miércoles, 20 de noviembre de 2013

LENIN: (SOBRE JEFATURA III)


«LAS TAREAS INMEDIATAS DEL PODER SOVIETICO»

LENIN

(ESCRITO ENTRE EL 13 Y EL 26 DE ABRIL DE 1918)











            La resolución del último Congreso de los Soviets, celebrado en Moscú, señala como tarea primordial del momento crear una organización armónica y fortalecer la disciplina. Hoy todos votan y suscriben gustosos resoluciones de este género; pero, por lo común, no se detienen a pensar que su aplicación requiere el empleo de la coerción, y precisamente de una coerción bajo la forma de dictadura. Sin embargo, sería la mayor torpeza y la más absurda utopía suponer que se puede pasar del capitalismo al socialismo sin coerción y sin dictadura. La teoría marxista se ha pronunciado hace mucho, y del modo más rotundo, contra este absurdo democrático-pequeñoburgués y anarquista. Y la Rusia de 1917-1918 lo confirma con tal evidencia, de un modo tan palpable y convincente, la teoría de Marx sobre el particular, que sólo hombres rematadamente torpes o empeñados en volverse de espaldas a la verdad pueden todavía desorientarse en este terreno. O dictadura de Kornílov (si le tomamos como el tipo ruso del Cavaígnac burgués) o dictadura del proletariado: no puede beber otra salida para un país que se desarrolla con extraordinaria rapidez, con virajes excepcionalmente bruscos y en medio de la terrible ruina económica originada por la más penosa de las guerras. Todas las soluciones intermedias serán o un fraude al pueblo, cometido por la burguesía, que no puede decir la verdad, que no puede declarar que necesita a Kornílov; o una manifestación de la estupidez de los demócratas pequeñoburgueses, de los Chernov, Tsereteli y Mártov, con su charlatanería acerca de la unidad de la democracia, de la dictadura de la democracia, del frente democrático general y demás tonterías por el estilo. Hay que considerar irremediablemente perdidos a quienes no han aprendido siquiera en el curso de la revolución rusa de 19l7-1918 que las soluciones intermedias son imposibles.


(...)



            Pues el Poder soviético no  es otra cosa que la forma de organización de la dictadura del proletariado, de la dictadura de la clase de vanguardia, que eleva a una nueva democracia y a la participación efectiva en el gobierno del Estado a decenas y decenas de millones de trabajadores y explotados, los cuales aprenden en su misma experiencia a considerar como su jefe mas seguro a la vanguardia disciplinada y consciente del proletariado. Pero la palabra dictadura es una gran palabra. Y las grandes palabras no deben ser lanzadas a voleo. La dictadura es un poder férreo, de audacia y rapidez revolucionarias, implacable en la represión tanto de los explotadores como de los malhechores. Sin embargo, nuestro poder es excesiva mente blando y en infinidad de ocasiones, se parece más a la gelatina que al hierro. No debe olvidarse ni por un instante que el elemento burgués y pequeñoburgués lucha contra el Poder soviético de dos maneras: por un lado, actuando desde fuera con los métodos de los Sávinkov, Gots, Gueguechkori y Kornílov, con conspiraciones y alzamientos, con su inmundo reflejo ideológico, con torrentes de mentiras y calumnias difundidas en la prensa de los demócratas constitucionalistas, de los eseristas de derecha, de los mencheviques; por otro lado, este elemento actúa desde dentro, aprovechando todo factor de descomposición y toda flaqueza, a fin de practicar el soborno y aumentar la indisciplina, el libertinaje y el caos. Cuanto más nos acercamos al total aplastamiento militar de la burguesía, más peligroso se hace para nosotros el elemento de la anarquía pequeñoburguesa. Y contra este elemento no se puede luchar únicamente por medio de la propaganda, la agitación, la organización de la emulación o la selección de organizadores; hay que luchar también por medio de la coerción.

            A medida que la tarea fundamental del poder deje de ser la represión militar para convertirse en la labor de y administración, la manifestación típica de la represión  y coerción no será el fusilamiento en el acto, sino el tribunal. Después del 25 de octubre de 1917, las masas revolucionarias emprendieron el camino justo en este terreno y demostraron la vitalidad de la revolución, empezando  a organizar sus propios tribunales obreros y campesinos, sin  esperar a que se promulgasen los decretos de disolución del  aparato judicial burocrático-burgués. Pero nuestros tribunales revolucionarios y populares son extraordinaria e increíblemente débiles. Se nota que no ha sido liquidada todavía por completo la opinión que tiene el pueblo de los tribunales como de algo burocrático y ajeno, opinión heredada de la época en que existía el yugo de los terratenientes y de la burguesía. No se comprende aun en grado suficiente que el tribunal es un órgano llamado a incorporar precisamente  a todos los pobres a la administración del Estado (pues la actividad judicial es una de las funciones de administración del Estado), que el tribunal es un órgano de poder del proletariado y de los campesinos pobres, que el tribunal es un instrumento para inculcar la disciplina. No se comprende en el grado debido el hecho simple y evidente de que si el hambre y el paro son las mayores plagas de Rusia,  estas plagas no podrán ser vencidas por ningún movimiento impulsivo, sino sólo por una organización y una disciplina  multifacéticas, extensivas a todo y a todos, que permitan aumentar la producción de pan para los hombres y de pan para la industria (combustible), transportarlo a tiempo y distribuirlo acertadamente; que, por eso, cuantos infringen la disciplina del trabajo en cualquier fabrica, en cualquier  empresa, en cualquier obra, son los culpables de los tormentos causados por el hambre y el paro; que es necesario saber descubrir a los culpables, entregarlos a los tribunales  y castigarlos sin piedad. El elemento pequeñoburgués, contra el que deberemos luchar ahora con el mayor tesón, se manifiesta, precisamente, en la insuficiente comprensión de la relación económica y política existente entre el hambre, y el paro, por un lado, y el relajamiento de todos y cada uno en el terreno de la organización y la disciplina, por otro; en que sigue muy arraigado el punto de vista del pequeño propietario: sacar la mayor tajada posible, y después, que pase lo que Dios quiera.

            En el transporte ferroviario - que es, quizá, donde encarnan con mayor evidencia los vínculos económicos del organismo creado por el gran capitalismo - se manifiesta con singular relieve esta lucha entre el elemento relajante pequeñoburgués y el espíritu de organización proletario. El elemento "administrativo" proporciona en gran abundancia saboteadores y concursionarios; la mejor parte del elemento proletario lucha por la disciplina; pero en uno y otro hay, como es natural, muchos vacilantes, muchos "débiles", incapaces de resistir a la "tentación" de la especulación, del soborno y del provecho personal, logrado a costa de deteriorar todo el aparato, de cuyo buen funcionamiento depende el triunfo sobre el hambre y el paro.

             Es sintomática la lucha entablada en este terreno alrededor del último decreto sobre la administración de los ferrocarriles, sobre la concesión de poderes dictatoriales (o "ilimitados") a determinados dirigentes. Los representantes conscientes (y en su mayoría, probablemente, inconscientes) del relajamiento pequeñoburgués han querido ver en la concesión de poderes "ilimitados" (es decir, dictatoriales) a determinadas personas una abjuración de la norma de dirección colectiva, de la democracia y de los principios del Poder soviético. En algunos lugares, entre los eseristas de izquierda se emprendió una agitación francamente propia de unos maleantes contra el decreto sobre los poderes dictatoriales, es decir, una agitación en la que se apelaba a los bajos instintos y al afán del pequeño propietario de "sacar" la mayor tajada posible. La cuestión planteada tiene, en efecto, enorme importancia: en primer lugar, se trata de una cuestión de principio, de saber si el nombramiento de determinadas personas investidas de poderes dictatoriales ilimitados es, en general, compatible con los principios cardinales del Poder soviético; en segundo lugar, de saber qué relación guarda este caso - o este precedente, si así lo deseaseis - con las tareas especiales del poder en el actual momento concreto. Ambas cuestiones deben ser examinadas con la mayor atención.

            La experiencia irrefutable de la historia muestra que la dictadura personal ha sido con mucha frecuencia, en el curso de los movimientos revolucionarios, la expresión de la dictadura de las clases revolucionarias, su portadora y su vehículo. No ofrece duda alguna que la dictadura personal ha sido compatible con la democracia burguesa. Pero los detractores burgueses del Poder soviético, así como sus segundones pequeñoburgueses, dan pruebas siempre de gran destreza en este punto: por una parte, declaran que el Poder soviético es algo simplemente absurdo, anárquico, salvaje, esquivando con el mayor cuidado todos nuestros paralelos históricos y las pruebas teóricas de que los Soviets son la forma superior de democracia, más aún, el comienzo de la forma socialista de democracia; por otra parte, exigen de nosotros una democracia superior a la burguesa y dicen: la dictadura personal es absolutamente incompatible con vuestra democracia soviética, bolchevique (o sea, no burguesa, sino socialista).

            Los razonamientos no pueden ser peores. Si no somos anarquistas, debemos admitir la necesidad del Estado, es decir, la coerción, para pasar del capitalismo al socialismo. La forma de coerción está determinada por el grado de desarrollo de la clase revolucionaria correspondiente, por circunstancias especiales -como es, por ejemplo, la herencia recibida de una guerra larga reaccionaria- y por las formas de resistencia de la burguesía y de la pequeña burguesía. Así pues, n o  e x i s t e  absolutamente ninguna contradicción de principio entre la democracia soviética (es decir, socialista); y el ejercicio del poder dictatorial por determinadas personas. La dictadura proletaria se diferencia de la dictadura burguesa en que la primera dirige sus golpes. Contra la minoría explotadora, en favor de la mayoría explotada; además, en que la primera es ejercida - t a m b i é n    p o r    d e t e r m i n a d a s    p e r s o n a s - no sólo por las masas trabajadoras y explotadas, sino asimismo por organizaciones estructuradas de tal modo, que puedan despertar precisamente a esas masas y elevarlas a una histórica obra creadora (a este género de organizaciones pertenecen las soviéticas).

            Por lo que se refiere a la segunda cuestión (el significado precisamente del poder dictatorial unipersonal desde el punto de vista de las tareas específicas del momento presente), debemos decir que toda gran industria mecanizada - es decir, precisamente el origen y la base material, de producción, del socialismo - requiere una unidad de voluntad absoluta y rigurosísima que dirija el trabajo común de centenares, miles y decenas de miles de personas. Esta necesidad es evidente desde tres puntos de vista - técnico, económico e histórico—, y cuantos pensaban en el socialismo la han reconocido siempre como una condición para llegar a él. Pero, ¿cómo puede asegurarse la más rigurosa unidad de voluntad?—Subordinando la voluntad de miles de hombres a la de uno solo.

Si quienes participan en el trabajo común poseen una conciencia y una disciplina ideales, esta subordinación puede recordar más bien la mesura de un director de orquesta. Si no existe esa disciplina y esa conciencia ideales, la subordinación puede adquirir las formas tajantes de la dictadura, pero, de uno u otro modo, la subordinación incondicional a una voluntad única es absolutamente necesaria para el buen éxito de los procesos del trabajo, organizando al estilo de la gran industria mecanizada. Para los ferrocarriles, ello es doble y triplemente necesario. Y esta transición de una tarea política a otra, que en apariencia no se le parece en nada, constituye la peculiaridad del momento que vivimos. La revolución acaba de romper las cadenas más antiguas, más fuertes, más pesadas, con las que se sometía a las masas por la fuerza. Eso sucedía ayer. Pero hoy, esa misma revolución, en interés precisamente de su desarrollo y robustecimiento, en interés del socialismo, erige la subordinación incondicional de las masas a  una voluntad  única de los dirigentes del proceso de trabajo. Está claro que semejante transición es inconcebible de golpe. Está claro que sólo puede llevarse a cabo a costa de enormes sacudidas y conmociones, con retornos a lo antiguo, mediante una tensión colosal de las energías de la vanguardia proletaria, que conduce al pueblo hacia lo nuevo. En este no piensan quienes se dejan arrastrar por el histerismo pequeñoburgués.

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