«LAS TAREAS INMEDIATAS DEL PODER SOVIETICO»
LENIN
(ESCRITO
ENTRE EL 13 Y EL 26 DE ABRIL DE 1918)
La
resolución del último Congreso de los Soviets, celebrado en Moscú, señala como
tarea primordial del momento crear una organización armónica y fortalecer la
disciplina. Hoy todos votan y suscriben gustosos resoluciones de este género;
pero, por lo común, no se detienen a pensar que su aplicación requiere el
empleo de la coerción, y precisamente de una coerción bajo la forma de
dictadura. Sin embargo, sería la mayor torpeza y la más absurda utopía suponer
que se puede pasar del capitalismo al socialismo sin coerción y sin dictadura.
La teoría marxista se ha pronunciado hace mucho, y del modo más rotundo, contra
este absurdo democrático-pequeñoburgués y anarquista. Y la Rusia de 1917-1918
lo confirma con tal evidencia, de un modo tan palpable y convincente, la teoría
de Marx sobre el particular, que sólo hombres rematadamente torpes o empeñados
en volverse de espaldas a la verdad pueden todavía desorientarse en este
terreno. O dictadura de Kornílov (si le tomamos como el tipo ruso del Cavaígnac
burgués) o dictadura del proletariado: no puede beber otra salida para un país
que se desarrolla con extraordinaria rapidez, con virajes excepcionalmente
bruscos y en medio de la terrible ruina económica originada por la más penosa
de las guerras. Todas las soluciones intermedias serán o un fraude al pueblo,
cometido por la burguesía, que no puede decir la verdad, que no puede declarar
que necesita a Kornílov; o una manifestación de la estupidez de los demócratas
pequeñoburgueses, de los Chernov, Tsereteli y Mártov, con su charlatanería
acerca de la unidad de la democracia, de la dictadura de la democracia, del
frente democrático general y demás tonterías por el estilo. Hay que considerar
irremediablemente perdidos a quienes no han aprendido siquiera en el curso de
la revolución rusa de 19l7-1918 que las soluciones intermedias son imposibles.
(...)
Pues el Poder soviético no es otra cosa que la forma de organización de
la dictadura del proletariado, de la dictadura de la clase de vanguardia, que
eleva a una nueva democracia y a la participación efectiva en el gobierno del
Estado a decenas y decenas de millones de trabajadores y explotados, los cuales
aprenden en su misma experiencia a considerar como su jefe mas seguro a la
vanguardia disciplinada y consciente del proletariado. Pero la palabra
dictadura es una gran palabra. Y las grandes palabras no deben ser lanzadas a
voleo. La dictadura es un poder férreo, de audacia y rapidez revolucionarias,
implacable en la represión tanto de los explotadores como de los malhechores.
Sin embargo, nuestro poder es excesiva mente blando y en infinidad de
ocasiones, se parece más a la gelatina que al hierro. No debe olvidarse ni por
un instante que el elemento burgués y pequeñoburgués lucha contra el Poder
soviético de dos maneras: por un lado, actuando desde fuera con los métodos de los Sávinkov, Gots,
Gueguechkori y Kornílov, con conspiraciones y alzamientos, con su inmundo
reflejo ideológico, con torrentes de mentiras y calumnias difundidas en la
prensa de los demócratas constitucionalistas, de los eseristas de derecha, de
los mencheviques; por otro lado, este elemento actúa desde dentro, aprovechando
todo factor de descomposición y toda flaqueza, a fin de practicar el soborno y
aumentar la indisciplina, el libertinaje y el caos. Cuanto más nos acercamos al
total aplastamiento militar de la burguesía, más peligroso se hace para
nosotros el elemento de la anarquía pequeñoburguesa. Y contra este elemento no
se puede luchar únicamente por medio de la propaganda, la agitación, la
organización de la emulación o la selección de organizadores; hay que luchar también
por medio de la coerción.
A
medida que la tarea fundamental del poder deje de ser la represión militar para
convertirse en la labor de y administración, la manifestación típica de la
represión y coerción no será el
fusilamiento en el acto, sino el tribunal. Después del 25 de octubre de 1917,
las masas revolucionarias emprendieron el camino justo en este terreno y
demostraron la vitalidad de la revolución, empezando a organizar sus propios tribunales obreros y
campesinos, sin esperar a que se promulgasen
los decretos de disolución del aparato
judicial burocrático-burgués. Pero nuestros tribunales revolucionarios y
populares son extraordinaria e increíblemente débiles. Se nota que no ha sido
liquidada todavía por completo la opinión que tiene el pueblo de los tribunales como de algo burocrático y ajeno, opinión heredada de la época en que
existía el yugo de los terratenientes y de la burguesía. No se comprende aun en
grado suficiente que el tribunal es un órgano llamado a incorporar precisamente
a todos los pobres a la administración
del Estado (pues la actividad judicial es una de las funciones de
administración del Estado), que el tribunal es un órgano de poder del
proletariado y de los campesinos pobres, que el tribunal es un
instrumento para inculcar la disciplina. No se comprende
en el grado debido el hecho simple y evidente de que si el hambre y el paro son
las mayores plagas de Rusia, estas
plagas no podrán ser vencidas por ningún movimiento impulsivo, sino sólo por
una organización y una disciplina
multifacéticas, extensivas a todo y a todos, que permitan aumentar la
producción de pan para los hombres y de pan para la industria (combustible),
transportarlo a tiempo y distribuirlo acertadamente; que, por eso, cuantos
infringen la disciplina del trabajo en cualquier fabrica, en cualquier empresa, en cualquier obra, son los culpables
de los tormentos causados por el hambre y el paro; que es necesario saber
descubrir a los culpables, entregarlos a los tribunales y castigarlos sin piedad. El elemento
pequeñoburgués, contra el que deberemos luchar ahora con el mayor tesón, se
manifiesta, precisamente, en la insuficiente comprensión de la relación
económica y política existente entre el hambre, y el paro, por un lado, y el
relajamiento de todos y cada uno en el terreno de la organización y la
disciplina, por otro; en que sigue muy arraigado el punto de vista del pequeño
propietario: sacar la mayor tajada posible, y después, que pase lo que
Dios quiera.
En el transporte ferroviario - que es,
quizá, donde encarnan con mayor evidencia los vínculos económicos del organismo
creado por el gran capitalismo - se manifiesta con singular relieve esta lucha
entre el elemento relajante pequeñoburgués y el espíritu de organización
proletario. El elemento "administrativo" proporciona en gran
abundancia saboteadores y concursionarios; la mejor parte del elemento proletario
lucha por la disciplina; pero en uno y otro hay, como es natural, muchos vacilantes,
muchos "débiles", incapaces de resistir a la "tentación" de
la especulación, del soborno y del provecho personal, logrado a costa de
deteriorar todo el aparato, de cuyo buen funcionamiento depende el triunfo
sobre el hambre y el paro.
Es sintomática la lucha entablada en este
terreno alrededor del último decreto sobre la administración de los
ferrocarriles, sobre la concesión de poderes dictatoriales (o "ilimitados") a
determinados dirigentes. Los representantes conscientes (y en su mayoría,
probablemente, inconscientes) del relajamiento pequeñoburgués han querido ver
en la concesión de poderes "ilimitados" (es decir, dictatoriales)
a determinadas personas una abjuración de la norma de dirección colectiva, de
la democracia y de los principios del Poder soviético. En algunos lugares,
entre los eseristas de izquierda se emprendió una agitación francamente propia
de unos maleantes contra el decreto sobre los poderes dictatoriales, es decir,
una agitación en la que se apelaba a los bajos instintos y al afán del pequeño
propietario de "sacar" la mayor tajada posible. La cuestión
planteada tiene, en efecto, enorme importancia: en primer lugar, se trata de
una cuestión de principio, de saber si el nombramiento de determinadas personas
investidas de poderes dictatoriales ilimitados es, en general, compatible con
los principios cardinales del Poder soviético; en segundo lugar, de saber qué
relación guarda este caso - o este precedente, si así lo deseaseis - con las
tareas especiales del poder en el actual momento concreto. Ambas cuestiones
deben ser examinadas con la mayor atención.
La
experiencia irrefutable de la historia muestra que la dictadura personal ha
sido con mucha frecuencia, en el curso de los movimientos revolucionarios, la
expresión de la dictadura de las clases revolucionarias, su portadora y su
vehículo. No ofrece duda alguna que la dictadura personal ha sido compatible
con la democracia burguesa. Pero los detractores burgueses del Poder soviético,
así como sus segundones pequeñoburgueses, dan pruebas siempre de gran destreza
en este punto: por una parte, declaran que el Poder soviético es algo
simplemente absurdo, anárquico, salvaje, esquivando con el mayor cuidado todos
nuestros paralelos históricos y las pruebas teóricas de que los Soviets son la
forma superior de democracia, más aún, el comienzo de la forma socialista de
democracia; por otra parte, exigen de nosotros una democracia superior a la
burguesa y dicen: la dictadura personal es absolutamente incompatible con
vuestra democracia soviética, bolchevique (o sea, no burguesa, sino
socialista).
Los
razonamientos no pueden ser peores. Si no somos anarquistas, debemos admitir la
necesidad del Estado, es decir, la coerción, para pasar del
capitalismo al socialismo. La forma de coerción está determinada por el grado
de desarrollo de la clase revolucionaria correspondiente, por circunstancias
especiales -como es, por ejemplo, la herencia recibida de una guerra larga
reaccionaria- y por las formas de resistencia de la burguesía y de la pequeña
burguesía. Así pues, n o e x i s t
e absolutamente ninguna
contradicción de principio entre la democracia soviética (es decir, socialista); y el ejercicio
del poder dictatorial por determinadas personas. La dictadura proletaria se
diferencia de la dictadura burguesa en que la primera dirige sus golpes. Contra
la minoría explotadora, en favor de la mayoría explotada; además, en que la
primera es ejercida - t a m b i é n
p o r d e t e r m i n a d a
s p e r s o n a s - no sólo por
las masas trabajadoras y explotadas, sino asimismo por organizaciones
estructuradas de tal modo, que puedan despertar precisamente a esas masas y elevarlas
a una histórica obra creadora (a este género de organizaciones pertenecen las
soviéticas).
Por
lo que se refiere a la segunda cuestión (el significado precisamente del poder
dictatorial unipersonal desde el punto de vista de las tareas específicas del
momento presente), debemos decir que toda gran industria mecanizada - es decir,
precisamente el origen y la base material, de producción, del socialismo -
requiere una unidad de voluntad absoluta y rigurosísima
que dirija el trabajo común de centenares, miles y decenas de miles de
personas. Esta necesidad es evidente desde tres puntos de vista - técnico,
económico e histórico—, y cuantos pensaban en el socialismo la han reconocido
siempre como una condición para llegar a él. Pero, ¿cómo puede asegurarse la
más rigurosa unidad de voluntad?—Subordinando la voluntad de miles de hombres a
la de uno solo.
Si quienes participan en el trabajo común poseen una
conciencia y una disciplina ideales, esta subordinación puede recordar más bien
la mesura de un director de orquesta. Si no existe esa disciplina y esa
conciencia ideales, la subordinación puede adquirir las formas tajantes de la
dictadura, pero, de uno u otro modo, la subordinación incondicional a una
voluntad única es absolutamente necesaria para el buen éxito de los procesos
del trabajo, organizando al estilo de la gran industria mecanizada. Para los
ferrocarriles, ello es doble y triplemente necesario. Y esta transición de una
tarea política a otra, que en apariencia no se le parece en nada, constituye la
peculiaridad del momento que vivimos. La revolución acaba de romper las cadenas
más antiguas, más fuertes, más pesadas, con las que se sometía a las masas por la
fuerza. Eso sucedía ayer. Pero hoy, esa misma revolución, en interés
precisamente de su desarrollo y robustecimiento, en interés del socialismo,
erige la subordinación incondicional de las masas a una voluntad única de los dirigentes del proceso
de trabajo. Está claro que semejante transición es inconcebible de golpe. Está
claro que sólo puede llevarse a cabo a costa de enormes sacudidas y
conmociones, con retornos a lo antiguo, mediante una tensión colosal de las
energías de la vanguardia proletaria, que conduce al pueblo hacia lo nuevo. En
este no piensan quienes se dejan arrastrar por el histerismo pequeñoburgués.
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