JOSÉ
CARLOS MARIÁTEGUI
DEFENSA
DEL MARXISMO VII
EL
DETERMINISMO MARXISTA
tiene
un acento de fe, de voluntad, de
convicción
heroica y creadora, cuyo impulso
sería
absurdo buscar en un mediocre
y
pasivo sentimiento determinista.
Otra
actitud frecuente de los intelectuales que se entretienen en roer la
bibliografía marxista es la de exagerar interesadamente el
determinismo de Marx y su escuela, con el objeto de declararlos,
también desde este punto de vista, un producto de la mentalidad
mecanicista del siglo XIX, incompatible con la concepción heroica,
voluntarista de la vida, a que se inclina el mundo moderno después
de la Guerra.
Estos
reproches no se avienen con la crítica de las supersticiones
racionalistas y utopísticas y de fondo místico del movimiento
socialista. Pero Henri de Man no podía
dejar de echar mano de un argumento que tan fácil estrago hace en
los intelectuales del novecientos, seducidos por el esnobismo de la
reacción contra el “estúpido siglo diecinueve”. El revisionista
belga observa, a este respecto, cierta prudencia. “Hay que hacer
constar—declara— que Marx no merece el reproche que con
frecuencia se le dirige de ser un fatalista, en el sentido de que
negara la influencia de la volición humana en el desarrollo
histórico; lo que ocurre es que considera esta volición como predeterminada”. Y agrega que “tienen razón los discípulos de
Marx, cuando defienden a su maestro del reproche de haber predicado
esa especie de fatalismo”. Nada de esto le impide, sin embargo,
acusarlos de su “creencia en otro fatalismo, el de los fines
categoriales ineluctables”, pues, “según la concepción
marxista, hay una volición social social sometida
a leyes, la cual se cumple por medio de la lucha de clases y el
resultado ineluctable de la evolución económica que crea
oposiciones de intereses”.
En
sustancia, el neorrevisionismo adopta, aunque con discretas
enmiendas, la crítica idealista que reivindica la acción de la
voluntad y del espíritu. Pero esta crítica concierne sólo a la
ortodoxia socialdemocrática que, como ya está establecido, no es ni
ha sido marxista sino lasalliana; hecho probado hasta por el vigor
con que se difunde hoy en la socialdemocracia tudesca esta palabra de
orden: “el retorno a Lasalle”.
Para
que esta crítica fuera válida habría que empezar por probar que el
marxismo es la socialdemocracia, trabajo que Henri de Man se guarda
de intentar. Reconoce, por el contrario, en la III Internacional, la
heredera de la Asociación Internacional de Trabajadores, en cuyas
asambleas alentaba un misticismo muy próximo al de la cristiandad de
las catacumbas. Y consigna en su libro este juicio explícito:
Los
marxistas vulgares del comunismo son los verdaderos usufructuarios de
la herencia marxiana. No lo son en el sentido de que comprenden a
Marx mejor con referencia a su época, sino porque lo utilizan con
más eficacia para las tareas de su época, para la realización de
sus objetivos.
La
imagen que de Marx nos ofrece Kautsky se parece más al original que
la que Lenin popularizó entre sus discípulos; pero Kautsky ha
comentado una política en que Marx no ha influido nunca, mientras
que las palabras que, como santo y seña, tomó Lenin de Marx, son la
misma política después de muerto éste y continúan creando
realidades nuevas.
A
Lenin se le atribuye una frase que enaltece Unamuno en su La
Agonía del Cristianismo; la que pronunciara una vez,
contradiciendo a alguien que le observaba que su esfuerzo iba contra
la realidad: “¡Tanto peor para la realidad!”. El marxismo, donde
se ha mostrado revolucionario —vale decir, donde ha sido marxismo—
no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido. Los
reformistas resistieron a la Revolución, durante la agitación
revolucionaria postbélica, con razones del más rudimentario
determinismo económico. Razones que, en el fondo, se identificaban
con las de la burguesía conservadora, y que denunciaban el carácter
absolutamente burgués, y no socialista, de ese determinismo. A la
mayoría de sus críticos, la Revolución Rusa aparece, en cambio,
como una tentativa racionalista, romántica, antihistórica, de
utopistas fanáticos.
Los
reformistas de todo calibre, en primer término, reprueban en los
revolucionarios su tendencia a forzar la historia, tachando de
“blanquista” y
“putschista” la táctica de los partidos de la III Internacional.
Marx no podía concebir ni proponer sino una política realista y,
por esto, extremó la demostración de que el proceso mismo de la
economía capitalista, cuanto más plena y vigorosamente se cumple,
conduce al socialismo; pero entendió, siempre como condición previa
de un nuevo orden, la capacitación espiritual e intelectual del
proletariado para realizarlo, a través de la lucha de clases. Antes
que Marx, el mundo moderno había arribado ya a un momento en que
ninguna doctrina política y social podía aparecer en contradicción
con la historia y la ciencia. La decadencia de las religiones tiene
un origen demasiado visible en su creciente alejamiento de la
experiencia histórica y científica. Y sería absurdo pedirle a una
concepción política, eminentemente moderna en todos sus elementos,
como el socialismo, indiferencia por este orden de consideraciones.
Todos los movimientos políticos contemporáneos, a comenzar por los
más reaccionarios, se caracterizan, como lo observa Benda en su
Trahison des Clercs (1), por su empeño en
atribuirse una estricta
correspondencia con el curso de la historia. Para los reaccionarios
de L’Action Frangaise (2), literalmente
más positivistas que cualquier revolucionario, todo el período que
inauguró la Revolución liberal es monstruosamente romántico y
antihistórico. Los límites y función del determinismo marxista
están fijados desde hace tiempo. Críticos ajenos a todo criterio de
partido, como Adriano Tilgher, suscriben la siguiente interpretación:
La
táctica socialista, para conducir a buen éxito, debe tener en
cuenta la situación histórica sobre la cual le toca operar y, donde
ésta es todavía inmadura para la instauración del socialismo,
guardarse bien de forzarle la mano; pero, de otro lado, no debe
remitirse quietistamente a la acción de los sucesos, sino,
insertándose en su curso, tender siempre más a orientarlos en
sentido socialista, de modo de hacerlos maduros para la
transformación final. La táctica marxista es, así, dinámica
y dialéctica como la doctrina misma de Marx: la voluntad socialista
no se agita en el
vacío, no prescinde de la situación preexistente, no se ilusiona de
mudarla con llamamientos al buen corazón de los hombres, sino que se
adhiere sólidamente a la realidad histórica, mas no resignándose
pasivamente a ella; antes bien, reaccionando contra ella siempre más
enérgicamente, en el sentido de reforzar económica y
espiritualmente al proletariado, de acentuar en él la conciencia de
su conflicto con la burguesía, hasta que habiendo llegado al máximo
de la exasperación, y la burguesía al extremo de las fuerzas del
régimen capitalista, convertido en un obstáculo para las fuerzas
productivas, pueda ser útilmente derribado
y sustituido, con ventaja para todos, por el régimen socialista.
(La
Crisi Mondiale e Saggi critice di Marxismo e Socialismo).
El
carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos
evidente, aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo
determinista. Para valorarlo basta, sin embargo, seguir el desarrollo
del movimiento proletario; desde la acción de Marx y Engels en
Londres, en los orígenes de la I Internacional, hasta su actualidad,
dominada por el primer experimento de Estado socialista: la URSS. En
ese proceso, cada palabra, cada acto del marxismo tiene un acento de
fe, de voluntad, de convicción heroica y creadora, cuyo impulso
sería absurdo buscar en un mediocre
y pasivo sentimiento determinista.
- La traición de los intelectuales.
- Acción Francesa: grupo fascista francés.
http://www.solrojo.org/SR39.pdf