SOBRE LA
LUCHA DE CLASES
(1 - Marx)
La lucha de clases y
cómo guiarnos en ella es otra cuestión fundamental, especialmente hoy, del
marxismo-leninismo-maoísmo.
Veamos lo establecido por Marx sobre la emancipación del
proletariado en “Estatutos Generales de la Asociación Internacional
de los Trabajadores”:
“Considerando:
que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos; que
la lucha por la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios
y monopolios de clase, sino por el establecimiento de derechos y deberes
iguales y por la abolición de todo dominio de clase; que el sometimiento
económico del trabajador a los monopolizadores de los medios de trabajo, es
decir, de las fuentes de vida, es la base de la servidumbre en todas sus
formas, de toda mi seria social, degradación intelectual y dependencia
política; que la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el
gran fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio;
[…
]
En su lucha contra
el poder unido de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como
clase más que constituyéndose el mismo en partido político distinto y opuesto a
todos los antiguos partidos políticos creados por las clases poseedoras. Esta
constitución del proletariado en partido político es indispensable para
asegurar el triunfo de la
Revolución social y de su fin supremo: la abolición de las
clases.
La coalición
de las fuerzas de la clase obrera, lograda ya por la lucha económica, debe
servirle asimismo de palanca en su lucha contra el Poder político de los
explotadores. Puesto que los señores de la tierra y del capital se sirven
siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios
económicos y para sojuzgar al trabajo, la conquista del Poder político se ha
convertido en el gran deber del proletariado”.
O sobre la lucha
sindical en “Salario, precio y
ganancia”:
“…el
desarrollo de la moderna industria contribuye por fuerza a inclinar la balanza
cada vez más en favor del capitalista en contra del obrero, y que, como
consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es
elevar al nivel medio normal del salario, sino, por el contrario, a hacerlo
bajar, empujando el valor del trabajo más o menos a su límite mínimo. Pero si
la tendencia, dentro de tal sistema, es ésta; ¿quiere esto decir que la clase
obrera deba renunciar a defenderse contra los abusos del capital y deponer sus
esfuerzos para aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para
mejorar en parte su situación? Si lo hiciese, veríase degradada en una masa
informe de hombres hambrientos y quebrantados, sin posibilidad de redención.
Creo haber demostrado que las luchas de la clase obrera por obtener salarios
normales son episodios inseparables de todo el sistema del salariado, que en el
noventa y nueve por ciento de los casos sus esfuerzos por elevar sus salarios
no son más que esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado de su
trabajo, y que la necesidad de forcejear con el capitalista acerca de su precio
va unida a la situación en que se ve colocado el obrero y que le obliga a
venderse así mismo como una mercancía. Si en sus conflictos diarios con el
capital cediesen cobardemente, se descalificarían ellos mismos para emprender
otros movimientos de mayor envergadura.
Pero, al
mismo tiempo, y aun prescindiendo totalmente del esclavizamiento general que
entraña el sistema del salariado, la clase obrera no debe exagerar a sus
propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que
lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que logra
contener el movimiento descendente, pero no cambia su dirección; que aplica
paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto entregarse por
entero a esta guerra de guerrillas, que es inevitable y a la que la empujan
continuamente los abusos incesantes del capital o las fluctuaciones del
mercado. Debe saber que el sistema actual, aun con todas las miserias que
vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las
formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En
vez del lema conservador de ‘¡Un salario justo por una jornada de trabajo
justa!’, deberá escribir en su bandera esta consigna revolucionaria: ‘¡Abolición
del sistema del trabajo asalariado!’
Los
sindicatos trabajan bien como centros de resistencia contra los abusos del
capital. Fracasan, en algunos casos, por usar poco inteligentemente su fuerza.
Pero, generalmente, fracasan por limitarse a una guerra de guerrillas contra
los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por
cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la
emancipación final de la clase obrera; es decir, ¡para la abolición definitiva
del sistema del trabajo asalariado!”
Y sobre la revolución
lo sentado por Engels: “En la
política no existen mas que dos fuerzas decisivas: la fuerza organizada del
Estado, el ejército y la fuerza no organizada, la fuerza elemental de las masas
populares”; así como:
“Después del
primer éxito grande, la minoría vencedora solía escindirse; una parte estaba
satisfecha con lo conseguido; otra parte quería ir todavía mas allá y
presentaba nuevas reivindicaciones, que, en parte al menos, iban también en
interés real o aparente de la gran muchedumbre del pueblo. En algunos casos,
estas reivindicaciones mas radicales prosperaban también; pero, con frecuencia,
sólo por el momento, pues el partido mas moderada volvía a hacerse dueño de la Situación ; y lo
conquistado en el último tiempo se perdía de nuevo, total o parcialmente; y
entonces, los vencidos clamaban traición o achacaban la derrota a la mala
suerte. Pero, en realidad, las cosas ocurrían casi siempre así: las conquistas
de la primera victoria solo se consolidaban mediante la segunda victoria del
partido más radical; una vez conseguido esto, y con ello lo necesario por el
momento, los radicales y sus éxitos desaparecían nuevamente de la escena.
Todas las
revoluciones de los tiempos modernos, a partir de la gran revolución inglesa
del siglo XVII, presentaban estos rasgos, que parecían inseparables de toda
lucha revolucionaria. Y estos rasgos parecían aplicables también a las luchas
del proletariado por su emancipación; tanto mas cuanto que precisamente en l848
eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar
esta emancipación.” (Introducción a “La
lucha de clases en Francia”).
Y por el propio Marx
en los siguientes párrafos:
“Exceptuando
unos pocos capítulos, todos los apartados importantes de los anales de la
revolución de 1848 a
1849 llevan el epígrafe de ¡Derrota de la revolución!
Pero lo que
sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales
apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones
sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien
precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de
los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de
Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino solo una
serie de derrotas.
En una
palabra: el progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas
directas tragicómicas, sino por el contrario, engendrando una contrarrevolución
cerrada y potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el
partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente
revolucionario” (“La lucha de clases en
Francia de 1848 a
1850” ).
“Las
revoluciones burguesas, como la del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de
éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas
parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada
día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y
una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a
asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En
cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican
constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha,
vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el
principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados
flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a
su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a
levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas
ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación
que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus,
hic salta!” (¡Aquí está la rosa, baila aquí!; esto es: demuestra con hechos lo
que eres capaz de hacer.). [“El dieciocho
brumario de Luis Bonaparte”].
“En todas las
revoluciones, al lado de los verdaderos revolucionarios, figuran hombres de
otra naturaleza. Algunos de ellos, supervivientes de revoluciones pasadas, que
conservan su devoción por ellas, sin visión del movimiento actual; pero dueños
todavía de su influencia sobre el pueblo, por su reconocida honradez y
valentía, o simplemente por la fuerza de la tradición; otros, simples
charlatanes que, a fuerza de repetir año tras año las mismas declamaciones
estereotipadas contra el gobierno del día, se han agenciado de contrabando una
reputación de revolucionarios de pura cepa. Después del 18 de marzo salieron
también a la superficie hombres de éstos, y en algunos casos lograron
desempeñar papeles preeminentes. En la medida en que su poder se lo permitía,
entorpecieron la verdadera acción de la clase obrera, lo mismo que otros de su
especie entorpecieron el desarrollo completo de todas las revoluciones
anteriores. Constituyen un mal inevitable; con el tiempo se les quita de en
medio; pero a la Comuna
no le fue dado disponer de tiempo.” (“La
guerra civil en Francia”)
¡ELECCIONES, NO!
¡GUERRA POPULAR, SI!
Comité Central
Partido Comunista del Perú
1990
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