Lu Sin (1381-1936), fue comandante en jefe de la revolución cultural moderna de China,gran pensador y comentarista político y también el fundador de la literatura china moderna. Ya en 1918 él había publicado en el número de mayo de la revista Nueva Juventud, su destacada obra El Diario de un Loco, que constituye un manifiesto de lucha contra el feudalismo y fue la primera novela de la literatura china moderna. Después de El Diario de un Loco, escribió una serie de novelas cortas en las cuales disecó profundamente la realidad, y combatió la sociedad oscura. La Verdadera Historia de A Q y El Sacrificio del Año Nuevo se cuentan entre ellas. Estas novelas han sido recogidas en tres colecciones: Grito de Llamada, Vagabundeos y Antiguos Relates Vueltos a Contar, que son una herencia literaria muy preciosa del pueblo chino.En el primer periodo de su vida Lu Sin fue un demócrata revolucionario, mas tarde se convirtió en comunista.
DIARIO DE UN LOCO
(1918)
Dos hermanos, cuyo
nombre no quiero revelar, fueron amigos míos en los lejanos tiempos del
bachillerato; luego de separarnos, con el paso de los años, acabé por perder su
pista. Días atrás me entere casualmente de que uno de ellos se encontraba muy
enfermo; de regreso a mi pueblo, di un rodeo para ir a visitarles, pero sólo
encontré al mayor, quien me dijo que el que había estado enfermo era su
hermano. Te agradezco mucho el que te hayas molestado en venir a vernos; mi
hermano ya se ha recuperado
y desempeña en estos
momentos un puesto de funcionario suplente en cierto lugar. Me mostró riendo un
diario en dos libretas, en el que, según él, se podía observar la pasada
enfermedad de su hermano. No veía inconveniente alguno en que un viejo amigo
tuviera acceso a este diario. Así que me lo llevé y nada más leerlo he sabido
que la enfermedad de mi amigo no era otra que la llamada «manía persecutoria».
El lenguaje del diario es confuso y desordenado, y abunda en absurdos; tampoco
especifica fechas, aunque se ve que no ha sido escrito de una vez, debido a las
diferencias en la tinta y en la letra. He seleccionado algunos de los
fragmentos que ofrecen una relativa coherencia para que puedan servir como
material a la investigación médica. No he cambiado ni un ideograma del texto
original; sólo los nombres de los personajes, aunque se trata de
hombres de pueblo
totalmente desconocidos, han sido todos modificados al no influir en el tema.
En cuanto al título he respetado el que su autor le puso después de recobrar la
salud.
2 de abril de 1918.
Esta noche hay una
luna maravillosa.
Hacía más de treinta
años que no la veía; hoy, al contemplarla, mi espíritu se ha inundado de
felicidad. Ahora me doy cuenta de que los últimos treinta años he vivido en la
oscuridad; a pesar de todo debo extremar las precauciones. Si no, ¿por que el
perro de los Chao me ha lanzado esa doble mirada?
Mis temores están más
que justificados.
Hoy no brilla la
luna; sé que las cosas no marchan bien. Esta mañana, cuando salía de casa con
todo cuidado, Chao el Ricachón me ha mirado de una manera aún más extraña: como
si me tuviera miedo, como si quisiera matarme. Había además siete u ocho personas
cuchicheando acerca de mí, temerosas de que las viera. Y así, todo el que me
encontraba por la calle. El más terrible de todos fue un hombre que me lanzó
una risotada de oreja a oreja; sentí un escalofrío por todo el cuerpo: ahora
sabía que
sus planes estaban ya
a punto.
Pero yo no tuve
miedo, y seguí como siempre mi camino. Más adelante me tropecé con un grupo de
chiquillos; también ellos hablaban de mí, y sus miradas y sus pálidos rostros
eran idénticos a los de Chao el Ricachón, con el mismo reflejo acerado. Qué
puedo yo haberles hecho, pensé, para que también ellos… No pude contenerme y
les grité: «Decidme, ¡¿por qué?! » Pero ellos echaron a correr.
Me pregunto qué puedo
yo haberle hecho a Chao el Ricachón, qué les puedo haber hecho a la gente de la
calle; lo único fue hace veinte años, cuando pisé el libro de contabilidad del
señor Ku Chiu, y éste se enfadó muchísimo. Aunque Chao el Ricachón no conoce al
señor Ku Chiu, es seguro que ha oído hablar de aquel incidente y me guarda
rencor por ello; y además se ha puesto de acuerdo con la gente de la calle para
que todos consideren aquel asunto como un agravio. Pero, ¿y los niños? En aquel
tiempo aún no habían
nacido, ¿por qué hoy también ellos me miran de esa extraña manera, como si me
temieran, como si quisieran matarme? Esto me da realmente miedo, me intriga y
al mismo tiempo me entristece.
Acabo de
comprenderlo: ¡se lo han contado sus padres!
Por las noches no
consigo conciliar el sueño. Las cosas hay que estudiarlas
a fondo para poder
entenderlas.
Algunos han sido
condenados por el gobernador del distrito a llevar la carga al cuello, hay
quien ha recibido sus buenas bofetadas del cacique del lugar, quien ha visto a
los guardias apoderarse de su mujer, e incluso algunos han perdido a sus padres
arrastrados al suicidio por la presión de los acreedores. Y con todo, a ninguno
se le ha visto nunca un rostro tan temeroso y tan feroz como ayer.
Lo más extraño ha
sido aquella mujer, ayer, en la calle. Estaba pegando a su hijo mientras le
decía:
«¡Desvergonzado!
¡Sólo dándote unos cuantos mordiscos me quedaría a gusto!» Y mientras eso decía
me miraba a mí. No pude ocultar un sobresalto; y entonces, aquel grupo de
hombres vampiro rompieron en sonoras carcajadas. Chen el Quinto llegó corriendo
y me arrastró hasta casa.
Me arrastró a casa,
pero allí fingieron no conocerme. Sus miradas eran idénticas a las de los
otros. Entré en el estudio y echaron el cerrojo por fuera, como si encerraran a
una gallina. Esto me hace aún todo más inexplicable.
Hace unos días vino
uno de nuestros arrendatarios de la aldea Los lobos a informarnos de la mala
cosecha. Le contó a mi hermano que la gente de la aldea había matado a un
criminal del lugar, y que algunas personas le habían arrancado el corazón y el
hígado y se los habían comido, después de freírlos, para aumentar su propio
valor. Al interrumpir yo la conversación, el arrendatario y mi hermano me
dirigieron varias miradas. Hoy es cuando me he dado cuenta de que sus miradas
brillaban igual que las del grupo que encontré en la calle.
Cuando lo pienso, un
escalofrío me recorre todo el cuerpo.
Si son capaces de
comer hombre, ¿por qué no iban a comerme a mí?
Piensa, si no, en los
mordiscos de aquella madre, en las carcajadas del grupo de hombres vampiro, en
las palabras del arrendatario: evidentemente se trata de una contraseña. Veo
que sus palabras son todas veneno; sus risas, puros cuchillos; y sus dientes,
tan blancos y bien afilados. Son ciertamente individuos que comen hombre.
A mi modo de ver,
aunque no soy una mala persona, desde que pisé el libro de los Ku es difícil
saberlo. Parece como si ellos tuvieran intenciones ocultas que yo no puedo
adivinar. Además, en cuanto se enfadan con alguien no dudan en calificarlo de
criminal. Recuerdo cuando mi hermano me enseñaba a disertar; por bueno que
fuese el personaje sobre el que versaba la disertación, bastaba que yo
escribiera cuatro frases de crítica para que mi hermano las subrayara en señal
de aprobación; y si disculpaba en mi escrito a personajes malos, me decía:
«eres verdaderamente original, un genio en llevar la contraria al cielo.» Cómo
voy yo a adivinar cuáles son los verdaderos pensamientos de esa gente; y más
aún tratándose del momento en que piensan comer.
Las cosas hay que
estudiarlas a fondo para poder entenderlas. En la antigüedad a menudo se comía
carne humana, yo también me acuerdo, aunque no tengo una idea muy clara. Me he
puesto a hojear la historia, pero esta historia no menciona fechas o épocas; en
todas las páginas aparecen, de través, los ideogramas ren yi, tao te (bondad y
moral). Me ha sido imposible conciliar el sueño, la mayor parte de la noche me
la he pasado
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