lunes, 14 de enero de 2013

DICTADURA DEL PROLETARIADO - (LENIN)


SOBRE EL SOCIALISMO Y LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
(2 – Lenin)

Lenin analizó magistralmente la cuestión fundamental de socialismo y dictadura del proletariado, desarrollando el marxismo; profundizó principalmente el socialismo como “período de transición” y el ejercicio de la dictadura del proletariado. En su gran obra “El Estado y la revolución” sobre el socialismo como primera fase del comunismo escribió:

“Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la entraña del capitalismo al mundo de Dios y que lleva en todos sus aspectos el sello de la sociedad antigua, es la que Marx llama `primera’ fase o fase inferior de la sociedad comunista.
Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los individuos. Los medios de producción pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro de la sociedad, al ejecutar una cierta parte del trabajo socialmente necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo de haber realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe de los almacenes sociales de artículos de consumo la cantidad correspondiente de productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a ésta.
Reina, al parecer, la ‘igualdad’.
Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social (al que se suele dar el nombre de socialismo, pero que Marx denomina la primera fase del comunismo), dice que esto es una ‘distribución justa’, que es ‘el derecho igual de cada uno al producto igual del trabajo’, Lassalle se equivoca, y Marx pone al descubierto su error.
‘Aquí –dice Marx- tenemos realmente un ‘derecho igual’, pero esto es todavía ‘un derecho burgués’, que, como todo derecho, presupone la desigualdad. Todo derecho significa la aplicación de un rasero igual a hombres distintos, a hombres que en realidad no son idénticos, no son iguales entre si; por tanto, el `derecho igual’ es una infracción de la igualdad y una injusticia’. En efecto, cada cual obtiene, si ejecuta una parte de trabajo social igual que el otro, la misma parte de producción social (después de hechas las deducciones indicadas).
Sin embargo, los hombres no son todos iguales, unos son más fuertes y otros más débiles, unos son casados y otros solteros, unos tienen más hijos que otros, etc.
‘A igual trabajo –concluye Marx- y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otras, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho tendría que ser no igual, sino desigual...’
Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero no será posible ya la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a titulo de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc. Pulverizando la frase confusa y pequeño burguesa de Lassalle sobre la ‘igualdad’ y la ‘Justicia’ en general, Marx muestra el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir solamente aquella injusticia que consiste en que los medios de producción sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo ‘según el trabajo’ (y no según las necesidades).
Los economistas... reprochan constantemente a los socialistas el olvidarse de la desigualdad de los hombres y el ‘soñar’ con destruir esta desigualdad. Este reproche solo demuestra, como vemos, la extrema ignorancia de los señores ideólogos burgueses.
Marx no sólo tiene en cuenta del modo mas preciso la inevitable desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad (el ‘socialismo’, en el sentido corriente de la palabra) no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del `derecho burgués’ el cual sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos ‘según el trabajo’.
‘...Pero estos defectos –prosigue Marx- son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista, tras largos dolores para su alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica y al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado...’
Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo) el ‘derecho burgués’ no se suprime completamente, sino solo parcialmente, solo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, solo en lo que se refiere a los medios de producción. El ‘derecho burgués reconoce la propiedad privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en propiedad y común. En este sentido –y sólo en este sentido- desaparece el ‘derecho burgués’.
Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros de la sociedad. ‘El que no trabaja, no come’: es el principio socialista es ya una realidad; `a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos’: también es ya una realidad este principio socialista. Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el derecho burgués que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.
Esto es un ‘defecto’, dice Marx, pero un defecto inevitable es la primera fase del comunismo, pues, sin caer en utopismo, no se puede pensar que, al derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujeción a ninguna norma de derecho; además, la abolición del capitalismo no sienta de repente tampoco las premisas económicas para este cambio.”

Y, en la misma obra, sobre el control social y estatal:

“Mientras llega la fase ‘superior’ del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la medida de consumo, pero este control sólo debe comenzar con la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre los capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino por el Estado de los obreros armados.
La defensa interesada del capitalismo por los ideólogos burgueses (Y sus acólitos por el estilo de señores como los Tsereteli, los Chernov y Cía.) consiste precisamente en suplantar por discusiones y charlas sobre un remoto porvenir la cuestión mas candente y mas actual de la política de hoy: la expropiación de los capitalistas, la transformación de todos los ciudadanos en trabajadores y empleados de un gran ‘consorcio’ único, a saber, de todo el Estado, y la subordinación completa de todo el trabajo de todo este consorcio a un Estado realmente democrático, el Estado de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados.”

Así como su gran conclusión sobre el “Estado burgués, sin burguesía”:

“En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del ‘estrecho horizonte del derecho burgués’ bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquél.
De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!
Esto podrá parecer una paradoja o un simple juego dialéctico de la inteligencia, que es de lo que acusan frecuentemente a los marxistas gentes que no se han impuesto ni el menor esfuerzo para estudiar el contenido extraordinariamente profundo del marxismo.
En realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó caprichosamente al comunismo un trocito de ‘derecho burgués’, sino que tomó lo que es económica y políticamente inevitable en una sociedad que brota de la entraña del capitalismo.” (Ibídem).

Lenin, en “Economía y política en la época de la dictadura del proletariado”, en su parte I trata el “período de transición” y la negación del mismo por revisionistas y oportunistas:

“Teóricamente no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo media cierto período de transición. Este período no puede por menos de aunar los rasgos o las, propiedades de estos dos sistemas de economía social. No puede ser más que un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente o, en otras palabras, entre el capitalismo derrotado, pero no aniquilado, y el comunismo ya con vida, pero todavía muy débil.
La necesidad de toda una época histórica caracterizada por estos rasgos del período de transición, tiene que ser evidente por si misma, no sólo para el marxista, sino para cualquier persona culta que de un modo u otro, conozca la teoría del desarrollo. Y sin embargo, todos los razonamientos que sobre el tránsito al socialismo escuchamos de los actuales representantes de la democracia pequeño burguesa (como lo son, pese a su pretendido rótulo socialista, todos los representantes de la II Internacional, incluyendo a individuos tales como Macdonald y Jean Longuet, Kautsky y Friedrich Adler) se distinguen por el completo olvido de esta verdad evidente. Los demócratas pequeñoburgueses se caracterizan por su aversión a la lucha de clases, por sus sueños acerca de la posibilidad de eludir esta lucha, por su tendencia a limar, paliar y conciliar las cortantes aristas. De ahí que esa clase de demócratas se desentiendan de cualquier reconocimiento de toda una etapa histórica de tránsito del capitalismo al comunismo o consideren que su cometido consiste en cavilar planes encaminados a reconciliar a las dos fuerzas beligerantes, en lugar de dirigir la lucha de una de ellas.”

Así como en la parte IV trata el trascendental punto de la supresión de las clases:

“El socialismo es la supresión de las clases.
Para suprimir las clases lo primero que hace falta es derrocar a los terratenientes y capitalistas. Hemos cumplido esta parte de la tarea, pero es sólo una parte y no la más difícil. Para acabar con las clases es preciso, en segundo lugar, suprimir la diferencia existente entre obreros y campesinos, convertir a todos en trabajadores. Y no es posible hacerlo de le noche a la mañana.
Para resolver esta segunda parte de la tarea que es la más difícil, el proletariado, después de vencer a la burguesía debe mantener de modo inquebrantable la siguiente línea política fundamental respecto de los campesinos: separar, diferenciar a los campesinos trabajadores de los propietarios, a los campesinos laboriosos de los campesinos comerciantes, a los campesinos trabajadores de los campesinos especuladores.
En esta diferenciación está la esencia del socialismo.”

En tanto que, en la V parte, remata magistralmente tratando socialismo, clases y dictadura del proletariado:

“El socialismo es la supresión de las clases. La dictadura del proletariado ha hecho para lograrlo cuanto estaba a su alcance. Pero las clases no pueden suprimirse de golpe.
Durante la época de la dictadura del proletariado subsisten y subsistirán las clases. La dictadura dejará de ser necesaria cuando no existan clases. Pero éstas no desaparecerán sin la dictadura del proletariado.
Subsisten las clases pero cada una de ellas cambió de aspecto en la época de la dictadura del proletariado, lo mismo que cambiaron sus relaciones mutuas. La lucha de clases no desaparece bajo la dictadura del proletariado; lo único que hace es asumir nuevas formas.
Bajo el capitalismo, el proletariado era una clase oprimida, carente de toda propiedad sobre los medios de producción, la única clase directa y totalmente contra puesta a la burguesía, y por lo tanto la única capaz de ser revolucionaria hasta el fin. Después de derrocar a la burguesía y de conquistar el poder político, el proletariado ha pasado a ser la clase dominante: tiene en sus manos el poder estatal, dispone de los medios de producción ya socializados, dirige a los elementos y clases vacilantes e intermedios y aplasta la creciente energía de la resistencia de los explotadores. Todas estas son tareas específicas de la lucha de clases, tareas que antes no se planteaba ni podía plantearse el proletariado.
La clase de los explotadores, los terratenientes y capitalistas no ha desaparecido ni puede desaparecer en seguida bajo la dictadura del proletariado. Los explotadores han sido derrotados, pero no aniquilados. Conservan una base internacional, el capital internacional, del cual son parte integrante. Conservan, en parte, algunos medios de producción, conservan el dinero, conservan enormes relaciones sociales. Y como consecuencia precisamente de su derrota se ha multiplicado en cien y en mil veces su fuerza de resistencia. El ‘arte’ de dirigir el Estado, el ejército y la economía les da una enorme superioridad, y en consecuencia su importancia es muchísimo mayor que su proporción numérica dentro de la cifra global de la población. La lucha de clase de los explotadores derrocados contra la vanguardia victoriosa de los explotados, es decir, contra el proletariado, se ha hecho encarnizada en grado considerable. Y no puede ser de otro modo, si en realidad nos referimos a la revolución y no suplantamos este concepto (como lo hacen todos los héroes de la II Internacional) por ilusiones reformistas.
Por último, el campesinado, como toda la pequeña burguesía en general, ocupa también bajo la dictadura del proletariado una situación intermedia: por una parte se trata de una masa bastante considerable (en la atrasada Rusia, inmensa) de trabajadores, unida por el interés común de los trabajadores, de liberarse de los terratenientes y de los capitalistas; por otra parte, se trata de pequeños patronos, propietarios y comerciantes individuales. Esta situación económica provoca de modo inevitable su actitud vacilante entre el proletariado y la burguesía. Y al agudizarse la lucha entre estas dos clases, al producirse un viraje increíblemente brusco en todas las relaciones sociales, y dado que entre los campesinos y los pequeños burgueses en general se advierte una mayor propensión hacia lo viejo, lo rutinario, lo inmutable, es natural que se manifiesten entre ellos oscilaciones de un campo a otro, vacilaciones, cambios de frente, inseguridad, etc.
Con respecto a esta clase -o a estos elementos sociales- la tarea del proletariado consiste en dirigir, en luchar por someterlos a su influencia. Lo que el proletariado debe hacer es conducir a los vacilantes, a los inseguros, tras de sí.
Si enfocamos en su conjunto a todas las fuerzas o clases fundamentales, en sus relaciones mutuas, tal como fueron modificadas por la dictadura del proletariado, nos daremos cuenta de cuán ilimitadamente absurdo es, desde el punto de vista teórico, y qué estupidez tan grande representa esa idea pequeñoburguesa corriente del paso al socialismo ‘a través de la democracia’ en general, que encontramos en todos los representantes de la II Internacional. La base sobre la que descansa este error es el prejuicio, heredado de la burguesía, acerca de lo que se considera como contenido de una ‘democracia’ absoluta, situada por encima de las clases. En realidad, con la dictadura del proletariado también la democracia entra en una fase totalmente nueva, y la lucha de clases se eleva a una etapa superior, haciendo que se supediten a ella cada una de las diversas formas.
Las frases generales sobre la libertad, la igualdad y la democracia no son, en realidad, otra cosa que la ciega repetición de conceptos calcados sobre el molde de las relaciones de producción mercantil. Querer resolver por medio de estas frases generales las tareas concretas de la dictadura del proletariado equivale a pasarse en toda la línea a las posiciones teóricas, de principio, de la burguesía. Desde el punto de vista del proletariado, el problema se formula así y sólo así: ¿libertad con respecto a la opresión de qué clase? ¿Igualdad entre qué clases? ¿Democracia en base a la propiedad privada, o en base a la lucha por la abolición de la propiedad privada?, etc.
Hace mucho tiempo que Engels explicó en el Anti-Dühring que el concepto de igualdad, calcado sobre el molde de las relaciones de producción mercantil, se convierte en un prejuicio, a menos que la igualdad se entienda en el sentido de la supresión de las clases. Esta verdad elemental acerca de la diferencia entre el concepto democrático-burgués y el socialista de igualdad, suele olvidarse siempre. Cuando no se la olvida, se comprende con toda evidencia que el proletariado, al derrocar a la burguesía, da el paso decisivo hacia la supresión de las clases, y que, para alcanzar esa meta, el proletariado debe proseguir su lucha de clase utilizando para ello el aparato del poder estatal y empleando diversos métodos de lucha, de influencia y acción con respecto a la burguesía derrocada y a la pequeña burguesía vacilante.”

Y sobre lo central: la dictadura del proletariado, tener presente siempre muy seria y profundamente lo establecido por Lenin:

“Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa. Limitar el marxismo a la doctrina de la lucha de clases significa cercenar el marxismo, tergiversarlo, reducirlo a algo aceptable para la burguesía. Sólo es un marxista quien hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En ello estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués ordinario. Esta es la piedra de toque en la que deben comprobarse la comprensión y el reconocimiento reales del marxismo.” (“El Estado y la revolución”).

“En toda transición del capitalismo al socialismo, la dictadura es necesaria por dos razones principales o en dos direcciones principales. Primero: es imposible vencer y desarraigar el capitalismo sin aplastar implacablemente la resistencia de los explotadores que no pueden ser privados de una vez de sus riquezas, de sus ventajas en cuanto a organización y conocimientos, y en consecuencia tratarán inevitablemente, durante un período bastante largo, de derrocar el odiado Poder de los pobres. Segundo: toda gran revolución, y particularmente una revolución socialista, incluso cuando no existe una guerra exterior, es inconcebible sin guerra interior, es decir, sin guerra civil, que acarrea una ruina aún mayor que la ocasionada por una guerra exterior, que significa miles y millones de casos de vacilación y de paso de un campo a otro, que significa un estado de extrema incertidumbre, desequilibrio y caos. Y naturalmente todos los elementos de descomposición de la vieja sociedad, fatalmente muy numerosos y ligados sobre todo a la pequeña burguesía (pues es a ésta a la que toda guerra y toda crisis arruinan y destruyen en primer termino), no pueden dejar de `manifestarse’ en una revolución tan profunda. Y esos elementos de descomposición no pueden `manifestarse’ más que por medio de un aumento de la delincuencia, la golfería, el soborno, la especulación y toda clase de excesos. Para acabar con todo esto se requiere tiempo y hace falta una mano de hierro.
La historia no conoce ninguna gran revolución en la que el pueblo no sintiera esto instintivamente y no manifestara una firmeza salvadora fusilando a los ladrones en flagrante. La desgracia de las revoluciones anteriores consistía en que el entusiasmo revolucionario de las masas, que las mantenía en un estado de tensión y les daba la Fuerza para reprimir implacablemente a los elementos de descomposición, no duraba mucho tiempo. La causa social, o sea, de clase, de tal inestabilidad del entusiasmo revolucionario de las masas residía en la debilidad del proletariado, el único capaz (si es bastante numeroso, consciente y disciplinado) de atraerse a la mayoría de los trabajadores y explotados (la mayoría de los pobres, empleando un término más sencillo y popular),y de mantener el Poder durante un plazo suficientemente largo para aplastar por completo a todos los explotadores y a todos los elementos de descomposición.
Esta experiencia histórica de todas las revoluciones, esta lección -económica y política-histórica mundial, fue sintetizada por Marx en su fórmula breve, aguda, precisa y clara: dictadura del proletariado.” (“Las tareas inmediatas del Poder soviético”).

“La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se decuplica con su derrocamiento (aunque no sea más que en un solo país) y cuyo poderío consiste, no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y solidez de las relaciones internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Pues, por desgracia, ha quedado todavía en el mundo mucha y mucha pequeña producción y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa. Por todos estos motivos, la dictadura del proletariado es necesaria, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una guerra prolongada, tenaz, encarnizada, a muerte, una guerra que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única.” (“La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”).

“Nosotros en Rusia (en el tercer año posterior al derrocamiento de la burguesía) estamos dando los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo, o a la etapa inferior del comunismo. Las clases aún existen y seguirán existiendo durante años, en todas partes, después de la conquista del Poder por el proletariado. Quizás en Inglaterra donde no hay campesinado (¡pero donde existen pequeños propietarios!), este período pueda ser más corto. Abolir las clases no sólo significa echar a los terratenientes y a los capitalistas, cosa que nosotros hicimos con relativa facilidad; significa también abolir a los pequeños productores de mercancías, y éstos no pueden ser echados o aplastados; hay que vivir en buena armonía con ellos. Se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, sólo mediante una labor de organización muy prolongada, lenta y prudente. Ellos rodean al proletariado, por todas partes, con un ambiente pequeño burgués que penetra y corrompe al proletariado; provocan constantemente en el proletariado reincidencias en la pusilanimidad pequeñoburguesa, la desunión, el individualismo y la transición de la exaltación al abatimiento. Para contrarrestar esto, para permitir que el proletariado ejerza acertada, eficaz y victoriosamente su papel de organizador (y ése es su papel principal), son imprescindibles la centralización y la disciplina más rigurosas en el partido político del proletariado. La dictadura del proletariado es una lucha persistente, cruenta e incruenta, violenta y pacifica, militar y económica, educacional y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de personas es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo, templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todas las personas honestas de la clase de que se trata, sin un partido capaz de observar el estado de ánimo de las masas e influir sobre él, es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha. Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada que ‘vencer’ a los millones y millones de pequeños propietarios; éstos, con su actividad corruptora, cotidiana, prosaica, invisible, imperceptible, producen los mismos resultados que necesita la burguesía y que restauran a la burguesía. Quien debilita en lo mas mínimo la disciplina férrea del partido del proletariado (en especial durante su dictadura), ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado.” (Ibídem).

“Entre los ingenieros soviéticos, entre los maestros soviéticos, y entre los obreros privilegiados, es decir, los más calificados y colocados en las mejores condiciones, en las fábricas soviéticas, observamos un constante renacimiento de absolutamente todos los rasgos negativos propios del parlamentarismo burgués, y sólo mediante una lucha repetida, incansable, prolongada y tenaz basada en la organización y la disciplina proletarias estamos venciendo –poco a poco- este mal.” (“La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”).

“La revolución que hemos iniciado, que hemos estado realizando durante dos años y que estamos firmemente resueltos a llevar hasta el fin (aplausos), es posible y factible solo a condición de que logremos traspasar el Poder a la nueva clase, a condición de que la burguesía, los esclavistas capitalistas, los intelectuales burgueses, los representantes de todos los poseedores, de todos los propietarios, sean reemplazados de abajo arriba por la nueva clase en todas las esferas del gobierno, en toda la causa de la construcción estatal, en toda la dirección de la nueva vida.” (“Informe en el II Congreso de Sindicatos de Toda Rusia”).

¡ELECCIONES, NO!
¡GUERRA POPULAR, SI!

Comité Central
Partido Comunista del Perú

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