumpe su carrera literaria. Se entrega por entero a la causa. Tres años de destierro en Verjolesk. Período de auto-educación y de aprendizaje. Cumplida la condena se retira a Novorosisk, en la costa del Mar Negro, donde escribe la novela Los Desterrados, cuyo manuscrito somete a Korolenko, quien se lo devuelve con frases de elogio para el autor, pero de horror hacia el tema: "Siberia un manicomio suelto". Hasta el 1917 maestro en la región de Kuban. Toma parte activa en la revolución de octubre, para dedicarse luego otra vez de lleno a la literatura. El Cemento es la obra que le ha dado a conocer en el extranjero".
Gladkov, pues, no ha sido sólo un testigo del trabajo revolucionario realizado en Rusia, entre 1905 y 1917. Durante este período, su arte ha madurado en un clima de esfuerzo y esperanza heroicos. Luego las jornadas de octubre lo han contado entre sus autores. Y, más tarde, ninguna de las peripecias íntimas del bolchevismo ha podido escarparle. Por esto, en Gladkov la épica revolucionaria, más que por las emociones de la lucha armada está representada por los sentimientos de la reconstrucción económica, las vicisitudes y las fatigas de la creación de una nueva vida.
Tchumalov, el protagonista de El Cemento, regresa a su pueblo después de combatir tres años en el Ejército Rojo. Y su batalla Más difícil, más tremenda, es la que le aguarda ahora a su pueblo, donde los años de peligro guerrero, han desordenado todas las cosas. Tchumalov encuentra paralizada la gran fábrica de cemento en la que, hasta su huida, —la represión lo había elegido entre sus víctimas—, había trabajado como obrero. Las cabras, los cerdos, la maleza, invaden los patios; las máquinas inertes se anquilosan, los funiculares por los cuales bajaba la piedra de las canteras yacen inmóviles desde que cesó el movimiento en esta fábrica donde se agitaban antes millares de trabajadores. Sólo los Diesel, por el cuidado de un obrero que se ha mantenido en su puesto, relucen prontos para reanimar esta mole que se desmorona. Tchumalov no reconoce su hogar. Dacha, su mujer, en estos tres años se ha hecho una militante, la animadora de la Sección Femenina, la trabajadora más infatigable del Soviet local. Tres años de lucha —primero acosada por la represión implacable, después entregada íntegramente a la revolución— han hecho de Dacha una mujer nueva. Niurka, su hija, no está con ella. Dacha ha tenido que ponerla en la Casa de los Niños, a cuya organización contribuye empeñosamente. El Partido ha ganado una militante dura, enérgica, inteligente; pero Tchumalov ha perdido su esposa. No hay ya en la vida de Dacha lugar para un pasado conyugal y maternal sacrificado enteramente a. la revolución. Dacha tiene una existencia y una personalidad autónomas; no es ya una cosa de propiedad de Tchumalov ni volverá a serlo. En la ausencia de Tchumalov, ha conocido bajo el apremio de un destino inexorable, a otros hombres. Se ha conservado íntimamente honrada; pero entre ella y Tchumalov se interpone esta sombra, esta obscura presencia que atormenta al instinto del macho celoso. Tchumalov sufre; pero férreamente cogido a su vez por la revolución, su drama individual no puede acapararlo. Se echa a cuestas el deber de reanimar la fábrica. Para ganar esta batalla tiene que vencer el sabotaje de los especialistas, la resistencia de la burocracia, la resaca sorda de la contra-revolución. Hay un instante en que Dacha parece volver a él. Mas es sólo un instante en que sus destinos se juntan para separarse de nuevo. Niurka muere. Y se rompe con ella el último lazo sentimental que aún los sujetaba. Después de una lucha en la cual se refleja todo el proceso de la reorganización de Rusia, todo el trabajo reconstructivo de la revolución, Tchumalov reanima la fábrica. Es un día de victoria para él y para los obreros; pero es también el día en que siente lejana, extraña, perdida para siempre a Dacha, rabiosos y brutales sus celos.
En la novela, el conflicto de estos seres se entrecruza y confunde con el de una multitud de otros seres en terrible tensión, en furiosa agonía. El drama de Tchumalov no es sino un fragmento del drama de Rusia revolucionaria. Todas las pasiones, todos los impulsos, todos los dolores de la revolución están en esta novela. Todos los destinos, los más opuestos, los más íntimos, los más distintos, están justificados. Gladkov logra expresar, en páginas de potente y ruda belleza, la fuerza nueva, la energía creadora, la riqueza humana del más grande acontecimiento contemporáneo.
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realismo proletario
viernes, 23 de marzo de 2012
SOBRE LA MORAL COMUNISTA
ELOGIO DE "EL CEMENTO"
He escuchado reiteradamente la opinión de que la lectura de El Cemento de Fedor Gladkov no es edificante ni alentadora para los que, fuera todavía de los rangos revolucionarios, busquen en esa novela la imagen de la revolución proletaria. Las peripecias espirituales, los conflictos morales que la novela de Gladkov describe no serían, según esta opinión, aptos para alimentar las ilusiones de las almas hesitantes y miríficas que sueñan con una revolución de agua de rosas. Los residuos de una educación eclesiástica y familiar, basada en los beatísimos e inefables mitos del reino de los cielos y de la tierra prometida, se agitan mucho más de lo que estos camaradas pueden imaginarse, en la subconciencia de su juicio.
En primer lugar, hay que advertir que El Cemento no es una obra de propaganda. Es una novela realista, en la que Gladkov no se ha propuesto absolutamente la seducción de los que esperan, cerca o lejos de Rusia, que la revolución muestre su faz risueña, para decidirse a seguirla. El pseudo-realismo burgués —Zola incluido— había habituado a sus lectores a cierta idealización de los personajes representativos del bien y la virtud. En el fondo, el realismo burgués, en la literatura, no había renunciado al espíritu del romanticismo, contra el cual parecía reaccionar irreconciliable y antagónico. Su innovación era una innovación de procedimiento; de decorado, de indumentaria. La burguesía que en la historia, en la filosofía, en la política, se había negado a ser realista, aferrada a su costumbre y a su principio de idealizar o disfrazar sus móviles, no podía ser realista en la literatura. El verdadero realismo llega con la revolución proletaria, cuando en el lenguaje de la crítica literaria, el término "realismo" y la categoría artística que designa, están tan desacreditados, que se siente la perentoria necesidad de oponerle los términos de "suprarrealismo", "infrarrealismo", etc. El rechazo del marxismo, parecido en su origen y proceso, al rechazo del freudismo, como lo observa Max Eastman en La Ciencia de la Revolución tan equivocado a otros respectos, es en la burguesía una actitud lógica,—e instintiva—, que no consiente a la literatura burguesa liberarse de su tendencia a la idealización de los personajes, los conflictos y los desenlaces. El folletín, en la literatura y en el cinema, obedece a esta tendencia que pugna por mantener en la pequeña burguesía y el proletariado la esperanza en una dicha final ganada en la resignación más bien que en la lucha. El cinema yanqui ha llevado a su más extrema y poderosa industrialización esta optimista y rosada pedagogía de pequeños burgueses. Pero la concepción materialista de la historia, tenía que causar en la literatura el abandono y el repudio de estas miserables recetas. La literatura proletaria tiende naturalmente al realismo, como la política, la historiografía y la filosofía socialistas.
El Cemento pertenece a esta nueva literatura, que en Rusia tiene precursores desde Tolstoy y Gorki. Gladkov no se habría emancipado del más mesocrático gusto de folletín si al trazar este robusto cuadro de la revolución, se hubiera preocupado de suavizar sus colores y sus líneas por razones de propaganda e idealización. La verdad y la fuerza de su novela, —verdad y fuerza artísticas, estéticas y humanas—, residen, precisamente, en su severo esfuerzo por crear una expresión del heroísmo revolucionario —de lo que Sorel llamaría "lo sublime proletario"—, sin omitir ninguno de los fracasos, de las desilusiones, de los desgarramientos espirituales sobre los que ese heroísmo prevalece. La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles del Renacimiento, sino la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un orden nuevo. Ninguna revolución, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma, ni la de la burguesía, se ha cumplido sin tragedia. La revolución socialista, que mueve a los hombres al combate sin promesas ultraterrenas, que solicita de ellos una extrema e incondicional entrega, no puede ser una excepción en esta inexorable ley de la historia. No se ha inventado aún la revolución anestésica, paradisíaca, y es indispensable afirmar que el hombre no alcanzará nunca la cima de su nueva creación, sino a través de un esfuerzo difícil y penoso en el que el dolor y la alegría se igualarán en intensidad. Glieb, el obrero de El Cemento, no sería el héroe que es, si su destino le ahorrase algún sacrificio. El héroe llega siempre ensangrentado y desgarrado a su meta: sólo a este precio alcanza la plenitud de su heroísmo. La revolución tenía que poner a extrema prueba el alma, los sentidos, los instintos de Glieb. No podía aguardarle, asegurados contra toda tempestad, en un remanso dulce, su mujer, su hogar, su hija, su lecho, su ropa limpia. Y Dacha, para ser la Dacha que en El Cemento conocemos, debía a su vez vencer las más terribles pruebas. La revolución al apoderarse de ella total e implacablemente, no podía hacer de Dacha sino una dura y fuerte militante. Y en este proceso, tenía que sucumbir la esposa, la madre, el ama de casa; todo, absolutamente todo, tenía que ser sacrificado a la revolución. Es absurdo, es infantil, que se quiera una heroína como Dacha, humana, muy humana, pero antes de hacerle justicia como revolucionaria, se le exija un certificado de fidelidad conyugal. Dacha, bajo el rigor de la guerra civil, conoce todas las latitudes del peligro, todos los grados de la angustia. Ve flagelados, torturados, fusilados, a sus camaradas; ella misma no escapa a la muerte sino por azar; en dos oportunidades asiste a los preparativos de su ejecución. En la tensión de esta lucha, librada mientras Glieb combate lejos, Dacha está fuera de todo código de moral sexual: no es sino una militante y sólo debe responder de sus actos de tal. Su amor extra-conyugal carece de voluptuosidad pecadora. Dacha ama fugaz y tristemente al soldado de su causa que parte a la batalla, que quizás no regresará más, que necesita esta caricia de la compañera como un viático de alegría y placer en su desierta y gélida jornada. A Badyn, el varón a quien todas se rinden, que la desea como a ninguna, le resiste siempre. Y cuando se le entrega, —después de una jornada en que los dos han estado a punto de perecer en manos de los cosacos, cumpliendo una riesgosa comisión, y Dacha ha tenido al cuello una cuerda asesina, pendiente ya de un árbol del camino, y ha sentido el espasmo del estrangulamiento—, es porque a los dos la vida y la muerte los ha unido por un instante más fuerte que ellos mismos.
martes, 28 de febrero de 2012
GANDHI
JOSE CARLOS MARIATEGUI (1924)
Este hombre dulce y piadoso es uno de los
mayores personajes de la historia contemporánea. Su pensamiento
no influye sólo sobre trescientos veinte millones de hindúes.
Conmueve toda el Asia y repercute en Europa. Romain Rolland, que
descontento del Occidente se vuelve hacia el Oriente, le ha
consagrado un libro. La prensa europea explora con curiosidad la
biografía y el escenario del apóstol.
El principal
capítulo de la vida de Gandhi empieza en 1919. La post-guerra
colocó a Gandhi a la cabeza del movimiento de emancipación de
su pueblo. Hasta entonces Gandhi sirvió fielmente a la Gran
Bretaña. Durante la guerra colaboró con los ingleses. La India
dio a la causa aliada una importante contribución. Inglaterra se
había comprometido a concederle los derechos, de los demás
«Dominios». Terminada la contienda, Inglaterra olvidó su
palabra y el principio wilsoniano de la libre determinación de
los pueblos. Reformó superficialmente la administración de la
India, en la cual acordó al pueblo hindú una participación
secundaria e inocua. Respondió a las quejas hindúes con una
represión marcial y cruenta. Ante este tratamiento pérfido,
Gandhi rectificó su actitud y abandonó sus ilusiones. La India
insurgía contra la Gran Bretaña y reclamaba su autonomía, La
muerte de Tilak había puesto la dirección del movimiento
nacionalista en las manos de Gandhi, que ejercía sobre su pueblo
un gran ascendiente religioso. Gandhi aceptó la obligación de
acaudillar a sus compatriotas y los condujo a la no cooperación:
La insurrección armada le repugnaba. Los medios debían ser, a
su juicio, buenos y morales como los fines. Había que oponer a
las armas británicas la resistencia del espíritu y del amor. La
evangélica palabra de Gandhi inflamó de misticismo y de fervor
el alma indostana. El Mahatma1 acentuó,
gradualmente, su método. Los hindúes fueron invitados a
desertar de las escuelas y las universidades, la administración
y los tribunales, a tejer con sus manos su traje khaddar,
a rechazar las manufacturas británicas. La India gandhiana
tornó, poéticamente, a la "música de la rueca". Los
tejidos ingleses fueron quemados en Bombay como cosa maldita y
satánica. La táctica de la no cooperación se encaminaba a sus
últimas consecuencias: la desobediencia civil, el rehusamiento
del pago de impuestos. La India parecía próxima a la rebelión
definitiva. Se produjeron algunas violencias. Gandhi, Indignado
por esta falta, suspendió la orden de la desobediencia civil y,
místicamente, se entregó a la penitencia. Su pueblo no estaba
aún educado para el uso de la satyagraha, la
fuerza-amor, la fuerza-alma. Los hindúes obedecieron a su jefe.
Pero esta retirada, ordenada en el instante de mayor tensión y
mayor ardimiento, debilitó la ola revolucionaria. El movimiento
se consumía y se gastaba sin combatir. Hubo algunas defecciones
y algunas disensiones. La prisión y el procesamiento de Gandhi
vinieron a tiempo. El Mahatma dejó la dirección del movimiento
antes de que éste declinase.
El Congreso
Nacional indio de diciembre de 1923 marcó un descenso del
gandhismo. Prevaleció en esta asamblea la tendencia
revolucionaria de la no cooperación; pero se le enfrentó una
tendencia derechista o revisionista que, contrariamente a la
táctica gandhista, propugnaba la participación en los consejos
de reforma, creados por Inglaterra para domesticar a la burguesía
hindú. Al mismo tiempo apareció en la asamblea, emancipada del
gandhismo, una nueva corriente revolucionaria de inspiración
socialista. El programa de esta corriente, dirigido desde Europa
por los núcleos de estudiantes y emigrados hindúes, proponía
la separación completa de la India del Imperio Británico, la
abolición de la propiedad feudal de la tierra, la supresión de
los impuestos indirectos, la nacionalización de las minas,
ferrocarriles, telégrafos y demás servicios públicos, la
intervención del Estado en la gestión de la gran industria, una
moderna legislación del trabajo, etc., etc. Posteriormente, la
escisión continuó ahondándose. Las dos grandes facciones
mostraban un contenido y una fisonomía clasistas. La tendencia
revolucionaria era seguida por el proletariado que, duramente
explotado sin el amparo de leyes protectoras, sufría más la
dominación inglesa. Los pobres, los humildes eran fieles a
Gandhi y a la revolución. El proletariado industrial se
organizaba en sindicatos en Bombay y otras ciudades indostanas.
La tendencia de derecha, en cambio, alojaba a las castas ricas, a
los parsis,2 comerciantes,
latifundistas.
El método de la no
cooperación, saboteado por la aristocracia y la burguesía
hindúes, contrariado por la realidad económica, decayó así,
poco a poco. El boycot3de
los tejidos ingleses y el retorno a la lírica rueca no pudieron
prosperar. La industria manual era incapaz de concurrir con la
industria mecánica. El pueblo hindú, además, tenía interés
en no resentir al proletariado inglés, aumentando las causas de
su desocupación, con la pérdida de un gran mercado. No podía
olvidar que la causa de la India necesita del apoyo del partido
obrero de Inglaterra. De otro lado, los funcionarios
dimisionarios volvieron, en gran parte, a sus puestos. Se
relajaron, en suma, todas las formas de la no cooperación.
Cuando el gobierno
laborista de Mac Donald lo amnistió y libertó, Gandhi encontró
fraccionado y disminuido el movimiento nacionalista hindú. Poco
tiempo antes, la mayoría del Congreso Nacional, reunido
extraordinariamente en Delhi en setiembre de 1923, se había
declarado favorable al partido Swaraj, dirigido por C. R. Das,
cuyo programa se conforma con reclamar para la India los derechos
de los «Dominios» británicos, y se preocupa de obtener para el
capitalismo hindú sólidas y seguras garantías.
Actualmente Gandhi
no dirige ni controla ya las orientaciones políticas de la mayor
arte del nacionalismo hindú. Ni la derecha, que desea la
colaboración con los ingleses, ni la extrema izquierda, que,
aconseja la insurrección, lo obedecen. El número de sus
fautores ha descendido. Pero, si su autoridad de líder
politicona decaído, su prestigio de asceta y de santo no ha
cesado de extenderse. Cuenta un Periodista, cómo al retiro del
Mahatma afluyen peregrinos de diversas razas y comarcas asiáticas
Gandhi recibo, sin ceremonias y sin protocolo, a todo el que
llama a su puerta. Alrededor de su morada, viven centenares de
hindúes felices de sentirse junto a él.
Esta es la
gravitación natural de la vida del Mahatma. Su obra es más
religiosa y moral que política. En su diálogo con Rabindranath
Tagore, el Mahatma ha declarado su intención de introducir la
religión en la política. La teoría de la no cooperación está
saturada de preocupaciones éticas. Gandhi no es verdaderamente,
el caudillo de la libertad de la India, sino el apóstol de
un movimiento religioso. La autonomía de la India no le
interesa, no le apasiona, sino secundariamente. No siente,
ninguna prisa por llegar a ella. Quiere, ante todo, purificar y
elevar el alma hindú. Aunque su mentalidad está nutrida, en
parte, de cultura europea, el Mahatma repudia la civilización de
Occidente, Le repugna su materialismo, su impureza, su
sensualidad. Como Ruskin y como Tolstoy, a quienes ha leído y a
quienes ama, detesta la máquina. La máquina es para él el
símbolo de la «satánica» civilización occidental. No quiere,
por ende, que el maquinismo y su influencia se aclimaten en la
India. Comprende que la máquina es el agente y el motor de las
ideas occidentales. Cree que la psicología indostana no es
adecuada a una educación europea; pero osa esperar que la India,
recogida en sí misma, elabore una moral, buena Pera el uso de
los demás pueblos. Hindú hasta la médula, piensa que la India
puede dictar al mundo su propia disciplina. Sus fines y su
actividad, cuando persiguen la fraternización de hinduistas y
mahometanos o la redención de los intocables, de los
parias, tienen una vasta trascendencia política y social. Pero
su inspiración, es esencialmente religiosa.
Gandhi se clasifica
como un idealista práctico. Henri Barbusse lo reconoce, además,
como un verdadero revolucionario. Dice, en seguida, que "este
término designa en nuestro espíritu a quién, habiendo
concebido, en oposición al orden político y social establecido,
un orden diferente, se consagra a la realización de este plan
ideal por medios prácticos" y agrega que "el utopista
no es un verdadero revolucionario por subversivas que sean sus
sinrazones". La definición es excelente. Pero Barbusse
cree, además, que, "si Lenin se hubiese encontrado, en
lugar de "Gandhi, hubiera hablado y obrado cómo él. Y ésta
hipótesis es arbitraria. Lenin era un realizador y un realista.
Era, indiscutiblemente, un idealista práctico. No está probado
que la vía de la no cooperación y la no violencia sea las
únicas vías de la emancipación indostana. Tilak, el anterior
líder del nacionalismo hindú, no habría desdeñado el método
insurreccional. Romain Rolland opina que Tilak, cuyo genio
enaltece, habría podido entenderse con los revolucionarios
rusos. Tilak, sin embargo, no era menos asiático ni menos hindú
que Gandhi. Más fundada que la hipótesis de Barbusse es la
hipótesis opuesta, la de que, Lenin habría trabajado por
aprovechar la guerra y sus consecuencias para liberar a la India
y no habría detenido, en ningún caso, a los hindúes en el
camino de la insurrección. Gandhi, dominado por su temperamento
moralista, no ha sentido a veces la misma necesidad de libertad
que sentía su pueblo. Su fuerza, en tanto, ha dependido, más
que de su predicación religiosa, de que ésta ha ofrecido a los
hindúes una solución para su esclavitud y para su hambre.
La teoría de la no
cooperación contenía muchas ilusiones. Una de ellas era la
ilusión medioeval de revivir en la India una economía
superada. La rueca es impotente para resolver la cuestión
social de ningún pueblo. El argumento de Gandhi —"¿no ha
vivido así antes la India?"— es un argumento demasiado
antihistórico e ingenuo. Por escéptica y desconfiada que
sea su actitud ante el Progreso, un hombre moderno rechaza
instintivamente la idea de que se pueda volver atrás. Una vez
adquirida la máquina, es difícil que la humanidad renuncie a
emplearla. Nada puede contener la filtración de la civilización
occidental en la India. Tagore tiene plena razón en este
incidente de su polémica con Gandhi. "El problema de
hoy es mundial. Ningún pueblo puede buscar su salud separándose
de los otros. O salvarse juntos o desaparecer juntos".
Las requisitorias
contra el materialismo occidental son exageradas. El hombre
del Occidente no es tan prosaico y cerril como algunos espíritus
contemplativos y estáticos suponen. El socialismo y el
sindicalismo, a pesar de su concepción materialista de la
historia, son menos materialistas de lo que parecen. Se
apoyan sobre el interés de la mayoría, pero tienden a
ennoblecer y dignificar la vida. Los occidentales son místicos
y religiosos a su modo. ¿Acaso la emoción revolucionaria no es
una emoción religiosa? Acontece en el occidente que la
religiosidad se ha desplazado del cielo a la tierra. Sus motivos
son humanos, son sociales; no son divinos. Pertenecen a la vida
terrena y no a la vida celeste.
La ex-confesión de
la violencia es más romántica que la violencia misma. Con
armas solamente morales jamás constreñirá la India a la
burguesía inglesa a devolverle su libertad. Los honestos jueces
británicos reconocerán, cuantas veces sea necesario, la
honradez de los apóstoles de la no cooperación y
del satyagraha;4 pero
seguirán condenandolos a seis años de cárcel. La
revolución no se hace, desgraciadamente, con ayunos. Los
revolucionarios de todas las latitudes tienen que elegir
entre sufrir la violencia o usarla. Si no se quiere que el
espíritu y la inteligencia estén a órdenes de la fuerza,
hay que resolverse a poner la fuerza a órdenes de la
inteligencia y del espíritu.
NOTAS:
1 En
hindú, el "alma grande", apelativo con que se de
signaba a Gandhi.
2 Practicantes
de la religión de Zoroastro.
3 Práctica
de lucha social que consiste en evitar toda relación con el
castigado.
4 Término
inventado por Gandhi para expresar su movimiento de defensa
de la verdad no haciendo sufrir al adversario, sino sufriendo uno
mismo.
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