DE ENGELS A BEBEL
Leí
apresuradamente el segundo artículo [de Vollmar], al tiempo que
hablaban constantemente dos o tres personas. De no ser así, la forma
en que se representa la Revolución Francesa me habría conducido a
descubrir la influencia francesa, y con ello, sin duda, también a mi
Vollmar. Usted ha percibido este aspecto muy correctamente. Él es,
por fin la soñada corporización de la frase sobre la “masa
reaccionaria”. Por aquí, todos los partidos oficiales
unidos en un hato, por allá, todos los socialistas en una
columna, y la gran batalla decisiva. Victoria en toda la línea y de
un golpe. En la vida real, las cosas no suceden tan sencillamente. En
la vida real, como también lo señala usted, la revolución empieza
de modo precisamente opuesto, juntándose la gran mayoría del pueblo
y también de los partidos oficiales, contra el gobierno, que
con ello queda aislado, y derrocándolo, y únicamente después que
aquellos partidos que pueden sobrevivir se han destruido mutua y
sucesivamente, es que tiene lugar la gran división de Vollmar, y con
ello la perspectiva de nuestro mando. Si, como Vollmar, quisiésemos
empezar derechamente por el acto final de la revolución nos
encaminaríamos por una vía miserablemente mala.
En
Francia se ha producido la escisión largamente esperada. La
primitiva conjunción de Guesde y Lafargue con Malon y Brousse fue,
sin duda, inevitable cuando se formó el Partido, pero Marx y yo
nunca abrigamos la ilusión de que pudiese durar. La alternativa es
puramente de principios: ¿la lucha ha de ser llevada a cabo como
lucha de clases del proletariado o de la burguesía, o ha de
permitirse que en buen estilo oportunista (o como se denomina en la
traducción socialista: posibilista) ha de olvidarse el carácter de
clase del movimiento y el programa cuando por este medio se presenta
una oportunidad de ganar más votos, más afiliados? Malon y Brousse,
al declararse a favor de la última alternativa, han sacrificado el
carácter clasista, proletario, del movimiento, haciendo inevitable
la separación. Tanto mejor. El desarrollo del proletariado se
realiza en todas partes en medio de luchas internas, y Francia, que
está formando ahora por primera vez un partido obrero, no hace
excepción. En Alemania hemos superado la primera etapa de la lucha
interna y nos esperan otras fases. La unidad es algo muy bueno
mientras sea posible, pero hay cosas más elevadas que la unidad. Y
cuando, como Marx y yo, se ha luchado toda la vida más duramente
contra los seudosocialistas que contra ningún otro (porque sólo
considerábamos a la burguesía como una clase, y apenas nos
inmiscuíamos en conflictos con tal o cual fracción burguesa), no
puede lamentarse mucho que haya estallado la inevitable lucha.
- Sobre la “masa reaccionaria”, le escribía Engels a Bernstein el 12 de junio de 1883:
“Aquí termina por cierto la frase sobre la masa reaccionaria, que
como regla sólo es adecuada a la retórica (o, si no, a una
situación realmente revolucionaria). Porque la ironía de la
historia, trabajando de nuestra parte, reside precisamente en el
hecho de que los diferentes elementos de esta masa feudal y
burguesa se desgastan mutuamente, se combaten y devoran entre sí en
ventaja nuestra, formando así el opuesto mismo de la masa homogénea
que el Knoten imagina haber estudiado al
llamarla “reaccionaria”. Por el contrario, todos esos diversos
bandidos deben primero aplastarse
mutuamente, desacreditarse y arruinarse por completo entre sí y
prepararnos el terreno demostrando –uno tras otro- su incapacidad.
Uno de los mayores errores de Lassalle fue el que olvidase por
completo, en su labor de agitación, lo poco de dialéctica que había
aprendido de Hegel. En esto nunca pudo ver más que un solo lado,
igual que Liebknecht, pero como por ciertas razones este último vio
por casualidad el lado correcto, fue después de todo superior al
gran Lassalle… Y paralelamente a esto está la idea vinculada a la
idea de una masa reaccionaria, de que si se echa por tierra las
condiciones vigentes, debiéramos advenir al poder. Esto es un
disparate. Una revolución es un lento proceso –recuérdese 1642-46
y 1789-93- y para que las condiciones puedan madurar para nosotros, y
nosotros para ellas, deben llegar al poder todos los partidos
intermedios y ser echados a su turno. Y entonces vendremos nosotros…
y quizá también seamos nuevamente derrotados por el momento. Aunque
si la cosa procede normalmente considero que esto último es apenas
posible.
Londres, 28 de octubre de
1882
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