domingo, 8 de marzo de 2015

¡VIVA EL DÍA DE LA MUJER!




SOL ROJO:

!VIVA EL DÍA DE LA MUJER!
¡LAS MUJERES LLEVAN SOBRE SUS ESPALDAS LA MITAD DEL CIELO Y DEBEN CONQUISTARLA!

Con motivo del día de la mujer publicamos aquí un extracto del libro "La mitad del cielo", que nos da ejemplos brillantes de los enormes avances del movimiento femenino proletario en la revolución china, principalmente durante la Gran Revolución Cultural Proletaria. Son ejemplos concretos de cómo el feminismo proletario y toda la lucha por la emancipación de las mujeres necesariamente tiene que ser una lucha contra el revisionismo y el oportunismo dentro y fuera de nuestras filas, y que esa lucha inevitablemente es parte de la lucha del proletariado en su conjunto para aplastar y barrer al imperialismo y la reacción, continuar la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado y marchar hasta nuestra meta final el Comunismo. Publicamos el extracto junto con una introducción al libro, hecha por el blog "Mar armado de masas". El libro completo se puede descargar aquí.
/Sol Rojo, 8 de marzo de 2015

"LA MITAD DEL CIELO" - COMENTARIO DEL BLOG "MAR ARMADO DE MASAS":
"La mitad del Cielo» es el testimonio de un grupo de mujeres en su viaje por la República Popular China durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, en plena campaña contra Lin Piao. Entre estas 12 mujeres había estudiantes, empleadas de oficina, la mujer de un obrero, todas militantes por la liberación de la mujer. Este testimonio es sintetizado por Claudie Broyelle, que lamentablemente capituló poco después y se pasó a las filas de Teng, el imperialismo y la reacción. Ahora ya conocemos el resultado de la restauración del capitalismo en China. A ojos del feminismo burgués China es un país adelantado en cuanto a la situación de la mujer. Hay mujeres empresarias, políticas, escritoras, científicas, etc., pero el problema de la mujer no está resuelto. La situación de la mujer en el campo ha retrocedido en décadas. La vida de las niñas recién nacidas no tiene ningún valor. En la ciudad la mayor parte de las mujeres viven en condiciones de miseria y explotación. La inevitable crisis del capitalismo en China muestra un porvenir todavía mucho más negro para la mujer obrera y campesina.
Durante la Revolución en China millones de mujeres se movilizaron dirigidas por el PCCH. La participación de la mujer en la guerra contra la invasión japonesa aplastó la idea reaccionaria de que las mujeres «sólo sirven para el trabajo doméstico». La reforma agraria, donde también millones de mujeres participaron de forma activa, tuvo como resultado la demolición del sistema patriarcal-feudal. Las campesinas conquistaron títulos de propiedad personales sobre la tierra, dejaron de ser la “esposa de...”. La Revolución de Nueva Democracia demolió la antigua estructura familiar, la mujer dejó su minoría de edad respecto al hombre y pasó a estar en la vanguardia de las transformaciones revolucionarias. Hizo más por la mujer la reforma agraria: “¡la tierra para quien la trabaja!”, que los millones de discursos sobre la igualdad con que bombardea a la mujer obrera y pobre el imperialismo, la reacción y el revisionismo.
Durante la Gran Revolución Cultural Proletaria más de 300 millones de mujeres se movilizaron contra el revisionismo de Liu, Teng y Lin Piao, lucha entre el camino comunista y el camino capitalista. Se crearon talleres colectivos de trabajo doméstico, comedores colectivos, se apuntaba a que la sociedad fuera responsable de los hijos y que éstos no fueran responsabilidad de la familia (propiedad de...) ni del Estado. El objetivo fue acabar con el carácter privado de la familia y de las tareas domésticas liberando a la mujer totalmente del mundo del hogar. Chian Ching es la mejor expresión de la incorporación de millones de mujeres dirigidas por el Partido de la clase obrera, el PCCH, a la transformación revolucionaria de la sociedad y al combate contra la restauración del capitalismo.
Este es el valor de este libro, presentar la experiencia más avanzada de la lucha de la mujer por su emancipación en una sociedad socialista. El Movimiento Femenino en la República Popular China combatió tanto las posiciones de Liu Shao Chi, que defendía el papel tradicional de la mujer sometida al poder marital, como las de Lin Piao, que afirmaba que la revolución ya estaba concluida, impidiendo la lucha consecuente por su emancipación y la transformación revolucionaria de la sociedad dirigida por el Partido Comunista Chino hasta el comunismo.
Hoy, la base de masas de la revolución proletaria mundial está en el Tercer Mundo y son millones de proletarias y campesinas pobres las que se han incorporado para combatir al imperialismo, la reacción y al revisionismo. Combate que va unido al de su emancipación. Es fácil comprobar la incorporación de la mujer bajo la bandera del maoísmo a las guerras populares en el Perú, India, Turquía, etc., pues su liberación está unida al triunfo de la clase obrera. En el Perú la guerra popular dirigida por el PCP no sólo ha movilizado a la mujer en el campo y la ciudad, desde la lucha reivindicativa hasta la guerra popular, sino que en el Nuevo Poder ha conquistado el papel que la vieja sociedad le niega. Como fruto de su participación en la guerra popular muchas mujeres han llegado a ser y son cuadros dirigentes del Partido.
Por todo esto, millones de mujeres se han incorporado a las filas de la revolución proletaria de forma consciente y dirigidas por verdaderos partidos comunistas como en el Perú, el PCP, partido marxista-leninista-maoísta-pensamiento gonzalo, principalmente pensamiento gonzalo, aplastan el cretinismo parlamentario, destruyen la vieja sociedad a la vez que van construyendo la nueva, demostrando que su presente y futuro está unido a la transformación revolucionaria del mundo.
Claudie Broyelle capituló a la par que la burguesía tomaba el poder en China, y no ha sido la única que ha capitulado, abandonando las filas del proletariado y de la revolución.
Hoy podemos ver también cómo los vacilantes, los pusilánimes, los elementos más atrasados abandonan las banderas del maoísmo. Sólo fueron compañeros de viaje mientras pudieron sacar beneficio personal de las noticias que daba la prensa burguesa de la guerra popular en el Perú o, en su momento, de Nepal. Hoy forman parte del basurero de la Historia.
Sin embargo, qué es lo que debemos tener en cuenta nosotros, como comunistas, al leer este libro: que la construcción de una nueva Sociedad es posible. El carácter testimonial de este libro nos demuestra que llegar al dorado comunismo no es una mera frase de cliché, sino una maravillosa y tangible realidad.
Para esto sirve este libro: para armar nuestras cabezas de roja ideología de clase, y para henchir nuestros corazones plenos de optimismo revolucionario.

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PRIMERA PARTE

EL TRABAJO TRASFORMA A LAS MUJERES, QUIENES TRASFORMAN EL TRABAJO

Al día siguiente de la liberación, en 1949, China se topaba con este problema: ¿cómo hacer entrar a la producción social a millones y millones de mujeres confinadas desde siempre a las estrechas tareas do­mésticas? Para operar este desquiciamiento, China poseía triunfos muy favorables. En particular la victoria de la revolución, coronando veinte años de guerra nacional y civil, había trasformado profundamente la antigua sociedad, destruido caras completas de la vieja ideología de la inferioridad de las mujeres. Éstas, por millones, habían participado activamente en la guerra antijaponesa, en las regiones liberadas, habían ejercido el poder directamente, y con frecuencia de ma­nera preponderante; habían tomado a su cargo en numerosos lugares las tareas de producción agrícola. En el contexto de esta rica experiencia es donde se situaba la cuestión de proseguir su emancipación. Había ahí una adquisición extremadamente importante sobre la cual el movimiento femenino podía apoyarse para abordar la nueva etapa.

EL TRABAJO NO SIEMPRE ES LIBERADOR 

No obstante, si China es hoy en día prácticamente el único país del mundo en donde la inmensa mayoría de las mujeres participan en la producción social, esto no se ha hecho sin tropiezos. Algunas cifras hacen reflexionar. Por ejemplo, en Shanghai, en 1966, en vísperas de la Revolución Cultural, más de la mitad de las mujeres habían abandonado su trabajo y re­gresado a sus hogares. Esto se explica en parte por la política del Partido Comunista Chino, política impulsada por Liu Shao-chi1, que hacía una intensa propaganda para ese regreso al hogar. Por otra parte, esto tomaba formas muy diversas. Aquí se alababan las cualidades “irremplazables” de la madre para educar a los hijos; allá se afirmaba sin ambages que las mujeres no eran buenas para nada, demasiado limitadas intelectualmente para aprender un oficio; más allá se lanzaba el argumento del insuficiente número de guarderías, de comedores, para impedir trabajar a las mujeres. En cuanto a las que trabajaban, se trataba de dar como significación a su trabajo: un salario de segunda, ¡para mejorar su situación! (“trabajen para nutrir y vestir mejor a su familia”)2. Sin duda en ese concierto reaccionario había con qué desalentar buenas voluntades; pero eso sólo no era suficiente para explicar el carácter relativamente masivo del regreso al hogar. Hay que investigar las razones de fondo en el trabajo mismo, en su organización. Si no, no se comprende cómo, mujeres que estuvieran tratando de conseguir su liberación ejerciendo un oficio, se dejaran convencer por teorías retrógradas. Es que en realidad ellas no conquistaban, o por lo menos no en todas partes, su liberación. Y por otra parte, ahí donde existía un tipo de trabajo realmente liberador, no se asistía a tal reflujo de mujeres fuera de las fábricas. En la fábrica de Chau Yan, que nosotras visitamos, solamente unas diez mujeres “regresarían tras la puerta de su casa”, como dicen los chinos.

Ya nadie puede ahora estar satisfecho con el es­quema soviético: “He aquí una fábrica del Estado, y el Estado es el partido, y el partido son las masas, por lo tanto esta fábrica es tuya obrero, q.e.d."No, esto ya no pasa. Si se me dice: “Esta fábrica es tuya, es del pueblo”, pero que obedezca ciegamente las órdenes de los directores, que no comprenda nada de mi máquina y todavía menos del resto de la fábrica, si no sé en lo que se convierte mi producto ya terminado ni por qué se ha producido, si trabajo rápidamente, muy rápidamente por el sueldo, si me aburro a morir esperando toda la semana el domingo, y la salida durante toda la jomada, si soy todavía más inculta que al principio después de años de trabajo, entonces es que esta fábrica no es mía, ¡no es del pueblo! Si la producción continúa funcionando según una organización de tipo capitalista, es decir respetando y profundizando la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual según criterios de utilidades y de rentabilidad, si la producción marcha a golpes de reglamentos burgueses, disciplina ciega y estímulos materiales, por un lado los que piensan y por el otro los que ejecutan, entonces los que son menos instruidos, y en particular las mujeres, son también los más oprimidos.
Si finalmente un número importante de mujeres había podido dejarse convencer de los beneficios del regreso al fogón, es en primer lugar porque en ciertas fábricas la lucha de clase entre la burguesía y el proletariado no había permitido todavía vencer a la burguesía en ese terreno. El trabajo, por ese hecho, permanecía sometido a criterios burgueses. No, la producción capitalista no puede “liberar” a las mujeres porque, por otra parte, jamás ha liberado a los hombres. Nosotras, que todas habíamos trabajado en fábricas, recordábamos las eternas discusiones con las otras mujeres al respecto: “Si mi marido ganara lo suficiente yo me quedarla en casa”, “Cuando yo me case ya no trabajaré”, esto volvía constantemente. Aun si las mismas afirmaban al día siguiente que “Por nada del mundo quisieran quedarse en casa porque se aburrirían demasiado”. Ese estado de espíritu vacilante no hace más que traducir la situación especialmente ambigua de las obreras de un país capitalista. Una experiencia del trabajo social suficiente para hacemos medir la “mezquindad” del trabajo doméstico, pero un trabajo social suficientemente vacío de sentido como para hacer que se reflejara como un “lujo” la vida en la casa, momentáneamente inaccesible. En una fábrica de televisores, Chantal, una soldadora, me había dicho: “El lunes en la mañana, al ver toda la semana ante mí, envidio a las que pueden quedarse en casa; el domingo en la noche, después de una jornada de ‘limpieza’, las compadezco,”

Empero si la participación de las mujeres en el trabajo social no las ha liberado, sin embargo ha constituido un factor decisivo de toma de conciencia de su opresión, de la socialización de su revuelta. Ha entrañado una toma de conciencia masiva de nuestra opresión: la “feminitud”, o la desgracia de ser mujer.

CAPÍTULO 1

LA VÍA DE INDUSTRIALIZACIÓN CHINA Y LA LIBERACIÓN DE LAS MUJERES

NI TRABAJO, NI SALARIO, ¡Y ELLAS PERMANECIERON EN LA FÁBRICA!

La fábrica de material médico Chau Yan en Pekín tiene mal aspecto. Algunas edificaciones de ladrillo de un sólo piso, en un patio que parece el de una escuela. Sin embargo, ahí suceden, discretamente, cosas decisivas para el porvenir de las mujeres. Fuimos recibidas ahí dos o tres días después de nuestra llegada, en una salita blanca, alrededor de una gran mesa, apretando con los dedos fríos las tazas hirvientes; Ma Yu Yin, una obrera de unos cincuenta años, nos cuenta la historia de esta fábrica:

En este barrio, hasta 1958, la mayoría de las mujeres permanecían todavía en sus casas al servicio de su familia, sus quehaceres, el cuidado de los hijos... Fue entonces cuando el país entero se levantó para realizar “el gran salto adelante”, es decir que todas las energías se movilizaron para franquear una nueva etapa de trasformación de la sociedad. En los campos, los campesinos reagrupaban las cooperativas de formación superior para crear comunas populares; la industria se descentralizaba ampliamente, en los lugares más apartados uno veía desarro­llarse pequeñas unidades de producción industrial. Y nosotras, las mujeres, ¿debíamos permanecer en casa, al margen de la tempestad? El presidente Mao nos excitó a “contar con nuestras propias fuerzas, desligarnos de las tareas domésticas y participar en las actividades producti­vas y sociales’. Nosotras queríamos responder a esa excitativa, dar también el gran salto adelante. Pero ¿cómo arreglárnoslas? Fue entonces cuando en este distrito una veintena de mujeres se decidieron a “franquear la puerta de la familia” para crear una fábrica de barrio. Para tal efecto, el comité de manzana nos prestó dos hangares vacíos. Viendo las cosas desde cierto ángulo se puede decir que teníamos todo en contra: éramos pocas, sin ningún equipo, sin guarderías ni comedores, sin ninguna experiencia en producción (todas éramos amas de casa), ni siquiera sabíamos qué producir. Pero por otro lado teníamos grandes triunfos en la mano: no era para aportar un poco más de comodidad a nuestra familia por lo que habíamos decidido trabajar: queríamos trasformar la sociedad, trasformar la condición femenina. ¡Que las mujeres abrieran la puerta de la casa que les obstruía la vista! No queríamos ya servir a nuestra familia, queríamos servir al pueblo. 

Finalmente, después de una encuesta entre los habitantes del barrio, decidimos producir artículos de primera necesidad que les hacían falta: ollas, tubos para estufa, cacerolas, etc. Llevamos de nuestras casas nuestras propias herramientas: martillos, pinzas, algunos destornilladores, clavos, etc. No teníamos más. Fuimos a las fábricas a recoger placas de metal, tubos de hierro, y nos pusimos a trabajar. A veces venían obreras después de su trabajo a mostramos cómo emplear tales o cuales medios. Otro problema grave era el cuidado de los niños. 

Por ejemplo, esta camarada que está aquí tenía cinco. Nos las arreglábamos como podíamos; los mayores cuidaban de los más pequeños; algunas, apoyadas por sus madres o suegras, podían confiárselos a ellas. También había vecinas que aprobaban lo que hacíamos y que nos daban una mano. Se puede decir que ese problema se resolvió por la ayuda mutua en esa época. Durante todo ese período, no recibimos ningún salario. Con frecuencia nos quedábamos en la fábrica hasta tarde en la noche para terminar algún trabajo que nos habíamos fijado. 

Aumentar la producción y profundizar los conocimientos

Finalmente, después de andar a tientas, logramos producir con nuestras manos ollas y tubos para estufas. Esta producción fue aceptada por el Estado. Fue nuestra pri­mera victoria. ¡Cómo! ¿Simples amas de casa sin calificación habían logrado, ayudándose mutuamente, a fuerza de energía y obstinación, fabricar utensilios domésticos de suficiente calidad como para que el Estado los comprara? Aumentó nuestro empeño. Se decidió entonces diversificar esa producción de acuerdo a las necesidades del pueblo; según una encuesta que nos permitió conocer nuevas necesidades locales, comenzamos la fabricación de dispositivos médicos: placas de protección contra rayos X, armarios aislantes. Utilizamos para eso máquinas viejas que ya no servían; las desmontamos, reparamos y trasformamos nosotras mismas para aumentar nuestra productividad y facilitar nuestro trabajo. Esto era más complejo y requería más conocimientos que la fabricación de ollas.
Habíamos fijado en el taller un cartel con esta frase del presidente Mao: Hoy los tiempos han cambiado, lo que puede hacer un hombre, también lo puede hacer una mujer. En el fondo no había ninguna razón para que las mujeres no pudiéramos construir aquellos dispositivos. A veces, ante las dificultades, el desaliento se abatía sobre algunas de nosotras. Decían: “Para qué todos estos esfuerzos, no triunfaremos. No tenemos instrucción, los dispositivos médicos son demasiado difíciles de producir, valdría más dedicarse a las ollas.” Discutíamos entre nosotras. “No estamos aquí para enriquecernos, mucho menos para enriquecer a algún ‘amo’. El pueblo tiene necesidad de esos dispositivos ¡y nosotras, las mujeres, bajaremos los brazos ante los fracasos! Durante siglos y siglos las mujeres climas han sido consideradas como bestias. Nosotras formamos parte de la clase obrera, ¿cómo podrá ésta dirigir el país si la mitad de sus miembros permanece inculta, incapaz de asimilar técnicas nuevas? ¡No sabemos nada! Muy bien, ¡aprendamos! ¡En páginas blancas es en donde se escriben las más bellas historias!” Y nos volvíamos a entregar a la tarea, recuperada nuestra confianza. Con la ayuda de otras fábricas que nos enviaron gente experimentada para asesoramos, logramos producir no solamente placas de protección y almarios aislantes, sino también grandes esterilizadores de alta temperatura y lámparas infrarrojas. Después del examen, el Estado nos confió esta labor de producción y nuestra fábrica tomó su nombre actual de “Fábrica de material médico de Chau Yan”. En ese momento, nuestras filas se habían engrosado, éra­mos un poco más de trescientas, entre las cuales había una veintena de hombres. En 1960, construimos otros cuatro talleres en el patio sin pedir ni un centavo al Estado, simplemente recolectando ladrillos provenientes de antiguas construcciones. Construimos ese mismo año un comedor y una guardería en el recinto de la fábrica. Todo ello con nuestras manos; nosotras podemos construir el socialismo con nuestras manos. 

Un ejemplo de resistencia femenina que triunfa

En la fábrica había un ambiente de solidaridad, de dina­mismo y de abnegación. No era raro ver a las obreras quedarse después de su jomada de trabajo para terminar una tarea, o para entrenarse en una técnica difícil. Por supuesto que no estábamos obligadas a hacerlo ni tampoco se nos pagaba por ese “suplemento”. ¿Debe una recibir primas por hacer la revolución? Pues estaba bien de lo que se trataba. Por otra parte, nuestra experiencia no a todo el mundo le agradaba. En 1961, una parte de la dirección de la fábrica, completamente cegada por las órdenes de la municipalidad de Pekín3 decidió “racionalizar” la producción; decidió que éramos demasiado numerosas para el trabajo que había que hacer, que debíamos dejar de fabricar ollas puesto que en adelante seríamos una fábrica de material médico. ¡Con qué desprecio hablaba de nuestras ollas! Según esta “reorganización” una buena parte de nosotras debía regresar a casa. Creían convencemos diciendo que “los salarios de los hombres serían aumentados a fin de que pudiéramos quedamos en casa para ocupamos de la familia”. ¿No era todo más simple de esta manera? Pero esos proyectos chocaron con una viva resistencia de las mujeres que declararon: “¡No regresaremos a nuestros fogones, no abandonaremos nuestro lugar!” La vida en la fábrica se volvió muy tensa. Hubo una lucha encarnizada entre esa parte de la dirección que quería hacer marchar la fábrica en función de utilidades inmediatas, que, sobre todo, no quería qué las obreras se liberaran, y la gran mayoría de las obreras que querían continuar en la misma vía. 

Esa lucha se llevó conscientemente. Comprendíamos lo que se arriesgaba. En la mayoría de los casos, nuestros maridos y los demás hombres nos apoyaban. Esto se explica; lo que pasaba en Chau Yan no era un hecho aislado. En todas las fábricas había una ofensiva reaccionaria orquestada por Liu Shao-chi enfocada ya a restablecer las normas capitalistas de producción, ya a impedir que las masas las destruyeran. Eso explica que los hombres que también tenían que enfrentar esta ofensiva burguesa comprendieran y apoyaran generalmente la resistencia de las mujeres. Como para muchas de nosotras ya no había trabajo, tampoco había salario. Pero eso no importó. ¿No nos dan trabajo? ¡Nos lo inventaremos nosotras mismas! ¿No tenemos salario? ¡Nos mantendremos ayudándonos mutuamente! Pedimos a otras fábricas que nos confiaran trabajos que veníamos a realizar en “nuestra fábrica”; algunas obreras llevaban a la fábrica materiales de demolición (ladrillos, láminas de acero, etc.) que nosotras recuperábamos, limpiábamos y que así podían ser vueltos a utilizar. El trabajo de las obreras era útil, aunque no fuera “rentable”; lo habíamos probado. No obstante, no todas fueron capaces de superar esas pruebas, pero eran raras, apenas unas quince. Se fueron a trabajar a grandes fábricas, o bien volvieron a sus casas. Durante la Revolución Cultural comprendimos todavía mejor la naturaleza profunda de esa política reaccionaria. Realizamos campañas de denuncia del método de la pretendida “racionalización”. La mayoría de los que habían apoyado las posiciones de Liu Shao-chi descubrieron a qué intereses habían servido; ahora trabajan entre nosotras codo con codo. De las mujeres que habían dejado la fábrica, casi todas han regresado a trabajar aquí. Recientemente, las obreras de esta fábrica han logrado la fabricación de silicio. Anteriormente, las obreras de aquí eran todas antiguas amas de casa, en general relativamente mayores, de cuarenta a cincuenta años. Ahora hay también jóvenes diplomadas de las escuelas que enseñan sus conocimientos a las mayores, al mismo tiempo que aprenden de ellas las cualidades de rebeldía revolucionaria y de firmeza proletaria de las antiguas amas de casa. En el barrio, prácticamente ya no hay mujeres que permanezcan en casa, salvo las que son demasiado viejas o que tienen mala salud, pero hasta para ellas la vida ha cambiado. Se ayudan mutuamente y toman a su cargo ciertas tareas domésticas para aligerar a las que trabajan fuera; organizan la vida política y cultural de los barrios; no están ya aisladas como antes. Este cambio es el resultado de la “partida” de millares de mujeres hacia las actividades productivas y sociales. En cuanto a nosotras, por supuesto que somos asalariadas, y es importante haber conquistado nuestra independencia económica; pero hay que comprender que lo que es todavía más importante es estar al mismo nivel en el mundo, preocuparse de los asuntos colectivos en lugar de estar preocupadas por los solos problemas familiares. Hemos hecho de la producción un arma para liberamos, para servir mejor al pueblo chino y a la revolución mundial.
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1 Liu Shao-chi, ex presidente de la República Popular China.
2 Cf. boletín de Chine nouvelle núm. 61, de marzo de
1968, p. 8, núm. 031406, “los chinos estigmatizan la línea revisionista en el movimiento de las mujeres”.
3 La municipalidad de Pekín era un bastión de los partidarios de Liu Shao-chi. Intervenía con frecuencia en las direcciones de las fábricas para que éstas “racionalizaran” el trabajo, como entre nosotros; intentaba reducir el poder de los obreros.



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