VI. LA ESTRATEGIA Y LA TÁCTICA
DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA EN LA LUCHA POR LA DICTADURA DEL PROLETARIADO.
(VI CONGRESO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA: PROGRAMA)
1. Las ideologías
adversas al comunismo en la clase obrera.
(...)
En el terreno teórico, la socialdemocracia ha
traicionado al marxismo, completamente, pasando, a través de la etapa
revisionista, al reformismo liberalburgués definido y, abiertamente, al
socialimperialismo. Las enseñanzas de Marx sobre las contradicciones del
capitalismo han sido remplazadas por ella por la teoría de su evolución
armónica, las enseñanzas sobre las crisis y la pauperización del proletariado
las ha relegado al archivo; la teoría inflamada de la lucha de clases, llena de
amenazas, la ha convertido en prédica vulgar de la paz social; las enseñanzas
sobre la exacerbación de las contradicciones de clase han sido remplazadas por
la fabula pequeñoburguesa de la «democratización» del capital; la teoría de lo
inevitable de las guerras imperialistas en el régimen capitalista, por la farsa
burguesa del pacifismo y la prédica del «ultraimperialismo»; la teoría del
derrumbamiento revolucionario del capitalismo, la ha cambiado por la moneda
falsa del capitalismo «sano» que se transforma pacíficamente en socialismo; la
revolución la ha reemplazado por la evolución, la destrucción del estado
burgués, por su edificación activa; las enseñanzas sobre la dictadura del
proletariado por la teoría de la coalición con la burguesía; las enseñanzas
sobre la solidaridad internanacional, por las de la defensa de las patrias
imperialistas; el materialismo-dialéctico de Marx, por la filosofía idealista y
el coqueteo con los desechos religiosos de la burguesía.
En el interior de este reformismo
socialdemocratico se manifiesta una serie de tendencias particularmente
características desde el punto de vista de la degeneración burguesa de la
socialdemocracia.
El «socialismo
constructivo» (Macdonald y compañía), cuya sola denominación indica la
idea de luchar contra la revolución del proletariado y de respeto al régimen
capitalista, continúan las tradiciones liberalfilantrópicas,
antirrevolucionarias y burguesas del fabianismo (los Web, B. Shaw, lord
Olivier, etcétera). Al rechazar, por principio, la dictadura del proletariado y
todo «procedimiento de violencia» en general, contra la burguesía, el «socialismo
constructivo» apoya la lucha violenta contra el proletariado y los pueblos
coloniales. Al mismo tiempo que es el apologista del estado capitalista, que
predica, con el nombre de socialismo, el capitalismo de estado, que proclama
-junto con los ideólogos más vulgares del imperialismo de los dos continentes-
que la teoría de la lucha de clases es una teoría «precientifica», el
«socialismo constructivo» predica verbalmente un programa moderado de nacionalización
con indemnización, impuesto sobre la renta, la herencia y los extrabeneficios.
Enemigo decidido de la dictadura del proletariado en la URSS, el «socialismo
constructivo», en estrecha alianza con la burguesía, es un adversario activo
del movimiento comunista del proletariado y de las revoluciones coloniales.
Una de las formas particulares del «socialismo
constructivo» es el corporativismo o socialismo cooperativo (Charles Gide,
Totomiantz y compañía), el cual rechaza asimismo enérgicamente la lucha de
clases y propaga la organización cooperativa de los consumidores,
como medio de eliminar el capitalismo por vías
pacíficas mientras que, de hecho, contribuye a fortalecerlo por todos los
medios. El «cooperativísmo», que dispone, con las organizaciones de masa de la
cooperación de consumo, de un vasto aparato de propaganda para ejercer una
influencia cotidiana sistemática, sobre la clase obrera, lucha enérgicamente
contra el movimiento obrero revolucionario, creando obstáculos a la realización
de sus objetivos y representa actualmente uno de los factores más activos en el
campo de la contrarrevolución reformista.
El llamado socialismo gremial (Penty,
Orage, Hobson, ectétera) constituye una tentativa ecléctica para unir el
sindicalismo «revolucionario» al fabianismo liberalburgués, la descentralización
anarquista (las «ghildas» nacionales industriales) a la centralización estatal capitalista, la limitación artesana corporativa
de la edad media al capitalismo contemporáneo. Tomando como punto de partida la
exigencia verbal de la supresión del «sistema del asalariado» por considerarlo
como una institución «inmoral» que debe ser abolida por medio del control
obrero de la industria, el socialismo gremial deja completamente de lado el
problema más importante; la cuestión del poder. Al aspirar a unir a los
obreros, intelectuales y técnicos en una federación de «ghildas» (gremios)
industrias nacionales y convertirlas por medios pacíficos (control desde el
interior) en órganos de dirección de la industria en el marco del estado
burgués, el socialismo gremial defiende de hecho a dicho estado, vela su
carácter de clase, imperialista, antiproletario - y le asigna el puesto- de representante
«por encima de las clases» de los intereses de los «consumidores» como contrapeso
de los «productores» organizados en las «ghildas». Con su prédica de la
«democracia funcional», es decir, de la representación de las clases de la
sociedad capitalista, presentadas como profesiones con funciones sociales y
de producción particulares, el socialismo gremial prepara el terreno para el
«estado corporativo» del fascismo.
Al rechazar simultáneamente el parlamentarismo y
la «acción directa», la mayoría de los socialistas gremiales condenan a la
clase obrera a la inacción completa y a la sumisión pasiva a la burguesía. Se
trata, pues, de un oportunismo tradeunionista utópico particular, y, como tal, no puede dejar de desempeñar un
papel antirrevolucionarro.
Finalmente, una de las formas particulares del
reformismo socialdemócrata es el austromarxismo. El austromarxismo, que figura
en el ala «izquierda» de la socialdemocracia, representa una de las formas más
sutiles de mistificación de las masas trabajadoras. Dicha
tendencia prostituye la terminología marxista,
rompiendo al mismo tiempo decididamente con las bases del marxismo
revolucionario (kantismo, machismo, etcétera, en el terreno filosófico);
Coquetea con la religión, hace suya la teoría de los reformistas ingleses de la
«democracia funcional»; se coloca en el punto de vista de la «edificación de la
república», es decir, la edificación del estado burgués; recomienda la
«cooperación de las clases» en el período llamado «equilibrio» de las fuerzas
de clase, esto es, precisamente cuando madura las crisis revolucionaria. Esa
teoría implica la justificación de la coalición con la burguesía para abatir la
revolución proletaria, bajo la máscara de la defensa de la «democraca» contra
los ataques de la reacción. Objetivamente, en la práctica, la violencia aceptada
por el austromarxismo en los casos de ataque de la reacción, se convierte en
violencia de la reacción contra la revolución del proletariado. El «papel
funcional» del austromarxismo consiste en engañar a los obreros que van hacia
el comunismo, y por esto el austromarxismo es un enemigo particularmente
peligroso para el proletariado, más peligroso aún que los partidarios francos
del socialimperialismo de rapiña.
Si todas estas tendencias, que forman parte del
reformismo «socialista», son otras tantas agencias de la burguesía imperialista
en el seno de la clase obrera, por otra parte, el comunismo tropieza con una
serie de tendencias pequeñoburguesas que reflejan y expresan las oscilaciones
de los sectores sociales inconsistentes (pequeña burguesía urbana, lumpen-proletariat,
artesanos pauperizados, ciertos sectores campesinos, etcétera). Dichas
tendencias, que se distinguen por su inconsistencia política extrema, a menudo
cubren la política de derecha con una fraseología de izquierda o aen en el
aventurerismo, remplazando el cálculo objetivo de las fuerzas por la
gesticulación política vocinglera, pasando con frecuencia de una fanfarronada
revolucionaria increíble al pesimismo más profundo y a la capitulación efectiva
ante el enemigo. Estas tendencias, en ciertas condiciones, particularmente en
los momentos en que se producen cambios bruscos de la situación política o en
que es necesaria una retirada temporal, pueden convertirse en desorganizadores
peligrosísimos de las filas proletarias y, por tanto, en freno del movimiento
revolucionario del proletariado.
(...)
Todas estas tendencias
coinciden con la socialdemocracia, principal enemigo de la revolución
proletaria, en la cuestión política fundamental: la cuestión de la dictadura
del proletariado. Por este motivo todas ellas actúan, de un modo más o
menos determinado, contra la URSS, en su frente único con la socialdemocracia.
Por otra parte, la socialdemocracia, que ha traicionado por completo al
marxismo, apóyase cada vez más en la ideología de los fabianos y de los
socialistas «constructivos» y gremiales. Estas tendencias se convierten en la
ideología liberal reformista oficial del «socialismo» burgués de la Segunda
Internacional.
En los países coloniales y entre las razas y los
pueblos oprimidos en general, el comunismo tropieza en el movimiento obrero con
la influencia de aquellas tendencias especiales, que en una fase determinada de
desarrollo del movimiento han desempeñado un papel positivo importante, pero
que, en una nueva etapa de evolución, se convierten en una fuerza de conservación.
El sun-yet-senismo era la ideología del
«socialismo» pequeñoburgués populista. En la teoria de los «tres principios»
(nacionalismo, democracia, socialismo), la noción de pueblo cubría y ocultaba
la noción de las clases; el socialismo
era presentado no como un sistema específico y particular de producción
realizado por el proletariado, sino como un bienestar social indeterminado; la
lucha contra el imperialismo no se hallaba enlazada con las perspectivas de
desarrollo de la lucha de clases en el interior del país. Por este motivo, el
sun-yet-senismo que desempeñó en el primer estadio de la revolución china un
inmenso papel positivo, como resultado de la diferenciación de clases en el
país y del desarrollo ulterior de la revolución china, se convirtió de forma
ideológica de dicha revolución en un obstáculo a la misma. Los epígonos del
sun-yet-senismo, al preconizar con preferencia, precisamente, los principios
ideológicos de este último, que han terminado por ser objetivamente
reaccionarios, lo han convertido con ello en la ideología oficial del
Kuomintang, el cual es, en la actualidad, una fuerza abiertamente
contrarrevolucionaria. El progreso idelógico de las masas del proletariado
chino y de los campesinos explotados debe ir acompañado de una lucha decidida
contra la mistificación representada por el Kuomintang y la eliminación de las
reminiseencias de la ideología del sun-yet-senismo.
Tendencias como el gandismo en la India,
impregnadas de espíritu religioso, que idealizan las forrnas de existencia más
atrasadas y económicamente reaccionarias, que ven la salvación en el retorno a
lo viejo, que predican la pasividad y la negación de la lucha de clases, se
convierten, en el proceso de desarrollo de la revolución, en una fuerza abiertamente
contrarrcvolucionaria. El gandismo
es cada día más una ideología dirigida contra la revolución de las masas
populares y, por ello, debe ser combatido decididamente por parte del
comunismo.
El garvismo, que era antes la ideología
de los pequeños propietarios y obreros negros en los Estados Unidos y que
ejerce hoy todavía cierta influencia sobre las masas negras, se ha eonvertido,
asímismo, en un obstáculo en el camino de la evolución revolucionaria. Después
de haberse pronunciado en un principio por la igualdad social completa de derechos
de los negros, se ha transformado en una especie de sionismo negro, el cual, en
vez de la lucha contra el imperialismo norteamericano, ha lanzado la consigna
«¡Retorno al África!» Esta ideología peligrosa, carente de
todo rasgo deimocrático auténtico, que coquetea con los atributos de un
«reinado negro» inexistente, debe ser combatida sañudamente pues, no sólo no
fomenta, sino que obstaculiza la lucha libertadora de las masas negras contra
el imperialismo norteamericano.
Frente a todas estas tendencias se levanta el
comunismo proletario; en su calidad de ideología del movimiento revolucionario
internacional de la clase obrera, se distingue de todas estas tendencias y en primer lugar, de la socialdemocracia, en
que, en completo acuerdo con las enseñanzas de Marx y Engels, lleva a cabo una
lucha revolucionaria teórica y práctica por la dictadura del proletariado
aplicando todas las formas de acción proletaria de las masas.
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