miércoles, 30 de abril de 2014

¡VIVA EL 1º DE MAYO PROLETARIO!


¡Proletarios de todos los países, uníos!

¡Viva el 1º de Mayo Proletario!
De las luchas parciales y por resultados inmediatos,
a la lucha general por la emancipación del proletariado dirigida por su Partido Comunista

Este primero de mayo expresamos nuestro más caluroso saludo revolucionario a todos los obreros y proletarios del mundo, a todas las masas que entregan su vida en las luchas revolucionarias y guerras populares del mundo, a todos los comunistas del mundo. Por lo mismo, elevamos nuestro ánimo y optimismo revolucionario al tope, pues las circunstancias en que se desenvuelve la situación actual del mundo son óptimas para la revolución y porque el proletariado, última clase de la historia, se encuentra en brillante perspectiva para barrer y aplastar definitivamente al sistema capitalista que le oprime, le explota y le sojuzga, y, con ello, por lo mismo, lapidar ineluctablemente al imperialismo: última y parasitaria fase de este podrido Sistema.
Nuestros principios están forjados en la convicción de que no debemos esperar nada de este miserable y ruin Sistema. Acallemos con el fragor de nuestra violencia de clase a todos aquellos cantamañanas que quieren desviar nuestras luchas, viles traidores que quieren pintar de “humana” a la fiera imperialista; fiera que, en su fase final y agónica, quiere caer sobre nosotros con todo su rigor, con toda su violencia, con toda su furia salvaje, con toda la rabia que le permite su fatal e inevitable desenlace. No creamos a los felones que quieren confundir a la clase; aquellos que quieren encubrir, como decía Lenin: “con frases acerca de ¡la sublime significación de la ‘democracia’! El campo de los explotadores es fiel a sí mismo: hace pasar la democracia burguesa por ‘democracia’ en general. Y todos los filisteos, todos los pequeños burgueses, hacen coro a ese campo; todos…” los revisionistas de viejo y nuevo cuño, los oportunistas, los cretinos parlamentarios, los vendeobreros de toda laya.
La profunda crisis del capitalismo en todo el mundo ha puesto en evidencia la descomposición y la decadencia de éste. Las masas luchan en todo el mundo contra un modo de producción que es incapaz de garantizar las necesidades básicas de una inmensa parte de la población del planeta. En el Perú, la India, etc., las masas más pobres y explotadas del mundo combaten con las armas en la mano este podrido Sistema bajo las banderas del maoísmo. Mientras, los países imperialistas (EE.UU., Rusia, China, Alemania, UE, etc.) preparan una nueva guerra mundial para tratar de dar una salida al capitalismo según sus propios intereses.
El desarrollo en el tiempo del capitalismo sólo ha traído miseria, precariedad, marginación y destrucción del empleo, para nosotros los proletarios y oprimidos. Sin embargo, para banqueros, capitalistas y varios tipos de grupos improductivos, el capitalismo les ha traído riqueza, privilegios de todo tipo.
El hecho de que en el Estado Español se supere el 26% de la tasa de paro general y más del 55% de tasa de paro juvenil, que al día se arrojen varias familias a vivir en la calle, que las cárceles estén llenas de pobres, que se vaya destruyendo empleo y que el que hay tenga una tasa de explotación enorme debido a la bajada de salarios o, en su defecto, la congelación de estos y la subida de los precios de los productos imprescindibles para la vida como es el alimento, el vestido, la vivienda, el agua, el gas… Todo ello en su conjunto nos demuestra que, en resumen, el capitalismo y los capitalistas se reparten las riquezas y beneficios, mientras que, por otro lado, socializan la pobreza y las pérdidas.
Nosotros, proletarios, explotados y oprimidos por el Sistema, nos encontramos en una vorágine donde la lucha de clases se manifiesta en forma de movimiento de protesta disgregado, alimentado por la necesidad acuciante de nuestras situaciones. Que si nos quedamos sin trabajo, que si nos quedamos sin casa, que si se nos excluye cada vez más de la vida social, que si no tenemos para comer, que si nos cortan el suministro de luz y de agua; mientras, el viejo Estado se blinda (y blinda a la clase opresora) incrementando su represión en todos sus aspectos, no sólo en el aspecto policial, sino también en el aspecto jurídico y legal.
Ante estos problemas la respuesta generalizada del pueblo está siendo parcial: huelgas, piquetes, movimientos anti-deshaucio, lucha contra la represión, contra la guerra imperialista, creación de redes de apoyo, entre otras acciones dispersas y aisladas, que apenas si hacen mella en el organismo bestialmente podrido de este viejo Estado. Lo que se requiere es una respuesta cualitativamente superior, y esto sólo se va a dar cuando el estado mayor del proletariado dirija sus luchas y enarbole la causa del pueblo, de la clase, de la inmensa mayoría.
Debemos tomar conciencia de que nosotros, los oprimidos, que nos tenemos que enfrentar diariamente a todo tipo de agresiones del poder burgués, seguiremos sometidos a los mismos problemas y manteniendo las mismas luchas, infructuosamente, siempre y cuando no sepamos abordar los problemas de frente y de raíz.
Si queremos salir de toda esta situación de explotación y de injusticia, debemos de tener claro que tenemos que acabar con la actual organización de esta vieja sociedad; que el actual régimen político y su economía se sostienen gracias a sus instrumentos fundamentales de coacción, control y represión: su ejército permanente, sus Fuerzas Armadas, columna vertebral del viejo Estado, y el despliegue multiplicado y el reforzamiento de sus fuerzas policiales.
Reformar el viejo y podrido Sistema no nos vale para nada.
La experiencia histórica ya ha dictado sentencia: el reformismo aunque se vista de socialista o comunista divide y desarma a la clase obrera, los tiempos de crisis ponen a la luz su siembra de ilusiones reformistas y “electoreras”, su infame flirteo con el viejo Estado en busca de un miserable hueco en las hediondas y purulentas cloacas del cretinismo parlamentario. Por ello, estos miserables, cada vez más, apuntan a la desorganización de la clase obrera.
Sólo la destrucción del Estado capitalista nos garantiza acabar con la explotación y la injusticia. La liberación del sistema clasista no consiste en la mera suma de luchas sociales, sino en la unión de esfuerzos del proletariado y los oprimidos, con el objetivo de destruir las viejas relaciones de producción y sociales, y construir las nuevas relaciones de producción y sociales sobre una base distinta, en la que realmente los oprimidos puedan dirigir el nuevo Estado, el nuevo Poder, la nueva Sociedad. Para esto, es necesaria la destrucción de toda ilusión “democrática” burguesa,  la constitución o reconstitución de Partidos Comunistas en todo el mundo: Partidos que, armados con el marxismo-leninismo-maoísmo, inicien guerra popular para acabar con el Estado reaccionario y que las masas, bajo su dirección, construyan nuevo Poder: nueva economía, nueva política y nueva cultura.
El Estado capitalista está perfectamente organizado para hacer cumplir las reglas anti-obreras del régimen con sus jueces, policías, ejército, cárceles, parlamento, educación, burocracia y medios de comunicación. Y ante ello nuestra respuesta no puede ser limitada o sectorializada. No debe ser nuestra aspiración reformar las herramientas del Poder, ya que están constituidas para servirle. El viejo e infecto Estado burgués lo tiene claro: van a aplastar cualquier levantamiento a sangre y fuego. Decía el gran Lenin que ellos (los burgueses) saben perfectamente de su necesidad: “la necesidad, para todos los partidos burgueses, incluyendo a los más democráticos y ‘revolucionario-democráticos’, de reforzar la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato de represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los acontecimientos obliga a la revolución ‘a concentrar todas las fuerzas de destrucción’ contra el Poder estatal, la obliga a proponerse como objetivo, no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla, el aplastarla.
Sólo la unión de los proletarios y oprimidos, organizados como clase, enfrentados al Sistema y organizados y dirigidos por su Partido Comunista puede garantizar nuestra real y verdadera liberación.
En este día, reiteramos nuestros saludos y, con todo el ímpetu revolucionario de la clase, nos reafirmamos en nuestras consignas, en nuestros principios.

¡VIVA EL 1º DE MAYO PROLETARIO!
¡POR LA RECONSTITUCIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA MILITARIZADO!
¡LA REBELION SE JUSTIFICA!
¡VIVA EL MAOÍSMO! ¡ABAJO EL REVISIONISMO!
¡GUERRA POPULAR HASTA EL COMUNISMO!


lunes, 28 de abril de 2014

ARTE, REVOLUCIÓN Y DECADENCIA




ARTE, REVOLUCION Y DECADENCIA

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI

(Publicado en Amauta: Nº 3, pp. 3-4; Lima, noviembre de 1926. Reproducido en Bolívar: Nº 7, p. 12; Madrid, 19 de mayo de 1930. Y en La Nueva Era: Nº 2, pp. 23-24; Barcelona, noviembre de 1930.)

Conviene apresurar la liquidación de un equívoco que desorienta a algunos artistas jóvenes.

Hace falta establecer, rectificando ciertas definiciones presurosas, que no todo el arte nuevo es revolucionario, ni es tampoco verdaderamente nuevo. En el mundo contemporáneo coexisten dos almas, las de la revolución y la decadencia. Sólo la presencia de la primera confiere a un poema o un cuadro valor de arte nuevo.

No podemos aceptar como nuevo un arte que no nos trae sino una nueva técnica. Eso sería recrearse en el más falaz de los espejismos actuales. Ninguna estética puede rebajar el trabajo artístico a una cuestión de técnica. La técnica nueva debe corresponder a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el decorado. Y una revolución artística no se contenta de conquistas formales.

La distinción entre las dos categorías coetáneas de artistas no es fácil. La decadencia y la revolución, así como coexisten en el mismo mundo, coexisten también en los mismos individuos. La conciencia del artista es el circo agonal de una lucha entre los dos espíritus. La comprensión de esta lucha, a veces, casi siempre, escapa al propio artista. Pero finalmente uno de los dos espíritus prevalece. El otro queda estrangulado en la arena.

La decadencia de la civilización capitalista se refleja en la atomización, en la disolución de su arte. El arte, en esta crisis, ha perdido ante todo su unidad esencial. Cada uno de sus principios, cada uno de sus elementos ha reivindicado su autonomía. Secesión es su término más característico. Las escuelas se multiplican hasta lo infinito porque no operan sino fuerzas centrífugas.

Pero esta anarquía, en la cual muere, irreparablemente escindido y disgregado el espíritu del arte burgués, preludia y prepara un orden nuevo. Es la transición del tramonto al alba. En esta crisis se elaboran dispersamente los elementos del arte del porvenir. El cubismo, el dadaísmo, el expresionismo, etc., al mismo tiempo que acusan una crisis, anuncian una reconstrucción. Aisladamente cada movimiento no trae una fórmula; pero todos concurren —aportando un elemento, un valor, un principio—, a su elaboración.

El sentido revolucionario de las escuelas o tendencias contemporáneas no está en la creación de una técnica nueva. No está tampoco en la destrucción de la técnica vieja. Está en el repudio, en el desahucio, en la befa del absoluto burgués. El arte se nutre siempre, conscientemente o no, —esto es lo de menos— del absoluto de su época. El artista contemporáneo, en la mayoría de los casos, lleva vacía el alma. La literatura de la decadencia es una literatura sin absoluto. Pero así, sólo se puede hacer unos cuantos pasos. El hombre no puede marchar sin una fe, porque no tener una fe es no tener una meta. Marchar sin una fe es patiner sur place. El artista que más exasperadamente escéptico y nihilista se confiesa es, generalmente, el que tiene más desesperada necesidad de un mito.

Los futuristas rusos se han adherido al comunismo: los futuristas italianos se han adherido al fascismo. ¿Se quiere mejor demostración histórica de que los artistas no pueden sustraerse a la gravitación política? Massimo Bontempelli dice que en 1920 se sintió casi comunista y en 1923, el año de la marcha a Roma, se sintió casi fascista. Ahora parece fascista del todo. Muchos se han burlado de Bontempelli por esta confesión. Yo lo defiendo: lo encuentro sincero. El alma vacía del pobre Bontempelli tenía que adoptar y aceptar el Mito que colocó en su ara Mussolini. (Los vanguardistas italianos están convencidos de que el fascismo es la Revolución).

Vicente Huidobro pretende que el arte es in­dependiente de la política. Esta aserción es tan antigua y caduca en sus razones y motivos que yo no la concebiría en un poeta ultraísta, si creyese a los poetas ultraístas en grado de discurrir sobre política, economía y religión. Si política es para Huidobro, exclusivamente, la del Palais Bourbon, claro está que podemos reconocerle a su arte toda la autonomía que quiera. Pero el caso es que la política, para los que la sentimos elevada a la categoría de una religión, como dice Unamuno, es la trama misma de la Historia. En las épocas clásicas, o de plenitud de un orden, la política puede ser sólo administración y parlamento; en las épocas románticas o de crisis de un orden, la política ocupa el primer plano de la vida.

Así lo proclaman, con su conducta, Louis Aragón, André Bretón y sus compañeros de la Revolución suprarrealista -los mejores espíritus de la vanguardia francesa-  marchando hacia el comunismo. Drieu La Rocheile que cuando escribió Mesure de la France y Plainte contra inconnu, estaba tan cerca de ese estado de ánimo, no ha podido seguirlos; pero, como tampoco ha podido escapar a la política, se ha declarado vagamente fascista y claramente reaccionario.

Ortega y Gasset es responsable, en el mundo hispano, de una parte de este equívoco sobre el arte nuevo. Su mirada así como no distinguió escuelas ni tendencias, no distinguió, al menos en el arte moderno, los elementos de revolución de los elementos de decadencia. El autor de la Deshumanización del Arte no nos dio una definición del arte nuevo. Pero tomó como rasgos de una revolución los que corresponden típicamente a una decadencia. Esto lo condujo a pretender; entre otras cosas, que ala nueva inspiración es siempre, indefectiblemente, cósmica». Su cuadro sintomatológico, en general, es justo; pero su diagnóstico es incompleto y equivocado.

No basta el procedimiento. No basta la técnica. Paul Morand, a pesar de sus imágenes y de su modernidad, es un producto de decadencia. Se respira en su literatura una atmósfera de disolución. Jean Cocteau, después de haber coqueteado un tiempo con el dadaísmo, nos sale ahora con su Rappel a l'ordre.

Conviene esclarecer la cuestión, hasta desvanecer el último equívoco. La empresa es difícil. Cuesta trabajo entenderse sobre muchos puntos. Es frecuente la presencia de reflejos de la decadencia en el arte de vanguardia, hasta cuando, superando el subjetivismo, que a veces lo enferma, se propone metas realmente revolucionarias. Hidalgo, ubicando a Lenin, en un poema de varias dimensiones, dice que los "senos salomé" y la "peluca a la garconne"son los primeros pasos hacia la socialización de la mujer. Y de esto no hay que sorprenderse. Existen poetas que creen que el jazz-band es un heraldo de la revolución.

Por fortuna quedan en el mundo artistas como Bernard Shaw, capaces de comprender que el «arte no ha sido nunca grande, cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva; y nunca ha sido completamente despreciable, sino cuando ha imitado la iconografía, después de que la religión se había vuelto una superstición». Este último camino parece ser el que varios artistas nuevos han tomado en la literatura francesa y en otras. El porvenir se reirá de la bienaventurada estupidez con que algunos críticos de su tiempo los llamaron «nuevos» y hasta «revolucionarios».



lunes, 21 de abril de 2014

¿ES CAPAZ EL FASCISMO DE ENGENDRAR UNA CULTURA?




¿ES CAPAZ EL FASCISMO DE ENGENDRAR UNA CULTURA?

Ángel ROSENBLAT

Berlín, abril de 1933.
[«Nuestro Cinema» núm. 11, Abril - Mayo 1933]


«Las revoluciones tienen sus leyes. La revolución alemana de 1933 sería incompleta si no se extendiera al dominio cultural y espiritual.» Estas palabras del órgano oficial del nacional-socialismo definen los propósitos del gobierno alemán. La creación del ministerio de Educación del pueblo y Propaganda y la intervención de ese ministerio en todos los soportes de la vida cultural alemana, prueban que el nacional-socialismo se ha apropiado un principio formulado hace ya mucho por Carlos Marx y aplicado por Lenin, que la cultura es instrumento de una clase, que la cultura tiene siempre un contenido político y que las ideas dominantes en un período determinado de la evolución social son las ideas de la clase dominante. Veamos cómo pretende el nacional-socialismo aplicar esta verdad marxista al campo del cine.

El ministro de propaganda, doctor Goebbels, que tiene a su cargo la prensa, la radio, el cine y todos los resortes de la producción cultural alemana, ha convocado a los productores cinematográficos para hacerles saber sus puntos de vista [que son los de la «revolución nacional»] sobre el cine. Las palabras del doctor Goebbels merecen sin duda un comentario, afirma que la crisis del cine alemán es más bien de orden espiritual que material. Entre las películas que más le han impresionado cita: 1. El acorazado Potemkin, que partiendo de una concepción «traidora a la patria» muestra claramente hacia dónde debe orientarse el film de masas; 2. Ana Karenina, gracias a las dotes artísticas de Greta Garbo; 3. Los Nibelungos, evocación de una época pasada y 4. El rebelde, film de la Alemania nacionalista que despierta. Frente a esas cuatro películas, al doctor Goebbels le perece ridícula la producción nacionalista de los últimos años, al ver la cual se creería - dice - que «la historia no es más que la sucesión de desfiles y paradas militares al son de trompetas». «Nuestros cineastas - continúa - se quejan de la pobreza de motivos. ¿No hay acaso en las luchas de la Alemania nueva una riqueza extraordinaria de ternas?».

Nos encontramos evidentemente en ese discurso y en las medidas gubernamentales sobre la censura y la protección al film de tendencia nacionalsocialista, frente a una concepción nacional-socialista del cinema. Los estudios, incluso los de la Ufa, han cambiado inmediatamente la dirección artística. La consigna era no sólo expulsar a los judíos y a los «marxistas», sino incorporar «gente joven, gente nueva». Empresas flameantes han surgido de pronto ante el «¡sésamo, ábrete!» de la varita goebbeliana. Alemania ensangrentada, El general York, La joven Alemania en marcha, ostentan ya la nueva marca de fábrica. Y se anuncia para fecha muy próxima el estreno de otras películas de gran formato concebidas dentro de la misma línea: La lucha en el territorio del Ruhr, Los invencibles, Héroes tras el arado, etc.

La admiración del doctor Goebbels por El acorazado Potentkin, la obra maestra de la cinematografía soviética, no es casual. El nacional-socialismo necesita también su cine de masas. La «revolución» reaccionaria de las capas medias y desclasadas ha robado al movimiento del proletariado todas sus formas de proselitismo: el sistema de organización celular, las formas de la «liturgia» revolucionaria, la conmemoración del día del trabajo, la música y hasta la letra (adulterándola) de sus canciones. Ahora quiere ser consecuente en materia de cine. ¿Pero basta imitar las formas del arte proletario para engendrar un arte? ¿Basta crear un ministerio de propaganda para que surja una cultura nueva?

«El film alemán puede y debe ser el primero del mundo, ya que somos el pueblo de los poetas y pensadores», proclama modestamente, uno de los nuevos cineastas de la línea hitleriana. «Nuestro movimiento - dice Hitler mismo - está cargado con la herencia de dos mil años de gloria y de historia alemanas y será el sostén de la historia y de la cultura alemanas en el porvenir». Si el «verbo» fuera madre de la realidad, la cultura fascista habría de ser la más brillante, la más grandiosa de la historia. ¿Pero no hay una contradicción irreductible entre cultura y fascismo? ¿Es acaso capaz el fascismo de engendrar, de desarrollar una cultura propia?

Tratamos de responder con criterio histórico, objetivo. La clave del Potemkin no está en la intervención de la masa sino en la función, en el papel de esa masa. En la concepción socialista, la masa es hoy fuerza motriz y sujeto de la historia. En la concepción fascista es sólo el instrumento de un jefe [«Duce», «Führer»] o de una minoría «selecta». En la concepción socialista, la masa realiza por sí y para sí una misión histórica propia, en el fascismo sirve intereses e ideas (ideal nacionalista, culto del pasado, etc.), ajenos a ella misma, patrimonio de la clase históricamente precedente. Lo que hace la grandeza del film soviético en sus obras de inspiración más pura, lo que da universalidad a algunas creaciones del arte soviético y del arte revolucionario de los países capitalistas, lo que hace de ellas, en el sentido más grande y hermoso del término, cultura, es que son expresión de un mundo en gestación; es que al encarnar hoy los anhelos y aspiraciones del proletariado, encarnan los principios universales y permanentes del hombre.

¿Qué puede ofrecer en cambio el fascismo? Opresión y servidumbre de la masa, cuyo destino es obedecer y aplaudir. Orgullo de raza, persecuciones medievales de raza, sed colonial, guerra imperialista, frente a igualdad y confraternidad de todas las razas, de todos los pueblos. Autos de fe de todo lo que representa un paso hacia adelante en materia de libertad y de progreso, frente a la liberación de todas las fuerzas humanas ascendentes, limitaciones a la técnica, proteccionismo agrario, favoritismo del artesanado y del pequeño comercio, frente al desarrollo ilimitado de la técnica, de la industria, de la socialización. Las formas refinadas y brutales de una dictadura tendiente a perpetrar todos los vicios, todos los abusos, toda la barbarie del pasado, frente a la creación de un mundo nuevo que ha de libertar al hombre de la tiranía ignominiosa del capital para clausurar la prehistoria de la humanidad e inaugurar el período histórico, el período del socialismo.

Pueden los Hitler, los Goebbels, los Goering creer que aniquilarán el marxismo, que suprimirán la palabra marxismo hasta de los libros «para que durante cincuenta años nadie sepa ni lo que significa», podrán hacer todos los autos de fe que les permita su dominio efímero, podrán prometer premios y dinero a la producción cinematográfica y cultural nacional-socialista, podrán exhumar las glorias de Federico «El único» y entonar himnos a la raza elegida, podrán sublimizar los dolores de estómago o los trastornos eróticos de la pequeña burguesía o de las masas campesinas que condenan a la servidumbre y a la miseria: lo que no podrán jamás es crear una cultura. Porque cultura significa, en el actual periodo de la evolución histórica, precisamente eso que quieren exterminar: cultura significa marxismo, socialismo.

¿Ha producido acaso ni siquiera los rudimentos, ni siquiera una promesa de cultura, el fascismo mussoliniano en sus diez años de dominación? El pueblo alemán, ese «pueblo de poetas y pensadores», ha de producir evidentemente una cultura. Engels creía que toda Ia tradición y la capacidad filosófica alemana había pasado al proletariado alemán. Ese proletariado creará evidentemente su cultura. Y en la medida en que la elabore, esa cultura será, por el solo hecho de serlo, cultura antifascista. Por más mercedarios que el fascismo alquile en la prensa, en las academias, en los estudios cinematográficos; por más brazos y cerebros que compre por dinero o por el terror, todo será inútil: donde ponga el paso, se agotará la hierba. Porque el fascismo representa una pesadilla de la humanidad, representa a pesar de toda la soberbia y de las declaraciones de sus jefes liliputienses, una mala noche de la que no quedará más que un recuerdo sombrío. Y sólo el proletariado, sólo el marxismo, al luchar contra él en una batalla en la que el fascismo tiene que perecer irremisiblemente, y para siempre, al crear los moldes de una sociedad sin clases, creará simultáneamente las únicas posibilidades de cultura, la forma históricamente superior de la cultura humana.




 


lunes, 14 de abril de 2014

MARIÁTEGUI - CORRESPONDENCIA




Carta a la célula asprista en méxico
Lima, 16 de abril de 1928

Compañeros:

Consideramos necesario informar a Uds. sumariamen­te sobre nuestros puntos de vista respecto de principios y métodos de acción adoptados por el grupo de deportados peruanos que trabajan en Méjico y que sin una explícita declaración nuestra, pasarían como positivamente aceptados por nosotros que constituimos el núcleo que tiene aquí la responsabilidad de nuestra obra.

Estamos seguros de que Uds. mismos se dan cuenta de la necesidad de que la acción del Apra en el Perú no sea resuelta por un comité establecido en Méjico, sino amplia y maduramente deliberada con principal intervención de los elementos que actúan en el país. Cuantos se coloquen en el terreno marxista, saben que la acción debe corresponder directa y exactamente a la realidad. Sus normas, por consi­guiente, no pueden ser determinadas por quienes no obran bajo su presión e inspiración.

La definición del carácter y táctica del Apra nos pa­rece, de otro lado, fundamental para la existencia de una disciplina orgánica. Pensamos que, conforme a la idea que originalmente la inspiró, y que su propio nombre expresa, el Apra debe ser, o es de hecho, una alianza, un frente único y no un partido. Un programa de acción común e inmediato no suprime las diferencias ni los matices de clase y de doctrina. Y quienes desde nuestra iniciación en el movimiento social e ideológico, del cual el Apra forma parte, nos reclamamos de ideas socialistas, tenemos la obligación de prevenir equívocos y confusiones futuras. Como socialistas, podemos colaborar dentro del Apra, o alianza o frente único, con elementos más o menos reformistas o social-democráticos —sin olvidar la vaguedad que estas designaciones tienen en nuestra América— con la izquierda burguesa y liberal, dispuesta de verdad a la lucha contra los rezagos de feudalidad y contra la penetración imperialista; pero no podemos, en virtud del sentido mismo de nuestra cooperación, entender el Apra como partido esto es, como una facción orgánica y doctrinariamente homogénea.

Profesamos abiertamente el concepto de que nos toca crear el socialismo indoamericano, de que nada es tan absurdo como copiar literalmente fórmulas europeas, de que nuestra praxis debe corresponder a la realidad que tenemos delante. Pero este principio no nos aconseja adoptar apresuradamente formulas que, por el momento, pueden tener ab­soluta precisión en la mente de quienes las conciben como medio táctico pero que mañana, bajo la presión de proselitismos mas adoctrinados, y al influjo de la mentalidad burguesa y pequeño-burguesa incorporada fatalmente en el movimiento, pueden prestarse a confusionismos infinitos. La ex­periencia del Kuo Min Tang es preciosa para el movimiento antimperialista de Indoamérica, a condición de que se le aproveche integralmente. El alejarnos de las formas europeas, no debe conducirnos a una estimación exagerada de las fórmulas asiáticas y de su posible eficacia en nuestro medio. No debemos olvidar que, en todo caso, las formulas europeas nos son más inteligibles, que nos llegan directa­mente a través de los idiomas y pueblos en que se expresan, mientras de las formulas chinas no tenemos sino la versión europea. Tampoco podemos olvidar el ascendiente y la función que en la ideología del movimiento nacionalista chino tienen las ideas occidentales. El Kuo Min Tang, finalmente, se encuentra en crisis, y en gran parte por no haber sido explícita y funcionalmente una alianza, un frente único. Sus rumbos estaban subordinados al predominio de sus elementos de derecha, centro e izquierda, que correspondían al de sus respectivos sentimientos e intereses de clase. Las últimas deliberaciones del Kuo Min Tang según Internacionale Presse Correspondenz y otras publicaciones recientes entrañan una rectificación total de sus principales puntos de vista, en lo concerniente al proletariado y a las organizaciones de clase. El Kuo Min Tang fue Sun Yat Sen; pero es también Chang Kai Shek. El Kuo Min Tang, además, se desarrolló no continental sino nacionalmente, cosa en la que el Apra se diferencia necesariamente de aquel movimiento.

La colaboración de la burguesía, y aún de muchos elementos feudales, en la lucha antimperialista china, se explica por razones de raza, de civilización nacional, que entre nosotros no existen. El chino noble o burgués se siente entrañablemente chino. Al desprecio del blanco por su cultura estratificada y decrepita, corresponde con el desprecio y el orgullo de su tradición milenaria. El antimperialismo en la China puede, por tanto, descansar fundamentalmente en el sentimiento y en el factor nacionalista. En Indoamérica las circunstancias no son las mismas. La aristocracia y la burguesía criollas no se sienten solidarizadas con el pueblo por el lazo de una historia y de una cultura común. En el Perú, el aristócrata y el burgués blancos, desprecian lo popular, lo nacional. Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza con los capitalistas yanquis, y aun con sus simples empleados, en el Country Club, en el Tenis y en las calles. El yanqui desposa sin inconveniente de raza ni de religión a la señorita criolla, y esta no tiene escrúpulo de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tiene este escrúpulo la muchacha de la clase media. La huachafita que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Foundation, lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social. El factor nacionalista por estas razones objetivas, que a ninguno de Uds. escapa seguramente, no es decisivo ni fundamental en la lucha antimperialista en nuestro medio. Sólo en los países como la Argentina, donde existe una burguesía numerosa y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder de su patria, y donde la personalidad nacional tiene por muchas razones contornos más claros y ne­tos que en estos países retardados, el antimperialismo puede penetrar fácilmente en los elementos burgueses, pero por razones de expansión y crecimiento capitalista y no por razones de justicia social y de doctrina socialista como es nuestro caso.

Estas consideraciones nos mueven a someter a Uds. las siguientes conclusiones:

1) El Apra debe ser oficial y categóricamente defini­da y constituida como una alianza o frente único y no como partido;

2) Los elementos de izquierda que en el Perú concurrimos a su formación, constituimos de hecho —y organizaremos formalmente— un grupo o Partido Socialista, de filiación y orientación definidas que colaborando dentro del movimiento con elementos liberales o revolucionarios de la pequeña burguesía y aún de la burguesía, que acepten nues­tros puntos de vista, trabaje por dirigir a las masas hacia las ideas socialistas.

Es evidente que estas conclusiones no nos permiten prestar nuestra cooperación a la creación del Partido Nacionalista que las comunicaciones de algunos compañeros, y aún de la célula oficialmente, anuncian como una decisión del grupo de Méjico. Ese partido puede fundarse dentro del Apra; pero además de que nos parece que su biología natural exige que se decida su oportunidad necesidad en el Perú y no desde Méjico, su organización toca en todo caso a los elementos de pequeña burguesía que quieran dar vida a un partido propio; pero no a nosotros que leales a los principios que, sin duda alguna, constituyen nuestra mayor fuerza moral, no asumimos ni la responsabilidad ni el en cargo de organizarlo. Desaprobamos toda campaña que no descanse en la verdad. El procedimiento del bluff sistemático llevara al descrédito nuestra causa. Rehusamos, por esto, emplearlo. Las noticias propaladas sobre la candidaturade Haya no producen el efecto, que Uds. suponen, en la opinión. La gente —distante de toda preocupación electoral— las recibe perpleja e irónica.

Recomendamos a la célula, en todo lo tocante a cuestiones de acción, la correspondencia oficial y centralizada. Las cartas particulares de los compañeros no deben traer iniciativas ni instrucciones individuales. Por nuestra parte nos comprometemos al mismo procedimiento.
Con sentimientos de solidaridad y afecto, que ninguna discrepancia —momentánea esperamos— de criterio, puede disminuir, los saludamos cordialmente.

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* Publicada en Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación marxista de historia social del Perú, cit., t.II, pp. 299-301.



Lima, 16 de abril de 1928

Compañeros:

No había contestado hasta hoy la carta de la célula suscrita por Magda Portal, en espera de una carta de Haya de la Torre que me precisase mejor el sentido de la discrepancia: “Alianza o partido”. La carta de la célula me supone simplemente influido por el Secretariado de Buenos Aires la Ucsaya, etc. O, por lo menos, pretende que mis observaciones son esencia las mismas. Hasta la reaparición de “Amauta” he permanecido sistemáticamente privado por la censura de mis canjes y correspondencia, de modo que no he conocido en su oportunidad ni el número de “La Correspondencia Sudamericana” en que –según he sabido después sin obtener el ejemplar- aparecieron las observaciones del Secretariado de Buenos Aires, ni la tesis Ucsaya ni nada por el estilo. Sólo recientemente he vuelto a recibir “El Libertador”; desde que la censura ha comprobado que en mi casilla no intercepta sino correspondencia intelectual o administrativa, sin importancia para sus fines. Por otra parte, creo haber dado algunas pruebas de mi aptitud para pensar por cuenta propia. De suerte que no me preocuparé de defenderme del reproche de obedecer a sugestiones ajenas. Este había sido también, un motivo para que no me apresurase a responder a la carta de la “célula”.

Pero como no tengo hasta hoy ninguna aclaración de Haya, a quien escribí extensamente, planteándole cuestiones concretas –por la vía de Washington, en diciembre- y llegan, en cambio, noticias de que Uds. Están entregados a una actividad con la cual me encuentro en abierto desacuerdo y para la cual ninguno de los elementos responsables de aquí ha sido consultado, quiero hacerles conocer sin tardanza mis puntos de vista sobre este nuevo aspecto de nuestra discrepancia.

La cuestión: el “apra alianza o partido”, que Uds. Declaran sumariamente resuelta y que en verdad no debiera existir siquiera, puesto que el Apra se titula alianza y se subtitula frente único, pasa a segundo término desde el instante en que aparece en escena el Partido Nacionalista Peruano, que Uds. han decidido fundar en México, sin el consenso de los elementos de vanguardia que trabajan en Lima y provincias. Recibo correspondencia constante de provincias, de intelectuales, profesionales, estudiantes, maestros, etc.; y jamás en ninguna carta he encontrado hasta ahora mención del propósito que Uds. dan por evidente e incontrastable. Si de lo que se trata, como sostiene Haya en su magnífica conferencia, es de descubrir la realidad y no de inventarla, me parece que Uds. están siguiendo un método totalmente distinto y contrario.

He leído un “segundo manifiesto del comité central del partido nacionalista peruano, residente en Abancay”. Y su lectura me ha contristado profundamente; 1° porque, como pieza política, pertenece a la más detestable literatura eleccionaria del viejo régimen; y 2° porque acusa la tendencia a cimentar un movimiento –cuya mayor fuerza era hasta ahora su verdad- en el bluff y la mentira. Si ese papel fuese atribuido a un grupo irresponsable, no me importaría su demagogia, porque sé que en toda campaña o un poco o un mucho de demagogia son inevitables y aún necesarios. Pero al pie de ese documento está la firma de un comité central que no existe, pero que el pueblo ingenuo creerá existente y verdadero. ¿Y es en esos términos de grosera y ramplona demagogia criolla, como debemos dirigirnos al país? No hay ahí una sola vez la palabra socialismo. Toda es declamación estrepitosa y hueca de liberaloides de antiguo estilo. Como prosa y como idea está esa pieza por debajo de la literatura política posterior a Billinghurst.

Por mi parte, siento el deber urgente de declarar no adhiré de ningún modo a este partido nacionalista peruano que, a mi juicio, nace tan descalificado para asumir la obra histórica en cuya preparación hasta ayer hemos coincidido. Creo que nuestro movimiento no debe cifrar su éxito en engaños ni señuelos. La verdad es su fuerza, su única fuerza, su mejor fuerza. No creo con Uds. que para triunfar haya que valerse de “todos los medios criollos”. La táctica, la praxis, en sí mismas son algo más que forma y sistema. Los medios, aún cuando se trata de movimientos bien adoctrinados, acaban por sustituir a los fines. He visto formarse al fascismo. ¿Quiénes eran, al principio los fascistas? Casi todos elementos de la más vieja impregnación e historia revolucionaria que cualquiera de nosotros, socialistas de extrema izquierda, como Mussolini, actor de la semana roja de Boloña; sindicalistas, revolucionarios, de temple heroico, como Carridoni, formidable organizador obrero; anarquistas de gran vuelo intelectual y filosófico como Máximo Rocca; futurista, de estridente ultraísmo, como Marinetti, Settimelli, Bottai, etc. Toda esa gente era o se sentía revolucionaria, anticlerical, republicana, “más allá del comunismo” según la frase de Marinetti. Y Uds. saben cómo el curso mismo de su acción los convirtió en una fuerza diversa de la que a sí mismos se suponían. La táctica les exigía atacar la burocracia revolucionaria, romper al partido socialista, destrozar la organización obrera. Para esta empresa la burguesía los abasteció de hombres, camiones, armas y dinero. El socialismo, el proletariado, eran a pesar de todos sus lastres burocráticos, la revolución. El fascismo por fuerza tenía una función reaccionaria.

Me opongo a todo equívoco. Me opongo a que un movimiento ideológico, que, por su justificación histórica, por la inteligencia y abnegación de sus militantes, por la altura y nobleza de su doctrina ganará, si nosotros mismos no lo malogramos, la conciencia de la mejor parte del país, aborte miserablemente en una vulgarísima agitación electoral. En estos años de enfermedad, de sufrimiento, de lucha, he sacado fuerzas invariablemente de mi esperanza optimista en esa juventud que repudiaba la vieja política, entre otras cosas porque repudiaba los “métodos criollos”, la declamación caudillesca, la retórica hueca y fanfarrona. Defiendo todas mis razones vitales al defender mis razones intelectuales. No me avengo a una decepción. La que he sufrido, me está enfermando y angustiando terriblemente. No quiero ser patético, pero no puedo callarles que les escribo con fiebre, con angustia, con desesperación.
Y no estoy solo en esta posición. La comparten todos los que tienen conocimiento de la propaganda de Uds. -propaganda que por otra parte no está justificada al menos por su eficacia- porque fracasará inevitablemente. Hemos acordado una carta colectiva que muy pronto les enviaremos.

De aquí a entonces, espero recibir mejores noticias. Y en tanto los abrazo con cordial sentimiento.

José Carlos Mariátegui

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Publicada en Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación marxista de historia social del Perú, cit., t.II, pp. 296-298, y en José Carlos Mariátegui/Correspondencia, tomo II, pp. 371-373, primera edición, Lima, 1984.